Chepalungu: un bosque en Kenia, un pulmón verde cercano a una reserva nacional llamada Maasai Mara, un refugio para la vida silvestre y para la comunidad del pueblo kipsigi. En los últimos quince años el bosque fue destruido y los árboles fueron talados como resultado del caos postelectoral que sacudió al país en 2007 y 2008. Durante esas escaramuzas, taladores ilegales mataron a un guardabosques, lo que llevó a otros a huir de la zona. Desde entonces, el ecosistema no pudo regenerarse, principalmente debido a la presión de —de nuevo— los humanos: el pastoreo, la producción de carbón y la recolección de leña de los pocos árboles y arbustos que quedan asfixian a la naturaleza local.
Estas actividades han puesto en peligro la integridad del bosque y, como resultado, han disminuido la disponibilidad de recursos hídricos para la población local y otras poblaciones río abajo. Las áreas que alguna vez fueron verdes se están convirtiendo en matorrales y pastizales, con especies de árboles nativas reemplazadas por una proliferación de invasoras. La desaparición del olivo silvestre africano, el cedro, el palo maloliente rojo y el nandi llama es un golpe también para la forma de vida de los kipsigis. Para ellos, el bosque es fuente de hierbas y plantas para medicinas y ceremonias. Por eso ahora la comunidd está desempeñando un papel central en devolverle la vida al Chepalungu.
La historia de la destrucción se inició con un ejército de comerciantes de madera y carbón que operaron con impunidad y taló todos los árboles gigantes. Después de que el último tocó el suelo, fueron por los más pequeños. Los árboles que no se podían convertir en madera fueron cortados para obtener carbón. Los animales cuyo hogar era el bosque fueron cazados: antílopes, babuinos, hienas, conejos, ardillas y zorros. Los arroyos se secaron. Los patrones climáticos generales cambiaron. Las lluvias que solían llegar alrededor de abril desaparecieron.
Pero en 2008 —poco después— Joseph Towett, un anciano conservacionista, estableció la Asociación Forestal Comunitaria Chepalungu Apex, que está administrada por habitantes locales y busca reintroducir especies de árboles perdidas. La comunidad se involucró y ya logró restaurar más de 160 hectáreas de tierra y volver a cubrirlas de árboles. El trabajo por hacer es largo: el bosque se extiende a lo largo de 4.871 hectáreas (divididas en dos bloques: Siongiroi y Kapchumbe).
Los aldeanos kipsigis asumieron la responsabilidad colectiva de administrar la plantación de árboles. “Cuando la comunidad descubrió que estaba perdiendo un aspecto muy importante del medio ambiente, comenzó a involucrarse activamente en la conservación”, dijo uno de los líderes kipsigis, David Sigei, al diario inglés The Guardian. “Sin estas plantas, nuestras ceremonias carecen de autenticidad y esto plantea un gran problema para nosotros”. Además, durante el confinamiento por la COVID-19, en Kenia, menos personas pudieron acceder a los centros de salud y muchas recurrieron a las plantas medicinales tradicionales, lo que llevó a la comunidad a intensificar los esfuerzos para preservar y plantar árboles.
Ahora el gobierno local (del condado de Bomet) prioriza la entrega gratuita de plántulas de especies autóctonas para las comunidades de Chepalungu. “Hemos establecido una base de datos de especies de árboles autóctonos extintos e insistimos en comprar más de estas que semillas exóticas”, dijo a The Guardian Gilbert Korir, oficial de medio ambiente del condado.
Desde noviembre de 2019 se sembraron más de 90.000 plántulas de árboles, con una tasa de supervivencia de alrededor del 80 %.
Las plántulas son propagadas por comunidades coordinadas por la Asociación Forestal Comunitaria de Chepalungu, con seis exploradores comunitarios que monitorean la actividad. Además de la siembra, en junio de 2020 se erigió una valla de 4,7 km a lo largo del perímetro del bloque Siongiroi —de 1.733 hectáreas— para que pueda regenerarse por sí solo. Había un antecedente: una pequeña parte que fue vallada por la Autoridad Nacional de Gestión Ambiental en 2015 se regeneró por sí sola.
El bosque es supervisado por el Servicio Forestal de Kenia, con la ayuda de organizaciones internacionales como la World Wide Foundation (WWF) y el Servicio Forestal de los Estados Unidos. La colaboración entre los socios garantiza que desempeñen funciones complementarias y con la contribución de la comunidad el proyecto superó su objetivo.
Y aunque la crisis climática es otra amenaza (no poder prever las precipitaciones es el mayor desafío para los programas de restauración), Ousseynou Ndoye, coordinador regional para África Occidental y Central en la iniciativa de Restauración del Paisaje Forestal Africano —que busca revivir 100 millones de hectáreas de tierra en África para 2030—, enfatizó ante The Guardian la importancia de las pequeñas comunidades: “Restauran áreas pequeñas de bosques y tierras degradadas que, cuando se suman, se vuelven muy significativas. Los actores locales son los que implementan la restauración del paisaje forestal sobre el terreno”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.