Uno de los grandes desafíos del urbanismo actual es pensar ciudades inclusivas. El crecimiento de la población urbana, la pandemia y el cambio climático obligaron a reflexionar sobre quiénes y cómo habitan las ciudades y, sobre todo, qué se puede hacer para mejorar la vida cotidiana en las grandes urbes. Crear espacios verdes, reconfigurar las calles, derribar muros y rejas, mejorar el transporte público: las formas para generar ciudades más sanas, equitativas y sostenibles son diversas.
Con ese objetivo, surgió Ciudad 8-80, una organización no gubernamental con sede en Canadá que propone repensar los grandes centros urbanos para que puedan ser disfrutados por toda la población, haciendo especial foco en los niños y ancianos. “Si todo lo que hacemos en nuestros espacios públicos está bien para una persona de 8 y para una persona de 80 años, entonces estará bien para todos”, sostienen desde la ONG que ya ha trabajado en parques y espacios públicos en más de 300 ciudades.
Entre los proyectos en los que trabajó Ciudad 8-80 desde su fundación, en 2007, se destaca el Parque Klyde Warren, ubicado en Dallas, Estados Unidos, que logró transformar una antigua autopista en un hermoso oasis urbano. Para crear este espacio se cubrió una parte de la autopista de ocho carriles que cruza el centro de la ciudad con un gran parque público de más de 21.000 metros cuadrados donde se ofrecen actividades gratuitas de todo tipo como yoga, danza, lecturas, conciertos y cine al aire libre, entre otras. Además, cuenta con un espacio de juegos para chicos, un área para mascotas y food trucks. “Klyde Warren Park demuestra cómo con ideas lideradas por la comunidad y una multiplicidad de actividades pueden mantener un parque vibrante durante todo el año”, señalan desde la organización en su Guía para crear parques y espacios públicos para todas las edades.
La guía, creada en conjunto con la American Association of Retired Persons (AARP) —una organización estadounidense que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas mayores de 50 años— y The Trust for Public Land —ONG que tiene como misión “crear parques y proteger la tierra para las personas, y asegurar comunidades saludables y habitables para las generaciones venideras”— menciona entre los beneficios de crear espacios públicos en las ciudades la mejora en la salud física y mental de la comunidad, el impacto positivo en el ecosistema y el aumento del valor de las propiedades de la zona. Además, indica que una forma de evaluar el diseño de un espacio público es ver cuántas usuarias mujeres, cuántos adultos y padres con niños y niñas tiene. “Su presencia es un indicador importante de un buen diseño. Si un parque no tiene muchos de estos usuarios, piense en qué elementos o cualidades podrían disuadir a sus visitantes”.
Desde su apertura, en 2012, Klyde Warren Park —que tiene 37 especies de plantas nativas y 322 árboles— recibe a más de un millón de visitantes por año y se ha convertido en una referencia para el urbanismo tanto en los Estados Unidos como a nivel internacional. El gran éxito de este parque se basa en que no solo es utilizado a diario como lugar de encuentro y recreación por personas de todas las edades sino que también integró dos partes de la ciudad que estaban divididas por la autopista: los vecindarios de los suburbios con el centro comercial de Dallas. De esta forma, se demostró que este tipo de intervenciones sirven también para restaurar el tejido urbano y fortalecer los lazos comunitarios.
Intervenciones rápidas y baratas
Según datos del Banco Mundial, la población urbana está en crecimiento a nivel global: en la actualidad, el 56 % de las personas en el mundo —4.400 millones de habitantes— vive en ciudades y se estima que esa proporción ascenderá al 70 % para 2050. Además, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que, para ese año, 1 de cada 6 tendrá más de 65 años y el número de mayores a 80 años se habrá triplicado. Este aumento de la urbanización y de la población adulta plantea el desafío de pasar del actual modelo de ciudad, mayormente diseñado por y para varones jóvenes, a un nuevo paradigma que sea más inclusivo para las mujeres, adultos mayores, niños, niñas y adolescentes.
El arquitecto colombiano Guillermo Peñalosa, fundador de Ciudad 8-80, asegura que hay que evaluar los centros urbanos “según cómo tratamos a los ciudadanos más vulnerables”. “Dejemos de construir ciudades para vehículos y atletas de 30 años”, dijo en una entrevista con El Universo. El especialista considera que “no hemos construido ciudades de buena manera. No son sostenibles en lo ambiental ni en lo financiero, tampoco son buenas para la salud física ni mental” y, por eso, es urgente reinventar los modelos de urbanismo y democratizar el uso del espacio.
Y es que en la mayoría de las grandes urbes, quienes se movilizan en vehículo privado son el 18 % de las personas, pero ocupan el 80 % del espacio en calles, mientras que el 82 % viaja de otras formas —ya sea en el transporte público, en bicicleta o a pie— pero tiene apenas el 20 % del espacio urbano. Frente a esta inequidad, Peñalosa propone una ciudad con más parques y espacios verdes, con mejor conectividad, y la creación de circuitos seguros y amigables que faciliten la movilidad para las poblaciones más vulnerables.
Si bien la propuesta de Ciudad 8-80 implica un rediseño integral de las ciudades, también existen intervenciones rápidas y de bajo costo que permiten crear un espacio público más amigable. Estas acciones se conocen como “urbanismo táctico” y cobraron mayor visibilidad a partir de la pandemia.
Pequeños cambios como pintar franjas de colores en las calles y veredas, incorporar mobiliario móvil y crear circuitos que den prioridad al peatón surgieron como una respuesta rápida y económica para crear espacios seguros frente a la COVID-19 en ciudades de todo el mundo. La principal característica de esta propuesta es que se trata de proyectos de transición para que las comunidades puedan mejorar su calidad de vida y ser parte del proceso de reconfiguración de sus ciudades.
Sin embargo, no todas las intervenciones que surgieron a partir de la pandemia son urbanismo táctico. Desde 2020, la ampliación de bares y restaurantes por sobre el espacio público —con mesas, barras e incluso gazebos metálicos en algunos casos— se convirtió en moneda corriente en las grandes ciudades del mundo, pero los especialistas sostienen que esas intervenciones no están pensadas por ni para los vecinos y no pueden ser consideradas como parte de ese proyecto de rediseño urbano.
“Estamos jugando para ustedes”
Con el mismo espíritu de Ciudad 8-80 nació el Proyecto Villa Clorinda en Perú. Se trata de una iniciativa de Sumbi —una ONG que promueve el desarrollo, cuidado y protección de la infancia— y la Asociación Ania —que se dedica a impulsar iniciativas para la protección del ambiente y empoderar a niños, niñas y adolescentes como agentes de cambio— para recuperar espacios públicos en Villa Clorinda, un barrio popular del distrito de Comas, a unos 15 kilómetros del centro de Lima. En 2016, ambas organizaciones, en conjunto con la Coordinadora de la Ciudad en Construcción (CCC), ganaron un fondo de la Embajada de Australia para desarrollar un espacio natural, lúdico y seguro para niñas y niños de ese barrio en un parque que estaba inutilizado.
En el marco de un modelo de participación ciudadana, se consultó a los niños y niñas de Villa Clorinda cómo imaginaban su parque ideal y fueron ellos quienes crearon con plastilina, colores y diversos elementos lúdicos la propuesta inicial que se presentó a la CCC para su diseño y elaboración. Como resultado de ese trabajo, surgió un plan de mejoramiento integral del espacio público que se implementó en dos etapas con la participación de las organizaciones, vecinos, vecinas, niños, niñas, voluntarios, voluntarias y personal de la municipalidad. Hasta entonces, Villa Clorinda era un barrio que estaba fragmentado y enrejado por motivos de seguridad; a pesar de que tenía un bosque y un mirador cerca, estos espacios no estaban conectados ni aprovechados.
Fue necesario retirar los vehículos estacionados en la zona, sacar un depósito de basura, abrir un paseo peatonal para integrar el parque con el barrio y derribar las rejas y muros que impedían el ingreso a ese espacio. Hoy el Parque Villa Clorinda tiene una extensión de 750 metros cuadrados —que se extenderán a 2.100 en una segunda etapa— con juegos hechos con materiales recuperados, un gran tobogán, murales pintados por las infancias del barrio, un rocódromo para escalar y espacios de estar para las familias. En declaraciones a la prensa local, Javier Vera y Paula Villar, arquitectos del CCC, celebraron la aceptación que tuvo el parque entre la comunidad y que el lugar, antes inutilizado, se haya convertido en un punto de encuentro entre los vecinos de la zona y un espacio repleto de niños y niñas.
Sin embargo, no todo fue tan fácil para la comunidad. La intervención también tuvo algunas resistencias entre los vecinos y vecinas del barrio, sobre todo quienes, sin autorización municipal, cobraban a las personas por estacionarse en la calle. Así fue como, pocos meses después de haber inaugurado el parque, quienes defendían la privatización de ese espacio lograron volver a colocar las rejas, aunque esta vez incluyeron una puerta para permitir el acceso. Desde las organizaciones que participaron del proyecto sostienen que esa experiencia les sirvió para aprender que es fundamental comunicar los beneficios que puede tener una intervención ciudadana de este tipo antes de su implementación, para minimizar los posibles conflictos y rechazos. “Creemos que la mejor forma de reducir conflictos y voces en contra de la intervención es involucrar desde el comienzo a la mayor cantidad posible de gente en el desarrollo de tu iniciativa”, señalan en su manual Intervenciones urbanas hechas por ciudadanos: Estrategias hacia mejores espacios públicos. Y concluyen: “Por último, ten en cuenta que también puedes aprender de los rechazos y conflictos. Piensa que, al menos, habrás logrado generar debate en torno a la transformación de la ciudad y las acciones de pequeña escala. Eso ya es un gran logro”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.