Más de 31.000 personas viven en tres pueblos de Glades, una región agrícola en Florida que siembra más de la mitad de la caña de azúcar de todos los Estados Unidos. Glades está situada a 65 kilómetros hacia el este de Palm Beach, donde se encuentra la casa del ex presidente Donald Trump, en Mar-a-Lago, una zona de mansiones frente al mar. La región de Glades, que está cerca de un lago llamado Okeechobee, tiene un terreno rico en nutrientes. Pero lo que hay sobre ese suelo en invierno y en primavera no es nada bueno: un humo denso del que cae una ceniza a la que los habitantes de la zona llaman “nieve negra”, producida por empresas azucareras que prenden fuego los cañaverales para eliminar las hojas externas de la planta en tiempos de cosecha. El resultado es dramático porque las cenizas y el hollín cubren las casas y son causa de asma y otros problemas respiratorios.
Según una larga investigación de los medios The Palm Beach Post y ProPublica, cada quema dura menos de una hora, pero hay tanto fuego que el humo cubre los cielos todo el día, todos los días. “La práctica afecta desproporcionadamente a los residentes en Pahokee, Belle Glade y South Bay, donde un tercio de la población vive en la pobreza”, dice ProPublica. “El humo rara vez llega a ciudades más ricas y blancas como West Palm Beach”. Sin embargo, la quema no es la única manera de cosechar caña de azúcar: en Brasil, el caso del estado de San Pablo demuestra que hay una solución diferente.
La industria brasileña de caña de azúcar produce azúcar sin refinar, etanol y electricidad: cultiva más de 20 millones de hectáreas (versus menos de 1 millón en Estados Unidos). En la década de 1990 los paulistas comenzaron a alzar la voz por las quemas —con las mismas preocupaciones que los habitantes de Glades— y en 2002 la legislatura del estado aprobó una ley para la eliminación gradual, durante las próximas tres décadas, de las quemas previas a la cosecha. Los productores agropecuarios debieron adquirir equipos de cosecha que les permitieran cortar la caña sin quemarla.
En los años siguientes, la industria de la caña de azúcar trabajó con el Gobierno estatal en eliminar para 2017 casi todas las quemas. Ahora, las hojas secas de caña de azúcar forman una manta protectora en los campos y enriquecen el suelo. O se recolectan para generar energía renovable, y el exceso de electricidad se vende a la red eléctrica. “Así ganás el doble”, le dijo Arnaldo Bortoletto, el presidente de la Cooperativa de Plantadores de Caña de Azúcar del Estado de San Pablo, a ProPublica.
En la Argentina, las quemas de grandes extensiones de tierras para la explotación agrícola están en el debate público. La industria azucarera no está hoy en el centro de esa discusión, pero podría estarlo.
“La actividad azucarera tiene impactos ambientales que son una limitante para su futuro”, se lee en el trabajo Problemas ambientales, oportunidades de desarrollo territorial, publicado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). “Sin considerar la pérdida de biodiversidad por el aumento de la superficie con caña de azúcar, este cultivo afecta tanto a la atmósfera ―por la práctica de la quema antes y/o después de la cosecha― como a los ríos y arroyos ―por los efluentes orgánicos que se generan en el proceso de industrialización―”.
Indica ese informe que “la quema del cañaveral y/o su rastrojo está ampliamente difundida en Argentina, al igual que en otros países productores de caña de azúcar. Los problemas ambientales, sanitarios y de infraestructura que provoca anualmente la quema en un territorio densamente poblado como es la provincia de Tucumán son cada vez más importantes. La combustión del material vegetal contamina la atmósfera con elevadas emisiones de gases y hollín provoca diversos problemas de salud en la población, favorece las pérdidas de carbono y nitrógeno del suelo por volatilización y genera dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. También son habituales los daños en la infraestructura rural, eléctrica, etc. como consecuencia de incendios accidentales originados en las quemas de cañaverales”.
El tema está en discusión ahora mismo en Florida, donde la industria azucarera es el mayor empleador de la región de Glades, con más de 12.000 trabajadores. “No es del todo cierto que la caña de azúcar no se quema antes de la cosecha en Brasil”, responden las empresas alineadas en una organización llamada SAFE: Sustainable Agriculture Fire Education (Educación Sostenible sobre Incendios Agrícolas), que nació de la Lake Okeechobee Business Alliance. “Brasil cultiva más de 20 millones de acres de caña de azúcar cada año [equivalentes a 8,1 millones de hectáreas].
Aproximadamente del 3 al 5 % se quema antes de la cosecha, lo que significa que Brasil realiza una quema previa a la cosecha en 700.000 a 1.000.000 de acres [aproximadamente de 280.000 a 400.000 hectáreas] de caña de azúcar por año”. Eso implica, según SAFE, que en Brasil se quema “de 200 % a 300 % más” superficie que en Florida.
Una posible respuesta a eso (además de que la comparación es una falacia matemática) es que la ley en Brasil permite la quema hasta el año 2031 y en áreas que son demasiado empinadas como para cosechar con una máquina.
La NASA también rastreó, el año pasado, la nube de ceniza sobre Florida. “Sabemos que el humo de la quema de caña de azúcar es fuente de partículas que pueden entrar en los pulmones y aumentar los riesgos de enfermedades cardiovasculares y cáncer de pulmón y agravar las afecciones pulmonares crónicas como el asma”, decía entonces Holly Nowell, investigadora de la Universidad Estatal de Florida, a Earth Observatory, la web de la agencia espacial que, entre muchas otras visualizaciones, publica los mapas que señalizan focos de incendios que suelen verse en las redes sociales.
Según ProPublica, Florida regula las quemas en lugar de prohibirlas. Pero con un sistema de monitoreo del aire que no tiene en cuenta los picos de contaminación a corto plazo, frecuente en la quema de caña. Y aunque el Departamento de Agricultura y Servicios al Consumidor del estado aprobó en 2019 restricciones sobre la quema, la investigación indica que la cantidad de quemas permitidas en 2020/21 fue comparable a la de otros años anteriores.
Brasil aún produce más del 20 % del azúcar de caña del mundo: el sector sobrevivió a los impactos financieros de la transición. Según ProPublica, las empresas tuvieron que volver a capacitar a los trabajadores y desarrollar equipos para combatir los incendios forestales en los campos de caña. La compra de maquinaria de cosecha fue una de las mayores inversiones, de acuerdo a la Asociación Brasileña de la Industria Azucarera.
El resultado negativo fue la pérdida de empleos, porque se necesitan menos hombres para operar máquinas que para quemar y cortar caña a mano. En Glades se teme un resultado similar. Sin embargo, hay una diferencia: ahí la pérdida de empleos no sería alta porque en Florida la cosecha ya está mecanizada.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.