“Soy programador, es de lo que trabajé toda la vida”, se define Damián Catanzaro, que tiene 26 años. Cuando explica que empezó a los 14, su frase “toda la vida” cobra muchísimo más sentido. De adolescente, empezó a programar sin saber que lo que hacía era programar. “Aprendí solo. Fui a un colegio de electrónica así que no tenía mucho de programación. Fue a partir de un juego que tenía el código libre (se llama código open source), entré en una comunidad que tenía desarrolladores de este juego, empecé a chatear con la gente, a meterme en foros y en la programación sin saber qué era la programación. Después, con el pasar del tiempo, me fui dando cuenta de que lo que estaba haciendo se llamaba programar y que tenía todo un mundo gigante atrás”, dice el creador de Cafecito, la popular plataforma de crowdfounding “que busca unir a creadores de contenido, ONG o proyectos con gente que quiera aportar a lo que hacen”, a través de la invitación del valor simbólico de un café.
Aquella puerta de entrada al universo de la programación se llamaba Argentum online, fue “el primer juego multijugador creado por un argentino”. “Había muchos servidores de este juego y yo también quería tener uno, ahí me empecé a meter en Google, en esta comunidad de programadores y así fue que empezó toda la carrera que hice”, repasa Catanzaro.
Desde entonces, su lenguaje es el de los códigos. Antes de terminar la secundaria no solo tenía claro lo que quería hacer, sino también cómo quería hacerlo: no le interesaba estudiar una carrera universitaria, iba a aprender trabajando. Y aunque su decisión no era la que esperaba su familia, todos entendieron que iba en serio.
“A los 18 ya estaba trabajando en una empresa. Fui a la Universidad Tecnológica Nacional un tiempito, pero no me gustó. Me acuerdo que dije: ‘Ya está, me voy derecho a trabajar porque sé que me va a dar más experiencia’. Y así fue. Entré a una start-up que me dio un conocimiento increíble y ahí empecé a saltar todos los años a diferentes empresas. Terminé en Mercado Libre, en Garbarino, empresas muy grandes. Con cada salto adquiría más contactos, más conocimientos, muchas tecnologías nuevas y terminé aprendiendo de esa manera”, relata.
Una idea y un golpe de suerte
En medio de la crisis causada por el coronavirus, Catanzaro lanzó Cafecito, que no para de crecer. Aunque es cierto que apareció en un momento en el que, más que nunca, muchos emprendedores y proyectos necesitaban una soga de la cual trepar para no hundirse, la idea surgió cuando todavía no se veía en el horizonte el cambio de vida que generó la pandemia.
“Nació en febrero, marzo del año pasado. Yo estaba haciendo muchos tutoriales y compartiendo información en internet sobre programación, más que nada en Twitter, que es donde tengo mi red. Y un día, navegando por ahí, me encontré con unas páginas de afuera: Patreon, Ko-fi y Buy Me a Coffee. Las tres tenían un modelo de financiamiento colectivo, y una de ellas manejaba el concepto de los cafés, pero estaban en Europa y los Estados Unidos, a Latinoamérica no llegaba nada de lo que hacían. Así que mandé un tuit donde preguntaba: ‘Che, ¿les gustaría tener una plataforma de este estilo acá, en la Argentina?’; a la gente le recopó y ahí es cuando arranqué”, resume Catanzaro.
Una semana después de ese tuit, sacaba la primera versión de Cafecito. “No se podían crear cuentas ni nada. Era solo un perfil mío con una tacita y se podía dejar un mensaje; la página te llevaba a Mercado Pago y si hacías el aporte del cafecito, te traía de vuelta y te dejaba el mensaje en el muro”. La idea, a partir de esa primera prueba, empezó a correr en redes. Catanzaro comenzó a recibir muchos mensajes; algunos, de influencers con grandes comunidades que querían sumarse y le aportaban ideas nuevas. “Me dijeron: ‘Che, está buenísima la plataforma, falta algo de esto, metele y hacelo’. Me lo puse a pensar un tiempo y dije: Bueno, sí, la voy a armar a ver cómo funciona”.
La dinámica atrajo no solo a los creadores de contenido digital. El programador también recibió mensajes de ONG, proyectos sociales y comunidades que le hicieron ver que había muchas personas interesadas en que desarrollara Cafecito. Entre los primeros mensajes estuvo el del Club Atlético Estudiantes de Caseros, que estaba juntando ladrillos para construir parte de su cancha.
Esta recepción le dio impulso y durante dos meses Catanzaro trabajó en el desarrollo del sitio. “Largué Cafecito el 29 de mayo. Fue una locura. Hubo como 5.000 o 6.000 cuentas creadas ese mismo día y todos en mi timeline estaban compartiéndose los links y mandándose cafecitos entre ellos. Estuvo increíble. Ahí dije: ‘O muere acá o continúa creciendo’ y por suerte se siguió expandiendo. Se movió siempre mucho por el boca a boca: alguien posteaba un link, otra persona lo veía, le gustaba, se creaba una cuenta, compartía el link, lo veía más gente y así se terminaba armando como una bola de nieve”, cuenta.
“Cafecito es supersimple”, explica su creador. “Creás una cuenta registrándote con Google o con Twitter, enlazás Mercado Pago y después de eso podés compartir en las redes este muro donde la gente puede entrar, dejarte lo que sería el precio de un cafecito y eso te llega directamente a tu cuenta de Mercado Pago. Podés exponer objetivos, como por ejemplo: ‘Quiero llegar a $10.000 para comprarme un micrófono para producir contenido’, aunque informar para qué se usará el dinero recaudado no es condición obligatoria”, explica Catanzaro. El precio de cada cafecito lo pone el usuario, siempre teniendo en cuenta que debe ser equivalente al que se estableció como valor simbólico de la infusión. En general ronda los 50 o 70 pesos, pero hay también de 200 o más.
Si bien el sitio tiene un 5 % de comisión, que es la ganancia de Catanzaro —fundador y staff completo de Cafecito— hay excepciones para ONG y causas sociales. Una de ellas es TECHO. También, comedores, personas que juntan dinero para cirugías muy costosas y acciones solidarias.
Cuando Catanzaro pensó en la versión local de esta idea de invitar un café como una manera de colaborar con el trabajo de otro, no se imaginaba que su proyecto iba a cobrar vida propia. Menos, que cuando tuviera la plataforma lista para lanzarla habría un montón de personas sin poder trabajar, cambiando de rubro, emprendiendo y reemprendiendo a causa de un virus que pararía el mundo por más de un año y medio. Y que Cafecito les sería de gran utilidad.
“Empezó como un hobby, en el momento no pensé que iba a tomar tanto significado esto de ‘invitame un cafecito’ o ‘pasame tu cafecito’, como se ve en redes ahora”, dice. “La verdad es que no calculé nada, esto era un proyecto mío y terminó saliendo justo en un momento en que mucha gente lo necesitaba. Al principio, por ejemplo, se metieron un montón de peluqueros, que estaban recomplicados. Y dije: ‘Bueno, está funcionando, les va a servir a las personas’. Y terminó sirviendo. Fue todo timing. Timing y suerte”.
Tres historias
Desde pequeños proyectos individuales hasta grandes fundaciones, la plataforma reúne todo tipo de iniciativas con diferentes fines y que han logrado objetivos diversos. Tres ejemplos: Javier Pereyra (“el tachero de Tuíter”), la empresa de venta de tecnología para el hogar y empresas Smarts Tienda Tecno y el dibujante Will Labeta.
La historia de Pereyra (@ElGriegoOK) se hizo conocida: primero, porque como indica su perfil es “el tachero de Tuíter”; segundo, porque muchas veces lo que sucede en esta red social trasciende y llega a los medios. A Pereyra, que ya venía complicado de trabajo por la pandemia, se le había roto el auto y su pareja tuvo una idea para ayudarlo.
“El año pasado fue nefasto para los taxis, así que veníamos ya con algunas deudas acumuladas. Tuve que pedir un crédito tasa cero y eso se juntó con un atraso en pagos y una rotura del auto, grave. Para colmo, el mecánico no encontraba la falla y el auto estuvo entrando y saliendo del taller como un mes. Ese tiempo no trabajé y se me hacía imposible arreglarlo. Y a Yisel, que también es tuitera, se le ocurrió hacer esto del cafecito. Lo tiró medio como chiste en Twitter y la gente empezó a decir: ‘Queremos ayudar’, y se armó”, cuenta él.
A diferencia de lo que suelen hacer los usuarios de Cafecito, que es crear una cuenta donde realizar donaciones, la pareja tuitera decidió hacer una rifa y usar la plataforma de una manera diferente: “Yo suelo sortear viajes gratis, de hecho hace poquito sorteé un viaje a la costa para el verano. Entonces, lo que hicimos fue poner un precio simbólico de 200 pesos y la gente compraba los cafecitos como números de una rifa. Sorteamos dos viajes. Cuando se terminó de juntar el dinero, di de baja la cuenta. El total recaudado pasó los 100.000 pesos. Yo había gastado más o menos la misma cantidad en el arreglo del auto, así que pude pagar la deuda con el mecánico”.
El taxista elogia la simpleza de la plataforma y que su popularidad la hizo confiable para los que desean colaborar. Como crítica constructiva, comenta que para algunas personas no era del todo amigable la interfaz cuando, por ejemplo, querían comprar varios cafés y no estaban seguras de cómo hacerlo. También señala que se paga, por un lado, la comisión del sitio y por el otro, la de Mercado Pago y se pregunta si existirá la posibilidad de hacerla funcionar de otra manera. De todos modos, subraya que “la experiencia fue buena”.
En el caso de Smarts Tienda Tecno, una empresa que vende tecnología para el hogar y para empresas ubicada en Córdoba capital, Cafecito ayudó a salvar puestos de trabajo.
“En junio de este año sufrimos un robo de diez millones de pesos. Robaron todas las notebooks que teníamos en stock, celulares, herramientas de trabajo y efectivo”, cuenta Aldana Corro, su encargada de Marketing. “Organizamos una campaña solidaria para juntar fondos porque los empleados somos muchos y queríamos conservar nuestros puestos. Elegimos Cafecito para hacer nuestra campaña de crowdfunding, primero porque el concepto de donar el valor de un cafecito es muy ameno además de accesible (pusimos cada cafecito a 200 pesos) y segundo, porque es una plataforma argentina integrada con Mercado Pago. Gracias a la cobertura de los medios, mucha gente se sumó. Logramos recaudar un millón en algunas semanas. E incluso muchos siguen aportando a la causa”, relata.
El objetivo, dice Corro, es recaudar el valor de lo perdido: “Sabemos que es mucho dinero y es difícil juntarlo. Hoy pudimos acceder a créditos para comprar la mercadería que perdimos pero la empresa sigue en una situación muy vulnerable, por lo que la campaña continúa abierta”.
Para el dibujante e historietista correntino Willy Gallego (conocido como Will.la.beta), Cafecito tuvo el poder de convertir el aporte de sus seguidores en redes sociales, especialmente en Instagram, en la reedición de su segundo libro, Selenofilia.
“Para mí, como autor independiente, es muy difícil juntar un presupuesto para la edición y la impresión de un libro. No tenía recursos económicos pero sí tenía público, entonces, junto con mi editor, decidimos encarar por ahí. Yo ya había sacado un libro con una plataforma que se llama idea.me pero cuando apareció Cafecito nos pareció mucho más amable porque tiene esta oportunidad de poner un monto mínimo, que es de 50 pesos. Hoy no hacés casi nada con 50 pesos, pero podés ayudar a un artista a sacar un libro, ese concepto me parece maravilloso”, cuenta.
Gallego necesitaba reunir poco más de 200.000 pesos y a través de Cafecito lo consiguió en menos de 20 días. “Hicimos una campaña en las redes sociales y en un momento me comuniqué con el creador de la aplicación porque había tenido un inconveniente y me lo solucionó al toque. Eso habla muy bien de él, porque está muy pendiente de lo que creó, lo cual no se da en muchas ocasiones. Para nosotros fue una experiencia muy motivadora. Así que la plataforma tiene esa especie de alquimia, ese poder de transformar 50 en un proyecto”, se entusiasma.
Un futuro de red social
Además de la posibilidad de pedir o donar cafecitos, la plataforma de Catanzaro tiene un espacio de galería y posteos donde se puede subir contenido relacionado a la actividad o el proyecto de quien creó una cuenta, pero por ahora no permite mayor interacción entre los usuarios además de un mensaje junto al café.
Por eso, el programador veinteañero está trabajando en nuevas funciones para su sitio: “Actualmente en Cafecito podés hacer publicaciones, podés subir imágenes, pero no podés seguir a nadie. No tenés un muro de gente a la que estás siguiendo. Quiero convertirla en eso: que se pueda seguir personas, que se puedan comentar posteos, que se pueda interactuar mucho más con las personas, que se puedan dar likes, que funcione más como una red social y no solo para entrar, hacer una donación y salir”, adelanta.
Además, cuenta que se vienen más novedades, como la integración con Paypal ―pedida por muchos usuarios que tienen público en el exterior― y que está investigando la posibilidad de hacer donaciones en criptomonedas.
En su corto tiempo de vida, a Cafecito ya le llegaron ofertas, pero a Catanzaro, por ahora, no le interesa venderla. “Capaz que si más adelante viene alguien muy grande y me ofrece aliarnos o hacer alguna cosa en conjunto podría ser, pero creo que no es el momento. Aparte, quiero expandirla a muchos países de Latinoamérica, mi idea es que esté en toda la región. También es un desafío para mí: quiero ver hasta dónde puedo llegar solo. Creo que a la plataforma le queda mucho por crecer”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN