Mucho se habló en los últimos días del “cóctel experimental” que recibió el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para tratar su cuadro de coronavirus.
El médico que trata al mandatario, Sean P. Conley, fue quien dio a conocer el protocolo que se había seguido con uno de los hombres más poderosos del mundo.
En la propia Casa Blanca, antes de ser hospitalizado el fin de semana, recibió el viernes en forma intravenosa una fuerte dosis (8 gramos) de un tratamiento experimental de la empresa biotecnológica Regeneron.
Ese tratamiento se basa en dos anticuerpos fabricados en laboratorios para neutralizar el coronavirus. Los resultados clínicos de los ensayos son prometedores pero su administración está restringida a esas pruebas, aunque con algunas excepciones, como la de Trump.
El mandatario también fue sometido a un tratamiento con el antiviral remdesivir durante cinco días. Ese antiviral fue el primero en recibir una autorización de urgencia para su uso contra el COVID-19. Es inyectado en forma intravenosa una vez al día y procura evitar que el virus se replique. Actualmente se recomienda para pacientes que hayan requerido oxígeno. La quinta dosis está programada para hoy martes en la Casa Blanca.
Desde el sábado, Trump está también recibiendo dexametasona, un corticoide para enfermedades severas y hospitalizados por el coronavirus que, según se probó, reduce la mortalidad. Ese remedio de la familia de los esteroides combate inflamaciones que pueden comprometer seriamente a los pulmones y otros órganos vitales.
Los tres tratamientos son utilizados -en otros pacientes- en diferentes fases de la infección, lo cual alimenta la confusión sobre el estado actual del presidente norteamericano, quien, además, está recibiendo otros medicamentos y suplementos, entre ellos zinc, vitamina D, famotidina (que puede ser usada contra la acidez), melatonina (prescrita usualmente contra el insomnio) y aspirinas, según informó Conley.
El uso de anticuerpos monoclonales es considerado uno de los tratamientos más prometedores para combatir el COVID-19, y Regeneron es una de las empresas pioneras en probarlos.
De acuerdo a especialistas, tienen la capacidad de utilizarse como un medicamento profiláctico de acción rápida en personas expuestas al virus.
Anteriormente, Anthony Fauci, el experto en enfermedades virales más reconocido de los EEUU y líder del equipo de la Casa Blanca para combatir la pandemia, se había referido a este tratamiento como un posible “puente hacia una vacuna”.
Los anticuerpos monoclonales humanos antivirales (mAbs) podrían ser un arma potencialmente neutralizante y protectora contra el SARS-CoV-2.
En su origen, estos anticuerpos son moléculas producidas naturalmente por el sistema inmunitario para desencadenar un ataque contra peligros específicos como las células cancerígenas, las bacterias o los virus. Para poder utilizarlos con fines terapéuticos hay que clonarlos en el laboratorio. Los anticuerpos monoclonales se seleccionan en la sangre de enfermos curados o bien se producen en el laboratorio a partir de grupos de células preparadas para ese fin.
“La administración pasiva de anticuerpos monoclonales podría tener un efecto importante en el control de la pandemia de SARS-CoV-2 al proporcionar protección inmediata, complementando el desarrollo de vacunas. Todos ellos tienen en común que atacan la proteína S con la que el virus SARS-CoV-2 se acopla a la superficie de las células humanas, una proteína que tiene un papel clave en el proceso infeccioso”, explicó a la AFP el investigador Hugo Mouquet.
Los tratamientos con anticuerpos se consideran un complemento para las vacunas, que podrían no provocar la respuesta inmune necesaria cuando se administren a personas mayores o con sistemas inmunes comprometidos. Dado que estos son los grupos con mayor riesgo de que su condición se agrave o se mueran si contraen el coronavirus, un tratamiento exitoso con anticuerpos podría tener un notorio efecto en la reducción del número de muertes por la pandemia.
¿Cómo actúa el compuesto? Al igual que los anticuerpos naturales, el anticuerpo debería poder asir el virus y bloquearlo. Los tratamientos con anticuerpos similares demostraron ser efectivos por ejemplo en el tratamiento de la enfermedad del ébola, pero el objetivo aquí es prevenir la infección al administrar los medicamentos antes. Se sabe que la prevención con anticuerpos funciona. Se administra una vacuna de anticuerpos a los bebés que previene el VSR, una infección respiratoria que afecta a los recién nacidos.
En este proceso la inmunidad pasiva jugaría un papel crucial. Las vacunas exponen al cuerpo a una parte del patógeno, lo que lleva a una “inmunidad activa”: el propio cuerpo aprende a fabricar sus propios anticuerpos contra un germen. Agregar anticuerpos genera artificialmente inmunidad “pasiva” que dura solo mientras los anticuerpos están presentes. Los investigadores creen que los anticuerpos, administrados generalmente por vía intravenosa, pueden permanecer en el torrente sanguíneo durante semanas o incluso meses.
Este y otros desarrollos similares surgieron como un plan B, ya que por un lado se dificulta la administración de vacunas a adultos mayores y ya que los tratamientos con anticuerpos podrían llegar al mercado antes de una vacuna. Un tratamiento preventivo de estas características podría ser útil para proteger a los trabajadores de la salud y a los más vulnerables, es decir los mayores y grupos de riesgo. Así lo sostiene un informe del American Biodefense Institute que llama a la inmunidad pasiva “la próxima generación de respuesta pandémica”.
Uno de los responsables de este hallazgo clave en la medicina moderna es el argentino César Milstein. Nacido en Bahía Blanca en 1927, Milstein se graduó como doctor en Química en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, se formó también en el Medical Center Research de Cambridge, Reino Unido, y fue jefe de Biología Molecular del Instituto Nacional de Microbiología Carlos Malbrán.
Los contratiempos políticos e institucionales en el país lo llevaron a radicarse en Inglaterra en la década del 60. En sus investigaciones en Cambridge con su colega alemán George Köhler, lograron algo que la ciencia había buscado durante mucho tiempo: fabricar líneas de anticuerpos puros capaces de detectar y enfrentarse a una parte específica de un antígeno y vencerlo.
Entre 1973 y 1975 configuraron los anticuerpos monoclonales, de una pureza máxima y gran eficacia en cuanto a la detección y posible curación de enfermedades. Por este descubrimiento central, ambos investigadores ganaron el Premio Nobel de Medicina en 1984.
Si bien no existen tratamientos aprobados por la Organización Mundial de Salud para tratar el COVID-19, el protocolo sanitario brindado a Trump es uno de los candidatos más prometedores, de acuerdo a lo que señalan médicos estadounidenses.
Además de Regeneron, laboratorios farmacéuticos en todo el mundo, Eli Lilly & Co, AstraZeneca Plc y GlaxoSmithKline Plc, están desarrollando tratamientos similares.
SEGUÍ LEYENDO