Nicolás llegó a las prácticas de natación del Club Pehuenes de Bariloche hace más de quince años ―a sus 14― porque tenía dificultades para realizar otros deportes. Cuando Ignacio Acuña lo recibió, se acordó de su maestro Héctor Pocho Ramírez, quien solía decir: “Ustedes tienen que mirar a los ojos”. Entonces, encaró el desafío con su primer alumno con discapacidad y el contacto inicial fue visual… Y en el agua.
Hace veinte años la natación adaptada no estaba arraigada en la sociedad. Si bien la formación profesional de Acuña en el Instituto de Educación Física Romero Brest fue con orientación en Educación Especial, él dice que el primer alumno “le cayó del cielo”. Nicolás llegó por recomendación de un amigo terapista ocupacional quien le había sugerido trabajar la psicomotricidad. Y el agua fue el medio para hacerlo.
La práctica de la natación es ideal para las personas con discapacidad, ya que es un deporte en el que intervienen el sistema motor y psicomotor. “Yo nunca había trabajado solo, siempre había asistido a otros profesores. Tampoco iban al club muchos chicos con discapacidad. Nicolás era uno de los pocos”, recuerda Acuña. En el agua el cuerpo pesa menos, adquiere mayor flexibilidad y se ponen en funcionamiento todos los miembros.
“Rápidamente nos dimos cuenta de lo bien que le hacía la natación y poco a poco se fueron incorporando otros niños”, dice Acuña y recuerda su etapa de formación junto a Pocho Ramírez, un precursor que trabajó en el Instituto Nacional de Rehabilitación dirigiendo actividades físicas para personas con secuela de poliomielitis y discapacidad motora y fundó la Federación Argentina de Deportes sobre Silla de Ruedas (FADESIR), que nuclea diversas disciplinas como básquet, esgrima, natación, atletismo, pesas y tiro. En 2011 fue declarado Personalidad Destacada de la Educación y el Deporte en la Legislatura porteña.
“El inicio fue muy bueno y de gran ayuda para el cuidado del estado físico general. A Nicolás le sirvió mucho para mantener la fortaleza muscular y, además, para relajar el cuerpo luego de sus actividades diarias”, dice su mamá María Lidia de la Fuente. “Cualquier actividad que se adapte a las diversas realidades y capacidades es positiva para generar progresos en la inclusión de personas a la sociedad”, agrega.
“Al principio me costaba mucho dar las clases, pero hasta que me di cuenta de que podía divertirme, de pasarla bien cuando los chicos estaban conmigo. Hacerlos reír, divertirnos y que hicieran ejercicios fue la premisa”, sostiene el profesor del Club Pehuenes.
La práctica de la natación ayuda a las personas con discapacidad a crecer y a desarrollarse física, social y emocionalmente. Hacer deporte genera vivencias emocionales y cognitivas, favorece el desarrollo de la coordinación, la agilidad y el equilibrio, además de educar el esquema corporal y el control del cuerpo en el espacio acuático.
“Trabajar con ellos es aprender a ser flexible. Uno lleva una planificación, pero si ellos no están dispuestos a concretarla, es necesario cambiar los planes y hay que adaptarse rápido. Es muy satisfactorio lo que hacemos, y digo ‘hacemos’ porque ellos cambian la forma de ver las cosas. Yo aprendo con ellos y trato de darles lo mejor para cada uno”, describe Acuña.
Trabajo físico y disfrute
Candela llegó al Club Pehuenes sin saber nadar. Actualmente flota y nada tramos cortos. Su papá, Francisco Hernández, destaca cómo el deporte la ayuda en su vida diaria: “A Candela le gusta socializar con los demás nadadores, no importa la edad que tengan. Le gusta saludar a los guardavidas. Le diría a cualquier padre que su hijo o hija no se pierda esta actividad tan enriquecedora”.
En tanto, Lulú Mathis, madre de Tomás Lezcano, el segundo alumno de Ignacio Acuña, quien llegó con tan solo dos años y ya hace 14 que practica natación, repasa: “Tomás tiene una enfermedad rara que se llama déficit de GLUT-1. Comenzó a tomar clases porque nos parecía que el agua podía ser un ambiente amigable para que pudiera avanzar en su movilidad. Cuando fue a la pileta por primera vez, no caminaba”.
Además de la ayuda para la movilidad, sus padres creyeron que el deporte era también un espacio ideal para reforzar su autoconfianza y su seguridad. “Al papá y a mí nos gustan mucho los deportes y vivimos en una ciudad como Bariloche, en donde hay agua por todos lados”, dice Mathis. En efecto, la ciudad patagónica está rodeada por los lagos Steffen, Nahuel Huapi, Moreno, Mascardi, Escondido, Guillelmo y Gutiérrez, entre otros. “Queríamos que tuviera la herramienta de la natación, nos parecía muy importante. No sabíamos cuánto iba a poder lograr, pero sí teníamos la certeza del disfrute que iba a tener al estar en contacto con el agua”, agrega.
Acuña repasa los avances que hubo con Tomás, ya que uno de los síntomas del GLUT-1 es la ataxia, un trastorno motor que se caracteriza por una falta de coordinación en la realización de movimientos voluntarios. “Muchos decían que era imposible que Tomás nadara, por sus movimientos esporádicos, pero se pudo demostrar que a través del deporte y de la natación se pueden corregir y modificar un montón de cosas”, subraya el profesor y agrega que la historia fue presentada en un congreso de salud en California donde mostraron videos sobre cómo se desarrollaban sus clases de natación.
“Primero aprendió a flotar, luego a patalear, después a mover sus brazos, y, por último, unió todas las partes”, recuerda la madre de Tomás. “Los progresos son muy emocionantes. En estos 16 años vemos esto día a día. Porque cuando se tiene un hijo con discapacidad, si hay algo que uno aprende es a ser paciente. Los tiempos del otro no son los tiempos de uno. No importa el tiempo que le lleve un aprendizaje, porque, en definitiva, lo logra. Con una gran tenacidad, disfrutando lo que hace. Eso es lo que nos ha dado Tomy en todo este camino”, agrega.
Más allá del agua
Alejandra es la madre de Gonzalo García Platini, a quien cuando estaba finalizando séptimo grado un maestro integrador le sugirió que hiciera natación. “Gonza tiene 15 años, tiene un retroceso madurativo generalizado que le afecta aspectos cognitivos como su motricidad y también tiene su incidencia en el aspecto social. Los cambios que ha tenido Gonza son insuperables y los progresos más aún. El impacto es físico, anímico y social”, destaca.
En lo físico, Gonzalo mejoró su postura y su forma de caminar. “Y desarrolló la orientación, porque también van a recorrer montañas y hacen caminatas, eso lo hace conocer mucho más la geografía en la que habita. En lo social, en este tiempo ha tenido grandes avances. Está claro que cuando un niño se inserta en un ambiente deportivo, no es la misma experiencia que en el colegio. Ahí hay diversión, hay juego, hay una forma distinta de conectarse con otros niños. Y la forma que tiene el profesor de promover la integración es fundamental, lo hace desde el juego y el deporte”, destaca Alejandra.
Las clases de Acuña trascienden la pileta. El profesor también planifica actividades fuera del agua. “A algunos los llevo a caminar por la montaña, a otros les propongo tareas manuales o andar en bicicleta. Mi objetivo es hacerles descubrir la pasión por algo”, dice Nacho, quien cuenta que Gonzalo al principio no le gustaban mucho las caminatas y ahora le pide ir a conocer una nueva montaña cada vez que emprenden un recorrido por los senderos de Bariloche.
El deporte como motor social
“El solo hecho de entrar a un club es importante, eso significa socializar”, dice Lulú, la mamá de Tomás. “Porque la mirada está puesta en la persona y no en la discapacidad. Entonces se equiparan las capacidades con las de las otras personas que están disfrutando de la pileta. Es una mirada de inclusión real”, agrega.
Según Acuña, algunas instituciones aceptan a niños con discapacidad “por cumplimiento normativo, pero no en todos lados hay baños adaptados o rampas”. “Esto debería cambiar. De lo contrario, la inclusión no es tal”, agrega.
Lulú destaca el rol de la comunidad. “Hay que animarse a ser parte de una sociedad, a seguir construyendo una comunidad inclusiva. Convivir con la discapacidad día a día no es fácil, porque a veces nos sentimos solos, pero está en nosotros incluir a nuestros hijos en la sociedad. Y tenemos que sumar para que se los incluya. El tema es construir desde las capacidades. El deporte incluye, brinda valores y genera comunidad”, agrega.
Acuña trabaja desde hace veinte años poniendo el foco en la inclusión. Sus clases de natación no son específicas para niños con discapacidad, sino que apunta a la integración: “A algunos chicos les doy clases particulares hasta que logran estar preparados para compartir con el resto de la escuela de natación del Club Pehuenes. Para ellos es muy importante que se cuenten estas historias. Los vitaliza, les da energías y ganas de seguir adelante. Compartir esta experiencia en los medios de comunicación les puede cambiar la vida. Que se comparta la historia es un renacer”.
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