“'Si rechazas la comida, ignoras la vestimenta, temes la religión y evitas a las personas, quizás sea mejor que te quedes en casa’. James Michener lo dijo y no puedo estar más de acuerdo. Viviendo mi primera experiencia en un hotel cápsula de Tokio”, así titulaba la primera de sus publicaciones de viaje la abogada y bloguera de viajes Giannina Cersósimo (31).
Cuando comenzó su odisea, la joven esteta compartió con sus seguidores una anécdota que la marcó y que hoy la toca de cerca. "Uno de los profesores de la facultad que con más cariño recuerdo y una de las personas con más mundo que conocí, nos contó en una clase que había viajado a China en medio de la epidemia de la Gripe A. Cuando relataba su experiencia, no podía dejar de pensar en la locura que eso hubiera sido. Casi 10 años después, acá estoy yo, en Asia y en uno de los ocho países del globo que no pueden volver a la vida cotidiana sin evitar la cuarentena”.
Partieron de Argentina el 3 de marzo rumbo a Tokio, la llegada fue buena. Si bien ese país contaba con casos de coronavirus, estaban muy controlados. La mayoría de las atracciones estaban abiertas y no presuponía un mayor riesgo ir de un lugar a otro, sino que había que tomar los cuidados necesarios; no tocar mucho las superficies, usar alcohol en gel y -solo si querían- usar barbijo, aunque no todos los japoneses lo usaban.
Originariamente, el itinerario del viaje casi tan perfecto como su cuenta de Instagram, comprendía la ciudad de Tokio, luego Seúl y posteriormente Filipinas. Estando en la ajetreada capital del país nipón, su vuelo a Seúl se canceló debido a que la cantidad de casos empezaba a ascender muy rápidamente. “Decidimos quedarnos en un principio dos días más en Tokio y partir a Filipinas antes de lo planeado”, contó la joven en diálogo con este medio.
La llegada a Tokio fue sencilla en términos de papeles. Tuvieron una escala en la ciudad de Nueva York, donde empezaron a vislumbrar los primeros barbijos. Continuando hacia la capital nipona, lugar en el que tan sólo les preguntaron si habían estado en China o en Irán.
Los días en Tokio transcurrían con normalidad, algunos usaban barbijos y otros no. El lavado frecuente de manos y la posterior colocación de alcohol se convirtieron en sus rituales más practicados. En las calles veían muy pocos turistas, sobre todo tomando en cuenta que estaban llegando a Sakura, la temporada más alta del turismo japonés.
Luego del cambio de planes y al arribar a Filipinas, no tuvieron muchos problemas. Su primer día de la estadía en la isla de Corón, la tercera más grande del Grupo de las Islas Calamian en el norte de la provincia de Palawan, transcurría normalmente. Dormir se les hizo difícil. A las tres horas de haber conciliado el sueño Gianni abrió los ojos un poco desorientada e instintivamente se fijó en el celular qué hora era. La ulterior conexión a wifi fue inevitable. “Argentina no deja ingresar ningún vuelo proveniente de zonas consideradas riesgosas”, fue lo primero que leyó en un mensaje que le habían enviado por WhatsApp.
Con muchísima incertidumbre y nervios, se comunicó con el consulado argentino en Tokio (ciudad desde donde tenían el regreso a Buenos Aires). Allí les dijeron que los mantendrían informados sobre cómo proceder.
La mañana en Corón era inmejorable. Luego de desayunar alquilaron un scooter y pasearon unas horas en Kabu Beach, la playa más cercana. “Después de tanta tensión vivida las horas previas, parecíamos obtener nuestra recompensa en el paraíso. Más allá de todo estábamos juntos, y la vuelta a Argentina desde Japón se solucionaría, tal como nos habían explicado", recordó.
Estaban ingresando al hotel cuando se dieron cuenta de que algo extraño pasaba. En la puerta los esperaban los dueños del lugar para decirles que se tenían que ir. “Filipinas no va a permitir la entrada ni salida de vuelos desde el 15 de marzo”, dijo Rick. Estaban contra reloj.
Con máxima velocidad ingresó a las plataformas de viajes para buscar vuelos, pero ya era demasiado tarde: ningún vuelo para salir del país estaba disponible para antes del 15. La situación se extendía a buses y ferries. “Íbamos a estar varados en Filipinas por 30 días. Por momentos me parecía que estábamos viviendo una película de ciencia ficción, por otros una situación de la que seguramente algo aprenderíamos. Ningún vuelo nos sacaba de esa isla, por lo tanto decidimos comprar un pasaje de ferry que nos trasladaría hacia El Nido, un municipio filipino de la isla de Palawan, mucho más preparado para el turismo. No como Corón, un municipio rudimentario, precario y que no tenía infraestructura", aseguró.
Analizaron el peor panorama. Pensaron que si iban a estar varados por un mes -como decía el presidente- por lo menos iban a estar en un lugar más preparado. Se tomaron el ferry hacia El Nido donde la situación parecía estar controlada. “En ese momento -continuó- solo nos importaba poder salir de ahí. Teníamos un retorno a Japón desde Filipinas el 24 de marzo. Desesperados, comenzamos a buscar alternativas. Eran muchos los extranjeros varados. Preguntábamos y buscábamos vuelos en Internet y nada”.
Con el virus que golpeaba al mundo, las islas y ciudades en Filipinas se vaciaban, y los viajeros que quedaban intentaban retornar a sus lugares de origen. Los restaurantes y hoteles estaban desérticos y aun así, los trabajadores -que sabían que no iban a prestar servicios ni cobrar dinero por quién sabe cuánto- los asistían con una sonrisa y palabras de aliento al enterarse de su situación.
El 16 por la mañana, el dueño del hospedaje donde estaban alojados en El Nido se ofreció a llevarlos al aeropuerto del lugar, una terminal pequeña en medio de la playa. “Cuando llegamos al lugar, a las oficinas que estaban ubicadas a unos metros del aeropuerto, la situación era tremenda. Era un galpón repleto de gente agotada por el calor y esperando a ser atendida. Por altavoz nos dijeron que los que quisiéramos podíamos ir al aeropuerto que quedaba a 10 minutos a pie a ver si desde ahí era más fácil conseguir un pasaje”.
“Gracias a Dios -recuerda- fuimos con las valijas, decididos a irnos de un país que estaba cerrando sus puertas”. Afortunadamente consiguieron un vuelo. Aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Clark, que constituye una puerta de entrada internacional a Filipinas dentro de la Zona del Puerto libre de Clark, ubicada a 70 km náuticos al noroeste de la capital, Manila. “Las islas se iban cerrando de a poco, llegamos Clark y rogando, casi en llanto, le solicité a la aerolínea que me cambié el pasaje a Japón para ese mismo día y lo conseguí. Nos tomamos un bus a la capital, y en una Manila en estado de sitio y con toque de queda salimos para Japón”.
"Nos fuimos con una sensación de angustia tremenda pero también de alegría. El cónsul nos ayudó mediante una conversación fluida de Whatsapp pero nos decía: ‘No puedo hacer más que darles información. Argentina no brinda ayuda para las embajadas y consulados y menos para uno de Filipinas’. No recibimos otra cosa que no fuera: “Muévanse lo más rápido que puedan”, recordó con desazón.
Llegar a la capital nipona fue un aliciente más para seguir con la interminable búsqueda de la vuelta a casa. “Arribar a un lugar ya conocido, seguro y donde todo funciona a la perfección se sintió una pequeña victoria y una primera prueba superada”, aseguró. Cuando llegaron a Tokio se acercaron a las oficinas de la aerolínea japonesa que compartía código con American Airlines, porque en ese momento no había nadie de su aerolínea en el aeropuerto. Solicitaron que se les dé una ruta alternativa a casa por otro país que no fuera Estados Unidos. “Nos queríamos asegurar de tener una ruta alternativa porque sabíamos que en los vuelos de Aerolíneas Argentinas no íbamos a poder volver. Primero porque primero iban a ser repatriados los que compraron con Aerolíneas, después las poblaciones de riesgo, luego los que tenían vuelos las aerolíneas con alianza y últimos nosotros”.
Lo que les dijeron fue que su vuelo todavía no estaba cancelado. Pero ellos saben la realidad: se les acaban las alternativas y su país les cierra las puertas. Las posibilidades de vuelta a casa se acotan minuto a minuto pero se incrementan las noticias desalentadoras, cancelaciones de vuelos, cierres de prácticamente todas las rutas y fronteras de países que rodean al suyo y escasos y saturados vuelos para repatriar ciudadanos varados en el globo. “Nuestra realidad se convirtió en ésta, donde el mundo parecería volverse cada vez más chico y las actividades y cosas que creíamos no tan esenciales, hoy son las más importantes”.
La pareja cuenta desde el país japonés que todo es caro y excede su presupuesto; los gastos de hospedaje, la comida, el moverse, e incluso tener que ir al aeropuerto para escuchar novedades. “Nadie pide que se nos regale nada, queremos información veraz, clara y precisa. Fuimos a la embajada de Argentina en Japón y nos abrió la puerta el cónsul pero nos atendió un abogado. Llenamos un formulario y la única ayuda que recibimos fue la posibilidad de hacer un llamado por teléfono. A ellos tampoco les dan medios ni cuentan con tanta información. Todo es minuto a minuto, las directrices no son claras y el tiempo corre. Vamos a tener que estar un mes acá o más, y tenemos familias y trabajos. Necesitamos una respuesta”, explicó preocupada.
“'Abraza la incertidumbre. Algunos de los mejores capítulos de nuestra vida no tendrán un título hasta mucho más tarde’. Internalizar esta máxima de Bob Goff nos puede resultar más difícil de lo imaginado. El confiar en que todo va a estar bien, aún cuando no tenemos un mínimo de injerencia o control en la situación”, escribió la bloguera en su cuenta de Instagram. Giannina siempre se consideró una persona muy libre, desestructurada y espontánea, a la cual cualquier plan viajero “le venía bien”. Con este viaje atípico, se dio cuenta de que soltarse y entregarse a lo desconocido le cuesta más de lo que pensaba. Porque cuando nada es seguro, todo es posible.
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