El grupo de natación Tiburones del Paraná surca ríos y lagos derribando prejuicios sobre la discapacidad

Nació hace más de dos décadas en Arroyo Seco, provincia de Santa Fe, y hoy lo integran cerca de quinientas personas, con y sin discapacidad, que se entrenan en el complejo deportivo de los Tiburones del Paraná y practican natación en aguas abiertas. Su coordinador general Patricio Huerga cuenta cómo logró, junto a un equipo de profesores, “poner en acción la inclusión”

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La primera imagen es del 15 de marzo de 1998. Siete personas con discapacidad nadan un kilómetro en aguas abiertas en el río Paraná a la altura de la localidad santafesina de Arroyo Seco. Patricio Huerga, el profesor de natación que los guía, dice que los niños y jóvenes pueden ―de acuerdo con sus posibilidades y tiempos― hacer cosas que a la gente le parecen imposibles. Primero tuvieron que ambientarse al agua, luego aprender a respirar y a flotar y luego arrojarse a un río marrón y caudaloso para cumplir la meta. Los jóvenes fueron bautizados como los Tiburones del Paraná.

Así empezó la historia que se narra en Inclusión en discapacidad, de la palabra a la acción: 20 años de Tiburones del Paraná, el libro editado por el Senado de la Nación que Huerga presentará el próximo viernes 29 de octubre en el complejo que el grupo tiene en Arroyo Seco, en un acto que significará también un reencuentro.

Patricio Huerga, el coordinador de
Patricio Huerga, el coordinador de Tiburones del Paraná, con uno de los jóvenes del grupo, al final de una travesía en aguas abiertas. (Imagen: gentileza Tiburones del Paraná)

Desde aquella primera experiencia hasta ahora, el grupo sumó a casi 500 personas con y sin discapacidad. Entre las odiseas vividas aparecen tres hitos: en 2003 realizaron la maratón Santa Fe-Arroyo Seco, de 200 kilómetros y 30 horas de nado ininterrumpido en un sistema de postas; en 2012 unieron Argentina y Uruguay desde Colón, Entre Ríos, hasta la ciudad uruguaya de Paysandú y, en 2017, por primera vez en el mundo se realizó una peregrinación a nado: 40 kilómetros desde Arroyo Seco hasta San Nicolás, donde se encuentra la basílica de la Virgen del Rosario. Hasta el momento, el grupo realizó 19 pruebas en aguas abiertas.

“Es un libro brioso, tupido, como es el proyecto mismo. Tiene una primera parte teórica porque para saber lo que hicimos y desde dónde, hay que definir cosas”, argumenta Huerga. “Los conceptos de integración e inclusión a veces se mezclan, se confunden y quizá tendrían que ser complementarios. Hablando concretamente en discapacidad, para nosotros la integración es el esfuerzo que hacen las personas con discapacidad y sus familias para que la sociedad les de un lugar, los reciba y puedan trabajar, divertirse y aprender como cualquier persona. Y la inclusión es un esfuerzo y un cambio profundo que hace la sociedad para que la persona con discapacidad y su familia tengan un lugar en ella. Incluir es construir un lugar, como cuando se hace una casa”, agrega.

El documental transmedia Abrazos de agua narra el cruce Argentina-Uruguay que un grupo de Tiburones realizó en 2012.

En el Proyecto Tiburones se trabaja para poner en acción la inclusión. Las personas con y sin discapacidad participan juntas y en diferentes planos: el social, el deportivo, el laboral y el cultural interactuando y compartiendo. “La inclusión es el respeto y la naturalidad en el trato con los demás”, agrega Huerga.

Cuando Huerga hace referencia a los hitos de estas dos décadas, además de los logros deportivos, destaca las obras. En 2007 se inauguró el complejo integral Los Tiburones y en 2015, el gimnasio de 800 metros cuadrados cubiertos donde se realizan actividades integradas de básquet, vóley, gimnasia rítmica, atletismo y danzas folclóricas. Actualmente concurren al complejo 230 personas con discapacidad y 230 sin discapacidad que trabajan juntas en los mismos horarios, con los mismos profesores, con el mismo plan de trabajo y con los mismos objetivos.

Los pioneros

Dos años antes del primer cruce en aguas abiertas y mucho antes de que existiera el complejo, Huerga y un grupo de profesores que ya daban clases a personas con discapacidad observaron lo que ocurría más allá de los andariveles: las mamás y los papás se reunían a matear y charlar mientras sus hijos aprendían a nadar en Arroyo Seco. Con el paso del tiempo, los profesores ponderaron lo bien que les hacían a las familias esas charlas entre mate y mate. Los dolores, sufrimientos y satisfacciones eran los mismos y ahí podían compartirlos.

El grupo nacido en Arroyo
El grupo nacido en Arroyo Seco tiene ya 23 años de historia: concretó su primera salida al río en 2008. (Imagen: gentileza Tiburones del Paraná)

El humor era la base del encuentro: cosas que en algún momento hicieron llorar se volvían graciosas al compartirlas. Los profesores también advirtieron que las necesidades sociales eran las mismas: esos padres y esas madres no querían un mundo aparte para su familia, querían compartir el mismo espacio, el de todos.

En 1997, la municipalidad de Arroyo Seco implementó el Plan de Natación para chicos con discapacidad y en 1998 comenzaron las experiencias de nado en el río, pruebas únicas en la Argentina, en las que tras un año de entrenamiento en la pileta aquellos pioneros salieron a aguas abiertas y se transformaron en tiburones.

El libro de Huerga recorre el camino desde 1996 hasta el presente. “Cuenta cómo se fue construyendo colectivamente el Proyecto Tiburones del Paraná, de modo de observar que lo que se pensaba, lo que se decía y lo que se hacía iba en una misma dirección. Eso que generalmente se define como coherencia y que en mi infancia se llamaba honradez”, define su autor.

“La inclusión es el respeto
“La inclusión es el respeto y la naturalidad en el trato con los demás”, define Patricio Huerga, coordinador de los Tiburones. (Imagen: gentileza Tiburones del Paraná)

El texto enseña los ejes fundantes y fundamentales del proyecto y comparte experiencias como la del espacio Tiburonniño, donde se destaca la inclusión social temprana y el valor de comprender la diversidad desde la niñez. También se cuenta el porqué del nombre, que es un homenaje al nadador santafesino de aguas abiertas Pedro Candioti, llamado El Tiburón de El Quillá, récord mundial de permanencia en aguas abiertas tras haber nadado 100 horas sin parar uniendo San Javier con Santa Fe. “Es lindo hundir las raíces y transmitir el legado. Como escribía el poeta Leopoldo Marechal: ‘Mira que, al recibir un nombre, se recibe un destino’”, cita Huerga.

El nombre Tiburones del Paraná es un homenaje al nadador santafesino Pedro Candioti.

“También hay múltiples voces, testimonios de familias, alumnos, profesores, colaboradores, las empresas que apoyan, gente de la Prefectura Naval Argentina, de la Cruz Roja, los médicos que nos acompañan, comunicadores sociales y periodistas que nos siguieron en todos estos años, de modo de tener una especie de aleph, al estilo borgiano, en el que se puede ver al Proyecto Tiburones desde múltiples y variados lugares”, describe el profesor de natación.

—¿Qué representa para vos el término “discapacidad”?

—Somos varios miles de millones de seres humanos. Somos muchos y cada uno es distinto, único e irrepetible. El avance de las comunicaciones nos permite la posibilidad de apreciar lugares y personas de todos lados y esto, en lugar de habituarnos a lo diverso, a sentar que lo lógico y racional es que somos distintos, que las diferencias nos enriquecen, nos aportan conocimiento, perspectivas diferentes que nos ayudan a crecer, a mejorar, a desarrollarnos, a pensar mejor, parecería alimentar todo lo contrario. La discapacidad incomoda, molesta. Nos enfrenta a nuestras limitaciones, a los temores, a lo diferente. Requiere que nos adaptemos, que aceptemos la diversidad y eso no es algo a lo que todos estemos dispuestos.

Lo que nació como un
Lo que nació como un proyecto municipal de natación para chicos con discapacidad hoy es un grupo diverso y con un complejo deportivo propio. (Imagen: gentileza Tiburones del Paraná)

Huerga propone buscar en internet los sinónimos de discapacidad. “Allí aparecen incapacidad, invalidez, inhabilidad o imposibilidad. No creo que sea por allí el camino de la definición. En las conversaciones o discusiones cotidianas, sean personales o de grupo, por Twitter, Instagram o Face muchas veces aparece una serie de adjetivos calificativos que pronunciamos con el fin de nombrar o descalificar a alguien: mogólico, mongui, anormal, bobo, opa, tonto, tarado, ciego, deficiente, aparato, chico especial, idiota, enfermo mental, paralítico, imbécil, Rainman ―en referencia a la película cuyo personaje principal es una persona con autismo―, estúpido, discapacitado mental, “le faltan cinco minutos de hervor”, “le falta algún jugador”, diferenciado, discapacitado. Por acá tampoco es. Indudablemente nos cuesta definir la discapacidad en lo cotidiano, porque existe una dificultad en lo personal, pero el contexto también hay que incluirlo en la definición, muchas veces es la misma sociedad la que ‘discapacita’ o inhabilita”, sostiene Huerga.

Lo que este profesor de natación hace desde hace ya veinticinco años es trabajar con el enfoque más actual, que no se puede entender sin el contexto de la persona: la discapacidad se define en la interacción social, en las posibilidades de participar de actividades y relaciones vitales. Pionero, intuitivo y entusiasta, Huerga subraya la necesidad de mirar desde este punto de vista: “La visión positiva sobre la discapacidad y sobre la persona también tiene un efecto inmediato sobre la conducta de las personas con discapacidad. En alguna medida, si la persona con discapacidad es vista como alguien con cualidades y se espera algo de ella, es más probable que desarrolle sus potencialidades que si solo es mirada por sus déficits y nada o poco se espera de ella”.

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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN

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