En Argentina, al menos cuatro millones de personas viven en los 4.416 barrios populares que hay en el país. La gran mayoría de estas personas accedieron a una vivienda a través de la autoconstrucción. Ni el mercado formal ni los programas públicos, por distintos motivos, responden a esta demanda. Se trata de casas construidas ambiente por ambiente, a un ritmo lento, ya que la obra depende principalmente del dinero que se logre ahorrar y se pueda invertir.
El acceso al suelo urbano y la vivienda por parte de los sectores populares en la Argentina está relacionado, mayormente, con la ocupación de terrenos o la compra informal a terceros. Estas estrategias llegan a ser casi las únicas formas de acceder a un lugar donde habitar, muchas veces en condiciones de extrema precariedad, hacinamiento y acceso inadecuado a servicios básicos. “De acuerdo con datos de la Secretaría de Vivienda de la Nación de 2016, al menos 1,6 millones de las viviendas existentes deben construirse de cero y 2,2 millones deben ser mejoradas”, señala Florencia Drucker, directora ejecutiva de la organización TECHO.
La consultora ProHábitat XXI y las ONG Hábitat para la Humanidad Argentina y TECHO —todas trabajan por el acceso a la vivienda— realizaron el estudio Ciclo de la vivienda autoconstruida motivado por la necesidad de comprender y sistematizar el proceso a través del cual las personas que habitan en barrios populares de la Argentina autoconstruyen sus viviendas. Ahí se analizó la autoconstrucción de 30 familias en tres barrios populares del tercer cordón del conurbano: 23 de Diciembre (Moreno), Los Ceibos (La Matanza) y Luján (Florencio Varela).
Las etapas de un hogar familiar
La mayor parte de las familias de los barrios populares no planifica sus viviendas, sino que va autoconstruyendo progresivamente de acuerdo a las capacidades que se van adquiriendo y las posibilidades económicas que se tienen. “Cada vez que las familias de los barrios populares pueden ahorrar, dedican ese dinero a mejorar sus viviendas. Es muy común, para quienes transitamos los barrios, llegar y ver arena, cemento o ladrillos. Van acopiando materiales para poder ampliar y refaccionar”, dice Drucker.
En la primera etapa, las familias, ante la necesidad de asegurar la ocupación del terreno, tienden a construir un ambiente único multifuncional y un baño precario o letrina, frecuentemente con madera como material predominante, que luego tiende a ser reemplazado.
Durante la segunda se prioriza la construcción de dormitorios y en menor medida de cocina y baño. Cuando la vivienda inicial es de madera, se la suele reemplazar por la estructura de hormigón y ladrillos y techos de chapa de zinc o de losa si se está pensando en edificar ampliaciones en altura.
A partir de la tercera fase, toma mayor importancia la construcción de la cocina y el mejoramiento del baño. También se comienzan a realizar terminaciones de lo ya construido que permiten una habitabilidad y funcionalidad más adecuadas. Las conexiones internas de luz, agua y desagües se consolidan en la cuarta etapa del ciclo.
En líneas generales, las familias perciben que la calidad de los ambientes construidos es buena cuando se trata específicamente de los pisos, las paredes y los techos. Sin embargo, cuando se consultó por las instalaciones internas o desagües la percepción mayoritaria es que la calidad es regular o mala.
“Es imposible para estas familias afrontar la construcción de una vivienda pagando lo que serían salarios de construcción, por lo tanto, estas viviendas son mayoritariamente autoconstruidas. También son autodiseñadas, ya que en general sus habitantes no cuentan con asistencia técnica”, expresa Agustín Pascual Sánz, referente de Prohábitat XXI.
En este sentido, Ana Cutts, directora de Hábitat para la Humanidad Argentina expresa que es fundamental lograr que las familias que autoconstruyen, “ya que no tienen acceso a financiamiento para construir de una manera más ordenada y rápida, perciban la importancia de contar con asistencia técnica”.
La directora nacional del Centro de Investigación e Innovación Social de TECHO Lucía Groos destaca la ayuda mutua en el proceso de autoconstrucción. “Se suele ver que un vecino colabora con el otro. Esos lazos, que hoy ya existen, hay que potenciarlos desde la organización comunitaria”, expresa.
Amelia Mendoza migró desde Perú a la Argentina hace más de 20 años. En 2010 se instaló en Moreno y la historia de su vivienda es la de muchas: se montó de a poco, con ayuda familiar. Ella es referente del barrio 23 de Diciembre de Cuartel V, elegida por los vecinos y vecinas.
“En mi caso, construimos de a poco, en conjunto con mis hermanos. Hicimos una vaquita para el terreno. En seis meses construimos una habitación de cuatro por cuatro y después fuimos avanzando”, relata Mendoza, que vive con su pareja y su hija. Hasta el momento, no les llegan gran parte de los servicios básicos. Solo cuentan con electricidad a través de un transformador comunitario, que paga el municipio.
El modelo de Perú
El estudio realizado por las tres organizaciones se inspiró en la metodología del realizado en Perú en 2018 por el Centro Terwilliger de Innovación en Vivienda, de Hábitat para la Humanidad: Situación de la vivienda para la base de la pirámide en Lima Metropolitana. “Entre los hallazgos, se destaca la existencia de un sistema de construcción progresiva”, dice Gema Stratico, de Hábitat para la Humanidad Perú.
En el caso de ese país, cerca del 75 % de la población ha realizado procesos de edificación, remodelación, mejoramiento o ampliación sin la asistencia o supervisión de un ingeniero o arquitecto. Las familias van de a poco, construyen sus viviendas con el apoyo de un trabajador de la construcción y con recursos económicos propios. Estos procesos se realizan por etapas y duran un promedio de treinta años.
“El problema de este sistema es que las familias hacen importantes inversiones en viviendas que no mejoran su calidad de vida. Al no haber planificación, es recurrente hacer gastos inadecuados”, explica Stratico. Se estima que, en conjunto, las familias de la base de la pirámide de Lima Metropolitana movilizan alrededor de mil millones de dólares anuales en la construcción de sus hogares.
El Centro Terwilliger de Innovación en Vivienda de Hábitat para la Humanidad Internacional en Perú opera como un articulador del mercado de la vivienda enfocado en el segmento de la construcción progresiva. Es un espacio de innovación que acompaña a los actores en diseñar soluciones enfocadas en el usuario final.
“Desde que iniciamos operaciones de innovación en Perú, hemos logrado impactar a 154.970 familias y 24.200 trabajadores de la construcción sobre la importancia de tomar decisiones informadas con el asesoramiento de profesionales de la construcción, logrando movilizar más de 930 millones de dólares como resultado de la venta de productos y servicios integrales y progresivos que se ofrecen a través de 39 socios del ecosistema de vivienda (ferreterías, proveedores de materiales, desarrolladores, empresas de construcción, instituciones financieras)”, dice Stratico.
Las experiencias territoriales locales
Si bien el foco de trabajo de TECHO está puesto en dar respuestas ante la emergencia, desde su fábrica social se vienen pensando soluciones, que consisten en el diseño de una vivienda que tiene la posibilidad de agregar módulos. “Justamente, esta es una forma de acompañar en la autoconstrucción y en la progresividad hasta alcanzar la vivienda definitiva”, dice Groos. También, la empresa social de TECHO trabaja en pilotos de financiamiento a través de microcréditos.
La organización brinda capacitaciones a las familias que participan de las cuadrillas. De esta forma, al construir viviendas para sus vecinos aprenden técnicas constructivas.
Desde hace veinte años, Hábitat para la Humanidad Argentina trabaja en el país apoyando a familias que autoconstruyen. A lo largo de estas dos décadas fueron adaptando las metodologías. La organización tenía un proyecto llamado Desarrollo de Barrios, que se realizaba en zonas del conurbano de Buenos Aires, Santa Fe y Bahía Blanca.
Durante la construcción de una casa semilla, que típicamente llevaba un año, Hábitat para la Humanidad Argentina acompañaba a la familia en el proceso de aprender a gestionar proveedores, albañiles y arquitectos, presupuestos y planos, de manera que pudiera ver el crecimiento rápido y eficiente de su casa. El proyecto proveía de un préstamo inicial para la construcción de un baño, cocina-comedor y una habitación, más los cimientos de la vivienda de tres dormitorios. Pero principalmente ofrecía los planos y presupuesto de la casa completa y la capacitación y acompañamiento del primer año de construcción, que era acompañada por grupos de voluntarios. “Durante la pandemia comenzó a repensarse el programa. Vimos que los préstamos eran un problema porque para avanzar en la casa las familias iban incorporando más préstamos, que terminaban superando su capacidad de pago”, señala Cutts.
Ahora, Hábitat para la Humanidad Argentina está implementando un programa de mejoras progresivas, en el que una parte se subsidia. Comenzó con esa metodología este año en Bahía Blanca y en el barrio Los Ceibos en La Matanza. De esta forma, se multiplican las reparaciones y mejoras y se logra tener un mayor alcance. En 2021 se realizaron 324 intervenciones y se capacitaron 2073 familias.
Cutts reflexiona: “Creo que las organizaciones de vivienda siempre estamos revisando cuál es la mejor forma de ayudar a las familias en este proceso, que es largo. No hay una solución estable, pero es importante acompañarla en el recorrido para que accedan a una vivienda adecuada”.
____________
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.