La Red de Viveros Nativos de Kurarewe Wiñolfe Anumka nació pocos meses después de la llegada de la pandemia a Chile. Gran parte de sus integrantes forman parte de una red de turismo comunitario mapuche conocida como Rutas Ancestrales Araucarias que desde 2013 brinda servicios en la zona. Los emprendedores que se dedicaban a la cocina local, al telar, a las huertas y a dar charlas sobre sus culturas, y que a través de guías locales ofrecían experiencias turísticas, con el freno de la actividad tuvieron que reinventarse y así surgió esta nueva red que propone la construcción de invernaderos familiares para la reforestación de bosque nativo.
La red se desarrolla en Curarrehue, una comuna de la zona sur de Chile, en la región de la Araucanía. El proyecto promueve la recolección y el almacenamiento de semillas del bosque para luego reproducirlas y hacer crecer en los viveros una variedad de árboles nativos que luego serán plantados en sectores deforestados y, de esta manera, crear nuevos núcleos de bosque nativo.
Cómo nace el proyecto
“El disparador de este proyecto fue la propuesta de un operador turístico de Pucón, que nos comentó, en diciembre de 2019, que quería convertirse en una empresa carbono neutral. Le interesaba apoyar alguna iniciativa de carácter local y nos invitó a presentarle una propuesta, ya que algunos de nuestros socios de la red de turismo comunitario de Curarrehue tenían experiencia en viverización de especies nativas”, relata Romà Martí, coordinador de la Red de Viveros Nativos, un catalán que vive en Chile desde hace treinta años.
A partir de ahí, Martí se puso la idea al hombro y la conversó con algunos integrantes de la red de turismo comunitario. Se conformó un equipo técnico de ingenieros forestales y se presentó una propuesta en marzo de 2020. Justo en ese momento comenzó el aislamiento por la pandemia y todo quedó en suspenso porque la empresa no estaba en condiciones de aportar recursos.
“De todas formas, lo comenzamos a trabajar como un proyecto mucho más sistemático. Invitamos a varios socios de la red de turismo comunitario para que se sumaran como viveristas o como guardianas del territorio. Durante 2020 se diseñaron los viveros, se definió con qué tipo de plantas íbamos a trabajar y cómo íbamos a hacer la recolección de semillas. Se armó el grupo, se definió un nombre, un logotipo y comenzaron las capacitaciones”, relata Martí.
La red está formada por unas doce personas, entre guardianas, viveristas y equipo técnico. Las guardianas son mujeres mapuche y campesinas que facilitan sus terrenos y cuidarán de la reforestación por al menos veinte años. El compromiso que se les pide es que faciliten un espacio para reforestar en su campo, que suele ser pequeño, de entre diez y treinta hectáreas. “Ellas tomaron conciencia de la importancia de recuperar los bosques. La idea es sumar más personas que quieran aportar su espacio para hacer las reforestaciones”, expresa Martí.
Guardianas y viveristas
Angelica Ancamil tiene 35 años y es guardiana del territorio. “Mi rol es proteger el bosque. Vivo acá desde que nací y me quedé en el campo para cuidar del bosque nativo”, expresa. Ella vive con su mamá, su hermana y sus sobrinos. Forma parte de la comunidad mapuche.
Los viveristas se encargan de reproducir los árboles nativos. Recolectan y conservan las semillas, las siembran, preparan los sustratos correspondientes y traspasan lo que sembraron en los almácigos cuando empieza a crecer.
Uno de los objetivos de la red es producir la mayor diversidad de especies nativas. “Muchas veces se tiende a producir las plantas que se dan más fácil, que crecen más rápido o que son más atractivas para el mercado. Nosotros tratamos justamente de romper con este esquema”, explica Martí.
Rosa Parra Epulef es una de las viveristas de la red. Vive en el sector de Relicura, muy cerca de Curarrehue y fue una de las fundadoras del colectivo. Hasta la pandemia, trabajaba recibiendo turistas en el sendero que atraviesa su predio, rodeado de un exuberante bosque nativo. Hoy combina el trabajo del campo con la participación en la red. Rosa es responsable de uno de los viveros que fue instalado en su terreno. “Las variedades de plantas que tengo incluye hualle, notro, laurel, araucarias y mañío y el total de plantas que cuido es de 188″, dice.
Su trabajo tiene un sentido ancestral. Para Rosa, no existe diferencia entre el territorio y ella. “Nací en el campo, mi mamá tuvo a todos sus hijos en la casa, aquí alrededor del bosque que todavía hay. Yo siento una gran satisfacción de vivir aquí y eso mismo me hace seguir cuidando porque ahora tengo hijos, tengo nietos y hay que transmitirles y crearles ese valor para que ellos también aprendan a cuidar”, añade.
Miguel Millaqueo tiene 63 años y también es viverista. Él nació y se crió en la zona, luego se mudó a Santiago de Chile, donde vivió treinta años, y finalmente volvió. Vive con su esposa y su mamá. Tiene dos hijos y dos nietos. “Trabajo con las semillas de árboles nativos. Ya estamos haciendo núcleos forestales”, expresa.
La importancia de la comunidad
La red también conformó un equipo técnico liderado por dos ingenieros forestales y uno de ellos es Martín Erdmann. “Plantar bosque nativo busca devolver el equilibrio a los ecosistemas donde se producen los servicios necesarios para la vida”, explica Erdmann.
Las plantas se viverizan por dos años antes de ser llevadas a su lugar definitivo. Al momento de reforestar, la técnica de núcleos consiste en plantar veinte árboles de manera más compacta que la forma en que se foresta habitualmente, en la que cada árbol ocupa un espacio de un metro cuadrado. “De esta forma se busca imitar la manera natural en que se regenera un bosque, diferente a la plantación tradicional en hileras”, detalla el ingeniero, quien además está convencido de que la regeneración se debe hacer desde los territorios y junto con la población local.
Los integrantes de la red coinciden en que los atributos distintivos de su experiencia son el rol activo de la comunidad local, con una fuerte presencia de la cultura mapuche en el proceso de viverización y reforestación; el trabajo asociativo, vinculado a familias y conocimientos de orígenes diversos; la metodología de reforestación, que permite conservar una diversidad de especies y la escala local del proyecto, que puede replicarse fácilmente en otros territorios. “Un gran aprendizaje del proyecto es la importancia de la continua retroalimentación con la gente del territorio. Es necesario empoderar a la comunidad porque es una parte fundamental de este engranaje”, expresa Martí.
El proyecto hoy cuenta con cuatro invernaderos familiares, mil plantas nativas, los primeros núcleos de árboles plantados y el diseño de un nuevo modelo de financiamiento. “Invitamos a personas, organizaciones y empresas a sumarse a esta iniciativa apoyando los ciclos de reforestación a través de dos mecanismos: el primero son suscripciones, en las que se realiza un aporte cada mes, mientras que el segundo consiste en campañas mensuales para recibir aportes esporádicos”, detalla Martí.
Cada núcleo de bosque nativo puede compensar en un plazo de veinte años unas cinco toneladas de dióxido de carbono. La intención es que cada vivero produzca unas 500 plantas por año. En su campaña de financiamiento, la red invita a que cada organización y persona, independientemente de su tamaño y actividad, pueda responsabilizarse del impacto que genera su sistema de producción o su estilo de vida y mitigue el daño con la regeneración de bosque nativo.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.