¿Por qué las mujeres “dejaron” de programar?

En la década de 1970, tres de cada cuatro estudiantes eran mujeres, mientras que hoy ellas constituyen apenas el 11% del alumnado, según datos de la UBA. La situación es similar en otras partes del mundo. Un análisis sobre los factores que incidieron en este cambio de tendencias.

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Con el paso del tiempo,
Con el paso del tiempo, la participación de mujeres en el mundo de la tecnología bajó.

En las universidades de Argentina casi seis de cada diez estudiantes son mujeres. Sin embargo, esta proporción no se mantiene en las distintas áreas de conocimiento: las mujeres representan el 72% de los estudiantes de ciencias sociales, pero solo el 25% de quienes estudian ingeniería y ciencias aplicadas. Su participación es incluso más baja en las carreras vinculadas con la programación: en 2015, solo el 15% de las nuevas inscripciones fueron de mujeres. En el período transcurrido entre 2010 y 2015, fue del 16%.

Proporción de estudiantes mujeres en
Proporción de estudiantes mujeres en la universidad por área de conocimiento en 2015 (CIPPEC).

Las carreras y profesiones relacionadas con computación actualmente están dominadas por los hombres, pero ¿fue siempre así?

La carrera de Ciencias de la Computación de la UBA, al ser la primera del país, permite comparar datos que comienzan en 1962 y muestran que durante varias décadas las mujeres eran mayoría. En la década de 1970, tres de cada cuatro estudiantes eran mujeres, mientras que hoy ellas constituyen apenas el 11% del alumnado. Esta situación no es exclusiva de Argentina, sino que se repite alrededor del mundo. Muchas de las personas pioneras en informática fueron mujeres, como Ada Lovelace, Grace Murray Hopper, Margaret Hamilton, Betty Holberton, Frances Allen, entre otras.

Pero en 1984 algo cambió. El porcentaje de mujeres en computación empezó a disminuir hasta desmoronarse, incluso mientras la cuota de mujeres en otros campos científicos siguió subiendo. ¿Qué pasó?

La grieta que rasgó el vaso

No existe una clara y única respuesta. Pero hay un lugar por donde empezar: el porcentaje de mujeres en computación comenzó a decaer casi al mismo tiempo en el que las computadoras personales empezaron a aparecer en número significante en los hogares.

Las primeras computadoras personales no servían para mucho. Dejando de lado los programas de cálculo, no eran mucho más que juguetes. Desde ellas se accedía a juegos como el Pong, y estos juegos eran promocionados por el mercado casi enteramente para hombres y niños.

Las jugueterías proponen una división de género explícita, en la que los juguetes con un enfoque tecnológico son dirigidos a los niños, tres veces más que a las niñas. Los videojuegos no fueron una excepción. Las publicidades que aparecían en la televisión y los diarios de la época también reforzaban esta idea. Pero el marketing aparece mucho antes de que los videojuegos salgan a la venta: la definición del género, la historia y los protagonistas se realiza en función del público objetivo.

La industria de videojuegos generó una situación similar a la del huevo y la gallina. Los estudios de mercado realizados durante las décadas de los 80 y los 90 mostraron que los varones solían jugar videojuegos más frecuentemente. También era más probable que usaran y adoptaran tempranamente las nuevas tecnologías y, no menos importante, que sus docentes y familiares los alienten a estudiar matemática, ciencia y tecnología. El marketing elegió su target y esta idea de que las computadoras eran para chicos se volvió una narrativa.

La Apple II fue la
La Apple II fue la primera serie de computadoras personales de producción masiva que se vendieron entre el 5 de junio de 1977 y mediados de los años 80.

“Ya deberías saber eso”

En la década de 1990, la investigadora Jane Margolis entrevistó a cientos de estudiantes de Ciencias de la Computación de la Universidad Carnegie Mellon. Descubrió que era mucho más probable que las familias compren computadoras para los varones que para las mujeres -ni siquiera para aquellas niñas que estaban muy interesadas en las computadoras.

Esto se convirtió en un problema cuando esos chicos y chicas crecieron y llegaron a la universidad. Mientras las computadoras personales se volvieron más comunes, los profesores de carreras relacionadas con computación empezaron a asumir que sus estudiantes habían crecido jugando con las computadoras en sus hogares. Eso era verdad… para los varones. Cuando las mujeres comenzaban sus clases, se encontraban con que la mayoría de sus compañeros varones estaban más avanzados que ellas, por haber interactuado con computadoras desde su infancia.

En los años 70 los profesores en las clases introductorias de las carreras relacionadas con computación asumían que sus estudiantes llegaban sin ninguna experiencia. En los 80, asumían que todos debían estar familiarizados con las computadoras, obviando el sesgo de género.

Hamiton junto a los códigos
Hamiton junto a los códigos de programación que se usaron en el software de la computadora AGC que se utilizó en la misión Apolo 11.

“Las mujeres no estudian programación porque no quieren”

Los primeros años de vida de una persona son constitutivos a nivel biológico, cognitivo, social, emocional y psicológico. En esa etapa definimos los esquemas y estructuras a través de los cuales miraremos el mundo. Cuando la gente dice que las mujeres no estudian programación simplemente “porque no quieren”, olvidan el efecto represivo de los estereotipos. Cuando dicen que a las mujeres “nadie les prohíbe” programar, reducen un problema histórico y cultural a un formalismo legal.

Los estereotipos que consumimos crean un horizonte de posibilidades y determinan lo que es esperable de cada género. A partir de estas imágenes definimos cómo percibimos a los demás y a nosotros mismos, e incluso nos predisponen a adoptar ciertas actitudes y a tomar ciertas decisiones. Los estereotipos nos enseñan cómo deberíamos pararnos frente al mundo. Nos dicen qué está bien y qué está mal, qué será aceptado y qué será juzgado. No nos son indiferentes.

Estas representaciones estereotipadas aparecen en la televisión, las revistas y los diarios, en las jugueterías y los supermercados, en la ropa y las escuelas, en los cumpleaños, en los deportes, en el cine… Bueno, básicamente, en cada uno de nosotros y nosotras. La influencia de los estereotipos comienza a manifestarse desde la infancia. Entre los 8 y los 10 años, las niñas empiezan a perder la confianza en sí mismas para actividades relacionadas con STEM.

Entre los 6 y los 8 años, el 30% de los niños y 33% de las niñas se consideran buenos para las matemáticas. Unos años después, la confianza aumenta para los niños, pero disminuye considerablemente en las niñas. Además, ya a los 6 años, 9 de cada 10 niñas asocian la ingeniería con los hombres y la mayoría de ellas entiende que la inteligencia es una característica masculina.

Las representaciones estereotipadas de género afectan tanto a hombres como mujeres. No sólo las mujeres tienden a creer que la inteligencia es una cualidad reservada para los hombres, ellos también tienden a asociar a las mujeres con la belleza, la sensibilidad y el cuidado. Ellos también aprenden que hay profesiones y actitudes que no les corresponden.

Al final del día la desigualdad en Ciencia y Tecnología no es más que el reflejo de una desigualdad cultural sistemática. La única forma de lograr la igualdad es concluir con los estereotipos de género. Debemos enseñar desde la infancia que tanto hombres como mujeres pueden gozar y ejercer cualquier actividad en igualdad de condiciones. Debemos visibilizar las mujeres de la ciencia, contar la historia desde otras voces, mostrarle a las niñas y a los niños que las vocaciones carecen de género. Debemos dejar de producir y consumir cocinas de juguete rosas y autos azules. Debemos dejar de tratarlos como princesas y campeones.

En los últimos años, pareciera que las carreras sobre programación están sumando mujeres en sus aulas. También surgieron diversos proyectos que buscan aumentar la participación de las mujeres en Ciencia y Tecnología y reducir las desigualdades de géneros en el área. Quizás estos impulsos sean el síntoma de una sociedad que está tomando conciencia que igualdad, pluralidad y diversidad son más que palabras bonitas, y que, para lograrlo, no es suficiente con no prohibirlo, debemos actuar positivamente para hacerlo posible.

Laura Mangifesta es directora de Comunicaciones de Mumuki

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