Son pocos los países del mundo que podría señalarse como los que “están ganando la batalla contra el coronavirus”. Alcanzan los dedos de las manos para contarlos. Uruguay es uno de ellos.
Un reciente artículo de British Medical Journal (BMJ) lo postula como “el vencedor” del coronavirus en América Latina, una región devastada por la pandemia. Y un ejemplo de cómo con medidas simples y el seguimiento de la ciencia se posicionó por encima de los países más ricos en la lucha contra el nuevo coronavirus.
Está claro que el epicentro de la pandemia hace algunos meses se trasladó a América Latina. Mientras Europa comienza a sufrir algunos rebrotes, el otro lado del mundo continúa sufriendo algunas de las peores tasas de COVID-19, con más de siete millones 600 mil infecciones registradas. “Pero en el Cono Sur de la región existe un caso atípico entre Brasil -con más de 4,5 millones de casos confirmados- y la Argentina -con más de 600 mil-”, destacó la publicación.
¿Acaso Uruguay tiene fronteras anti SARS-CoV-2? ¿Acaso su población relativamente pequeña -de 3,5 millones de habitantes- facilitó el control de la transmisión del COVID-19? Sin embargo, Panamá, con cuatro millones de habitantes, contabiliza más de 100 mil casos y más de dos mil muertes, versus los 1900 infectados y 47 muertos del país rioplatense.
“Las claves del éxito que tuvo Uruguay en la lucha contra el SARS-Cov-2 creo que pueden resumirse en dos conceptos: solidez de conocimientos y humildad en la colaboración. Y la combinación de estos dos factores lleva a una tradición de colaboración entre individuos e instituciones. Es decir, creer que todos juntos siempre vamos a lograr más que trabajando en forma aislada”. El médico neurólogo Conrado Estol (MN 65.005) se volvió casi una voz de consulta obligada en tiempos de coronavirus. Con formación médica en los EEUU, la pandemia lo estimuló a aglomerar datos, analizar papers del mundo, desglosar curvas e indicadores y consultado sobre este tema por Infobae destacó que “para lograr este tipo de colaboración, cada individuo debe tener una actitud abierta a otras opiniones y debe ser humilde sobre la capacidad individual. Así es como lograron desarrollar una red de laboratorios públicos y privados que podían hacer PCR para diagnóstico de COVID-19, que proporcionalmente correspondería a contar con aproximadamente 300 laboratorios en la Argentina”.
En ese sentido, Estol destacó que “investigadores de la Universidad de la República y del Instituto Pasteur de Montevideo firmaron un acuerdo con el Gobierno por el cual una significativa parte de la comunidad biomédica en centros académicos se abocaron al desarrollo de un test de PCR propio y otras medidas para el control de la pandemia”. “En ningún momento la política o la ideología interfirieron con el desarrollo de la actividad del grupo que lideró las estrategias para controlar la pandemia -insistió-. Y aplicaron meritocracia para la selección de quiénes podían ser las personas indicadas para controlar un problema de tan alta complejidad. Esto implica que no necesariamente el mejor para enfrentar este desafío sea un médico infectólogo o aquellos que han alcanzado ciertas posiciones en las sociedades médicas. En países emergentes, la medición de la capacidad de un individuo no siempre depende de criterios que sí operan en otros medios”.
Para él, “sería un error pensar que pudieron controlar la pandemia por una mayor capacidad tecnológica u otra ventaja similar”. Los EEUU, por poner un ejemplo, “tienen probablemente la mayor capacidad tecnológica y científica en el mundo, pero fallaron brutalmente en el control de la pandemia. Y a lo lejos fue fácil ver que la razón es política”, opinó el especialista.
Para el médico epidemiólogo Ramiro Salazar (MN 11.700) “el éxito radica en que tuvieron un abordaje integral y multidisciplinario, donde se consideró el bienestar integral de la población y todos los elementos que lo componen sin dejar de prestar atención exclusiva a la pandemia pero en medida coherente. Sin alarmismo y con acciones pertinentes”.
“La confianza del pueblo para con su nuevo presidente, a la vez que la transparencia de (Luis) Lacalle Pou en la comunicación y toma de medidas creo que fueron muy destacadas”, agregó el especialista integrante del grupo de Epidemiólogos Argentinos Metadisciplinarios.
En la misma línea, el médico epidemiólogo Mario Borini (MN 4.398.636) señaló que “Uruguay estableció un aislamiento domiciliario por recomendación para mayores de edad y otra población vulnerable, sin cuarentena coercitiva con sanciones penales y al mando de fuerzas de seguridad, acompañado de una recomendación general de evitar las salidas a la calle”. “Hubo una actitud de respeto por su población a través, por ejemplo, de depositar la confianza en la responsabilidad individual y colectiva contra la epidemia, y en dictar la ‘Operación Todos en Casa’ para repatriar a los uruguayos varados en el exterior en medio de la pandemia -resaltó-. Con la mayor circulación de la población, Uruguay reconoció el valor de la inmunidad natural sin infundir pánico por el contagio y sólo durante poco más de un mes a partir del 13 de marzo, ‘bajó la cortina para evitar los contagios masivos’, tal como lo dijo el propio presidente de ese país”.
Rapidez de acción
A menos de dos semanas de su nuevo cargo como presidente de Uruguay, Lacalle Pou actuó con prontitud cuando se confirmó el primer caso de COVID-19 en la capital de Montevideo, el 13 de marzo. El primer mandatario anunció que todos los eventos públicos y posibles centros de aglomeración, como bares, iglesias y centros comerciales, serían cerrados. También se cerraron escuelas, junto con la frontera porosa de mil kilómetros del país con Brasil, el epicentro de la pandemia en la región. A diferencia de la mayoría de los presidentes latinoamericanos, Lacalle Pou pidió en lugar de ordenar a la gente que se quedara en casa para proteger a la población, la más anciana de América Latina.
“La rápida acción del gobierno frenó la propagación del virus y le dio al país un tiempo vital para preparar sus hospitales y su sistema de pruebas”, destacó el BMJ. “Al actuar muy rápido pudimos identificar y detener por completo la cadena de transmisión de la enfermedad en cada brote”, aseguró Rafael Radi, bioquímico de la Universidad de la República de Montevideo que dirige el grupo asesor del gobierno.
Es que los epidemiólogos rastrearon el primer brote hasta una boda, donde se hicieron pruebas a todos los asistentes y se aislaron las sospechas de infecciones en 24 horas. El mismo enfoque se empleó en los tres brotes posteriores: un hospital de atención de salud mental, un hogar de ancianos y la ciudad de Rivera, en la frontera con Brasil. El resultado fue que la mayoría de las cadenas de transmisión locales se controlaron en la segunda o tercera ración de contactos, antes de que se acelerara su propagación.
“La alineación de los tomadores de decisiones, los científicos y las autoridades sanitarias nacionales fue perfecta y claramente en el momento oportuno”, reconoció Gonzalo Moratorio, virólogo que dirige la unidad de pruebas COVID-19 de Uruguay.
Consultado sobre cuáles son las principales diferencias con lo hecho en la Argentina, Borini, que también integra el grupo de Epidemiólogos Argentinos Metadisciplinarios, señaló que "en Uruguay, el ejecutivo ordenó una cesión obligatoria del 20% de sueldo de todos los funcionarios para lo que dieron en llamar el ‘Fondo Coronavirus’. Además, hizo referencia al hecho de que “en Uruguay, sus más de 100 villas tienen dotación de agua potable y desagüe cloacal y el Sistema Nacional Integrado de Salud del Uruguay alcanzó indicadores superiores a los de Argentina en expectativa de vida, mortalidad infantil y materna. Su costo y calidad fueron reconocidos por el reporte anual Global Retirement Index 2014, que ubicó a Uruguay y Malasia, en ese orden, como los países que ofrecen la mejor y más accesible atención sanitaria en el mundo”.
En datos duros respecto a la pandemia, marcó que la Argentina tiene 317 muertes por millón de habitantes, mientras Uruguay tiene 14. Según datos del sitio Worldometer, los tests en la Argentina alcanzaron a 40.090 por millón de habitantes, superada por Uruguay con 63.659, al momento de cerrar esta nota.
“Uruguay suspendió de entrada las clases, pero las reinició en mayo en áreas rurales y en junio para todo el país”, apuntó Borini. Y tras resaltar que el país "reabrió la actividad de la administración pública en mayo y aprovechó su bajo riesgo país para obtener créditos de bancos regionales de desarrollo por US$1.400 millones con bajo costo para financiar medidas contra el COVID-19”, destacó que “Argentina eligió la salud como una opción frente a la economía, mientras Uruguay mantuvo los motores de la economía y ya en abril comenzó la reapertura para la construcción, sin dejar de establecer protocolos de seguridad para la salud de los trabajadores”.
A su tiempo, Estol destacó “además de laboratorios, en Uruguay convocaron a centros médicos, hospitales públicos, e instituciones académicas para desarrollar su propio test de PCR ya que tempranamente fue obvio que no podrían competir con países más ricos por los reactivos, hisopos, pipetas y otros materiales necesarios para testear a su población”. "Llegaron a hacer 1.500 testeos por día (que corresponderían a unos 20 mil por día en la Argentina, a nosotros nos llevó seis meses llegar a esa cifra) -resaltó-. Se debe destacar que como Uruguay controló la pandemia poco después de detectar el primer caso en marzo, nunca necesitaron aumentar la cantidad de testeos a mayor escala ya que con la cantidad citada tenían un porcentaje de positividad de tests del 1% lo que confirma control en la diseminación del virus (se sugiere que ese porcentaje debe ser menor a 5% y en nuestro país se mantuvo entre 30 y 50% en la mayoría de las regiones afectadas). Aunque no fue necesario, en Uruguay tenían capacidad para hacer hasta tres mil testeos por día, lo que correspondería a unos 40.000 por día en la Argentina).
“Logísticamente fue clave que en Uruguay descentralizaron la realización de tests -aun considerando que las distancias entre puntos remotos del país son mucho menores que en la Argentina- para disminuir el tiempo entre la obtención de la muestra y la entrega del resultado. Para lograr el control de la pandemia, se debe aislar dentro de las primeras 24 a 48 horas a la persona infectada y sus contactos por lo que mientras menor la demora del diagnóstico, más rápido se cortará la circulación del virus”, subrayó el neurólogo, para quien “otra herramienta que les permitió evitar la propagación viral fue detectar los brotes usando el mecanismo de diagnóstico, búsqueda de contactos y aislamiento en el tiempo y escala apropiados, pudieron controlarlos fácilmente”.
Asimismo, al lograr tener un bajo índice de contagios aplicaron la técnica de “pooling” en el testeo para maximizar la eficiencia, a través de la que se estudian hasta 16 muestras con un solo estudio de PCR. “Lo hicieron inicialmente en jugadores de fútbol para luego extenderlo a maestras, obreros de la construcción y otros grupos en que es necesario confirmar la ausencia de infectados -explicó Estol-. Si el resultado es negativo, se puede excluir como contagiados a todas esas personas. Si fuese positivo, se tiene que hacer el estudio individual de los 16 individuos para definir cuál es el positivo. Esto se mejoró aplicando un modelo (también puesto en práctica exitosamente en Israel) en que usando una matriz con el pooling se puede aumentar aún más la efectividad de esta técnica sin que sea necesario testear por separado a cada individuo cuando la PCR del grupo es positiva”.
“Con esta metodología lograron hacer 230 testeos por persona contagiada contra sólo dos que se hicieron en la Argentina”, resaltó.
Para Salazar, “fue clave que el presidente aclaró que jamás iría en contra de los derechos y la libertad de los uruguayos; y lo destacable es que los uruguayos confiaron en su presidente y en las medidas que él claramente anunciaba”.
El comité de expertos
La primera característica distintiva del comité es -para Estol- que fue creado con un criterio interdisciplinario. “Está liderado por el doctor Rafael Radi a quien conocí ya que coincidimos en una conferencia sobre ciencia básica organizada por el doctor Eduardo de Robertis en la Academia Pontificia de la Ciencia en el Vaticano -dijo-. No lo conocía de antes, pero esos pocos días me bastaron para reconocer las características indispensables de un gran científico: solidez de conocimientos, pensamiento crítico, honesto y con una gran capacidad para escuchar a otros”.
Radi es bioquímico y trabaja en el comité con un médico a cargo del área Salud, el gastroenterólogo Henry Cohen, que en 2019 recibió el mayor reconocimiento que otorga la asociación Mundial de Gastroenterología y un ingeniero, Fernando Paganini, vice-decano de la Universidad de Ingeniería responsable del análisis de datos. Con el liderazgo del doctor Radi, ellos tres coordinaron a un grupo de 55 científicos con expertise en diferentes áreas. “Ellos entendieron que un comité de liderazgo compuesto por demasiada gente o por profesionales que todos tuvieran la misma especialidad, improbablemente podría lograr resultados exitosos. Hay varios países que en estos comités tuvieron más especialistas en matemática, estadística, actuarios y economistas que médicos”, sostuvo.
Borini señaló que “mientras en la Argentina se constituyó un Comité de Expertos compuesto por nueve connacionales que son miembros del área de salud, limitados a la infectología (7), a la geriatría (1) o a la administración institucional (1), con ausencia de epidemiólogos y de otros especialistas en ciencias de la sociedad y del ambiente, en Uruguay, tres profesionales uruguayos elegidos por su resonancia internacional en el mundo científico, eligieron y coordinan a alrededor de 60 profesionales del país en la amplitud de problemas de todas las ciencias que plantea la epidemia en el país”.
El factor “densidad poblacional”
Aunque al comienzo se creyó que la densidad poblacional favorecía un crecimiento más rápido de la pandemia, la evidencia ha mostrado algo diferente. “Como claro ejemplo, Taipei, Seúl y Hong Kong que son tres ciudades de muy alta densidad poblacional, lograron controlar la pandemia rápidamente y con baja cantidad de muertes -ejemplificó Estol-. Varios estudios mostraron que son las características relacionadas con el acceso a los sistemas de salud, la existencia de zonas superpobladas, el estatus socio-económico, y el grado de interacción con otras áreas vecinas, las variables que predicen la diseminación del virus con más peso que simplemente la densidad poblacional”.
Así, en un análisis de más de 900 ciudades en los EEUU, la extensión geográfica de un área metropolitana fue predictiva de una mayor diseminación viral mientras que una mayor densidad poblacional (ajustando los resultados por el tamaño del área estudiada) se asoció con menor cantidad de infecciones y menos mortalidad. “Por otro lado, existen muchos ejemplos (los más destacados son el efecto devastador que ha tenido la pandemia en zonas rurales de muy baja densidad poblacional habitada por indios norteamericanos -Navajos y Apaches entre otros- en zonas desérticas) sobre un muy alto índice de contagio y mortalidad en zonas de baja densidad poblacional (pero sin acceso a sistema de salud y un bajo nivel económico y de educación)”, agregó el experto.
“Aun sin conocer estos datos de otros países, la densidad poblacional en la Capital Federal es de 14 mil personas por km2 y en Montevideo es de 6.500 personas por km2. La densidad de la provincia de Buenos Aires es de 50 personas por km2 -en tanto la del conurbano es 5000/km2- y la de Uruguay en general es de 20 personas por km2. Estas diferencias no son tan grandes como para justificar las diferencias en resultados especialmente si consideramos que la densidad poblacional promedio en la Argentina es de 14 habitantes por km2”, consideró.
En igual sentido opinó Borini, para quien “no parece sustantiva esa diferencia en general para ciudades como Buenos Aires y Montevideo, aunque esa variable puede adquirir alguna importancia cuando se trate de núcleos urbanos con hacinamiento, cosa más frecuente en la CABA que en la capital del vecino país”.
- ¿Por qué cree que el país no es consultado por otros de Latinoamérica donde la pandemia está lejos de ser controlada, como la Argentina, Chile o Brasil?
- Borini: Hay un prejuicio de minusvalía por ser Uruguay un país más chico en geografía y población.
En el caso argentino, que debería sentirse más convocado a una consulta dada la cercanía y hermandad histórica de ambos países, la falta de consulta puede atribuirse al carácter neoliberal declarado del partido gobernante uruguayo, lejos ideológicamente del gobierno local.
Las declaraciones del presidente uruguayo y de su vicepresidenta, en el sentido de que nunca obligarían a una cuarentena por considerarla un signo de “estado policíaco”, pueden haber influido en la humillación que generaron en las autoridades argentinas, que se consideran campeonas de los derechos humanos.
- Estol: Creo que naturalmente el ser humano puede sentir una condición de inferioridad al consultar ya que esto implica no saber o no poder hacer algo. Hay estudios de neurociencia que muestran que en situaciones en que resulta necesario, los hombres tienden a pedir menos instrucciones que las mujeres. Quizá se perciba como un signo de debilidad.
Sé por experiencia durante mi formación en los EEUU que allá, quizá por una fuerte seguridad sobre la capacidad individual, es frecuente escuchar a líderes de opinión responder “no sé”. Quizás es lo más importante que aprendí de ellos.
No hay duda de que sería una decisión muy acertada, que creo mejoraría -lejos de empeorar- nuestra imagen, pedir consejo al Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) del Uruguay para que luego de evaluar la situación en la Argentina hiciera una propuesta para el control de la pandemia. Esto se podría lograr enviando un reducido comité de expertos al Uruguay que se dedicara tiempo completo a la implementación de la propuesta que surgiera. Como alternativa, se podría invitar a algunos de los miembros de GACH para que visitaran nuestro país con el objetivo de hacer el análisis de situación.
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