Aunque aún estamos ante un virus del que desconocemos muchas cosas, estos meses de pandemia y la exhaustiva investigación de los expertos nos han dejado algunas certezas. Una de ellas es que para detener el coronavirus es necesario cambiar radicalmente casi todo lo que hacemos: cómo trabajamos, cómo hacemos ejercicio, cómo socializamos, cómo compramos, cómo manejamos nuestra salud, cómo educamos a nuestros hijos y cómo cuidamos de los miembros de la familia.
Todos queremos que las cosas vuelvan a la normalidad rápidamente. Pero lo que la mayoría de nosotros probablemente todavía no nos hemos dado cuenta, pero pronto lo haremos, es que las cosas no volverán a la normalidad después de unas semanas, o incluso unos meses. Algunas cosas nunca lo harán.
Ahora está ampliamente aceptado que cada país necesita “aplanar la curva”: imponer distanciamiento social para frenar la propagación del virus de modo que el número de personas enfermas a la vez no provoque que el sistema de salud colapse, como amenaza hacerlo en Italia en este momento. Eso significa que la pandemia debe durar, en un nivel bajo, hasta que haya suficientes personas que hayan tenido COVID-19 para dejar la mayor parte inmune (suponiendo que la inmunidad dure por años, lo que no sabemos) o haya una vacuna.
¿Cuánto tiempo tomaría eso y cuán draconianas deben ser las restricciones sociales? Mientras alguien en el mundo tenga el virus, los brotes pueden y seguirán ocurriendo sin controles estrictos para contenerlos. A través de una exhaustiva investigación, investigadores del Imperial College de Londres propusieron una forma de hacerlo: imponer medidas de distanciamiento social más extremas cada vez que los ingresos a las unidades de cuidados intensivos (UCI) comienzan a aumentar, y relajarlos cada vez que caen los ingresos.
¿Qué cuenta como “distanciamiento social”? Para los investigadores la medida implica que “todos los integrantes de un hogar reduzcan el contacto fuera del él, la escuela o el lugar de trabajo en un 75%”. Eso no significa que puedan salir con amigos una vez por semana en lugar de cuatro. Significa que todos hacen todo lo posible para minimizar el contacto social y, en general, el número de contactos cae en un 75%.
“Todo es tan nuevo que nos obliga a reflexionar para conservar no solo nuestra salud biológica, sino nuestra salud mental, que en rigor es toda una. El distanciamiento social nos lleva a ser solidarios, porque el que se cuida cuida a los demás. Es decir, no tener una vida social como la habitual supone hacer un bien a uno y un bien a los demás. En este contexto no dar un beso, no dar un abrazo o no tener una charla presencial es una prueba de amor y cuidado”, aseveró en diálogo con este medio Elsa Wolfberg, psicoanalista y psiquiatra de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), y vicepresidente del Capítulo de Prevención Cuaternaria, Psiquiatría Preventiva y APS de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.
Sin embargo, para la especialista también es cierto que pasados muchos días, hay personas que se estresan, y que les falta relacionarse socialmente. "Están acostumbradas a resolver en acciones y no en reflexiones. Esta coyuntura obliga a extender el quantum de reflexiones y a achicar el de acciones, por lo menos fuera de casa”, continuó.
El comienzo de una forma de vida completamente diferente
Vivir en un estado de pandemia no solo provoca tensiones como las que los padres ejercen sobre la educación en el hogar de sus hijos, las personas que tratan de cuidar a los parientes de edad avanzada sin exponerlos al virus, las personas atrapadas en relaciones abusivas y cualquier persona sin un respaldo financiero para lidiar con los cambios en los ingresos.
A corto plazo, esto será muy perjudicial para las empresas que dependen de personas que se unen en grandes cantidades: restaurantes, cafeterías, bares, discotecas, gimnasios, hoteles, teatros, cines, galerías de arte, centros comerciales, ferias de artesanía, museos, músicos y otros artistas, sedes deportivas (y equipos deportivos), sedes de conferencias (y productores de conferencias), líneas de cruceros, aerolíneas, transporte público, escuelas privadas, guarderías, etc.
Habrá alguna adaptación, por supuesto: los gimnasios podrían comenzar a vender equipos para el hogar y clases en línea, por ejemplo. Veremos una explosión de nuevos servicios en lo que ya se ha denominado la “economía cerrada”. También se puede confiar en la forma en que pueden cambiar algunos hábitos: menos viajes que queman carbono, más cadenas de suministro locales, más caminatas y bicicletas.
Pero la interrupción de muchas empresas y medios de vida será imposible de manejar. Y el estilo de vida en lockdown simplemente no es sostenible por períodos tan largos.
“Impresiona que estamos frente a algo nuevo que aún no podemos dimensionar. Desde el psicoanálisis, resulta imposible pensar en un hombre aislado y sin lazos con otros, aún cuando los otros permanezcan en la virtualidad de un aparato electrónico, el ser humano necesita del soporte de otro y otros", indicó Agustina Fernández, psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
¿Cómo vamos a hacer los argentinos o las personas del mundo cuando volvamos de esta cuarentena y tengamos que retomar nuestra vida “normal”? “En términos generales este estado va alterar muchísimo la salud mental de las personas. Aquellos que se tornan mas irascibles ya están dando sus primeras muestras de irritabilidad”, expresó en diálogo con este medio la doctora Liliana V. Moneta, psiquiatra y psicoanalista infanto-juvenil, presidente honoraria del Capítulo de Psiquiatría Infanto Juvenil de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.
“Quizás -continuó- desde lo funcional observable este cambio va a producir alto impacto emocional de forma negativa que puede sucumbir a algún tipo de patología mental”.
Sin embargo, para la psicoanalista Fiorella Litvinoff, si bien la situación actual implica reducir la circulación por fuera del hogar, no impide la amorosidad con otros, que gracias a las nuevas tecnologías podemos seguir practicando.
“También hay que decir que el discurso individualista es anterior a la propagación del coronavirus porque este nuevo virus no hace más que resaltar y reflejar la sociedad en la que actualmente vivimos: una sociedad que tiende a disminuir el contacto corporal con los otros y en donde predomina el miedo y el alejamiento social”. advirtió la especialista.
Entonces, ¿cómo podemos vivir en este nuevo mundo? En el corto plazo, probablemente encontraremos compromisos incómodos que nos permitan mantener una apariencia de vida social. Tal vez los cines ocuparán la mitad de sus asientos, las reuniones se llevarán a cabo en salas más grandes con sillas separadas, y los gimnasios requerirán que reservemos un lugar con anticipación para que no se llenen de gente.
Sin embargo, en última instancia, deberíamos poder restaurar la capacidad de socializar de manera segura mediante el desarrollo de formas más sofisticadas para identificar quién es un riesgo de enfermedad y quién no.
“Si bien no sabemos cómo va a seguir todo esto, yo pensaría que esto no es un estado que va a continuar. Los seres humanos somos seres sociales que necesitan tocar y ser tocados. No va a dejarse asentada la distancia en las relaciones sociales ya que se trata de un estado que aceptamos porque tiene la connotación de ser una gran campaña de sostén de la salud”, concluyó Wolfberg.
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