En un planeta atravesado por una crisis climática sin precedentes, la capacidad de los sistemas de producción de alimentos de adaptarse a un nuevo clima marcado por la mayor recurrencia de eventos extremos será clave. En la Argentina, gran productora mundial de granos, cereales y carne, el calentamiento global significa mayor riesgo para los sectores de la economía más atados al clima, por ejemplo, el agropecuario.
Lluvias más intensas, inundaciones, sequías, tormentas severas, olas de calor e incendios forestales ponen a prueba la resistencia y el poder de adaptación de esos sistemas productivos que enfrentan también el desafío de ser cada vez más sustentables para disminuir la presión ambiental que generan.
El proyecto “Resilientes: producción de alimentos en regiones vulnerables” es una iniciativa que, en base a procesos colaborativos, busca reforzar las capacidades de pequeños productores agropecuarios en tres zonas de Argentina (La Plata, Córdoba y Río Negro y Neuquén en la Patagonia) y en la región de Caquetá, en Colombia, para hacerle frente a la crisis climática. A nivel nacional está coordinada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y tiene financiamiento de la Unión Europea.
El proyecto reúne a expertos de instituciones estatales de la Argentina y de Colombia que, desde hace dos años, trabajan en conjunto con unas 200 familias para rediseñar sus sistemas productivos, reducir sus vulnerabilidades y fortalecer sus estrategias de adaptación en función de las amenazas de la crisis climática.
Tras un proceso de diálogo con esas familias, los técnicos desarrollaron un diagnóstico ajustado a cada territorio y un plan de acción específico para mejorar la capacidad de cada sistema socioproductivo con medidas “duras” que implican infraestructura y tecnología y otras “blandas” relacionadas con formas de organización social y acceso a información actualizada.
Según explicó Iris Barth, que forma parte del equipo de coordinación general del proyecto, en Resilientes se encontraron necesidades que existen “desde hace años” con la posibilidad de contar con financiamiento para concretar propuestas en los territorios, en este caso a través de la Unión Europea. “Yo ya tenía antecedentes con la cooperación internacional, le propuse esto al INTA y comenzamos a trabajar con un equipo en base a trabajos que ya se venían haciendo, no empezamos de cero”, cuenta.
Barth detalló que las tres regiones elegidas en la Argentina tienen algunas problemáticas parecidas, pero cada una muestra particularidades: “En la Patagonia encontramos sequía y problemas de acceso al agua como en Traslasierra (Córdoba), mientras que en La Plata es diferente: la situación socioeconómica es otra y el problema suele ser el exceso de agua. La idea fue elegir regiones con algunas variables comparables y otras no”, dice.
El cordón hortícola en La Plata
La Plata, en el periurbano de la región metropolitana sur de Buenos Aires, tiene un importante cordón hortícola que desde sus inicios estuvo en manos migrantes. En un escenario marcado por una creciente variabilidad climática, el acceso a la propiedad de la tierra es una limitación que complica las estrategias a largo plazo, como la construcción de infraestructura sólida. En la zona suele haber tormentas fuertes, con lluvias intensas y vientos importantes, que afectan las instalaciones de los huerteros y condicionan sus posibilidades productivas.
“Hicimos talleres en los que los horticultores nos decían que percibían temperaturas menos bajas e inviernos menos marcados; estas percepciones las validamos con proyecciones climáticas y es así, no es un invento, es una tendencia” dice Edurne Battista, que es diseñadora industrial y trabaja en el Instituto para el Desarrollo de una Agricultura Familiar (IPAF) dependiente del INTA.
La profesional explica que la percepción local de un clima más extremo comenzó con una tormenta de 2017, con vientos que volaron invernáculos y dañaron muchas instalaciones. “Este tipo de evento destruye los sistemas productivos y deja un tendal. Si a eso se suma la degradación del suelo, que es importante, caemos en un círculo vicioso que el cambio climático potencia”, agrega Battista.
Ante esto, desde Resilientes se buscaron estrategias conjuntas con unas 50 familias de productores para fortalecer el sistema con medidas como la construcción de reservorios de agua para no perder el suministro cuando se corta la luz y la restauración de los suelos, mediante la reducción de fertilizantes químicos y yendo hacia una transición agroecológica que incluye una mayor diversificación de los cultivos.
Eso incluyó una mejor gestión del agua; la elaboración de biopreparados para reemplazar los fertilizantes químicos ―cuyos precios están dolarizados―; canales cortos de comercialización del productor al consumidor, para reducir costos y sumar calidad, y el diseño de envases retornables, entre otras herramientas que ayudan a planificar mejor la producción y mejorar así la resiliencia de todo el sistema.
“También es importante que las familias estén organizadas y que tengan en su agenda la cuestión climática”, subraya Battista.
El secano patagónico
Paula Ocariz es ingeniera agrónoma especializada en desarrollo rural, trabaja en la agencia de extensión del INTA de Bariloche y está a cargo de la iniciativa Resilientes en la Patagonia norte, donde el proyecto se focalizó en ocho sitios de intervención en la zona árida: el secano. “Son siete parajes (Limay Centro, Covunco Abajo y Loncopué en Neuquén, y Chaiful, Cerro Alto, Corralito, Pilquiniyeu del Limay y Comallo en Río Negro) ubicados en la estepa arbustiva árida con una economía familiar de ganadería ovina y caprina y algo de forrajes y hortalizas”, describe la investigadora.
El principal problema ahí es el agua: su gestión y conservación. Así lo evaluaron las familias (unas 95 en total) y los técnicos, por lo que se priorizó el diseño de un sistema de manejo integral que vaya desde las vertientes y tenga en cuenta su almacenamiento y distribución. Searmaron protectores de vertientes para que no se desmoronaran ni pasaran los animales, se estableció una mejor red de conducción instalando mangueras en lugar de los habituales canales en la tierra y se incorporaron tanques de plástico como reservorios. “La zona está en emergencia hídrica desde hace trece años, por eso, cuidar cada gota de agua es fundamental”, explica Ocariz.
A estas medidas de adaptación en el uso del agua se sumaron otras más asociadas a cuestiones culturales como mejorar el manejo del suelo, evitar los suelos desnudos y ampliar la diversidad de la vegetación. “Buscamos fortalecer las capacidades locales para que las familias sean más autónomas y diversifiquen sus fuentes de ingreso, así también se promueve el arraigo de los jóvenes”, explica Ocariz, para quien los actores de la agricultura familiar “tienen una gran capacidad adaptativa” así como sensibilidad hacia el sistema. “Trabajamos sobre las capacidades de adaptación y la percepción de los riesgos climáticos”, agrega la experta.
Las sierras de Córdoba
La zona árida de Traslasierra, en el oeste de la provincia de Córdoba, tiene un paisaje moldeado por el bosque nativo chaqueño seco donde las familias de la agricultura familiar producen en base al uso múltiple de sus recursos. Según contó Dardo López, investigador del INTA y coordinador de Resilientes en esa zona, la escasez de agua es la principal problemática para la vida y la producción; por eso, el primer paso del trabajo conjunto entre técnicos y habitantes (unas 40 familias) fue aumentar la capacidad de captación y retención del agua mediante cisternas que juntan agua de lluvia, mini lagunas artificiales en las zonas bajas para almacenar lo que se escurre y riego por goteo.
También se aumentó la agrobiodiversidad de frutas y hortalizas: “La base de la resiliencia es la diversificación no solo ecológica, sino también agropecuaria y socioproductiva” afirma el especialista. Esto incluye trabajar en nuevas formas de organizarse social y productivamente para mejorar las cantidades que se venden y sus precios finales.
A través de Resilientes logró construirse una sala apícola para que más productores pudieran volcarse a la miel, y otra para almacenamiento y venta directa que también se usa como lugar de reunión.
Ideas que se pueden replicar
Una de las premisas sobre las cuales se construyó el proyecto fue su escalabilidad: que las estrategias y herramientas desarrolladas en los tres territorios pudieran servir como ejemplo para otros lugares o, mejor aún, como inspiración para avanzar en políticas públicas más generales. “Uno de los criterios de selección para acceder a financiamiento europeo era que el proyecto fuera escalable. Por eso, desde un principio hicimos una sistematización de todo el proceso, para poder ofrecer y compartir el paquete, que se puede replicar y ajustar luego” explica Barth, para quien el INTA “está haciendo muchas cosas muy interesantes”.
“Resilientes marca caminos posibles. La Argentina está elaborando sus planes de adaptación y mitigación y muchas veces se trabaja sobre la contingencia, cuando el problema ya sucedió”, dice Battista y concluye que poder escalar este tipo de proyectos es muy necesario porque “sirven para mostrar lo que se puede hacer”, más allá de las particularidades de cada territorio.
___
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.