En las escuelas suele enseñarse que en las ciudades se come lo que se produce en el campo. Sin embargo, hace muchos años que ese relato se tornó más complejo. Desde mediados de los años 90 en la Argentina rige un modelo agroindustrial —con la soja como cultivo estrella— que se apoya en semillas modificadas genéticamente que mejoran el rendimiento y agroquímicos, para evitar plagas y maximizar la producción para poder exportar.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Argentina es el tercer productor mundial de granos de soja, el cuarto de maíz, el tercero de semillas de girasol y un territorio con una de las mayores tasas de aplicación de plaguicidas a nivel mundial, con 10 litros por habitante por año según estudios del Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM) de la Universidad Nacional de La Plata. Esto tiene serias consecuencias no solo ambientales sino también en la salud de las personas que viven en los alrededores de esos campos y de la población en general, ya que esos químicos pasan a ser parte del alimento.
La agroecología propone una forma de producción diferente, en la que los sistemas agrícolas sean sostenibles, reemplazando agroquímicos por bioinsumos y semillas transgénicas por orgánicas, con prácticas que cuiden la tierra y respeten la estacionalidad y buscando formas de comercio justo que contemple las condiciones de trabajo de los productores.
Esta propuesta no solo suma nuevos productores cada año —e incluso municipios enteros a través de la Red Nacional de Municipios Agroecológicos (Renama) que ya lleva plantadas más de 100.000 hectáreas— sino que también crece en número de consumidores y, por lo tanto, en comercializadoras que buscan acercar estos productos a las ciudades sin intermediarios y educar sobre la manera de alimentarse.
Una nueva lógica alimentaria
Iriarte Verde surgió hace doce años, primero con entregas a domicilio y desde hace diez años también con un comercio a la calle en Barracas. Los trabajadores que forman parte de la cooperativa son diez; cinco de ellos, socios fundadores. Hoy trabajan con más de cincuenta productores en todo el país y realizan entre 120 y 180 entregas por semana. “La relación más directa es con los productores hortícolas que son cuatro familias que trabajan principalmente con nosotros en la zona productiva de Parque Pereyra. Cada tanto hacemos visitas con consumidores, se comparten almuerzos, también hacemos talleres de huerta y plantas medicinales. Estos espacios son importantes y muy valorados, ya que permiten que se conozca en mayor profundidad cómo se trabaja”, cuenta Agustín Bottesi, secretario de la cooperativa.
En Iriarte Verde parten del precio que fija el productor. “No imponemos valores y no especulamos con los pagos. Hay proveedores nuestros que trabajan con supermercados y dependen de sus precios y cobran a 180 días que con la fluctuación de la inflación es tremendo. Nosotros fijamos el valor en conjunto, tenemos una relación directa y un arreglo personalizado con cada uno”, expresa Bottesi.
En cuanto al precio que le llega al consumidor, definir si es “caro o barato” depende de la época del año y el punto de comparación. “Si comparás con los supermercados, somos más baratos; si comparás con el Mercado Central, más caros. No nos movemos con los precios del mercado si no estacionalmente, es otra lógica económica. Al ser producciones estacionales, los precios son más regulares. Hay momentos en los que no tenemos papa y tomate, por ejemplo, porque acompañamos las estaciones naturales”, explica.
La cooperativa Vínculos Productivos, surgida en 2015, está detrás de otros dos proyectos que hacen llegar cultivos agroecológicos a los hogares: Más Cerca Es Más Justo, en el que se puede armar un “carrito cooperativo” online con los productos que se desee y retirar los sábados por alguno de los nodos de la organización y El Cajoncito, un cajón de 8 kilos cuyo contenido se publica cada semana (además de frutas y verduras, puede incluir harina, huevos y otros productos) y el comprador puede reservar y retirar los miércoles. En la tienda online hay unos 200 alimentos y productos para elegir; la cooperativa entrega alrededor de 11 mil por semana.
“Somos un puente entre pequeños productores y consumidores de todo el país. Los productores están organizados en algunos casos como cooperativas, empresas recuperadas o trabajadores autogestionados que producen alimentos o productos y los mandan a Buenos Aires. Nos vinculamos con ellos, conocemos en qué condiciones producen y tenemos un equipo de nutrición y bromatología que trabaja para elegir los productos y configurar una canasta de alimentos que sea nutricionalmente saludable”, explica Luly Comaleras, parte del equipo de comunicación de la cooperativa de la que forman parte 17 personas.
“Tenemos cincuenta puntos de entrega en la Ciudad de Buenos Aires y en el primer cordón del conurbano. Funcionamos en centros culturales, organizaciones políticas, bibliotecas, almacenes naturales, dietéticas, clubes de barrio y casas de familia. Buscamos recrear ahí un espacio de encuentro barrial, un lugar en donde se compartan saberes y se construya comunidad”, agrega Comaleras. Recientemente se sumó una sede en Mar del Plata.
Cuando empezó Más Cerca Es Más Justo, su propuesta combinaba alimentos y productos agroecológicos y convencionales, pero eso de a poco cambió: fueron los consumidores quienes empezaron a pedir que los productos fueran 100 % libres de agrotóxicos. “Hay una conciencia más creciente de identificar qué comemos, de dónde viene, y es algo que nos interesa contar, qué historia hay detrás. Y explicar el precio, que lo fija el productor, ya que es quien mejor sabe cuánto vale su trabajo. Luego se agrega un pequeño porcentaje que cubre el equipo y la logística”, explica Comaleras.
Precisamente para reducir los costos logísticos, hace dos años surgió Alta Red, una federación que nuclea doce comercializadoras de productos agroecológicos. “Realizamos en conjunto compras de productos en provincias más alejadas y así bajamos los costos. Antes lo hacía cada uno por su lado, lo que era bastante caro. Ahora tenemos un circuito armado y un depósito en el Mercado Central donde acopiamos y cada una de las comercializadoras retira”, explica Leidy Ortiz, presidenta de la federación.
Más que una forma de producir
“La agroecología es una posición política, es asegurarnos que los productores vivan bien, que cobren lo que corresponde y que produzcan en condiciones laborales dignas. También abraza otras reivindicaciones, como la disputa de las semillas, qué implica tener propiedad sobre la semilla y no tener que comprarla a las empresas y el acceso a la tierra de quienes la trabajan”, explica Comaleras.
Quienes han llevado estas reivindicaciones al espacio público son La Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) con sus famosos “verdurazos” en los que regalan frutas y verduras. La UTT nació en 2011 en el cordón hortícola de La Plata como una propuesta gremial de los trabajadores de la tierra y sus familias. “Surgió en respuesta a la situación de pobreza estructural en la que se producen alimentos hoy en la Argentina. De a poco fuimos organizándonos y entendiendo que todo eso por lo que peleábamos estaba atravesado por una lógica de producción y consumo que había que cambiar. La agroecología surgió entonces como un camino para transformar este modelo, en un formato sin intermediarios, con los campesinos como protagonistas, a través de cooperativas. Somos el campo que produce los alimentos y entendemos la alimentación como un derecho, no una mercancía”, explica Juan Pablo Della Villa, del área de Comercialización de la UTT.
“Los cordones donde se produce verdura en la Argentina están totalmente atravesados por uso de indiscriminado de agrotóxicos y el modelo en el que las familias producen es un modelo de opresión: alquilan la tierra, viven en casa de nylon, gastan miles en agrotóxicos para producir y les venden a grandes corporaciones con las que no tienen posibilidad de negociación. El productor que se vuelca a lo agroecológico se independiza porque ya no gasta más esa plata en agrotóxicos y se desvincula de los intermediarios. Nosotros hablamos de agroecología como algo integral: el acceso a la tierra para producir alimentos sanos y con precios accesibles para todos”, explica Della Villa.
De la UTT forman parte unas 20 mil familias distribuidas en 21 provincias. Comercializan sus alimentos y productos a través de mayoristas y minoristas propios y una red de almacenes que adhieren al modelo. También cuentan con un esquema de abastecimiento en distintos corredores que lleva productos del sur al norte y viceversa. “Cuando hicimos el primer verdurazo había un 150 % de diferencia entre lo que sale producir y lo que pagaba el consumidor. Hay que democratizar la industria alimenticia, no puede ser que el estado se junte con treinta empresas a discutir precios”, relata Della Villa.
Actualmente, desde la UTT se impulsa la Ley de Acceso a la Tierra, un proyecto presentado hace seis años que podría tener dictamen en la Cámara de Diputados antes de fin de año. En él se pide que se cree un fondo de crédito fiduciario por el cual las familias trabajadoras puedan acceder a financiamiento para comprar la tierra en la que producen y, en vez de pagar alquiler, devolverle al Estado. Además, propone un plan de abastecimiento estacional construyendo colonias de producción que abastezcan a su zona de cercanía. “Hay distintas experiencias ya en funcionamiento que demuestran que la producción agroecológica se puede escalar. Podemos producir más, más barato y mejor y además dejar de destruir el planeta”, concluye Della Villa.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN