Hoy es una buena anécdota, pero el 30 de agosto de 2020 fue un episodio verdaderamente dramático. El satélite de observación SAOCOM 1B, desarrollado y fabricado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), iba a ser lanzado ese día desde la estación de Cabo Cañaveral, en el cohete Falcon 9 de la empresa SpaceX. Luego de varios meses de espera, la hora indicada era 20:18. Ni un minuto más, ni un minuto menos.
Pero todo el plan se veía amenazado por las lluvias torrenciales y los vientos arrasadores típicos de Florida y el puñado de ingenieros espaciales argentinos allí sentados sufrían frente a los monitores como se ve que sufren los ingenieros espaciales en la peor parte de la película Apolo XI. ¿Lo lograría el satélite? Solo Brasil y Argentina tienen en Latinoamérica los recursos técnicos y científicos para diseñar y fabricar sus propios satélites y en un documental sobre el SAOCOM 1B, un ingeniero se refiere a la “soberanía espacial”. Pero ante esas ráfagas tan terrenales, ¿triunfaría el cálculo argentino o el satélite se perdería como un avioncito de papel en la furia del viento? ¿O, peor, sería atravesado por un rayo?
Tantas dudas y, al final, milagrosamente (ya no cabe otro adverbio) las tormentas se interrumpieron unos segundos antes de las 20:18 h. El cielo se abrió casi bíblicamente, aunque en las mitologías no hay satélites. Y el SAOCOM 1B tuvo su ignición: fue un éxito. Los técnicos argentinos alzaron sus manos; al menos una ingeniera lloró de emoción. Ahora, un año más tarde, el satélite es una de las cuatro piezas nacionales en el espacio (dos SAOCOM, de observación, y dos ARSAT, de comunicaciones) y ya ha solucionado varios problemas.
“Un lanzamiento y las primeras órbitas de un satélite son momentos bastante críticos”, dice ahora Raúl Kulichevsky, el director ejecutivo y técnico de la CONAE. El currículum de este hombre que puede enviar algo al espacio en un día de tormenta indica que primero es ingeniero aeronáutico, luego magíster en Ciencia y Tecnología de Materiales y, por último, especialista en Análisis de Vibraciones, diploma en Gestión Integral de la Calidad y Certified Quality Engineer (CQE). Kulichevsky estaba en Cabo Cañaveral, es el responsable del segmento de vuelo del Proyecto SAOCOM. “Fue la culminación de muchos años de trabajo”, sigue. “Un lanzamiento debe ser exitoso y después el satélite debe demostrar que está en buenas condiciones, por eso, una campaña de lanzamiento es bastante estresante. Todo puede salir mal y nada en el negocio espacial tiene confiabilidad cien por cien, por más que esté muchas veces probado y ensayado. Y cuando vimos que el lanzamiento salió bien, fue un momento impresionante de alegría y desahogo”.
Luego, el 10 de noviembre de 2020, la CONAE presentó las primeras imágenes del SAOCOM 1B. Una Península Valdés rodeada de azul y un poco erosionada, un Lago Salinas Grandes lleno de vegetación subacuática, el avance de la frontera agrícola sobre el monte nativo en la provincia de Salta. “Las imágenes que obtuvimos, y que estamos distribuyendo a una gran comunidad de usuarios, no solo son acordes a los requerimientos dispuestos sino que incluso superaron nuestras expectativas”, dijo entonces Laura Frulla, gerenta de Observación de la Tierra en la CONAE e investigadora principal de la Misión SAOCOM.
¿Qué hace, un año más tarde, este satélite que es igual al SAOCOM 1A (que navega en el espacio desde 2018)? “Genera información de acuerdo a necesidades planteadas más que nada por el INTA y por el Instituto Nacional del Agua”, explica Kulichevsky. La CONAE diseñó lo que se llama “satélite radar” (uno que obtiene imágenes detalladas de la superficie de la Tierra) para lo que la Argentina necesitaba y el 1B cumple, con sus dos componentes fundamentales —paneles solares y una antena radar de apertura sintética— con requerimientos que no están en la información espacial que se puede comprar ni que casi ningún otro satélite tiene, excepto uno solo en el mundo, puesto en órbita por Japón.
El truco para obtener imágenes de gran textura y de tres dimensiones que encantan a científicos y agropecuarios es combinar la información del satélite SAOCOM 1A con la del SAOCOM 1B. Al trabajar juntos, pueden producir información sobre un lugar determinado con mayor frecuencia, porque primero sobrevuela ese punto uno de los satélites y luego, el otro. Según un comunicado oficial, el satélite posee alrededor de 50 configuraciones diferentes para tomar imágenes. “Los SAOCOM generan y ponen a disposición de los usuarios, por ejemplo, mapas de humedad de suelo o mapas digitales de elevación que nos permiten hacer previsiones de inundaciones”, sigue Kulichevsky. ¿Cómo funciona? “Se comparan imágenes de distintos momentos y, luego, a través de un algoritmo que hemos desarrollado, se hace una previsión donde se tiene en cuenta también previsiones meteorológicas y humedad del suelo”.
El satélite SAOCOM 1B funciona en banda L, un espectro electromagnético que le permite distinguir objetos de 10 metros y penetrar el suelo hasta dos metros por debajo de la superficie. “Eso nos permite traspasar los follajes”, dice Kulichevsky. La superficie de su antena desplegada es de unos 35 metros cuadrados, con una estructura de más de 3 metros de altura y 10 metros de longitud. El satélite envía imágenes a la CONAE para hacer estimaciones del éxito o el fracaso de los cultivos de maíz, arroz y trigo. Esto no solo le importa al INTA; también a las compañías de seguros agropecuarios.
Además, puede obtener mapas de desplazamientos del terreno, modelos de elevación e indicaciones de cambios en la superficie terrestre. También, mapas de detección de objetos en el mar, mapas de derrames de petróleo, máscaras de agua (para identificar cuerpos de agua y para monitorear zonas inundables o de producción de arroz), modelos digitales de elevación y mapas indicadores de coberturas urbanas y de expansión urbana. “Podemos desarrollar muchas aplicaciones a partir de la información SAOCOM”, sigue Kulichevsky. Los datos son gratuitos para las empresas argentinas y para las entidades públicas. “Es una inversión del país y debe beneficiarlo”.
En agosto, la CONAE informó que sus estudios se concentraron en el complejo volcánico del Cerro Blanco —en Catamarca—, que concentra la atención de la comunidad científica internacional debido a que su caldera, un cráter de 5.000 metros de diámetro y 42 siglos de antigüedad, sigue activa y se está hundiendo un centímetro cada año. Según el comunicado de la CONAE, un equipo de geólogos y agrimensores viene realizando mediciones desde 2004 y ahora suman la información satelital generada por los satélites SAOCOM. “Esta herramienta”, indicó la nota de la comisión espacial, “permitirá generar un producto de gran precisión para medir las deformaciones del volcán, aplicando dos imágenes satelitales generadas con el radar, para producir mapas que muestran deformaciones del suelo o interferogramas”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN