El brote de COVID-19 fue repentino e inesperado en la mayoría de los países. La evolución de la nueva enfermedad sigue siendo impredecible, y esta condición se ve agravada por la heterogeneidad de los sistemas de salud en todo el mundo y las dificultades para obtener cifras precisas de infección e inmunidad. En vista de la magnitud de la pandemia, la mayoría de los países adoptaron el bloqueo como estrategia de contención.
La COVID-19 ha resultado en un aumento de los factores de riesgo conocidos de problemas de salud mental. Junto con la imprevisibilidad y la incertidumbre, el encierro y el distanciamiento físico pueden provocar aislamiento social, pérdida de ingresos, soledad, inactividad, acceso limitado a servicios básicos, mayor acceso a alimentos, alcohol y juegos de azar en línea, y menor apoyo familiar y social, especialmente en personas mayores y vulnerables. Se han pronunciado las disparidades raciales y étnicas en la incidencia de COVID-19 (y la mortalidad asociada). La desaceleración de la economía causada por COVID-19 conducirá al desempleo, la inseguridad financiera y la pobreza, lo que obstaculizará el acceso a los servicios de salud, lo que tendrá efectos nocivos sobre la salud física y mental y la calidad de vida.
Las variables económicas pueden inducir problemas de salud mental en personas previamente sanas y afectar negativamente a aquellas con trastornos mentales preexistentes. “El colapso económico que probablemente ocurra después de la pandemia podría exacerbar las disparidades en la atención médica y probablemente afectará de manera desproporcionada a los pacientes socialmente desfavorecidos, incluidos los de minorías étnicas, que tienen peor acceso a la atención médica y reciben una atención de peor calidad”, sentencia en el documento presentado recientemente por el equipo liderado por la especialista Carmen Moreno, del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid.
Tarde o temprano, los sistemas de salud se enfrentarán a una demanda generalizada para abordar estas necesidades de salud mental relacionadas con COVID-19. Las organizaciones internacionales, incluida la OMS, abogan por la integración de la salud mental y el apoyo psicosocial en la respuesta al COVID-19, y un informe de política de la ONU sugiere que las inversiones ahora reducirán los efectos en la salud mental más adelante. Sin embargo, el colapso económico relacionado con la pandemia podría impedir una respuesta adecuada de salud mental.
En vista de la falta de una vacuna, la incertidumbre sobre las nuevas olas epidémicas y la probabilidad de impactos a largo plazo en la salud mental, los especialistas insisten que se requieren tanto adaptaciones a corto plazo como respuestas sostenidas.
Consecuencias mentales potenciales
La mayoría de las encuestas muestran un aumento de los síntomas de depresión, ansiedad y estrés relacionados con COVID-19, como resultado de factores estresantes psicosociales como la interrupción de la vida, el miedo a la enfermedad o el miedo a los efectos económicos negativos. Ansiedad fóbica, pánico y ver televisión en exceso (que se ha asociado con alteraciones del estado de ánimo, alteraciones del sueño, fatigabilidad y deterioro de la autorregulación), y la exposición a las redes sociales se ha asociado con un aumento de las probabilidades de ansiedad.
“La cuarentena también puede contribuir al estrés, la ira y un aumento de los comportamientos de riesgo, como los juegos de azar en línea”, sentenciaron los especialistas en su informe. Los jóvenes pueden correr un riesgo especial. En pandemias anteriores, los niños en cuarentena tenían más probabilidades de desarrollar un trastorno de estrés agudo, trastornos de adaptación y dolor que aquellos que no habían sido puestos en cuarentena.
Se ha informado de un aumento en los jóvenes que hacen llamadas a las líneas de ayuda con síntomas de ansiedad. También se han registrado mayores ventas de alcohol y consumo de alcohol en el hogar, lo que potencialmente podría incrementar los trastornos por consumo de alcohol y la violencia doméstica (tanto en jóvenes como en adultos). “Aunque los datos publicados son pocos, las personas -indican-, incluidos los niños, podrían correr un mayor riesgo de abuso físico y sexual en el hogar durante la pandemia. La pandemia también podría exacerbar las condiciones de salud mental y limitar aún más el escaso acceso a los servicios de salud mental en las personas que viven en situaciones humanitarias y de conflicto”. Para ellos, algunos beneficios positivos también pueden derivarse de la reducción de la presión social y la exposición a factores estresantes psicosociales crónicos.
Los trastornos depresivos podrían aumentar hasta un 20% en los próximos meses y años a causa de la pandemia actual de COVID-19 y de las crisis social y económica que se prevén, según explicó el doctor Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP). “Hay que distinguir claramente entre un trastorno mental estricto, como la depresión, y síntomas menores como estar nervioso, tener insomnio, perder el apetito o estar muy preocupado”, sugirió Pedro Sánchez, psiquiatra de la Red Salud Mental de Álava.
Según la palabra del doctor Agustín Ibáñez, Director del Centro de Neurociencia Cognitiva (Universidad de San Andrés), investigador del CONICET y Senior Atlantic Fellow del Global Brain Health Institute (GBHI, UCSF, USA): “Esta situación ha impactado desproporcionadamente en los países con economías frágiles, como es el caso de la mayoría de los estados latinoamericanos, y, en particular, en las personas más susceptibles como, por ejemplo, en los pacientes con demencia”.
Oportunidad para recalcular
La pandemia podría brindar una oportunidad para mejorar la escala y la rentabilidad de diferentes intervenciones de salud mental. “Para esta oportunidad es fundamental la voluntad de repensar los enfoques convencionales para la planificación de sistemas y una mayor inclusión de los usuarios de los servicios, los cuidadores y los representantes de las poblaciones que experimentan disparidades en la salud (que se han visto desproporcionadamente afectadas por la pandemia)”, aseguraron los profesionales.
Después del brote de síndrome respiratorio agudo severo en Canadá y Hong Kong en 2002–04, la mayoría de las consecuencias psicológicas adversas del distanciamiento físico y la cuarentena se resolvieron sin la necesidad de atención de salud mental especializada. Los problemas pueden persistir en algunas personas que se ven particularmente afectadas por estrategias prolongadas de contención de infecciones y estrés psicológico relacionado con la recesión. Ellas necesitarán apoyo psicológico profesional y es probable que se vean afectadas por los mensajes públicos que enfatizan la utilidad de la cuarentena voluntaria y el altruismo del autoaislamiento.
“La respuesta de salud pública al COVID-19 no solo debe proporcionar información clara, concisa y precisa sobre las tasas de cuarentena e infección para reducir la incertidumbre, sino que también debe tener como objetivo aumentar los conocimientos sobre salud mental”, enumeró Moreno. La educación, el autocuidado y el apoyo familiar deben formar parte de las estrategias de prevención de la salud mental, que deben involucrar la colaboración de múltiples agencias entre los servicios de vivienda, educación y empleo, con el apoyo de los sectores de voluntariado y salud mental. Se deben movilizar redes de apoyo social y trabajar con las comunidades locales para ayudar a abordar los factores estresantes identificados y alentar a los necesitados a buscar ayuda en los servicios de salud mental.
Se han utilizado diferentes estrategias de extensión comunitaria. En los Estados Unidos por ejemplo, los proveedores y programas de salud mental han organizado la entrega de alimentos para los miembros vulnerables de la comunidad y han trabajado con los líderes comunitarios para garantizar la inclusión de preocupaciones de salud mental y física en los programas. Las organizaciones de servicios del sector voluntario dirigidas por usuarios y cuidadores en muchos países han organizado fondos de emergencia para personas con dificultades, reuniones virtuales de apoyo mutuo, conversaciones comunitarias y recursos en línea. Algunos países han complementado los sistemas de apoyo comunitario mediante la reasignación de personal y los voluntarios han aumentado la cantidad de personal.
“Las adaptaciones de la atención de la salud mental por razones de control de infecciones podrían haber sido perjudiciales para las personas cuyo tratamiento se ha reducido o que han sido confinadas solas en hospitales con programas terapéuticos muy reducidos”, alertaron en la publicación. Los servicios han promovido cambios para facilitar el acceso, incluido el uso generalizado de telesalud y reuniones virtuales para la administración de medicamentos, enfermería, administración de casos, intervenciones vocacionales y apoyo entre pares.
Quedan muchas preguntas sobre cómo mitigar los efectos en la salud mental de la pandemia. Los profesionales aportan una serie de estrategias posibles. El monitoreo comunitario de salud mental podrían implementarse en grupos seleccionados, o la salud digital y el fenotipado digital podrían usarse para cambiar de enfoques individuales a cribados en toda la población. Una vez que se hayan aclarado las necesidades locales, los grupos de partes interesadas (incluidos los usuarios del servicio y las familias) podrían actualizar los servicios disponibles, desarrollar otros nuevos, identificar y organizar la capacitación de proveedores potenciales, buscar financiamiento adicional para expandir los servicios y establecer protocolos de evaluación para todas las intervenciones novedosas. Revisar o finalizar periódicamente las intervenciones en función de su eficacia. Los profesionales de la salud mental con experiencia en ciencias sociales y servicios comunitarios también deben asesorar a los reguladores para que desarrollen, implementen y evalúen estrategias para hacer frente a la pandemia y sus secuelas.
Para las personas que experimentan angustia aguda que están en riesgo de desarrollar afecciones a largo plazo y aquellas que no confían o no se involucran con los servicios de salud mental convencionales, la facilitación de un acceso diverso y flexible a la atención de salud mental es particularmente importante. Las organizaciones locales dirigidas por la comunidad, dirigidas por usuarios y dirigidas por familias y pequeñas iniciativas independientes de apoyo entre pares se han movilizado rápidamente para brindar ayuda y orientación inmediatas durante la pandemia. Estos servicios de apoyo comunitario han respondido de manera proactiva de manera diferente a los servicios clínicos convencionales, y podrían expandirse de manera rentable para respaldar un aumento esperado en la demanda de servicios. Sin embargo, es posible que no sean adecuados o suficientes para todos y, por lo tanto, deberían complementar, pero no reemplazar, la atención generalizada de la salud mental.
“Los sistemas de salud deben anticipar un aumento de las necesidades de salud mental no satisfechas en estos grupos vulnerables y promover adaptaciones que reduzcan las brechas en el acceso a la atención”, advirtieron.
Miradas posibles
“La pandemia ya ha afectado la salud mental y algunos de estos efectos pueden persistir” es la gran conclusión que aporta el equipo liderado por Moreno. El costo psicológico de la enfermedad ya es evidente tanto en la población general como en las personas con trastornos mentales (en particular, aquellas con enfermedades mentales graves y deterioro cognitivo) y trabajadores de primera línea. Los sistemas de salud mental han cambiado rápidamente durante la pandemia y es necesario coordinar una respuesta sostenida a los desafíos planteados por el virus. A pesar de la heterogeneidad en los sistemas políticos, sociales y de salud, los servicios de salud mental en todo el mundo han implementado respuestas agudas que se centran en el control de infecciones, la continuidad de la atención para los usuarios de los servicios de salud mental y la facilitación del acceso a la evaluación y atención de la salud mental para pacientes con problemas de nueva aparición. y pacientes de alto riesgo. Algunos enfoques nuevos que se han desarrollado parecen eficaces, pero aún pueden estar asociados con riesgos. La implementación de un sistema de monitoreo de salud física y mental relacionado con COVID-19 que incluya resultados relacionados con el uso de servicios de salud mental podría ayudar a dar forma a una atención de salud mental óptima para los tiempos venideros. Conservar los servicios existentes y promover nuevas prácticas que amplíen el acceso y proporcionen una prestación rentable de servicios de salud mental eficaces a las personas que ya padecen trastornos mentales o los han desarrollado durante la pandemia debe ser una prioridad. La prestación de servicios debe individualizarse: las prácticas efectivas que ya existen deben perfeccionarse y ampliarse, y deben reconocerse tanto la utilidad como las limitaciones del apoyo entre pares y la prestación de servicios de salud a distancia.
“Las implicaciones económicas de la pandemia de COVID-19 son graves”, insisten puntualmente. Para el equipo de investigadores es importante ser consciente de los riesgos de promover soluciones baratas para ampliar el acceso a la atención de salud mental. La atención de salud mental de baja calidad basada en la asequibilidad sin una evaluación de la calidad o el seguimiento de las necesidades y la eficiencia solo contribuirá a aumentar las desigualdades y empeorar la salud mental a nivel mundial. “Ahora más que nunca, necesitamos implementar una prestación de servicios que se dirija a las necesidades de salud y reduzca las disparidades, tanto a nivel mundial como dentro de cada país. A pesar de las diferencias sustanciales entre países en los sistemas de salud social y mental, creemos que este enfoque es factible con algunas adaptaciones específicas de la ubicación. Incluso podría convertir la pandemia de COVID-19 en una oportunidad para mejorar la atención de salud mental para todos”, concluyen.
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