Con este romántico copy y los alrededor de cuatro millones de likes que lo avalan, nos presentaba hace unos días Justin Bieber en Instagram un dramático, transparente y ¿valiente? texto autobiográfico donde explicaba el por qué de sus conductas violentas, machistas, homófobas y autodestructivas.
Él mismo es el protagonista, el representante, el periodista y la agencia de medios. Crea el producto, lo publica y lo distribuye. Y así llega a millones y millones de fans, y no fans, que lo consumen y lo viralizan.
En esta ocasión, ha sido verdad, pero hay otras muchas, cientos, en las que lo que llega a las redes sociales, a nuestro WhatsApp o a nuestro SMS es mentira, es un bulo. De nuestro cantante favorito, de la mayor catástrofe que está destruyendo al planeta, del presidente del gobierno de nuestro país o de esa receta milagrosa casera que es capaz de curar el cáncer (y, a la vez, quitar las manchas del café).
Nosotros, los que ahora nos autodenominamos Generación X, vivimos frustrados muchas veces por ser inmigrantes digitales y ver cómo nos ha tocado reinventarnos a matacaballo sin perder ni la ética ni la profesionalidad, mientras que las nuevas generaciones llegan totalmente equipadas y cargadas de apps, pero carentes del más importante de los sentidos, el sentido común.
Y es este sentido, más una larga trayectoria de estudio, de lecturas de libros (¡sí de libros!), de consultas en medios de comunicación cada fin de semana, periódicos, emisoras de radio o programas de TV, lo que nos ha otorgado la capacidad de evaluar y valorar una información, de contrastar las fuentes, de querer saber más, de ampliar conceptos y de seguir enriqueciéndonos.
¿Y cómo se informan ahora los jóvenes?
Desde luego, como no como la generación anterior. Según un Informe de Pew Research Center, elaborado en noviembre de 2018, el 65 % de los jóvenes de entre 18 y 29 años reconocía recibir informaciones a diario a través de las redes sociales y el 37 % de ellos pensaba que estas ayudan a las personas de su edad a encontrar información confiable.
Más recientemente, en agosto de 2019, SurveyMonkey and Common Sense Media confirmaron que más del 75 % de los usuarios encuestados, mil adolescentes estadounidenses de entre 13 y 17 años, consumía Social Media (Youtube, Facebook y Twitter) para estar informados de la actualidad, frente a un 41 % que seguía utilizando medios analógicos y prensa digital, y un 37 % cuya fuente era la televisión.
Del informe también se desprende una de las grandes preocupaciones que ha traído la aparición del ciberperiodismo y, más exactamente del denominado periodismo 2.0, por el que cualquier ciudadano dotado de un smartphone puede hoy en día grabar, subir a la red y legitimar cualquier información como veraz sin que nadie contraste ni verifique si es una fuente fiable o no.
Según Michael Robb, director senior de investigación de Common Sense, el 60 % de los usuarios que utiliza Youtube como canal informativo lo hace a través de cuentas de celebrities o influencers, quedando muchas veces más que en el aire no solo la ética de los mismos, sino la propia calidad y objetividad de la información.
¿Y qué pasa cuando lo que vertemos en la red no se contrasta? Que pueden caer en el saco de lo que hoy día conocemos como fake-news o, más correctamente, bulos o desinformaciones. Pueden aparecer en forma de mensaje de WhastApp o Messenger, captura de pantalla, GIF, meme o DM.
Y el problema es que al democratizarse internet y sus herramientas, ahora cada ciudadano se puede convertir, con su ética (y muchas veces sin ella), en un seudoreportero que crea, difunde o viraliza noticias por sus redes sociales y canales de mensajería instantánea sin contrastar, verificar ni evaluar la información.
Formación de audiencias
Para luchar contra esta desinformación que padecemos hoy día es más que necesaria la formación de la audiencia:
Hacer uso de fuentes fiables, profesionales u oficiales, contrastando las noticias o informaciones, ya sea en diferentes medios o canales o con otras personas con las que podamos conversar o debatir estos temas.
No difundir cadenas de mensajes, fotos o vídeos que recibamos si no estamos seguros de que son verdad (así es como se viralizan los bulos).
No hacer likes compulsivos o retuits a noticias muy llamativas (y políticamente partidistas, seguro) sobre temas de actualidad en redes sociales sin haber leído sobre ello antes, y, sobre todo, para estas nuevas generaciones: deben aprender un poco más de Santo Tomás y, sin tener que meter el dedo en ninguna llaga, no creer lo primero que les aparezca al hacer scroll en Instagram.
¿Ha muerto el texto definitivamente?
Como describe el informe Digital News Report 2019 del Reuters Institute, los jóvenes consumen las noticias "a trompicones", cuando se levantan, en las apps del móvil (Instagram, Facebook, Snapchat, Youtube…), y por la tarde o fines de semana en stories, en podcasts o a través de pequeños copies.
Los jóvenes leen, sí, pero de una forma mucho más ligera e inconstante, por eso debemos construir los contenidos de una forma diferente para poder llegar a ellos, para conquistarles y fidelizarles. Estamos acostumbrados a redactar artículos hipertextuales para enriquecer la experiencia del usuario, pero ellos, los adolescentes y jóvenes, realmente solo quieren llegar a lo interesante, que les contemos lo útil y, si es en formato vídeo, mejor que mejor.
A los medios digitales, plataformas y periodistas nos toca, por tanto, conocer esta nueva forma de consumir y navegar para que, sin perder la calidad ni sucumbir bajo las garras de los buscadores, sigamos ofreciendo un contenido con valor que logre destacar en la vorágine de noticias, fotos, vídeos, snaps, mensajes, memes, GIFs y otros, para que nos sigan eligiendo como interlocutores antes que al hijo de Isabel Pantoja o al youtuber Auron Play.
Por Laura Cuesta Cano, Responsable de Comunicación y Contenidos Digitales en Servicio PAD. Profesora, Universidad Camilo José Cela