Si usted pudiera saber exactamente dónde está su hijo menor de edad en todo momento, ¿lo haría? ¿No le daría más seguridad y tranquilidad rastrear todos sus pasos? ¿Acaso eso no sería una forma de cuidarlo de los males que acechan en el mundo? Sobre esta idea se basan las aplicaciones de rastreo pensadas para madres y padres preocupados por la seguridad de sus hijos. Ofrecen desde la posibilidad de ver la ubicación del celular de los niños o adolescentes hasta de leer los mensajes que llegan al móvil.
Tiene sentido que se busquen herramientas para cuidar a los hijos. Tiene sentido la preocupación, sobre todo cuando, en un mundo híper informado, se leen sobre ataques, secuestros y muertes. Todo tiene sentido, pero ¿hasta qué punto se puede llegar con estas herramientas de control parental que "todo lo ven"?
En Arkangel, el segundo episodio de la cuarta temporada de la serie Black Mirror, se plantea un mundo futurista en el cual una madre decide implantar un chip en el cerebro de su hija a para saber todos sus movimientos. El sistema incluso reproduce en una tablet lo que ve la niña (y eventualmente adolescente) . Es como ver a través de sus ojos. El desenlace deja pensando las consecuencias de esta decisión.
Si bien hoy puede parecer un tanto lejano ese episodio, si uno lo analiza con detenimiento no está tan lejos de la realidad. Ya hay varias aplicaciones que permiten espiar los contenidos del celular de los hijos, e incluso algunas plantean que bien podrían utilizarse para controlar a la pareja.
¿Es buena idea?
Por un lado hay que tener en cuenta que al elegir estas apps de rastreo se les está otorgando acceso a una cantidad invaluable de datos. Y esta información podría caer en manos de hackers. Basta que se encuentre una vulnerabilidad en el sistema para que se realicen ataques de todo tipo.
Pueden ser vulneradas
A veces no hace falta mucho más que una llamada, tal como ocurrió con el hackeo a WhatsApp. Se explotó una falla en la plataforma que permitía que los atacantes tuvieran control completo del móvil con apenas hacer un llamado. Y todo sin que siquiera fuera necesario que el usuario respondiera el teléfono.
Si una plataforma de uso masivo -con cifrado de punta a punta y que, en principio, no requiere la cantidad de permisos que estas apps de vigilancia- puede ser hackeada, entonces ¿qué pensar de las aplicaciones que de por sí tienen acceso prácticamente irrestricto al móvil?
Sin dudas pueden resultar de interés para los cibercriminales. Simplemente porque es un gran caudal de información. El universo digital es vulnerable. Así que, como norma general, hay que tener en cuenta que cuantas más puertas se abran, más riesgos de corren.
La privacidad
Por otra parte, existen decenas de estudios que demuestran que hay aplicaciones que no cuidan la privacidad de los usuarios: obtienen información que se vende a terceros con fines publicitarios.
En Estados Unidos existe una norma federal que busca cuidar la privacidad de los menores: Ley de Protección de Privacidad Online de menores (COPPA, por sus siglas en inglés). Esta normativa busca limitar el modo en que se recopilan y utilizan datos de identificación personal (PII), como geolocalización o datos de contacto, de niños menores de 13 años.
En 2017, la Universidad de Berkeley analizó 5.855 aplicaciones de Android dirigidas a niños y llegó a la conclusión de que cerca del 57% podrían estar infringiendo la ley COPPA de alguna u otra manera.
De acuerdo con ese estudio, el 40% de las plataformas comparte información personal sin tener en cuenta medidas de seguridad razonables, el 39% ignora o incumple las obligaciones contractuales que apuntan a proteger la privacidad de los niños, el 18,8% comparte identificadores de usuarios con terceros y el 4,8% envía datos de contacto o de ubicación sin contar con el consentimiento expreso de los padres de los menores, como lo requiere la ley mencionada.
En última instancia, corresponderá hacer un balance y evaluar si, teniendo en cuenta estos riesgos, igual se quiere instalar una app de rastreo o vigilancia en el celular. Lo más razonable sería contar con el consentimiento del niño o adolescente para hacerlo. Esto último, más que nada, para no afectar el vínculo de confianza y para respetar su derecho a la privacidad.
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