Cómo hacer realidad la semana laboral de cuatro días

Trabajar menos horas aumenta la productividad, y es necesario para el bienestar humano y planetario. Por David Spencer

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Foto: Shutterstock
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“Deberíamos trabajar para vivir, no vivir para trabajar”, declaró John McDonnell en el discurso pronunciado ante la conferencia del Partido Laborista británico. Y acto seguido se embarcó en una enérgica defensa de la semana de trabajo de 4 días y 32 horas, objetivo que, según McDonnell, debía lograrse en un plazo de 10 años y, sobre todo, hacerse efectivo sin pérdida de salario.

La reducción de la semana de trabajo a 4 días sería una medida verdaderamente transformadora. Representaría una ruptura radical con la cultura de trabajo que impera en nuestra sociedad capitalista contemporánea.

Sin embargo, su radicalismo también plantea dificultades. ¿Aceptarán las empresas un recorte de la semana de trabajo? ¿Qué tipo de legislación se necesitará para lograr ese recorte? En última instancia, ¿podrá adaptarse el capitalismo para dar cabida a una semana de trabajo de 4 días, o será preciso que imaginemos –y construyamos– un futuro más allá del capitalismo?

El parlamentario laborista británico John McDonnell habla durante la conferencia anual del Partido Laborista en Brighton (Bretaña) el pasado 23 de septiembre (Foto: REUTERS/Peter Nicholls)
El parlamentario laborista británico John McDonnell habla durante la conferencia anual del Partido Laborista en Brighton (Bretaña) el pasado 23 de septiembre (Foto: REUTERS/Peter Nicholls)

Argumentos a favor de trabajar menos

Los argumentos a favor de trabajar menos son convincentes. Establecer una jornada laboral más corta nos dejaría tiempo para hacer y ser cosas fuera del trabajo. Nos permitiría tener una vida mejor.

Los datos muestran que una jornada de trabajo más larga está relacionada con diversas formas de enfermedad, tanto física como mental. A este respecto, la reducción de las horas de trabajo podría contribuir a mejorar la salud y el bienestar de los trabajadores.

Además de las ventajas de índole personal, si trabajáramos menos, podríamos mitigar los efectos del cambio climático. La espiral de “trabajar y gastar” tiene un costo ambiental que se podría resolver reduciendo el tiempo que dedicamos al trabajo.

Reducir el tiempo de trabajo también podría ser una medida rentable por sí sola, ya que da lugar a una mayor productividad. Los cuerpos y las mentes descansadas hacen que las horas resulten más productivas, y ofrecen la oportunidad de producir lo que necesitamos disponiendo de más tiempo libre.

Por último, también podríamos trabajar mejor. Si eliminamos horas de trabajo duro, podríamos liberar tiempo para disfrutar de un trabajo más gratificante. La reducción de las horas de trabajo se refiere no solo a mejorar la calidad del trabajo, sino también a aligerar su carga.

Persistencia del trabajo

Pero el sistema en el que vivimos sigue presionándonos para que trabajemos más. En algún momento del pasado, se supuso que el capitalismo, en su evolución natural, acabaría dando lugar a una jornada de trabajo más corta. Como es sabido, en 1930 el economista John Maynard Keynes imaginó que hacia 2030 se implantaría la semana de trabajo de 15 horas. Pensó que este logro se materializaría sin necesidad de llevar a cabo una reforma fundamental del capitalismo.

Sin embargo, la realidad es que las horas de trabajo en las economías capitalistas no se han reducido ni un ápice, e incluso han mostrado visos de aumento (en especial desde la crisis financiera mundial). Es cierto que existen importantes diferencias entre los distintos países en lo que respecta a las horas de trabajo. Por ejemplo, los trabajadores de Alemania disfrutan de una jornada laboral más corta que la de sus homólogos estadounidenses.

No obstante, ningún país tiene previsto, ni de lejos, implantar una semana de trabajo de 15 o incluso 30 horas en los próximos 10 años. De mantenerse las tendencias actuales, la mayoría de las economías capitalistas van camino de tener una semana de trabajo media que duplica con creces la predicción de Keynes.

Las razones de este estancamiento de las horas de trabajo son diversas. Por un lado, está la cuestión del poder. Los trabajadores no conseguirán una reducción de las horas de trabajo si no tienen el poder de negociación necesario para hacerla realidad. El debilitamiento de los sindicatos y el cambio hacia el modelo de gestión orientado a la “creación de valor para el accionista”, que mide el éxito de una empresa por el rendimiento que aporta a los accionistas, ha hecho que muchas personas trabajen más horas –o el mismo número de horas– por un salario más bajo.

Por otro lado, la fuerza continua del consumismo ha respaldado la ética del trabajo. La publicidad y la innovación de productos han creado una cultura en la que la jornada de trabajo larga se ha aceptado como algo normal, e incluso han coartado la libertad de los trabajadores de vivir bien.

"Trabaja más, paga más, obtén menos... ¡No, gracias!", dice un cartel en una manifestación en Londres
"Trabaja más, paga más, obtén menos... ¡No, gracias!", dice un cartel en una manifestación en Londres

Algunas propuestas

La dificultad para todo partido político que defienda el objetivo de reducir las horas de trabajo consistirá en superar los obstáculos mencionados. En concreto, el Partido Laborista ha rechazado un recorte de la jornada laboral que afecte a toda la economía. En cambio, favorece un enfoque sectorial, a través de un sistema renovado de negociación colectiva.

McDonnell ha propuesto que la jornada laboral (junto con las tasas y las condiciones salariales) pueda acordarse a nivel sectorial mediante la negociación entre los empleadores y los sindicatos. Cualquier acuerdo que se alcance sobre la reducción de la jornada de trabajo podría pasar a ser jurídicamente vinculante. Este planteamiento sigue, en cierto modo, el ejemplo de los convenios de negociación colectiva de Alemania, donde los empleadores y los sindicatos han alcanzado acuerdos para establecer semanas de trabajo más cortas.

A este respecto, el problema será reactivar la negociación colectiva en una época caracterizada por la baja afiliación sindical. Algunos sectores de servicios, como el comercio minorista y los sectores asistenciales, tienen una presencia sindical muy limitada, por lo que puede resultar difícil reducir el número de horas de trabajo a través de esta política.

McDonnell también propuso la creación de una “Comisión del Tiempo de Trabajo” con potestad para recomendar al Gobierno que aumentara, lo antes posible, los derechos de vacaciones previstos por la ley sin incrementar el desempleo. Esta medida es más prometedora, ya que pretende generar un nuevo debate —que ojalá desemboque en un nuevo consenso— sobre la conveniencia de acortar el tiempo de trabajo en el conjunto de la economía. Uno de los efectos de esta comisión podría ser la recomendación y puesta en práctica de una semana de trabajo de 4 días en todos los sectores.

En un nuevo informe elaborado por lord Skidelsky, por encargo de McDonnell, se describe una agenda de política amplia orientada a implantar una jornada de trabajo más corta. Si bien hay ámbitos que admiten discrepancia, el propio informe y la adhesión del Partido Laborista a esta política constituyen un importante paso adelante en el debate sobre la reducción de la jornada de trabajo. En general, parece que empieza a haber una mayor presión para conseguir una semana de trabajo de 4 días o incluso de 3 días.

Sin embargo, siguen existiendo enormes obstáculos para el cambio. Como se ha visto en la acogida que el anuncio del Partido Laborista ha tenido entre los grupos de los distintos sectores, habrá que convencer a las empresas de las ventajas que conlleva una semana de trabajo más corta.

Pero el escepticismo de las empresas no hace sino demostrar hasta qué punto tenemos que replantearnos la economía y, en general, la vida. Si continuamos trabajando tanto como hasta ahora, no solo seguiremos perjudicándonos a nosotros mismos, sino también a nuestro planeta. En definitiva, trabajar menos no es un lujo, sino un componente necesario de nuestro progreso como seres humanos.

David Spencer es profesor de Economía y Economía Política en la University of Leeds.

Publicado originalmente por The Conversation.

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