La segunda ola de coronavirus en Europa va en aumento. El Viejo Continente superó a los Estados Unidos en casos per cápita, pero esta vez los países actuaron rápidamente con cierres y toques de queda para evitar un nuevo colapso sanitario como ocurrió a principio de año.
Sin embargo, para España, esta segunda ola en el Viejo Continente podría no ser la última, según advirtió el Consejo Científico que guía al gobierno francés en la gestión de la pandemia. Se pueden temer “varias olas sucesivas durante el final del invierno y en la próxima primavera” boreal de 2021, en función del clima y el “nivel y eficacia” de las estrategias de test, rastreo y aislamiento de los casos positivos, afirmó.
El Consejo estima una salida de la segunda ola a final de año o principios de 2021, con un retorno de la circulación del virus a un “nivel muy controlado” (5.000 a 8.000 nuevos casos por día máximo). Los gobiernos europeos estarán por tanto confrontados a “la gestión de estas olas” hasta “la llegada de las primeras vacunas y/o tratamientos”, coincidieron los expertos, para quienes los países deben barajar varias estrategias.
Primero “contemplar una estrategia de tipo on/off”, es decir, alternando periodos de restricciones con otros más permisivos. En tanto otra posibilidad, menos demoledora económicamente, es mantener el virus a una tasa inferior a 5 mil contagios diarios, frente al promedio de 40 mil / 50 mil casos actuales, como hicieron “varios países en Asia, Dinamarca, Finlandia y Alemania”. Pero esta vía requiere “medidas fuertes y precoces” previas a cada nueva ola, como el diagnóstico masivo y el rastreo de contactos, concluyó el consejo científico en un comunicado.
Un informe del Instituto de Salud Global de Barcelona publicado por varios expertos de hospitales y centros científicos aconsejan seguir con la estrategia de control y máxima supresión de la transmisión de COVID-19 en vez de la de “contención” o “mitigación” que sugieren en España, pensado para bajar la curva epidemiológica para evitar el colapso sanitario.
Escrito por Anna Llupià (Hospital Clínic), Israel Rodríguez-Giralt (UOC), Anna Fité (consultora), Lola Álamo (Agència de Salut Pública de Barcelona), Laura de la Torre (Hospital Clínic), Ana Redondo (Hospital de Bellvitge), Mar Callau (Blau Advisors) y Caterina Guinovart (ISGlobal), el documento explica en qué consiste la estrategia de control y máxima supresión de la transmisión, conocida también como COVID Cero y que se ha aplicado con éxito en países como Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Vietnam o Nueva Zelanda.
Su objetivo es mantener el contagio lo más residual posible y, en última instancia, eliminarlo en áreas geográficas concretas. Está pensada para aumentar la capacidad de identificar y trazar las cadenas de transmisión, así como de identificar y gestionar los brotes, e integra también el apoyo económico, asistencial, psicológico y social para asegurar el aislamiento de casos y contactos. Es lo que también se conoce como “Búsqueda, Test, Trazado y Aislamiento con Apoyo” (BTTAA).
Cuanto más coordinado, ágil y eficaz sea este proceso, más fácil resultará acorralar e interrumpir la circulación del virus y mantener el contagio en niveles residuales. Y a la inversa, cuanto más baja sea la incidencia del virus, más efectiva resultará la estrategia y más fácil será reducir la pandemia y los diversos impactos que genera en el plano sanitario, social y económico.
Como estrategia de salud pública, la máxima supresión es distinta a la estrategia que busca acabar con la pandemia consiguiendo una infección progresiva de la población (inmunidad de grupo). Esta última puede ser una fórmula de control larga y costosa, especialmente para los grupos con mayor riesgo de contraer formas graves de la enfermedad. Además, afecta de forma desproporcionada a las personas y comunidades que presentan mayor vulnerabilidad económica y social. Desde un principio de precaución, tampoco es aconsejable dado el poco conocimiento disponible sobre la duración de la inmunidad, el impacto de la enfermedad a largo plazo, el comportamiento de esta en sucesivas reinfecciones y la morbimortalidad que conlleva.
La estrategia de máxima supresión también se diferencia de otras estrategias de contención o mitigación (“aplanar la curva”) que persiguen evitar el colapso sanitario. La carencia de las estrategias de mitigación es que obvian las fases de transmisión baja o casos esporádicos, y actúan cuando el contagio comunitario ya es muy elevado y ejerce un impacto en el sistema sanitario. Esto, sin embargo, aumenta el riesgo de cronificar la transmisión y de quedar atrapados en ciclos de escaladas y desescaladas de medidas que debilitan mucho la economía, el sistema sanitario y la implicación ciudadana.
En cambio, una actuación preventiva y precoz para mantener el control de la transmisión, no solo evita el colapso sanitario a todos los niveles asistenciales, también por patologías que no son COVID-19, sino que permite preservar la salud física y emocional de la ciudadanía y de los profesionales sanitarios, además de mantener la vida social y económica, y reforzar la confianza y el compromiso del conjunto de la ciudadanía.
Detectar y controlar la transmisión de forma rápida y ofreciendo apoyo
Para poder implementar una estrategia BTTAA (Búsqueda, Test, Trazado y Aislamiento con Apoyo) que permita conseguir el objetivo de control y eliminación de la transmisión, es necesario disponer de una estructura de Salud Pública dimensionada, robusta y coordinada.
Es esencial el liderazgo y la capacidad de respuesta de los servicios de Vigilancia epidemiológica, coordinada con los servicios de Promoción y Protección de la salud. La estructura (dimensión, herramientas y coordinación) ha de garantizar poder desarrollar la estrategia BTTAA con velocidad, exhaustividad y apoyo.
Establecer restricciones y confinamientos según el nivel de alerta
La estrategia de máxima supresión tiene que ir acompañada también de un plan de niveles de alerta, pactado intersectorialmente y que organice y regule las diferentes medidas de salud pública que implemente según los diferentes momentos epidémicos. Estas medidas incluyen restricciones y, cuando hace falta, también confinamientos.
En una estrategia de máxima supresión, los confinamientos se emplean en fases con pocos casos para recuperar el trazado y el control, y se implementan de manera dirigida (solo en las zonas donde es necesario), brevemente y en coordinación con el resto de medidas disponibles.
En cambio, en estrategias de mitigación, los confinamientos se implementan de manera más tardía, en fases de transmisión muy alta, con el objetivo de evitar el colapso sanitario. Esto implica que sean más restrictivos, que se alarguen en el tiempo y que incrementen su impacto psicosocial y socioeconómico. La necesidad posterior de revertir estos impactos de manera rápida aumenta el riesgo de incrementar de nuevo la transmisión y la posibilidad de nuevos confinamientos, con la consiguiente pérdida de confianza de la ciudadanía en la efectividad de las medidas. La combinación de confinamientos tardíos, poco coordinados, sin coherencia entre las diferentes medidas y levantados de forma precoz, conducen a la cronificación de la transmisión y a un mayor impacto global de la epidemia a nivel sanitario, social y económico.
Comunicar bien para crear seguridad, solidaridad y confianza
La implicación de la ciudadanía es fundamental para acompañar y hacer posible una estrategia de máxima supresión. Para que resulte factible es imprescindible disponer de una estrategia de comunicación capaz de generar espacios de seguridad, solidaridad y confianza. Es decir, capaz de compartir y enmarcar el objetivo COVID-0 como un esfuerzo solidario y constructivo más que como una cuestión de seguridad individual (autoprotección), de obediencia (cumplimiento) o de responsabilidad moral (portarse bien).
Favorecer un conocimiento y un debate más plurales
Finalmente, para favorecer una estrategia de minimización del contagio, es crucial incrementar la investigación interdisciplinar, transdisciplinar y multidisciplinar en torno a la pandemia. Hasta el momento, y de acuerdo con el relato de la emergencia sanitaria, se ha priorizado y financiado una investigación eminentemente biomédica, con poca investigación epidemiológica, que ha sido básicamente de modelaje matemático.
Hay impactos, factores y dinámicas clave a nivel psicológico, social, económico, político, cultural, etc. para reducir y evitar el contagio que hasta ahora han sido muy poco estudiadas. Por ejemplo, qué condiciones sociales, geográficas y económicas, o qué lugares, grupos y situaciones, favorecen o dificultan el seguimiento de las medidas. O qué imaginarios y culturas del riesgo existen, cómo se diferencian por grupos sociales y qué papel juegan a la hora de implicarse en una estrategia BTTAA.
Es importante favorecer un debate que involucre un abanico amplio de conocimientos expertos pero también al conjunto de la ciudadanía. Esta pandemia puede ser una oportunidad para fortalecer la relación entre ciencia, política y ciudadanía.
Una estrategia más eficaz y con menos consecuencias económicas y psicosociales
Como muestra la literatura especializada, las sociedades que aprenden y colaboran acostumbran a salir antes y más fuertes de grandes crisis. En este sentido, la experiencia internacional muestra que los países que optan por una estrategia de máxima supresión desarrollan una respuesta epidemiológica y comunitaria más eficaz y con menos consecuencias económicas y psicosociales negativas que aquellos que apuestan por una estrategia de mitigación o de inmunidad de grupo.
Si bien la estrategia de máxima supresión no es sencilla, y requiere un grado elevado y prolongado de coordinación e implicación del conjunto de la sociedad, está demostrando ser una buena herramienta para superar esta crisis, prepararnos para futuras pandemias y ser más solidarios a nivel global.
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