Conectar puntos. Pensar diferente. Salirse de las respuestas obvias y tejer respuestas innovadoras a viejos problemas. Eso es lo que hizo un grupo de jóvenes profesionales agrupados en la organización Soluciones Tecnológicas Sustentables (STS) de Rosario en abril de 2020, pocas semanas después del inicio de la pandemia y con todas las restricciones del momento. Idearon una forma de vincular lo que, de un día para el otro, había quedado aislado: la necesidad de vender de los productores agroecológicos de la periferia rosarina, sin posibilidad de hacerlo en las ferias de siempre, y la demanda de alimentos de comedores y merenderos populares, que se multiplicaba a medida que pasaba el tiempo y la crisis social escalaba.
Ante esa urgencia, y después de una breve reunión virtual entre varios de los integrantes de STS, a mediados de abril de 2020 nació el programa De la Huerta a la Olla (delahuertaalaolla.org.ar), un canal solidario gestionado desde esa organización que conecta a los huerteros de Rosario y alrededores con comedores y merenderos de la ciudad. Se financia con donaciones de particulares que pueden ver en tiempo real en un tablero online de acceso abierto cómo y dónde se usa el dinero aportado.
“A poco de empezar la pandemia vimos que mientras la necesidad de los comedores crecía, había decenas de productores que tenían alimentos que no podían vender porque habían cerrado las ferias: la idea de conectarlos y encargarnos de la logística de reparto salió enseguida” rememoran Cora Moyano, Lucila González, Nacho Zapata, Evelin Sehoane y Delfina Eckhart, dos años después del primer envión.
“La crisis de la pandemia aceleró los cuestionamientos que ya teníamos sobre nuestros sistemas de producción, distribución y consumo de alimentos. Con este programa intentamos darle oxígeno a una producción responsable de alimentos, una distribución más justa y el acceso a una alimentación sana” explicó Nacho Zapata.
Tras 24 meses de acción, a marzo de este año, el proyecto ya había recolectado casi 1.7 millones de pesos en donaciones gracias al aporte de 214 personas. Con esa plata se compraron verduras, hortalizas, huevos y pollo a 34 productores diferentes del Gran Rosario y se hicieron más de 100 entregas de alimentos frescos, agroecológicos y de estación a 21 comedores.
Conciencia socioambiental
Para que exista De la Huerta a la Olla (DHO), antes tuvo que existir STS , una organización nacida y criada en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Rosario en 2009 con la idea de “generar conciencia socioambiental”. Para eso, el grupo fundador (con predominancia de hombres estudiantes o recién recibidos de carreras de Ingeniería) se volcó a diseñar soluciones innovadoras a algunos de los problemas que plantea la vida en una gran ciudad, con la movilidad y el acceso a alimentos de calidad como dos de los ejes principales.
De ese impulso inicial surgió Carpoolear, la primera plataforma argentina para compartir viajes en autos (carpoolear.com.ar) cuyo objetivo era y sigue siendo reducir las emisiones contaminantes y el consumo de combustibles fósiles optimizando el uso del auto “llenándolo” de gente que va hacia el mismo lugar, al mismo tiempo.
Al tiempo se sumó Rosario en bici ―una app que promueve la bicicleta como medio de transporte y oficia de guía para ciclistas, con información actualizada sobre ciclovías, bicicleterías, recorridos y estaciones de bici públicas― y el sitio Ecoalimentate, que tiene, entre otras cosas, un mapa con los negocios que ofrecen productos agroecológicos y de la economía social en la ciudad.
Hoy la organización está integrada por unos 30 voluntarios (12 de ellos forman parte de DHO) y su perfil inicial fue mutando a otro con fuerte participación de mujeres y proyectos más volcados a lo social que a lo estrictamente tecnológico. “Lo que me cautivó de STS es la forma horizontal, casi asamblearia de trabajar y de tomar las decisiones. Creemos en la idea de formar comunidad y operar sobre la realidad desde ese lugar”, dice Cora Moyano, una de sus integrantes.
El sello inicial vinculado con la formación en ingeniería sigue bien presente y es otro motivo de orgullo: “Tenemos procedimientos, nos gusta sistematizar la información y el flujo de trabajo. Y usamos muchas tecnologías blandas” agrega Delfina Eckhart.
La transparencia es clave para el grupo. Por eso, en el marco de De la Huerta a la Olla, el tablero de acceso público que registra las donaciones se actualiza casi a diario. La organización no cobra ninguna comisión.
La experiencia de un comedor
Con Ecoalimentate como antecedente, De la Huerta a la Olla refleja de manera colectiva la preocupación individual que los integrantes de STS tienen por los alimentos y su origen, calidad y distribución. Por eso, desde el vamos la iniciativa apuntó a comprar la producción del cinturón de huerteros agroecológicos que tiene Rosario, en gran parte como fruto de un programa de agricultura urbana implementado por los Gobiernos locales tras la crisis de 2001, que fue creciendo y que hoy abastece, todavía a pequeña escala, un consumo creciente.
“De entrada, decidimos que los alimentos que se donaran iban a ser de productores agroecológicos, sin agroquímicos; pusimos el foco en el cuidado de la salud del ambiente y de las personas”, explica Evelin Sehoane. Para ella, el hecho de que la ciudad ya contara con un piso de promoción de prácticas agroecológicas “ayudó a que el programa pudiera arrancar rápido”.
En ese punto, aparecen algunas premisas que, para STS, no son negociables: apostar a aquello que se genere de forma sustentable, a los circuitos de cercanía y a los productos de estación como forma de promover las soluciones locales y cierta vuelta a un “sentido común” para la comida (priorizar lo fresco, lo cercano, lo del momento) que fue completamente borrado por la gran industria alimenticia. “Nos hemos alejado de lo que debería ser la norma a la hora de comer sano. Las grandes ciudades, las grandes industrias y todo lo ultraprocesado nos han llevado a eso. La idea es recuperar esos circuitos cortos”, dice Nacho Zapata.
Para los comedores, contar con este tipo de alimentos es toda una novedad: “Una vez por mes recibimos la ayuda de los chicos, nos traen verduras ―todo ecológico―, a veces pollo, huevos; nos ayudan muchísimo. Que sea ecológico es algo muy lindo, yo no lo conocía, pensaba que todas las verduras eran iguales”, comenta Leidi Cuevas, del comedor Arco Iris, ubicado en barrio Alvear, en el sudoeste rosarino.
Ahí, un grupo de voluntarias y voluntarios atiende a unas 250 familias de la zona. “Tenemos más gente ahora que durante la pandemia, que fue cuando empezamos a cocinar”, agrega Leidi. Para ella, haber conocido a De la Huerta a la Olla “fue la salvación”. “Nos enseñaron un montón de cosas, nos dieron talleres, visitamos huertas ecológicas y aprendimos lo que hacen los huerteros. Fue importante conocerlos, verlos cara a cara y poder así valorar más su trabajo”, cuenta.
La mirada del productor
Martín Montiel es productor de harina de trigo agroecológica y está a cargo de la granja La Carolina, ubicada en la localidad de Piñero, a unos 30 kilómetros de Rosario. Tiene un recorrido de años en redes de comercio justo y, en ese marco, trabaja desde hace tiempo en colaboración con STS, desde donde lo han ayudado a encontrar soluciones tecnológicas para llevar adelante su trabajo.
“Ya nos conocíamos y cuando surgió DHO sabían que podían contar con la harina integral agroecológica que hacemos en nuestro molino harinero”, cuenta Montiel, para quien el proyecto podría replicarse en iniciativas estatales, ya que “evita que haya concentración económica y que los alimentos queden en las manos de un puñado de grandes empresas que dominan el mercado y los precios”. Por eso, insiste, De la Huerta a la Olla es un ejemplo de “cómo se puede sostener la existencia de la pequeña producción familiar en función de un paradigma agroecológico de distribución corto, con la posibilidad de un consumo sano a buenos precios para sectores que habitualmente no tienen esa posibilidad”.
Montiel agregó que la agricultura familiar “no stockea para especular con los precios como los grandes molinos”, sino que produce al día con un alto nivel de circulación “que no permite ni la acumulación ni la concentración”. “Sostener un circuito de producción, distribución y consumo como el que propone este proyecto debería ser una política pública”, concluye.
Superar el asistencialismo
Tras dos años de marcha, DHO es un programa consolidado, pero que quiere ir por más. El objetivo es no solo atender las urgencias (la falta de trabajo, la necesidad de comida), sino avanzar en la construcción lenta pero persistente de otra forma de hacer las cosas, con la sustentabilidad socioambiental como bandera. Eso significa, en primera instancia, intentar un salto de escala y consolidar un circuito comercial donde los productos agroecológicos producidos localmente lleguen de manera más fluida a instituciones con comedores.
También sumar actividades que ayuden a entender el tema desde una mirada más integral: “Tenemos una nutricionista en el grupo porque es importante saber qué opciones ofrece cada alimento, cómo hay que conservarlo o si se puede congelar. Armamos recetarios y talleres en torno a eso”, explican desde STS.
Otro objetivo es lograr que el Estado reemplace parte de sus compras de alimentos para escuelas, hospitales y geriátricos por producción agroecológica, dándole cierto piso de estabilidad a los productores. “Eso sería más salud para todos y afianzaría el trabajo local” explica Zapata. A futuro, la intención es que los comedores que tienen espacio puedan ir sumando pequeñas huertas para empezar a abastecerse, al menos en parte, de verduras frescas. La idea es, resume Evelin, “ser cada vez menos asistencialistas e intentar, entre todos, ir hacia un modelo más sustentable desde todo punto de vista”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.