“Es la enfermedad que más muertes ha causado a la humanidad”, aseguraba Pedro Alonso, médico español y director del Programa Mundial de Malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La contundencia de sus palabras ayuda a dimensionar cuán emocionante es la llegada de una vacuna que contribuirá significativamente a combatir la malaria, luego de décadas de soñar un final feliz. “Contar con una vacuna para el paludismo que es segura, moderadamente efectiva y lista para la distribución es un acontecimiento histórico”, agregaba
Era octubre del año pasado y la OMS anunciaba y recomendaba formalmente el uso de la primera vacuna que es apta y altamente eficaz para niños y niñas menores de 5 años: las principales víctimas del mosquito transmisor de la malaria. La vacuna RTS,S, llamada comercialmente Mosquirix, fue concebida y creada hace más de 35 años pero recién estará en condiciones de ser distribuida masivamente el año próximo.
La RTS,S es una vacuna hecha en África: fue diseñada por científicos de este continente y su programa piloto se implementó en áreas de Ghana, Kenia y Malawi. Si bien las nuevas vacunas seguramente alcancen mayor efectividad, la comunidad científica coincide en que los resultados que se vean en el futuro serán posibles por haberse basado en los descubrimientos pioneros.
La Mosquirix se volvió realidad en un momento crítico de la lucha contra la malaria: “Hemos visto un progreso impresionante en los primeros 15 años de este último siglo, gracias a los cuales se han podido evitar más de 7 millones de muertes y más de 1.500 millones de casos. Pero la cruda realidad es que durante los últimos años hemos visto cómo estos avances se estancaron”, analizaba entonces Alonso. Todavía hay 200 millones de casos al año en los países donde la malaria es endémica y más de 400.000 muertes por año en estos mismos lugares. La peor parte se la lleva el continente africano y, más puntualmente, sus niños y niñas.
A la hora de precisar cómo se implementará la RTS,S, Alonso destacó: “La vacuna será utilizada como parte de un toolkit, en combinación con las otras herramientas de las que disponemos”. En otras palabras, se trata de un hito médico de escala mundial que necesita apoyarse en los avances tan conocidos como útiles para frenar la malaria.
Hay otras promesas en camino: desde nuevas vacunas (una desarrollada por el equipo de la Universidad de Oxford que creó la de AstraZeneca contra la COVID-19, y otra que está desarrollando la empresa alemana BioNTech), pruebas de anticuerpos monoclonales capaces de prevenir la malaria por meses y hasta nuevas barreras antimosquito con insecticidas de efecto duradero o con químicos que paralizan al insecto. Todos y cada uno de estos avances demuestran que ninguno funciona de manera aislada.
La malaria es una de las enfermedades infecciosas más antiguas y de las más mortales, y el parásito que la desencadena —plasmodium falciparum— puede atacar al mismo organismo muchas veces. Incluso si la enfermedad no llega a ser letal, las infecciones repetidas afectan el sistema inmunitario y dejan al organismo débil y vulnerable. El parásito es traicionero porque muta y pasa por etapas distintas, por lo que adopta formas diferentes en cada ataque. Esto hace el desarrollo de la vacuna significativamente más desafiante que una contra un virus o bacteria.
El plasmodium falciparum infecta a través de sus picaduras. Tras cada ataque, atraviesa el cuerpo de la víctima a una velocidad impactante. En menos de media hora la infección es capaz de alcanzar el hígado, donde se multiplica para luego volver al torrente sanguíneo. Ahí se vuelve invencible. La RTS,S activa el sistema inmunitario para que se defienda contra las primeras etapas de la malaria, cuando el parásito ingresa al torrente sanguíneo y así evita que el parásito infecte el hígado: eso la hace tan efectiva.
La primera recomendación de la OMS, en octubre del año pasado, fue el hito que abrió el camino. Luego, la lucha contra la malaria recibió otro impulso sin precedentes con una nueva inversión significativa de Gavi, la organización no gubernamental que impulsa las vacunas en todo el mundo, que comprometió 156 millones de dólares para distribuir Mosquirix. Más tarde, en agosto de este año, Unicef le otorgó a GSK, el laboratorio que las desarrolló y fabrica, un contrato de 170 millones de dólares para producir 18 millones de dosis en los próximos tres años.
Ahora se están multiplicando esfuerzos para ayudar a garantizar el suministro sostenible a largo plazo de la vacuna RTS,S, y esto incluye planes para que GSK transfiera el producto a Bharat Biotech de India.
Un mal que agudiza desigualdades
El mosquito vuela, se mueve y actúa sin piedad. Y es muy astuto: ha mutado a lo largo del tiempo. Así, la malaria ha infectado a los humanos por más de 50.000 años. Durante siglos, se desconoció cómo se transmitía. Recién hacia finales del siglo XIX se descubrió que la causa de la enfermedad era un parásito y que el responsable era el mosquito hembra del género anopheles.
Su origen es africano, pero la malaria se expandió por todo el mundo debido al crecimiento de la actividad comercial y la extensión de la agricultura. De esta forma, llegó a afectar a una parte importante de la población mundial. Como no existían datos ni remedios, se empezó a combatir al mosquito. Por eso, en lugares con avances tecnológicos y un sistema de salud fuerte la malaria disminuyó paulatinamente hasta desaparecer.
Pero en sitios como África, esto no sucedió. El continente del cual es originario el mosquito portador es el más castigado, y lo es más por factores humanos y sociales que por el insecto en sí. Las altas tasas de natalidad y los sistemas sanitarios frágiles favorecieron la expansión de la malaria y su grado de mortalidad. Los grupos más afectados son las personas previamente enfermas, embarazadas y los niños menores de 5 años.
La malaria mata, pero también agudiza las desigualdades sociales. Con cada infección, los segmentos de riesgo tienen menos capacidad de combatir otras. Destruye familias, comunidades, aldeas. Y, además, debilita los ya muy precarios sistemas de salud porque se saturan los espacios de consulta. Eso sí, el efecto del parásito va más rápido de lo que puede tardar una persona en llegar a un centro de salud.
El gran desafío: prevenir para curar
Si bien muchos mecanismos barrera contra el mosquito son ancestrales, alrededor de la mitad de los niños y niñas en África no cuentan con un mosquitero impregnado en insecticida para dormir, ni acceden a medicación estacional que ayuda a prevenir la malaria.
Por eso, a pesar de la verdadera promesa de estas nuevas innovaciones, aún hay mucho por hacer y grandes sumas por invertir. Philip Welkhoff dirige el equipo que combate la malaria de la Bill & Melinda Gates Foundation. Es un especialista en la materia y lleva años viendo el ir y venir de la ciencia versus el mosquito. En un artículo reciente de la Fundación, afirma: “Si bien vencer la malaria ha sido una búsqueda de siglos, la historia reciente ha visto un tira y afloje entre la naturaleza y el ingenio humano. Los investigadores descubren nuevos métodos para tratar y prevenir la enfermedad y luego, con el tiempo, el parásito y sus mosquitos vectores evolucionan y hacen que esos métodos sean menos efectivos”.
Todavía faltan años para que la mayoría de estas herramientas transformadoras estén disponibles en los países afectados por la malaria, pero es posible acelerar su desarrollo y entrega dentro de la década. Mientras tanto, la clave es que cada vacuna vaya acompañada de los recursos preventivos que ya se sabe que funcionan, como mosquiteros para cama impregnados de insecticida y medicamentos preventivos. Todo esto, combinado con herramientas actuales de datos que permitan llegar más y mejor a las zonas vulnerables con el tipo de medida acorde, permitirá atacar el problema de una manera mucho más integral. Así, se podrá obtener un impacto mucho más grande y acelerar la verdadera transformación.
En definitiva, también es importante que la batalla no haga perder de vista la guerra, que en la mayor parte del mundo sigue siendo la salud en general. Como dijo el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, al momento de presentar la vacuna al mundo: “En última instancia, invertir en la atención médica universal es la mejor manera de garantizar que todas las comunidades tengan acceso a los servicios que necesitan para combatir el paludismo”.
Todos los especialistas parecen coincidir: sobre la base de esta vacuna revolucionaria se tendrán que apoyar todas las herramientas antipalúdicas que conocemos para llevarle la delantera a esta enfermedad y finalmente poder erradicarla.
___
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.