Por qué la pandemia de coronavirus es una gran oportunidad para las grandes empresas tecnológicas

El teletrabajo, la escuela a distancia y el rastreo de contactos con personas contagiadas apagó los debates sobre abuso de datos personales y fake news y les devolvió una condición de servicio público a la que siempre aspiraron

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La tecnología ha cumplido un
La tecnología ha cumplido un papel clave en el reordenamiento de la vida cotidiana trastornada por la pandemia del COVID-19. (Shutterstock)

Teletrabajo, telemedicina, escuela y hasta cumpleaños a distancia, rastreo de contactos de personas contagiadas, base de datos de insumos de hospitales disponibles: la tecnología ha cumplido un papel clave en el reordenamiento de la vida cotidiana trastornada por la pandemia del COVID-19. Si desde sus inicios la industria se había planteado como una revolución indispensable —y sus fundadores veían a sus criaturas como esenciales, y esencialmente buenas— de pronto el coronavirus le devolvió esa condición de servicio público a la que siempre aspiró.

Reflotaron así las visiones que promovían los eslóganes originales, como “hacer del mundo un lugar más abierto y conectado” (Facebook), y empujaron al pasado las lecciones duramente aprendidas como, por ejemplo, el affair Cambridge Analytica: el uso, sin consentimiento, de datos de millones de personas.

Desinformación, manipulación política, control de la gente (en tanto consumidores y en tanto ciudadanos), destrucción de medios y comercios tradicionales: todo eso dejó de importar porque Google Meet mantenía a los hijos escolarizados, Zoom salvaba empleos, Doxy permitía consultar a médicos y Amazon Fresh llenaba la heladera de aquellos que podían quedarse en casa y evitar el SARS-CoV-2.

La telemedicina ha visto un
La telemedicina ha visto un crecimiento descomunal durante la pandemia. (Shutterstock)

No sólo estas empresas mantuvieron sus ganancias mientras el resto de la economía del mundo se desmoronaba: “Mientras los gobiernos tambaleaban en sus respuestas a la pandemia, las grandes tecnológicas se han presentado como un amigo caritativo, dispuesto a dar una mano competente”, escribió Franklin Foer en su análisis para The Atlantic. Y citó una inquietante frase del director ejecutivo de Microsoft, Satya Nadella:

“Los desafíos que enfrentamos demandan una alianza sin precedentes entre las empresas y el gobierno".

Nadella dijo eso en abril, el mismo mes en que Google y Apple anunciaron que suspenderían sus rivalidades para cooperar entre sí y con distintos países del mundo para que sus sistemas operativos pusieran pausa a su incompatibilidad y cooperasen en el rastreo de contactos de gente infectada por el coronavirus. En varios estados de los Estados Unidos, que no han podido procesar el aluvión de pedidos de subsidio por desempleo, Amazon y Google intervinieron para reforzar los sistemas. Como agregó Nadella: “En Microsoft nos vemos a nosotros mismos como socorristas digitales”.

Todo muy bonito, reflexionó Foer, “pero no razón suficiente para dejar en suspenso el escepticismo ante la industria tecnológica que trata de aprovechar este momento”. Con una influencia sin precedentes, una enorme capacidad de manipular la opinión pública y moldear los mercados, las Big Tech no quieren suplantar los gobiernos, sino algo acaso menos deseable: “Básicamente han buscado fusionarse con ellos”, advirtió.

La educación, normalmente un asunto
La educación, normalmente un asunto del estado, ahora cuenta con la tecnología como socio. (MOISÉS PABLO/CUARTOSCURO)

Y desde antes de la pandemia, recordó el autor de World Without Mind. Ahora solo encuentran una oportunidad formidable.

En los primeros tiempos de la revolución informática las jóvenes empresas veían en los estados una casta anti-innovación, con sus regulaciones que restringían el futuro. Incluso en 2016 Apple se negó a desbloquear el iPhone de un terrorista muerto para cooperar con la investigación, por considerarlo una “injerencia excesiva” en la privacidad que garantiza a sus clientes. Pero en la madurez, tras los reveses que sufrió Microsoft por monopolio, algo que también se podría ver en Amazon, y luego de los escándalos de la campaña presidencial estadounidense 2016, las compañías ya no pueden fingir el candor de una startup.

El propio Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook, dijo en su presentación ante el Senado estadounidense en 2018: “Creo que la verdadera pregunta, a medida que internet se vuelve más importante en la vida de las personas, es cuál es la regulación correcta, no si debería existir o no alguna regulación”.

Las aplicaciones de rastreo de
Las aplicaciones de rastreo de contactos cuando se detecta un contagiado de coronavirus se emplean en al menos 27 países. (REUTERS/Kai Pfaffenbach)

Según el análisis de The Atlantic, Zuckerberg reconoció así el espíritu de la época: para entonces las grandes empresas tecnológicas eran sinónimo de desinformación, comercio de datos privados y hasta problemas de salud mental entre los adolescentes. Y al hacer ese reconocimiento, a la vez, se ubicó en primera fila para influir en ese establecimiento de normas. “El año pasado Facebook gastó unos USD 17 millones en lobby, más que cualquier otra empresa. La misma lógica hizo que Amazon ubicara su segunda central cerca del río Potomac”, es decir, cerca del Capitolio, “y llevó a empresas como Google y Microsoft a construir relaciones con la comunidad de inteligencia”.

Agregó Foer: “Eminencias de estas empresas integran los consejos oficiales que asesoran al gobierno sobre cómo mejorar sus habilidades informáticas. Es revelador que la lucha interna más desagradable entre las empresas de tecnología es por un contrato de servicios en la nube por USD 10.000 millones con el Departamento de Defensa”.

La pandemia vino a reforzar esa relación entre la industria y los gobiernos. El de Estados Unidos, por ejemplo, quiere kits a análisis de COVID-19 pero no puede conseguir los suficientes: “Mientras el país espera una vacuna, el gobierno podría no tener otra opción que apoyarse en las grandes tecnológicas para compensar sus huecos en capacidad y conocimiento”.

Mark Zuckerberg, de Facebook, dijo
Mark Zuckerberg, de Facebook, dijo ante el Senado estadounidense: “La verdadera pregunta, a medida que internet se vuelve más importante en la vida de las personas, es cuál es la regulación correcta, no si debería existir o no alguna regulación”.

Esas alianzas no han sido virtuosas, históricamente, advirtió Foer: “La industria tecnológica de China ayudó a construir un estado de vigilancia de avanzada, más allá de lo que era imaginable para George Orwell. Las empresas tecnológicas practican la ciencia de explotar datos a fin de alterar la conducta humana: algo ideal para un estado ansioso por forjar la lealtad de su pueblo”. Como ejemplo, citó el sistema de “crédito social” de China, que ratrea y califica ciertos actos de las personas: “Eso es la base de recompensas y castigos. Un ciudadano puede perder el derecho a viajar si lo sorprenden cruzando la calle por donde no se debe o si pone la música muy fuerte”.

Si bien el modo de gobierno de los Estados Unidos no permitiría algo así, el artículo señaló las consecuencias potenciales de la fusión entre Big Tech y gobierno. Y apuntó a los aprendizajes que dejaron crisis pasadas en las que se creó una atmósfera colectiva de angustia y trauma.

“Un año antes del 11 de septiembre de 2001, la Comisión Federal de Comercio (FTC) emitió un informe en el que recomendaba una legislación vigorosa que restringiera el uso empresarial de los datos en línea, lo cual habría incluido el derecho a corregir (o eliminar) la información personal”, recordó. “Pero los ataques terroristas alteraron el cálculo. La seguridad se priorizó por encima de cualquier otra consideración: rápidamente el país se acostumbró a las omnipresentes cámaras de CCTV, los escaneos del cuerpo en los aeropuertos y una notable extensión de poderes a oficinas de gobierno poco transparentes”.

La industria tecnológica de China
La industria tecnológica de China ayudó a construir a que Beijing construyera un estado de vigilancia de avanzada. (Foto: Especial)

Por la crisis del COVID-19 al menos 27 países comenzaron a utilizar datos de los teléfonos celulares para rastrear la transmisión. Entre ellos algunos prueban el software Fleming, de NSO, una firma israelí a la que Amnistía Internacional acusó de crear apps de espionaje para vigilar a activistas de los derechos humanos.

Google y Apple, por ahora, han “tratado de fijar los términos de la sociedad” con los gobiernos, “en lugar de darlas los datos que anhela”. El diseño del sistema de alerta por COVID-19 impide la recolección centralizada de datos y tiene fecha de vencimiento cuando termine la pandemia, aseguraron. Pero será una cuestión de tiempo, vaticinó Foer, que Google y Apple se enfrenten “a una presión creciente para vigilar a los pacientes de COVID-19 tan de cerca como siguen a los que usan sus mapas”.

Las grandes compañías tecnológicas y los gobiernos podrían ceder a la tentación de “sus peores instintos compartidos”. Sobre todo en los Estados Unidos, donde no existe una Agencia de Protección de Datos como en Europa. Más de 300 científicos y académicos firmaron una carta para advertir sobre la posibilidad de que “algunas ‘soluciones’ a la crisis puedan permitir una vigilancia sin precedentes de la sociedad en su conjunto”.

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