“Mi vecino no sale desde abril a hacer las compras; se las siguen llevando las hijas mayores”. “Me da miedo que mi hija se convierta en antisocial porque no quiere saber nada con salir ni encontrarse con sus amiguitos en la plaza”. “María no quiere juntarse ni al aire libre, es como que se olvidó de lo que era la normalidad”.
Hay una realidad concreta: el virus sigue circulando. Aún no hay cura, solamente una serie de medidas que buscan prevenir el contagio y una posible llegada de una vacuna que logre la inmunidad de la población. Pero, a pesar de la transición de lo que fue de un confinamiento estricto a la posibilidad de poder realizar distintas actividades son muchos los que aún sin salir de sus hogares desde el comienzo de la pandemia.
Para el médico psiquiatra y psicoanalista Pedro Horvat, hay dos grupos que se distinguen dentro de las personas que no salen bajo ningún concepto: “Tenemos al grupo que centra su temor en el miedo a enfermarse, es decir, que desarrollan un cuadro alrededor de la idea del contagio donde ningún recurso de protección es suficiente. Este grupo suele estar atravesado por personas que tienen trastornos obsesivos severos o generalizados de ansiedad. Por otro lado, tenemos al más frecuente, las personas que le temen al virus porque forma parte del mundo externo. Su sufrimiento es en relación al contacto con el otro, en donde además para colmo está el virus”.
“Hay una realidad: el aislamiento producto de la cuarentena puso al descubierto cuántas personas venían padeciendo dificultades en su relación con el mundo externo; son personas a quienes el aislamiento les vino muy bien. Y es que durante la cuarentena todos los que tenían ansiedad del mundo externo se vieron protegidos. Ahora que todos van recuperando de a poco su rutina, el padecimiento se hace cada vez más evidente”, explicó Horvat.
De acuerdo al especialista, todavía hay personas que sufren del tan nombrado síndrome de cabaña que corresponde a un estado anímico, mental y emocional que se ha estudiado en personas que, tras pasar un tiempo en reclusión forzosa, han tenido dificultades para volver a su situación previa al confinamiento.
Los niños, un caso aparte
Dentro del conglomerado de personas que temen a salir de sus hogares también se encuentran los más chicos. Para la licenciada en Psicología Lorena Ruda (MN 44247), a o largo de la cuarentena tanto niños como adultos han atravesado diferentes y fluctuantes estados de ánimos: “Sabemos que los chicos estuvieron más encerrados que los adultos y en muchos casos más aislados de sus pares y familiares no solo desde lo físico sino también desde la virtual, ya sea por no disponer de la tecnología adecuada o por las diferentes edades”.
“En muchas casas el COVID-19 se vivió con mucho miedo y quizá ahora hay personas con miedo a salir, también niños. No sabemos exactamente las secuelas que esto dejará en cada uno, ya que depende de muchos factores, principalmente de las herramientas con las que cuenta cada uno, cómo fue el clima dentro de cada casa en relación al estrés, la convivencia, los temores, cómo lo procesó cada familia es un proceso subjetivo”, enfatizó Ruda.
“Cuando nos encontramos con niños que no se animan a salir por miedo al contagio habrá que ir de a poco explicando que la cuarentena fue una medida preventiva y que se van habilitando más salidas con los protocolos correspondientes para disminuir las posibilidades de contagio. Es importante que vuelvan a socializar e ir volviendo a sus rutinas de poco para cambiar también el foco de atención. A medida que vayan regresando a sus actividades habituales sintiéndose más ‘como antes’, el miedo podría pasar a un segundo plano y las ganas de retomar pueden volver a ser el punto importante. Reencontrarse con amigos y con lo conocido podría ayudar a incentivarlos e ir de a poco perdiendo el miedo”, comentó Ruda.
Entonces, si aún quedan resabios del miedo no estaría de más hacer una consulta con un profesional para que lo ayude a elaborar lo vivido y evitar, en la medida de lo posible, que la fobia a salir sea un síntoma a largo plazo: “Es importante estar atentos a cómo se están sintiendo nuestros hijos, la actitud que toman frente a estas situaciones. Cuanto más airoso salga de esta situación, que en si no fue fácil para nadie, mejor para su persona y su desenvolvimiento en el futuro”.
“Esta experiencia inesperada y casi insólita seguro dejará una huella en todos nosotros. Pero no tenemos que dejar que sea traumática si podemos ayudar a elaborarla para resolver lo que de esto se hizo síntoma. No hay que subestimar los sentimientos o miedos de los chicos. En este punto es importante observar, creerles y actuar a tiempo. Contener siempre. Y tener cuidado con las cosas que a veces decimos sin reparar en que están escuchando ya que sin darnos cuenta quizá escucharon algo que los asustó más que la pandemia en sí misma”, apuntó Ruda.
Al ser chicos, el rol de los adultos será fundamental: “No hay que hablar de los casos de COVID-19 o de la gente que fallece. No por meterlos en una burbuja sino para que no sea la única selección de la información que hagan. Hay gente que se contagia y lo supera también. No todos se mueren, eso es importante que lo sepan”.
Volver a empezar
Inevitablemente la población deberá volver a la rutina, teniendo en cuenta las medidas sanitarias, porque la vida sigue. “Debemos estar atentos a cómo reaccionan estas personas. Seguramente se sumen los fantasmas de la inseguridad porque tanto tiempo de encierro nos ha llevado a una situación regresiva: estar en casa como en una especie de nido y regresar al mundo exterior. Es importante focalizar la idea en que si bien es verdad que hay muchos que aún siguen encerrados, es necesario salir para volver a la normalidad”, comentó el psicoanalista.“Hay que ayudar a reflexionar que es la única manera de retomar -con modificaciones obvias- la vida que llevábamos”, concluyó Horvat.
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