En varios espacios del planeta o del universo, como las estrellas, se ve la radioactividad como un tipo de reacción química que hace parte del ciclo de la vida.
Sin embargo, un tema es la radiación natural y otra la alterada por el hombre. Los procesos industriales que derivan en la energía nuclear son los que pueden resultar letales para la vida humana y de los demás seres vivos. Por supuesto, el uranio que yace en el suelo del planeta también puede generar la muerte de una persona si esta lo consume directamente, pero es menos perjudicial acercarse a este que a los desechos radioactivos que deja la manipulación de los elementos nucleares.
Por lo tanto, en el caso que una persona se exponga de manera prolongada con este tipo de energía artificial, podría hacer que las radiaciones de tipo gamma le causen problemas de salud como mutaciones celulares, generación de cáncer o tumores.
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Por esto, con el fin de evitar al máximo que el ser humano tenga que compartir el planeta con los residuos radioactivos (o al menos no en lugares cercanos), los científicos crearon lo que se conoce como “cementerios nucleares”. Estos lugares construidos a varios cientos de metros de profundidad bajo la tierra tienen como único fin conservar los residuos cuya radiación puede ser peligrosa, incluso por varias décadas.
Actualmente, estos refugios se consideran como la mejor forma de conservar los desechos radioactivos, esperando que con el tiempo se vayan desintegrando o perdiendo la radiación que los convierten en objetos potencialmente peligrosos para la vida sobre la Tierra.
Sin embargo, aunque pareciese que toda radioactividad es peligrosa de la misma manera, lo cierto es que aún para este tipo de energía existen ciertas categorías de acuerdo a los niveles de radiación presentes en los objetos y el tiempo de exposición de estos. Así, los residuos nucleares pueden ser de baja actividad, pasando por una media hasta una alta que es la más peligrosa para el ser humano.
Los de baja y media actividad se pueden tratar primero, en zonas construidas a menor profundidad y segundo, con técnicas de solidificación por medio del uso del alquitrán o cemento esperando que el tiempo de radioactividad en estos residuos finalice. Incluso, muchos de ellos como la ropa, se pueden simplemente diluir esperando que el tiempo de eliminación sea aún menor.
Por otro lado, los de alta actividad son un poco más complicados de manejar ya que para poder ser trasladados hasta los cementerios nucleares es necesario depositarlos en contenedores de metal que puedan resistir a la corrosión. En caso de que uno de estos tanques se oxide, podría significar una situación de peligro para las personas que trabajan en estos refugios.
También, es importante destacar que los desechos son trasladados rápidamente de las instalaciones en el interior de una planta nuclear a repositorios geológicos profundos totalmente alejados de toda clase de vida y cuya arquitectura, pueda proteger a los contenedores de fenómenos naturales como los terremotos.
Uno de estos sitios es el WIPP, más conocido como Planta Piloto para Aislamiento de Residuos, ubicado en Nuevo México, Estados Unidos. Este cementerio nuclear se construyó a una profundidad de entre 500 y 1000 metros. Desde 1999 se inició el traslado de residuos altamente radiactivos a este repositorio geológico y se espera que reciba contenedores hasta el año 2070.
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