¿Se puede decir que la tecnología es neutra? “El desarrollo tecnológico a menudo responde a determinados fines o motivaciones políticas o comerciales de sus creadores, por lo tanto, sus propiedades difícilmente resultan imparciales. Las tecnologías también pueden tener efectos no neutrales, que se producen como resultado del propio diseño de la tecnología. Si las tecnologías benefician a las personas de alguna manera, o favorecen a un grupo sobre otro, su neutralidad es cuestionable”, analiza Cristóbal Cobo en su libro “Acepto las Condiciones: usos y abusos de las tecnologías digitales”, que fue realizado con el apoyo de la Fundación Santillana y la colaboración del Centro de Estudios Fundación Ceibal.
El autor es especialista en Políticas de Educación y Tecnología, tiene un PhD “cum laudem” en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona y fundó el Centro de Estudios de la Fundación Ceibal. Su trabajo se focaliza en la intersección entre el futuro del aprendizaje, la cultura de la innovación y las tecnologías centras en las personas.
En su libro, que se publicó el año pasado, se dedica a analizar el avance de internet y el mundo algorítmico desde diferentes perspectivas: analiza las brechas y asimetrías que surgieron en la era digital, así como las nuevas formas de ejercer el poder y control que se están dando hoy de la mano de los gigantes tecnológicos.
Cobo invita a dejar de lado la ingenuidad para poder hacer un análisis exhaustivo sobre los alcances que tiene este universo virtual donde sólo unos pocos ejercen el poder y la influencia sobre muchos otros quedan relegados.
“Vivimos una suerte de feudalismo digital en el que unos pocos administran los datos y una gran población los entrega sin recibir una compensación económica”, dice el autor. En esta nota hacemos un recorrido por algunos de los pasajes más destacados del libro y se incluye una reflexión final de Cobo sobre el uso de aplicaciones de monitoreo de contacto que empezaron a usar diferentes gobiernos con el objetivo de reducir el avance del coronavirus.
Las brechas y asimetrías se diversifican
En la actualidad, la mitad de la población mundial está conectada pero todavía hay otra mitad que no tiene acceso a la red. Este dato ya habla de suficiente desigualdad pero no es todo: acceder a internet no es sinónimo de estar incluido digitalmente. Como tampoco lo es ser capaz de usar múltiples aplicaciones.
“Hoy lo relevante no es solamente si tienes acceso a dispositivos o conectividad, sino que el valor está principalmente en lo que puedes hacer cuando estás conectado: de qué manera puedes sacar provecho a estos instrumentos para amplificar tus capacidades, para desarrollar nuevas competencias, o bien para generar nuevas oportunidades en tu propio beneficio o el de tu comunidad”, explica el autor.
A su vez, dice que es importante que los usuarios entiendan que mucho de lo que consume está influido por un conjunto de algoritmos que moldean la realidad según sus gustos e intereses.
Alfabetismo digital y autonomía
“Existe una dependencia o, incluso peor, una ignorancia con respecto a cómo las decisiones tomadas por quienes diseñan, o escriben el código de estos dispositivos, influyen en nuestra forma de pensar y de actuar. Cuando elegimos no elegir optamos por ceder parte de nuestra autonomía a terceros”, subraya.
La forma de combatir el desconocimiento es propiciando un análisis responsable y el desarrollo de habilidades que le permitan al usuario repensar el sistema en el que está inmerso. En este sentido, el autor destaca la importancia de que la ciudadanía desarrolle habilidades vinculadas al pensamiento computacional, alfabetismo digital crítico, alfabetismo de datos o de redes, entre otras capacidades.
Esto les permitirá comprender mejor los sistemas que emplean, desarrollar un análisis crítico y así podrán cultivar mayor libertad a la hora de elegir qué consumir y cómo hacerlo. En este punto cabe destacar que estas habilidades también son centrales para poder discernir entre noticias verdaderas y desinformación. En un contexto donde las fake news se pueden viralizar en cuestión de minutos, saber cómo validar una información o distinguir entre una fuente fiable de otra que no lo es resulta fundamental.
“Las diferencias estarían entre aquellos que están en condiciones de analizar críticamente las fuentes, filtrar la veracidad de los contenidos y desechar la información no fiable, y aquellos que no. Esta brecha digital es menos instrumental y atribuye una mayor relevancia a la dimensión cognitiva”, resalta Cobo.
Los servicios gratuitos se pagan con datos
Cuando se navega por la web, cuando se utiliza una plataforma, cuando uno se descarga una app se están generando datos. Y esos datos son utilizados por diferentes empresas para generar anuncios cada vez más personalizados. Los sistemas digitales que se usan de forma gratuita en realidad se cobran su uso por medio del acceso a los datos personales de los usuarios, analiza el autor. Como se ha dicho muchas veces, el big data es el nuevo petróleo del siglo XXI.
“La privacidad de los datos parece cada vez más un bien escaso. El ciudadano normal casi no puede aspirar a una privacidad total en los espacios digitales. Es verdad que se puede interrumpir el contacto con todos los canales digitales y servicios asociados (banca, salud, educación, transporte, entretenimiento), pero el costo sería muy alto”, advierte Cobo. Y es que el precio sería quedarse al margen de un mundo cada vez más digital e interconectado.
Otro punto sobre el que hace foco el autor es el tiempo que se pasa utilizando diferentes dispositivos electrónicos. “Diferentes estudios indican que si no se controla el tiempo en pantalla se expone a una serie de efectos negativos en los niños, que van desde la obesidad infantil, ciclos irregulares de sueño e incluso problemas sociales y/o de comportamiento. Estos trabajos destacan la importancia de implementar una dieta saludable de consumo mediático”, subraya.
La permanencia casi permanente en pantalla también conlleva a una atención dividida y diluida. “Las tecnologías digitales parecen distraernos cada vez más. El ruido permanente afecta a la percepción y disminuye nuestra capacidad de tomar decisiones efectivas”, dice. Y concluye: “La sobreestimulación informacional es una causa importante que afecta a nuestra capacidad de enfocarnos en algo".
El autor aclara que en el último tiempo los gigante tecnológicos sumaron, en el último tiempo, herramientas de bienestar digital que le permiten al usuario controlar y regular el tiempo que pasan conectados.
La concentración de poder en pocas manos
En este contexto donde imperan las pantallas y los datos que se recolectan por medio de diferentes servicios, son unos pocos los que logran obtener los mayores beneficios, según explica el autor. “Una buena parte de los flujos de datos que se generan (y trafican) en internet están concentrados en unas pocas compañías también conocidas como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft)”, dice Cobo. Y añade: “Esta concentración no es buena para nadie (solo para GAFAM). No es buena para la transparencia, ni es buena para la democracia ni para que exista confianza”.
“Es evidente que en diferentes países el Estado ha perdido protagonismo y credibilidad y que en muchos casos pareciera que se ha ido quedando atrás frente a la posibilidad de regular de manera apropiada los cambios tecnológicos en pro de la defensa de los intereses ciudadano”.
El desafío
“Usualmente no hay soluciones simples para problemas complejos. Las asimetrías y abusos de poder no se resuelven con un solo clic”, analiza Cobo. Y en este sentido habla de abordar el problema teniendo en cuenta varias cuestiones: por empezar se requiere que los ciudadanos sean más conscientes sobre todos los procesos e intereses que están involucrados en la era digital. Estar informado es fundamental para tener una visión crítica y poder tomar decisiones con conocimiento de causa.
Destaca la importancia de “aprender a ser más humanos en la era de las máquinas” y sugiere que los Estados tengan “mayor protagonismo y dinamismo a la hora de legislar asegurando que la protección de la ciudadanía en la era digital sea una prioridad”.
Las aplicaciones de rastreo de contacto
Infobae contactó al autor para consultarle su opinión respecto del uso de aplicaciones de rastreo de contacto que hoy en día varios países en el mundo están usando. Estas plataformas buscan reducir la cadena de contagios de coronavirus.
En primer lugar, Cobo destacó que la existencia de estas herramientas dan cuenta de la facilidad que resulta para las compañías “dar trazabilidad a los datos”. Y profundizó sobre la importancia de realizar estos diseños respetando los derechos de los ciudadanos.
“En esta falsa dualidad entre libertad y seguridad parece que hay que renunciar a toda libertad para estar sanos y yo creo que eso es una farsa. Se pueden tomar medidas para cuidar a la ciudadanía buscando ser transparente”, analizó.
En este sentido, subrayó que tiene que quedar claro para la ciudadanía quién y cómo almacena sus datos. También destacó que los ciudadanos deberían poder ejercer el derecho a que sus datos se borren o eliminen cuando así lo deseen y que se instrumenten mecanismos para que, en caso de que se haga algún uso no deseado de esos datos haya alguien que se haga responsable. “Esperaría que haya alguna entidad ciudadana o académica que vele por un uso ético de esta información”, concluyó.
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