Durante años leímos que la tecnología sería el futuro y exactamente ese futuro es el que estamos atravesando. No hay ningún aspecto de nuestras vidas que, de alguna manera, no se relacione con la tecnología. Si pensamos en cómo nos comunicamos, cómo nos movemos, cómo compramos, cómo pasamos nuestro tiempo de ocio, siempre, de alguna manera, entra en juego la tecnología.
La industria no para de crecer. Tanto que hacen falta desarrolladores, ingenieros y programadores que, constantemente, las empresas están intentando reclutar. Aunque suene increíble, en un mundo en el que el empleo no sobra, faltan expertos. La oferta laboral en el mundo de la programación y el desarrollo es tan grande que supera la demanda y cada año quedan miles de puestos sin cubrir. Es entendible, entonces, que cada vez más personas, de todas las edades, estén saltando de profesión. Empiezan a instruirse y capacitarse para dejar sus carreras u oficios para subirse al tren del desarrollo, un tren en el que hay, además, sueldos muy elevados.
La oferta de capacitación también es amplia. Algunos pagan academias, otros eligen el camino propio valiéndose de libros, cursos gratuitos y videos a través de YouTube, otros van por diversas ONG, otros seleccionan programas gubernamentales. En ese universo se destaca Microverse, un emprendimiento con base en San Francisco, Estados Unidos, que tomó forma en la cabeza de Ariel Camus, quien nació en la Argentina, estudió en Europa y trabajó en siete países diferentes.
Se trata de una start-up que propone aprender de manera colaborativa y con un plan de estudios especialmente diseñado para que sus estudiantes consigan trabajo en las grandes compañías del mundo tecnológico. La intención es crear una nueva generación de programadores que no solo sean buenos en el desarrollo, sino que también se adapten al mundo del trabajo remoto. La ambición que tiene en mente el fundador y CEO es inmensa: educar y conectar a un millón de personas para 2030.
Sin fronteras
En los Estados Unidos, hubo un promedio de 13.000 nuevos puestos de trabajo en el sector por mes en lo que va de 2021. De hecho, la situación laboral en el sector tecnológico en el país sigue pareciéndose al mundo prepandémico: hay más puestos que candidatos. La mayor demanda explica, en gran parte, los abultados salarios y por qué cada vez más personas están empezando a estudiar programación.
También explica por qué en los últimos años surgieron tantos proyectos que tienen la intención de educar en este terreno, como es el caso de Microverse. Empresas, emprendimientos y también ONG que ven la posibilidad de ayudar a las personas además de ofrecer un servicio, y se pusieron a enseñar. Hay hasta youtubers que se hicieron una carrera instruyendo en sus canales y las cifras de las visualizaciones de sus videos, que ascienden a decenas de millones en muchos casos, muestran el interés. Hay para todos los gustos: desde cursos virtuales y autogestionados para autodidactas que se dan maña hasta presenciales con profesores que dan clases de la manera más convencional.
Y esta falta de desarrolladores se verifica en todo el mundo. Según la Oficina de Estadísticas Laborales, en los Estados Unidos, para 2026, la escasez de ingenieros superará los 1.2 millones. Los países nórdicos enfrentan la misma problemática. En Suecia no hay que irse tan para adelante: el año que viene se necesitarán alrededor de 70 mil desarrolladores. El Gobierno de Dinamarca predijo que para 2030 necesitará 19 mil especialistas. En Japón, para el mismo año, el déficit será de 450 mil.
Por estos motivos, es entendible el éxito que está teniendo Microverse. Desde la empresa revelan que la tasa de empleo de sus estudiantes dentro de los seis meses posteriores a la graduación es del 95 %. Muchos terminaron en empresas como Huawei, Mercado Libre, Deloitte, Microsoft, HSBC y una lista que sigue. Para el final de 2021 esperan que más de 1.000 personas de 118 países hayan pasado por sus aulas. Y la demanda es inmensa. La compañía está recibiendo un promedio de 10 mil aplicaciones por mes. En alrededor del 75 % de los casos se trata de personas que viven en África y América Latina.
Su éxito no solo se ve reflejado en la inserción laboral de quienes se gradúan, sino también en la inversión. Microverse recibió en junio pasado 12.5 millones de dólares en capital de riesgo.
Su creador y CEO nació en Mendoza, creció en España después de que sus padres dejaran el país en 2001 y vivió, mientras trabajaba de manera virtual, por todo el mundo. “No sé si hubiese tenido las oportunidades que tuve en la vida si no fuera porque mis padres migraron”, dice. “Por un lado, estoy muy agradecido. Por el otro, que las oportunidades de tu vida dependan del azar en relación a dónde te tocó nacer y no del talento, no tenía mucho sentido para mí”, agrega.
Microverse empezó a crecer dentro de la cabeza de Camus mientras daba clases en Burundi, al este de África. Ahí conoció a muchísimos chicos y chicas que estaban estudiando informática, que eran extremadamente inteligentes y llenos de pasión, que tenían unas ganas inmensas de aprender pero que no tenían un futuro muy prometedor, por las pocas posibilidades laborales a las que podrían acceder. Cuando volvió a San Francisco entendió que tenía que crear una empresa que resolviera este problema, un lugar para darles no solo a los chicos que había conocido en África, sino también a todos los que, como ellos, tenían una gran pasión pero pocas posibilidades en el entorno en el que habían crecido.
Cómo se aprende
Microverse trabaja con un modo de aprendizaje colaborativo. El foco de la experiencia no está en el profesor, como sucede aún en la mayoría de las instituciones educativas del mundo, sino en los estudiantes, que aprenden unos de otros.
¿Por qué decidió Camus ir por este modelo de aprendizaje? Por dos motivos. Primero porque “refleja de una forma mucho más real el entorno de trabajo al que te vas a unir cuando termines la formación, donde no vas a tener un profesor pero vas a tener que seguir aprendiendo por el resto de tu vida”. Y segundo, “porque te permite aprender a trabajar de manera remota, como va a ocurrir en el mundo real”, explica.
Y los números hablan del éxito de la plataforma: desde su nacimiento en 2014, más de 40 mil personas que se formaron con Microverse consiguieron trabajo en empresas como Apple, Google, Microsoft, Spotify o Amazon, por nombrar solo las más conocidas.
En el modelo de negocio de Microverse, que ofrece como un atractivo para formarse en esa plataforma, los estudiantes no pagan un centavo hasta que se gradúan y consiguen un trabajo de más de mil dólares mensuales. Una vez que el egresado empieza a ganar ese dinero ―un piso estimado en la industria―, le pagará el 15 % de sus ingresos a la empresa hasta alcanzar los 15.000 dólares.
Otras dos plataformas fueron la puerta de entrada al mundo de la programación para muchísimas personas: la ONG freeCodeCamp y la empresa Codecademy. Ambas funcionan de manera similar: enseñan desde cero los principales conceptos de programación y guían al usuario para que vaya aprendiendo desde lo más básico hasta cuestiones más avanzadas.
La primera está más enfocada en el desarrollo de páginas, mientras que en la segunda se puede aprender no solo HTML, CSS y JavaScript, los lenguajes predominantes en la creación de sitios, sino también disciplinas más propias de la programación, como es el caso de Python o Java.
Lo interesante de estas plataformas es el funcionamiento: para el aprendizaje, se siguen tutoriales y, después, se resuelven exámenes interactivos y pruebas que, de pasarlas exitosamente, permiten avanzar al próximo paso. Todo empieza de una manera simple y los ejercicios no parecen demasiado difíciles, pero rápidamente se van complejizando.
La experiencia de Quincy Larson, creador de freeCodeCamp, para aprender a programar fue larga, solitaria y complicada: “Mi viaje en la programación fue realmente difícil. Tomé muchas calles sin salida y aprendí a usar herramientas que después nunca utilizaría. Pasé días yendo en la dirección equivocada”. A medida que fue conociendo gente, descubrió que lo que le pasó no era algo extraño sino que les había sucedido a muchos. “La experiencia de otras personas que habían aprendido a programar por su cuenta, fuera de la universidad, era igualmente frustrante. Fue entonces cuando supe que no era yo sino que había desafíos inherentes a aprender a programar”, explicó en una entrevista publicada en el blog de la ONG.
“Pensé en todas las personas que se beneficiarían de aprender a programar, y muchas de ellas estaban en una situación similar a la mía: con una familia y trabajo, demasiado ocupadas para dejar todo y concentrarse en aprender, y quizás sin recursos para volver a la universidad. Entonces, desde el primer día, supe que la plataforma debía ser lo más conveniente y accesible posible. Eso significaba que lo pudieran hacer a su propio ritmo y desde el navegador y que fuera gratis” agregó. En la Argentina hay varios proyectos que buscan educar en capacidades relacionadas con el mundo IT, desde escuelas costosas hasta una iniciativa pública como Argentina Programa, que tiene como objetivo facilitar la inserción laboral en la industria del software. Decenas de miles de personas se anotaron en esta capacitación gratuita lanzada por el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación junto con la cámara del sector, que se realiza de manera virtual y asincrónica.
Le pregunté al fundador de Microverse cuáles deberían ser los pasos de una persona sin conocimientos en programación que quisiera meterse en este ecosistema tecnológico: “Mi recomendación es que aproveche la cantidad enorme de recursos que hay en internet para iniciarse con una hora o un par de horas por día o los fines de semana. Suele haber programas completamente gratuitos y te permiten ver si es un mundo que te interesa. Una vez que ves que te gusta y que quisieras dedicarte a la programación, ahí tenés que buscar la fuente de apoyo que te va a permitir mantenerte enfocado en ese aprendizaje para ir como un láser en la dirección que querés”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN