“Antes de empezar a ir a la fundación no hacía nada, siempre me quedaba en mi casa, aburrido. Acá me enseñan cosas como cuáles son las palabras agudas, graves y esdrújulas, que me sirvió un montón cuando tuve una prueba de Lengua. Aprendí a dividir y a multiplicar”, dice Fernando, de 14 años.
“Conocí la fundación porque tiene un programa de apoyo escolar para chicos de primero, segundo y tercer ciclo y mi hermana va. Ahí informaron que se iba a crear un grupo de jóvenes que no entraban al apoyo escolar por la edad . Mi mamá me preguntó si quería ir y le dije que sí. Nos hablaron de la fundación, que nos proponía un espacio para que podamos expresarnos libremente, ser nosotros mismos. Yo nunca tuve un lugar donde expresarme y me sirvió mucho porque aprendí a manejar mis enojos, a canalizar esa ira en una cosa más productiva. También aprendí a ser compañera y que aunque las cosas a veces no salen como vos querés siempre hay algo que te ayuda y te consuela. Si algo me salía mal, sabía que podía venir acá y sentirme mucho mejor”, cuenta Jimena, de 17.
Fernando y Jimena tienen cosas en común: son hijos de recolectores urbanos y asisten a la Fundación Cartoneros y sus chicos.
Qué hacemos con los pibes
La pregunta que se hacían padres y madres dedicados a la recolección de cartón y residuos urbanos hace poco más de una década, cuando comenzaba a regularizarse en la Ciudad de Buenos Aires el trabajo de cartoneros y cartoneras y se exigía que los menores no formaran parte de esta actividad, tenía que ver con qué hacer con sus hijos e hijas cuando no estaban en la escuela y ellos debían trabajar en la calle.
Por ese entonces, la empresaria suiza Renata Jacobs —hija de Klaus Jacobs, fundador de la marca de chocolates Suchard— había viajado a la Argentina y había quedado impactada al ver a niños y niñas pequeñas juntando cartones con sus madres y padres y se propuso hacer algo al respecto ahí —acá—, en una geografía tan distante de la propia. Se acercó a algunas organizaciones hasta que conoció a Las Madreselvas, una cooperativa que reúne a recuperadores urbanos de Maquinista Savio, Garín, López Camelo y otras localidades de Pilar y Tigre. Ellos le plantearon el problema de ese momento: no sabían qué hacer con sus hijos e hijas fuera del horario escolar. Jacobs quería implementar un proyecto educativo. En ese mismo momento comenzaron a trabajar en conjunto. Así nació, hace once años, esta iniciativa que se formalizó hace tres, cuando obtuvo un espacio propio en Maquinista Savio (Pilar) y se convirtió en la Fundación Cartoneros y sus chicos.
“Antes funcionaba de manera informal, en un lugar prestado por el municipio de Escobar donde había varias organizaciones. Lo bueno de la formalización es que el proyecto cobra nuevo aire y nuevo vuelo. La fundación presentó un pedido a la municipalidad para que nos cedieran el terreno y empezó a formalizarse todo lo que se venía haciendo. Yo me incorporé en ese momento y rediseñamos la propuesta de intervención socioeducativa”, dice Diego Guilisasti, magíster en Diseño y Gestión de Programas Sociales, docente universitario y director de Cartoneros y sus chicos.
La fundación recibe actualmente entre 160 y 170 chicos, desde los 6 hasta los 18 años, para los que ofrecen diferentes programas y propuestas educativas. La franja que va de los 6 a los 14 asiste de lunes a viernes, tres horas y media, a contraturno de la escuela. Los grupos están divididos en tres niveles (primero, segundo y tercer ciclo) según la edad y el año académico que estén cursando los chicos. A todos ellos se les brinda apoyo escolar y otros talleres como el de educación sexual integral (ESI) y contenido relacionado al cuidado del cuerpo y de la salud —dictados por la ginecóloga especializada en adolescentes María Eugenia Escobar—; clases de música a cargo de Clara Parodi, directora de la orquesta municipal de Pilar, y deportes, con estudiantes del Profesorado de Educación Física del Instituto Superior Frederic Chopin que hacen sus prácticas en la fundación.
“En el barrio cuesta mucho salir del fútbol, pero estas actividades permitieron que los chicos pudieran conocer múltiples deportes. Hicieron rugby, sóftbol, voley. Eso les posibilitó conocer otras cosas y ver que quizás uno que no era tan bueno en fútbol era buenísimo en rugby”, cuenta Guilisasti.
También se hacen talleres ocasionales, como un programa de reciclaje que llevó adelante junto con la Cooperativa Las Madreselvas: “Vino el equipo de promotores ambientales, cartoneros y cartoneras especialmente capacitados, a dar una serie de charlas que terminó con propuestas de actividades para hacer juegos y juguetes con material reciclado. La verdad es que fue espectacular porque tenía muchos objetivos. El primero, que los chicos pudieran poner en valor el trabajo de sus padres y madres (además, algunas de las promotoras ambientales eran mamás de los pibes que estaban ahí con nosotros). Por otro lado, empezar la separación de residuos en nuestro espacio y que todos pudieran hacerlo también en sus hogares. Después tuvimos un proyecto de limpieza del lugar donde estamos: la calle, la canchita de fútbol que tenemos al lado”, detalla Guilisasti.
Otra cosa que ofrece la fundación es un complemento alimenticio. Si bien no funciona como comedor, sigue un menú elaborado especialmente por Alberto Cormillot y brinda todos los días una colación.
Para adolescentes de 15 a 18 años está el Programa Jóvenes Líderes, que se dicta todos los sábados de 10 a 14 h. “Se trata de una propuesta específica con la que buscamos que puedan liderar su proyecto de vida. La pregunta principal es: ‘termino el secundario y ¿qué hago?’. Queremos, justamente, que los chicos y chicas puedan hacer un proceso de autoevaluación y ver qué es lo que tienen y qué es lo que les gustaría, cuál es su vocación. Y que a partir de ahí puedan definir si estudiar y/o trabajar y/o emprender. Muchos jóvenes hacen las tres cosas al mismo tiempo”, detalla Guilisasti.
Este programa para jóvenes tiene dos módulos. En uno se trabajan específicamente habilidades socioemocionales como la responsabilidad, el trabajo en equipo, el liderazgo y temas que proponen ellos, como ESI, prevención de adicciones y de violencia de género. En el otro módulo se trabaja la vocación, la proyección profesional, el armado de CV, la búsqueda de trabajo, qué estudiar, dónde estudiar.
Dentro de estas actividades, se organizó una charla con personas de la Universidad Nacional de Luján sobre estudios superiores, a partir de la que tres jóvenes ―Jimena incluida― expresaron sus deseos de anotarse en una carrera universitaria. “Esa es como la frutilla del postre de todo el trabajo que hacemos”, dice Guilisasti.
El programa de alfabetización
Cuando la fundación comenzó a funcionar como tal y a evaluar con qué conocimiento llegaban los chicos y chicas al espacio, el equipo detectó un problema que se extendía en la población de la zona: el analfabetismo. Y decidió crear un programa dedicado exclusivamente a intentar revertir esta situación.
“Levantamos datos de chicos y chicas de sexto grado que no sabían leer ni escribir. Ahí es donde el proyecto trasciende el apoyo escolar para pasar a enseñar lo que necesitan. Si un chico o chica está en sexto grado y tiene que hacer una tarea de comprensión de texto pero no sabe leer ni escribir, antes que trabajar en la comprensión del texto le tenemos que enseñar a leer y escribir”, cuenta el director de la fundación.
La pandemia agravó esa situación porque muchos niños y niñas se alejaron de las escuelas. Al regreso, la cantidad de chicos analfabetos que asistían a los talleres se había duplicado. Actualmente, el 50 % no sabe leer ni escribir. Previendo que esta situación se repetiría en más hogares, los cartoneros y cartoneras de Las Madreselvas realizaron un relevamiento en 295 casas de Maquinista Savio y algunas zonas de Campana y Tigre. Tocaron puertas con dos preguntas: cuántos chicos viven y cuántos de ellos saben leer y escribir. Aún están procesando la información recabada pero adelantan algunos números: 230 de esos hogares tienen niños, con un promedio de 2,77 por hogar. De 409 chicos de 6 a 19 años, el 47 % no sabe leer ni escribir.
Al equipo le sorprendió encontrar a jóvenes de 16 años o más sin alfabetizar y que el porcentaje de quienes no saben leer ni escribir en la zona coincidiera con el de los asistentes a la fundación. A raíz de esto, decidió fortalecer el programa de alfabetización y sumó clases virtuales para quienes no pueden asistir presencialmente. Hubo una convocatoria de voluntarios y la respuesta sobrepasó las expectativas.
“Hoy tenemos más de 40 voluntarios que se conectan de manera virtual para enseñar a leer y escribir. Lo que hacemos es entregarles un dispositivo ―un celular o una tablet― a las familias que no tienen en el hogar y las conectamos con un voluntario o una voluntaria. El programa está funcionando muy, muy bien. Nos ha abrumado la cantidad de voluntarios y voluntarias que se anotaron en los últimos días, tenemos hasta titular y suplente para asignarles a los chicos y chicas y cumplir con el objetivo principal que es brindarles oportunidades”, relata Guilisasti.
El trabajo voluntario
La fundación está compuesta por un equipo de planta de 12 personas que trabaja de manera remunerada y cuenta con decenas de voluntarios y voluntarias que asisten u ofrecen su apoyo de manera virtual para las diferentes propuestas.
Una de ellas es María Eugenia Escobar, ginecóloga y obstetra que asistió durante 15 años como voluntaria al Hospital Rivadavia, en el área de adolescencia en casos de abuso sexual. Hace muchos años que trabaja en prevención de abusos, enfermedades de transmisión sexual y cuestiones vinculadas y advierte que en estos temas hay “una deuda espantosa en toda América Latina”. Antes de la pandemia viajaba por el país haciendo esa tarea y cuando no pudo viajar más por las medidas sanitarias, encontró en Instagram a la Fundación Cartoneros y sus chicos y escribió para ver en qué podía ayudar.
Desde el año pasado forma parte del equipo voluntario de docentes. No vive en la zona, sin embargo, una vez al mes llega a la fundación por las mañanas y se queda hasta que finaliza el horario de actividad. Pasa una hora y media con cada nivel, en los dos turnos. “Estas cosas para mí no tienen distancia: si uno las puede hacer las tiene que hacer. Va más allá de lo médico, es una cuestión personal”, dice. “Mi idea siempre que trabajo prevención es no solo enfocarse en ESI, yo creo que hay que empezar por el cuidado general: lavarse los dientes, pasarse hilo dental, lavarse las manos, todo eso que aprendimos en la pandemia, para finalmente también cuidar de la parte reproductiva, sexual, como una cosa más. Con esa premisa y con una idea de género, de inclusión y trabajo. Y así encaré. Es un reto pero es muy lindo”.
Escobar trabaja en cuestiones vinculadas a la inclusión, a la perspectiva de género, la aceptación del otro y de uno mismo. Se enfoca en la prevención de abusos de todo tipo y adapta el contenido a las diferentes edades y etapas de desarrollo de los chicos y las chicas.
“Cuando trabajo con los más chiquitos, hablamos de alimentos saludables y de bullying, porque entre ellos es muy común. Salen temas de discriminación, de machismo, entre ellos mismos. Por ejemplo, tomo como referencia la rivalidad River-Boca para hablar acerca de aceptar al otro como es. Por supuesto, todo parte de juegos. También hablo de prevención de abuso sexual, porque lo hay, y si bien yo no voy a los talleres como médica, sé qué realidad tienen los chicos y chicas. Les enseño qué pueden hacer, que siempre hay alguien bueno que los puede ayudar. A los que son un poco más grandes les enseño cómo va creciendo el cuerpo, hablo de género pero arranco con un criterio biológico, porque si no se les complica un montón. Después entro en la autopercepción del género, que también es superimportante”, detalla.
“Y con los más grandes hablo todo el tiempo porque es lo que se espera de mí y porque me preguntan. Hablo de sexualidad; de los cambios que hay en la adolescencia; del crecimiento; de lo que significa menstruar; de la violencia en los noviazgos; de la autoestima, del respeto por uno y por los demás; de la diversidad de géneros; de los anticonceptivos, cómo se usan, cuáles son; de las infecciones de transmisión sexual; del alcohol. No paro. Voy con mucho entusiasmo porque a mí estas cosas me atraviesan. Vuelvo molida y demolida por la realidad. Y a su vez, estoy llegando a capital y ya se me ocurren ideas para la próxima vez”.
Escobar describe el lugar que tiene la fundación así: “Es hermosísimo, un oasis en un barrio muy duro”, “con agua, con baños impecables, con buena onda y contención por parte de los docentes”. Destaca esto dada la importancia que tiene para chicos, chicas y adolescentes de realidades crudas y necesidades múltiples contar con un espacio físico, donde puedan ir cada vez que lo deseen y sentirse a gusto. Por eso, también celebra que además de los voluntarios haya un equipo fijo y define el trabajo que realizan como “maravilloso”.
Jimena, que participa en el Programa de Jóvenes Líderes y quiere estudiar abogacía, también es voluntaria en el Programa de Alfabetización: “Sentí esa necesidad de ayudar a un chico que no tuvo la misma oportunidad que yo. Porque a mí cuando era más chica no se me hacía difícil nada, si me decían ‘ahora vamos a hacer esto’ y me explicaban, para mí era fácil entender las cosas, nunca me costó aprender a leer. Aprendí cuando tenía 5 años, iba al jardín, y me acuerdo que había chicos a los que les costaba un montón. Me empecé a acordar de eso y pensé: ‘Estaría bueno darles una mano a los chicos que no pueden’. Estar acá, ayudando a otra persona, es una motivación”, cuenta.
Escobar coincide, con otras palabras: “Uno va dejando un poco de semillas y la semilla germina. Es la sensación de sentirte útil en un lugar donde realmente hay mucha necesidad”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.