“Los que conocí por Tinder terminaron con un ‘dejar de escribirnos’, sin mayores explicaciones pero sin rencores, parte de lo que podía pasar. El peor fue uno que me hablaba 24/7, habíamos salido algunas veces y un día blanqueó romance en las redes (yo no sabía) y me dejó de hablar. No duró ni un mes con ella. Al tiempo yo le respondí una historia, volvimos a hablar 24/7, siempre con invitaciones que no terminaba de concretar: me decía que tenía mucho trabajo...”.
“...Después volvió a blanquear una novia, pero esta vez me bloqueó. Me sentí muy usada porque estaba todo el día hablando conmigo. Cuando al tiempo volvió a buscarme en redes, aprendí y no le respondí más (aparte yo estaba con alguien). Ni siquiera me gustaba tanto ni me sentía enamorada pero tenía un juego medio adictivo, que te hacía dependiente de él y después te largaba”.
La historia la comparte Diana (nombre ficticio para prevenir la identidad). Tiene 31 años de edad y dice que ha tenido otras historias que nacieron por las redes sociales y no terminaron tan mal. Pero en este caso la situación fue diferente.
Ella fue víctima de lo que se conoce como breadcrumbing, que se refiere al accionar de esas personas que no terminan de desaparecer por completo, pero tampoco concretan una cita o encuentro.
Es un término que surgió casi al mismo tiempo que ghosting, que hace referencia a la desaparición intempestiva de una persona, después de tener varias citas, sin dar explicaciones. La persona se esfuma por completo, se convierte en un “ghost” o fantasma, tal como se dice en castellano.
“Salí con un flaco y venía todo súper bien. Estuvimos juntos unos meses, pero era todo súper intenso: hacíamos salidas increíbles; fui a su cumpleaños en la casa de la hermana; me mandaba fotos de los hijos y de un día para otro no me contestó más. Desapareció. Yo le escribí unas cuantas veces más pero nunca más obtuve respuestas. Al día de hoy no sé qué ocurrió. Es horrible no saber qué pasa del otro lado y que desaparezcan de un momento a otro”, cuenta V, una joven de 35 años de edad que pide también reserva con su nombre porque no quiere quedar expuesta.
Las historia de Diana y V son una de las tantas anécdotas de amores y desamores virtuales que se pueden oír o leer a diario, en el entorno cotidiano o a través de descargos públicos en diferentes redes sociales ¿La virtualidad ha propiciado los vínculos más fugaces o simplemente se habla más de algo que también ocurría antes?
“Yo creo que por un lado deja en evidencia de una manera más rápida dinámicas que ya existían y que son del orden del cara a cara también. Obviamente que la virtualidad tiene sus particularidades porque está lo del ghosting, pero no es que antes no existiera sino que ahora se da una manera más visible; y en tanto hay más control a través de las redes sociales podemos tener más información sobre esa desvinculación como de la vinculación en sí misma”, afirma Mariana Palumbo, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, en diálogo con Infobae.
R., también tiene para compartir una historia que termina en ghosteo: “A mi me pasó que tuve una relación cuando recién había llegado a Ciudad de Buenos Aires, con un chico de La Plata (Provincia de Buenos Aires). Nos veíamos todos los fines de semana: a veces yo iba a su departamento y otras veces él venía al mío, en Capital. Durante la semana hablábamos mucho por WhatsApp.Él no tenía redes sociales. Pasado el año y meses de relación, la charla comenzó a volverse cada vez más tosca y veía, de su parte, menos intención de encontrarnos.
Ya casi al final de la relación, fui un fin de semana a festejar juntos su cumpleaños. No hubo nada fuera de lo normal, solo que no me acompañó a la estación de tren, tal como solía hacer siempre. Cuando volví a casa, intercambiamos un par de mensajes y lo último que me mandó fue un “jajaja”, en respuesta a algo que le había dicho. Como noté que había algo extraño no le hablé para ver cuánto tardaba en sacar charla o algo así, pero los días se volvieron meses y nunca más supe nada de él. Varias veces anteriores me había dicho cosas de que mis planteamientos eran de chiquilina, así que preferí no molestarlo y simplemente no le hablé más yo. Ni siquiera me habló para buscar los libros que me había prestado”.
Amor líquido
Estas historias son ejemplos de lo que el sociólogo Zygmunt Bauman describió como amor líquido en su libro homónimo, publicado en 2003. Allí habla de relaciones interpersonales más fugaces, superficiales y con menor compromiso. Para el autor, este tipo de vínculos florecen en la posmodernidad, en la cual hay una mayor tendencia al individualismo y una preponderancia de la ideología consumista que provoca que todo, incluso otras personas, sean vistas como mercancías para satisfacer necesidades. Una vez que la necesidad está satisfecha, el otro se vuelve desechable.
La psicoanalista María Fernanda Rivas, integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora del libro “La familia y la ley. Conflictos Transformaciones”, dice que ha pasado ya varios años desde aquella reflexión y que en los últimos años se han reconfigurando bastante los vínculos, sin que eso necesariamente implique menor compromiso o profundidad.
“¿Las formas tradicionales de buscar pareja son las únicas que resultan adecuadas? No necesariamente debemos pensar que una relación que se inicia en forma virtual está destinada a ser superficial o a extinguirse rápidamente. Es arriesgado equiparar virtualidad con falta de compromiso”, sostiene la experta.
Palumbo también remarca que no hay que pensar que la vida digital necesariamente implique la creación de vínculos nocivos o efímeros.
“Me parece importante dejar en claro que la virtualidad no necesariamente tiene que ser pensada como un espacio negativo como de ruptura de lazo social, sino por el contrario podemos pensar que la virtualidad si bien tiene sus propias dinámicas basadas en una mayor inmediatez, en una mayor fugacidad, también reproduce dinámicas que son del orden de la vida social cotidiana cara a cara”, analiza la especialista.
Para ella es clave analizar la situación teniendo en cuenta el contexto social en el cual ocurren. “Más que demonizar la virtualidad tenemos que pensar qué nos pasa como sociedad, de qué manera nos estamos vinculando, qué esperamos de los vínculos, y que esta pasando en un nivel más social y económico para que la virtualidad sea hoy nuestro canal de expresión y comunicación preferido”, añade.
La pandemia como catalizadora de los encuentros virtuales
A la hora de analizar los vínculos no se puede dejar de mencionar la pandemia y el efecto catalizador que ha tenido en el desarrollo de encuentros virtuales. En momentos de encierro y cuarentenas, las redes sociales y aplicaciones de citas se convirtieron casi en el único canal para relacionarse con otros. Y esto quedó claramente de manifiesto con la explosión de usuarios nuevos que se registraron en muchos de estos canales.
“La pandemia, considerada una macrocrisis, que afectó los vínculos humanos y operó en el mundo una acelerada transformación, produjo un efecto paradójico: por un lado generó grandes pérdidas, pero por otro permitió la creación de nuevos recursos y diferentes formas de ‘estar juntos’. Algo que ha quedado bien claro es que aún en medio de la enfermedad y la muerte las personas no han cesado de buscar formas para entablar relaciones. Se pusieron en marcha recursos virtuales y en algunos lugares explotaron las app de citas. Ante el estado de vulnerabilidad pareciera que el apego pasó a tener una importancia crucial. Una de las sensaciones más anheladas en estos tiempos ha sido la de sentirse acompañado y ¿por qué no?...amado”, dice Rivas.
La comodidad de seducir desde el sillón
Las apps de citas y las redes también han generado más facilidad para sostener relaciones a distancia o simplemente permitirse coqueteos virtuales que pueden, o no, terminar en vínculos sólidos.
Palumbo dice que las apps habilitan el encuentro con una mayor variedad de personas desde la comodidad del hogar o donde sea que uno esté porque se pueden usar estos servicios mientras uno realiza otras actividades. En ese sentido propicia más libertad, e incluso mayor posibilidad de un jugueteo romántico. Aunque advierte que también existen limitaciones en ese entorno.
“También hay que pensarlo en clave de género, muchas veces se siguen reproduciendo lógicas en las cuales las mujeres se enganchan más rápido que los varones y los varones siguen teniendo disponibilidad a partir de las redes para seguir seduciendo de manera infinita. entonces creo que hay ciertos discursos del orden no virtual que se reproducen en el espacio virtual como otro espacio más de vinculación humana”, subraya la socióloga.
El desamor duele siempre: en el cara a cara y en la virtualidad
Que nos claven el visto duele del mismo modo que dolía, hace unos años que no nos atendieran más el teléfono. El rechazo, más allá de las formas que adopte, genera dolor siempre, tal como remarcan las expertas.
“Hay cosas del orden del desamor, o no ser elegido que genera angustias y tristezas, pero también tiene que ver con qué tipo de vínculo hay ahí pero eso también sucede en el cara a cara”, analiza Palumbo.
En línea con este pensamiento, Rivas dice lo siguiente: “Detrás de las redes sociales encontramos seres humanos que sufren por amor tanto como en la presencialidad. El ser o no correspondido incide en la autoestima y cuando no es así, se manifiesta a través de un profundo dolor emocional”.
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