El año pasado, Cody Hidalgo, oriundo de Michigan, era el indeseado protagonista de una de las “noticias virales” del 2019. El trabajador estadounidense fue despedido por compartir un meme en Facebook burlándose de su sueldo. Un tiempo antes, Kaitlyn Wells, de Texas, despotricó en contra de su nuevo trabajo en una guardería horas antes de comenzar. La echaron el primer día. Los ejemplos abundan y arrojan una premisa innegable: la reputación online tiene una alta incidencia en la vida offline.
La reputación analógica se construye sobre la imagen proyectada de un individuo en base a sus acciones, y la interpretación que realizan los otros. Todos poseen una, con mayor o menor impacto en la opinión pública según su grado de conocimiento. En el mundo digital la ecuación es similar, pero con un alcance exponencial. Un tuit, 140 caracteres (o 280), puede tener efectos incalculables.
"Todos tenemos reputación digital, incluso los que no estamos en las redes. Se instala muy fácil la idea de que es solamente un problema de los influencers o famosos, y es un mito a derribar. Hoy en día te googlean o te buscan en las redes para pactar una cita, para contratarte en un trabajo, y no hace falta ser reconocido para que esto afecte nuestras vidas ", explica Sebastián Bortnik, especialista en seguridad informática.
En diálogo con Infobae, cuenta que el fenómeno presenta “complicaciones” que nuestra otra reputación, la que generamos por fuera de la red y que hasta el siglo anterior era la única, no tiene.
“La identidad digital posee las variables del impacto instantáneo de lo que los demás dicen de uno y la perseverancia en el tiempo. Por un lado, usuarios pueden opinar rápidamente sin conocerte y todo se magnifica. Por otro, lo publicado en las redes es fácilmente sacado de contexto o malinterpretado y se amplifica. Alguien puede pensar algo hace 15 años y ahora no pensarlo más. Sin embargo, un montón de te calificará por eso”, afirma.
Para entender las consecuencias, primero hay que descifrar cómo se construye la presencia online. Joan Cwaik, autor y divulgador tecnológico, describe: “Todo lo que hacemos en internet, consciente o inconscientemente, se registra, desde conversaciones, ‘me gusta’, comentarios, una foto que subimos, alguien que etiquetamos, una pareja nueva que hacemos, una pareja que deshacemos; y todo ese universo de interacciones va moldeando nuestra reputación digital, que muchas veces no registramos que existe”.
Pese a la magnitud del asunto y sus implicancias, la confección del camino personal en la red comienza mucho antes de poder percibirlo y elegir qué mostrar. El “shareting” es el anglicismo que surge del verbo share (compartir) y el sustantivo parenting (crianza o paternidad) y define la difusión por parte de los padres de contenidos inherentes a la infancia y el crecimiento de sus hijos.
Marcela Czarny, presidente de la asociación Chicos.net, que promueve el uso responsable y creativo de las tecnologías, asegura: “Los chicos cuando crecen pueden sentirse incómodos con los posteos que hicieron sus familiares cuando tenían dos o tres años. Por eso el mayor trabajo que hay que realizar es con los adultos, que entiendan que todo lo que publican de sus propios hijos tiene que ver con su identidad. Su derecho a la intimidad y la privacidad puede terminar siendo violado. En Estados Unidos hubo casos extremos: juicios de padres a hijos por algunas publicaciones”.
Tanto en el corto como en el largo plazo, los efectos de la reputación online persisten y afectan la vida diaria. Según Cwaik, “hoy en día una empresa cuando va a contratar a un empleado de entre 28 y 35 años, si esa persona de cierto estrato social no tiene Facebook puede ser considerada “sospechosa”. Esto está dictaminado por las fuerzas de la corporación y el mundo exterior, hay cierto criterio predeterminado. Una reputación digital afecta mucho más que a la simple superficialidad de las redes sociales. Afecta en materia de conseguir trabajo y en la vinculación social”.
Por su parte, Bortnik agrega: “Es súper común en el mundo laboral aunque no quita que tengamos que tener una mirada ética o moral para entender si está bien o está mal. Pero está pasando, no podemos ocultarlo, los reclutadores te googlean, se fijan que haces. Los que usamos muchos las redes corremos más riesgos pero no usarlas también te puede jugar en contra”.
Las consecuencias de una mala gestión de la virtualidad pueden ser aún más graves. En este contexto, la nula presencia digital puede convertirse en un factor para ser víctimas de un delito como la suplantación de identidad. “La combinación de robo de identidad con una baja reputación digital es muy peligrosa. Suele pasar que a pesar de que la evidencia técnica demuestre que alguien es inocente, la justica y los peritajes no han evolucionado lo suficiente. Hay varias situaciones de personas que terminan siendo acusadas por cosas que no han hecho”, remarca Bortnik, quien se dedica a la seguridad informática.
La ausencia de actividad puede potenciar que delincuentes o acosadores asuman un perfil con nuestro nombre y foto, y efectúen grooming, acoso, estafas o hackeos. Por otro lado, cuando existe una sobre exposición en la web, propia de una persona pública, la reputación online puede dejar marcas indeseables. Por citar un caso, el mes pasado el Observatorio Español de Internet divulgó un estudio que revela que el Rey Juan Carlos I se había convertido en la marca digital con peor reputación. El cúmulo de noticias negativas, tuits críticos y las peticiones de firmas online para retirar su nombre de espacios públicos fueron el detonante. Los dos extremos de una desequilibrada gestión del “yo digital”.
Entonces, ¿cómo enfrentamos el dilema? “Todo lo que dejamos en internet va a perdurar mucho más que nuestros cuerpos en la Tierra; algunos filósofos o tecnólogos dictaminan que estamos muy cerca de la inmortalidad en soporte tecnológico. Por eso el consejo para cualquier usuario del ámbito digital es que piense varias veces antes de interactuar. Puede no tener impacto inmediato pero si en el mediano o largo plazo”, subraya Cwaik consultado por Infobae.
Czarny profundiza el debate y su consecuente desafío, impulsando la necesidad de contar con una “ciudadanía digital crítica, inteligente y responsable”. Y añade: “Hay qué estimular la reflexión. Pensar qué estamos subiendo, para qué, para quién. Cuestionarnos cuánto tiempo estará online, quién podrá llegar a verlo, hasta dónde se puede viralizar, cómo veré el contenido en unos años”.
La fundadora de Chicos.net comparte una experiencia propia de su trabajo con los jóvenes que puede ser traspolada a la experiencia virtual de los adultos: “Cuando ven la trastienda de las redes se sorprenden, al googlear su nombre por ejemplo, es fuertísimo; o cuando les pedimos datos de sus amigos en redes y se dan cuenta de la cantidad de personas que no conocen. Nuestro lema es ‘todo lo que se publica en internet deja de ser de tu propiedad’, por eso es tan importante entender cómo funcionan los algoritmos, los historiales”.
Cwaik, autor del libro “7R: las siete revoluciones tecnológicas que transformarán nuestra vida”, añade: “Siento que tiene que haber una coherencia entre nuestra presencia física y nuestra identidad virtual. Evaluar los contenidos y valores qué transmitimos. Somos la primera especie de la humanidad en poder tener una segunda identidad, un personaje nuevo. Tenemos que lograr un balance entre tantas interacciones”.
¿Derecho a olvidar?
El “derecho al olvido”, la posibilidad de borrar del entorno digital datos personales o información que vinculada a la imagen propia, arroja pocas certezas en el país, al igual que en el resto de Latinoamérica. ¿Qué pasaría si cada individuo podría elegir modificar sus huellas en la web? “El derecho al olvido es un tema muy debatido porque la comunidad global no ha llegado a acuerdos profundos”, argumenta Bortnik.
“Hay un contraste muy concreto: ¿Debemos darle el derecho a las personas de manejar su reputación digital o eso también puede desembocar en que se eliminen cosas que uno realmente hizo y debería hacerse cargo? ¿Cuánto atenta esto contra la libertad de expresión en internet? ¿Vulnera derechos de otras personas?”, reflexiona.
Bortnik, que años atrás fundó la organización Argentina Cibersegura, cita una ocurrencia reiterada que verifica algunos de los desfasajes: “Muchas personas me hablan por ejemplo del problema del Fotolog. Siguen estando como archivo pero el proveedor no funciona más; entonces hay mucha gente que tiene fotos subidas que quieren bajar pero ya no tienen el control”.
Una discusión que supera los 280 caracteres
Como sucedió en tantos otros ámbitos, la pandemia aceleró la discusión sobre la identidad virtual. Durante la entrevista con Infobae, Czarny destaca el impacto de la cuarentena en la hiperconectividad y la gestión de los contenidos volcados en la red. Sintetiza el accionar como una “curaduría”, un recorte de la historia que eligen mostrar los usuarios, principalmente los jóvenes.
A su vez, para Cwaik, la coyuntura demostró dos grandes realidades: “En primer lugar la desigualdad porque uno sin conectividad queda afuera del mundo y más en este contexto. Y después exhibió la evolución tecnológica per se con todos sus matices. Tenemos que establecer sus límites, que se desdibujaron”.
“Por eso debemos visibilizar la existencia de la reputación digital y trabajar esos valores que el mundo nos exige, como la empatía, la escucha activa, ser flexibles. Esto afecta desde grandes compañías a individuos”, resalta.
Bortnik concluye: “Estamos madurando como sociedad para ser mucho más cuidadosos de la reputación online y que se asemeje a lo que nosotros queremos. Más allá de que es una época de hipersensibilidad, que las redes potenciaron la polarización y parece que debemos tomar partido en todo, tenemos que trabajar la dinámica de la convivencia digital y encontrar un equilibrio y un uso más sano de la tecnología”.
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