El estado de California, el más rico de Estados Unidos, tiene más de 150.000 personas en situación de calle. De ellas, cuatro de cada diez están en Los Ángeles. “Cuando te trasladás por los diferentes barrios de esta ciudad podés ver las miles de carpas que están debajo de los puentes, en parques y hasta en las veredas de espacios residenciales. Es prácticamente imposible, si vivís aquí o viniste de visita, no encontrarte con esta realidad”, dice Damián Mazzotta, un argentino que migró hace 10 años a los Estados Unidos y actualmente reside en la ciudad.
Una noche de invierno, al salir a cenar con su hijo, Mazzotta vio una persona durmiendo en la rejilla de la ventilación del subterráneo para que le llegara algo de calor. Su dolor lo perturbó. Y esa incomodidad se volvió un motor para reaccionar.
En ese momento, él trabajaba en La Opinión, un medio de noticias hispano. Ahí conoció a Mel Tillekeratne que, como referente de la organización Monday Night Mission (MNM), se había acercado al medio para pedir difusión sobre la iniciativa, la cual se enfocaba en repartir comida a personas desamparadas por las noches. Mazzotta se interesó: se acercó una noche y terminó participando como voluntario durante un año. Una de las fortalezas que tenía MNM era su comunidad en las redes sociales: unas 20.000 personas que se reunían para ayudar.
Con casi veinte años de experiencia corporativa implementando proyectos, Mazzotta se preguntó cómo podía poner sus habilidades al servicio de estas personas y aportar un valor mayor. Así fue que un día le planteó a Tillekeratne formalizar una organización.
En 2017, Mazzotta cofundó la ONG End Homelessness Californi (EHC), cuya primera iniciativa fue The Shower of Hope Program, una propuesta de higiene móvil que en 2019 se convirtió en la operación más grande de su tipo en los Estados Unidos y atendió a decenas de miles de personas desamparadas.
La iniciativa consiste en generar espacios para que las personas puedan ducharse, comer y acceder a ropa limpia. En cada punto al que llega, con un tráiler, opera durante unas cuatro o cinco horas para que la gente tenga tiempo de sentarse, relajarse y conectarse con trabajadores sociales o del sistema de salud. En algunas oportunidades, se acercan desde abogados hasta peluqueros. Cada persona tiene unos 15 minutos para ducharse.
Cómo escaló el proyecto
Para lanzar el modelo, los fundadores hicieron un evento de fundraising o captación de fondos para comprar el tráiler y el camión que lo traslada. Se comenzó con cuatro duchas en el móvil, trabajo voluntario y productos de higiene donados. “Con este punto de partida, les pudimos mostrar a las autoridades gubernamentales locales cómo funcionaba el programa. Ya con los resultados generamos alianzas para hacerlo crecer”, relata Mazzotta. Tiempo después, se sumaron organizaciones gubernamentales, fundaciones y empresas para apoyar la iniciativa.
Una de las primeras asociaciones fue con la iglesia Holy Family Church, en el sur de Pasadena, que proveía comida a la comunidad todos los mediodías. EHC envió el tráiler al lugar. “Tenemos vínculo y colaboración con iglesias de distintas confesiones y siempre el resultado es positivo”, agrega el referente del programa.
Otra alianza importante es con el Departamento de Salud Mental del Condado de Los Ángeles. “Lo cierto es que el primer acercamiento a una persona que está en situación de calle es un desafío. Cualquier individuo que pasa algunos días en la calle comienza a sufrir traumas y trastornos cognitivos y sociales. Cuando tiene la oportunidad de darse una ducha y participa de una actividad en la cual se siente atendido y confía, está más predispuesto a recibir otros servicios”, relata Mazzotta.
Después de nueve meses de trabajo, fue posible demostrar resultados, sobre todo a las autoridades locales, para solicitar financiamiento. Entonces, se pudo aumentar la cantidad de tráilers y comenzar a contratar empleados. Un 30 % de las personas que trabajan para la organización primero estuvieron en situación de calle y fueron usuarias del programa.
“Una persona que queda desamparada básicamente está expuesta a perder todo y a tener muy pocos recursos para poder levantarse. Tener la oportunidad de volver a pertenecer a un grupo social, a una actividad, le permite tener un propósito que le cambia la vida. Por dar un ejemplo, cuando a una de las personas que asistía al programa le preguntamos si quería trabajar con nosotros, al principio le daba vergüenza explicarnos que había perdido los documentos y que no sabía leer. La ayudamos a resolver sus problemas y hoy es una de las más comprometidas con el proyecto”, relata Mazzotta, que relata la experiencia en el libro Una gota de dignidad.
Confianza y contacto cotidiano
Hoy la organización opera en más de 25 locaciones todas las semanas, con una estructura de nueve tráilers y moviliza a más de 200 personas por semana entre empleados y voluntarios. Alcanza a asistir entre 2.000 y 2.500 personas en situación de calle por mes.
Los altos costos de la vivienda y la enorme desigualdad en los ingresos resultan en que la indigencia no sea ya privativa de quien está fuera del sistema laboral. “Muchas de las personas que asisten a nuestros programas tienen trabajo, pero sus ingresos no les alcanzan para cubrir sus gastos”, comenta Mazzotta y agrega: “Se ve mucha rotación. Nos encontramos con personas que están en la calle de manera transitoria porque no pudieron pagar el alquiler a fin de mes o se quedaron sin trabajo. Ellos se acercan para pasar ese momento puntual. Y también están quienes se encuentran en esta situación de manera crónica”.
Pero, además, End Homelessness California detectó otro problema. En la ciudad de Los Ángeles hay más de 6.000 individuos que viven en sus vehículos. Por eso, se creó una iniciativa que ofrece dos estacionamientos, espacios desde las 19 hasta las 7 h, en donde hay comida, baños, seguridad y una persona que ayuda a las personas a conectarse con servicios sociales y, eventualmente, con refugios o recursos para poder mejorar su situación.
En 2020, la organización lanzó un nuevo programa de vivienda compartida y apoyo integral a estudiantes universitarios con inseguridad habitacional, llamado Hope Housing for Students. “La iniciativa surgió porque una universidad nos contactó para contarnos que algunos de sus estudiantes dormían en sus autos para poder estudiar y nos preguntaron si podíamos implementar un programa como el que hacíamos en los estacionamientos. Nosotros fuimos con la contrapropuesta de Hope Housing for Students”, relata Mazzotta.
Ese programa hoy tiene tres casas en las que viven 30 estudiantes. En este momento, la ONG está en conversaciones con el Gobierno para hacer una prueba piloto y escalar esta idea para llegar a 100 estudiantes.
En paralelo, la organización desarrolló una aplicación y un sitio web que geolocaliza lugares y organizaciones que brindan servicios esenciales para las personas en situación de calle o individuos que necesitan acceder a necesidades básicas, como comida. “Estas iniciativas nos permiten decirle a la gente que hay personas dentro de su comunidad que quieren conectar con ellos y que los quieren ayudar. Es muy importante mantener la periodicidad para que las personas en situación de calle puedan generar confianza y contacto cotidiano con estos espacios”, reflexiona Mazzotta.
Al pensar en el futuro de la organización dice: “Nuestro objetivo es proveer un mínimo de dignidad urgente mientras no haya condiciones de acceso a la vivienda. Nuestro anhelo es que este servicio no sea necesario, que no tengamos que ofrecerlo más porque las personas tienen un lugar donde vivir”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.