Los fundadores de la empresa declararon que la crearon para ayudar a que las personas consigan productos que no están disponibles en su país y para promover intercambios culturales. Las personas la usan —sobre todo en Argentina y Brasil, los dos mayores mercados de la app— para pertrecharse de bienes caros, como electrónicos o productos para bebés, evitando tasas aduaneras e impuestos.
Grabr, una firma de San Francisco, Estados Unidos, que conecta compradores con viajeros dispuestos a llevar en sus valijas los objetos que desean, se manifestó preocupada por la nota de The Wall Street Journal (WSJ) en la que una decena entrevistados cuentan cómo sacan los productos de sus cajas o envases para hacerlos parecer usados y dicen a las autoridades de las aduanas que no son mulas sino que viajan con un drone para su recreación personal durante las vacaciones.
Con más de 500.000 usuarios en el mundo y con fondos de unos USD 14 millones con inversores de la talla del Funders Fund de Peter Thiel, Grabr funciona como una plataforma de conexión. Primero el consumidor publica en la app que quiere comprar un —por ejemplo— nuevo teléfono. Entonces un viajero que está por ir a su país acepta transportarlo, por una tarifa que acuerda con el comprador.
Una vez contactadas las dos partes, el viajero compra el teléfono, lo envuelve (o lo contrario, según dijeron a WSJ) y lo lleva al lugar de destino, donde se encuentra con la persona que lo quería. El comprador, a su vez, paga el producto en el sistema de Grabr, y la empresa cobra una comisión por cada operación.
El funcionamiento de Airmule, la primera competencia que enfrentó a Grabr, es similar. Con USD 1,2 millones de capital mayoritariamente chino, enfrenta también problemas similares: cuando llegan a destino, en general en China, los viajeros eligen el camino de "nada para declarar". El CEO Sean Yang explicó que a veces las personas compran bienes de lujo en saldos, pero que otras veces reducen el valor en los formularios de la app.
"Yo saco los productos de las cajas para que parezcan usados", dijo al periódico una ex viajera de la app, Evelyn Slater-Shew. Agregó que solía llevar cosas que elegían empleados de Grabr que parecían "saber lo que hacían" y le aconsejaban "que hiciera que todo pareciera usado o viejo".
No obstante, Daria Rebenok, la directora ejecutiva y co-fundadora del servicio, negó cualquier forma de complicidad con la evasión de impuestos: "No es algo que apoyamos como empresa", dijo al periódico. Ella y el otro cofundador, Artem Fedyaev, concibieron el pago del comprador al viajero como una cifra que cubriera las tasas aduaneras.
Aunque los viajeros suelen pagar sus propios pasajes y llevar los productos para compensar el costo, en algunos casos Grabr los contrata y les paga el billete a cambio del transporte de los bienes. Fue el caso de Slater-Shew, quien viajó con maletas completamente armadas por el personal de la compañía.
WSJ analizó más de 95.000 operaciones e identificó unos 1.400 casos en Argentina y Brasil en los cuales los compradores habían ordenado un producto cuyo costo, en sí, duplicaba los límites de exención aduanera, que son de USD 300 y USD 500 respectivamente. "En aproximadamente el 97% de las operaciones, la tarifa del viajero —tal como aparece en el sitio de Grabr— no hubiera sido suficiente para cubrir los impuestos", señaló el medio.
Es posible que las cifras no reflejen los pagos totales a los viajeros: se pueden acordar pagos en efectivo que Grabr no puede rastrear por el momento, dijo Fedyaev. Pero también se puede simplemente ingresar un producto como si fuera usado, o propiedad de quien llega al país, y no pagar las tasas de importación.
"El año pasado Rebenok accedió a llevar laptops de Apple a siete compradores en Argentina", observó WSJ en el sitio de la app. "Su tarifa de entrega más alta fue de USD 285, pero las tasas hubieran costado cientos de dólares más por cada computadora". La cofundadora de Grabr se defendió: ella paga los impuestos, aseguró, y algunas de las operaciones que aparecen a su nombre en el sitio en realidad fueron realizadas por empleados que utilizaron su cuenta.
El objeto de la entrega de bienes entre usuarios de una app "no es sortear las leyes", dijo al periódico James Currier, socio gerente de NFX, una firma que invirtió en Grabr. Este tipo de operaciones son un negocio poco convencional, argumento, y los críticos dicen que no habría que forzar los límites. "Para hacer un pastel hay que romper algunos huevos, y Silicon Valley lo hace", dijo.
WSJ también habló con los compradores, como Emiliano Gioia, de Buenos Aires, quien recibió ya más de 15 productos mediante Grabr: "Hasta donde él sabe, ninguno de los viajeros pagó en la aduana". Como ejemplo, el joven de 23 años recordó que pagó USD 170 de tarifa por el transporte de un casco de realidad virtual de USD 800, que tendría que haber costado USD 250 de impuesto de ingreso.
Ese casco hubiera salido USD 1.900 en su ciudad: esa es la cuestión de fondo. "Yo ayudo a la gente", dijo al medio una viajera, Gardenia Zuniga-Haro, que en dos años transportó miles de dólares en productos y nunca pagó tasas. En Argentina, "la inflación es ridícula", explicó.
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