Hay activistas ambientales y también quienes tienen el foco puesto en cómo combatir la desigualdad socioeconómica. Hay quienes abrazan causas como la lucha contra el maltrato animal, la promoción de una educación más inclusiva o los derechos humanos de distintos colectivos. Todos y todas tienen algo que los iguala: buscan el bien común. Y una cosa más: tienen entre 12 y 18 años de edad.
Se trata de un grupo de 45 jóvenes de las 24 jurisdicciones de la Argentina, comprometidos con distintas causas. Jóvenes que son agentes de cambio y que son parte de la selección de Ashoka para Tribu 24, un programa que busca potenciar sus acciones y ayudar a tejer redes con más jóvenes en todo el territorio nacional.
“El objetivo de Tribu 24 es identificar en las distintas provincias adolescentes de entre 12 y 18 que participen de iniciativas con impacto social. Que sean voluntarios o activistas, que quieran promover ideas y desarrollen proyectos en su entorno, ya sea en ámbitos formales como escuelas y clubes o generando iniciativas en sus barrios o comunidades cercanas”, explica Ariela Lijavetzky, directora de Niñez y Juventud de Ashoka para Argentina, Uruguay y Paraguay.
Las motivaciones de la tribu
“Veo a Tribu 24 como una herramienta para visibilizar la acción juvenil dentro de la sociedad, que remarca la necesidad de participación por parte de los jóvenes en diversos ámbitos de la vida, que nuestra voz tiene peso y no nos es indiferente la situación de nuestros pares”, opina Gianfranco Cermele Traverso, un joven salteño de 18 años, estudiante de primer año de Abogacía y parte de la mesa juvenil de la Subsecretaría de Políticas Socioeducativas de su provincia. Él es uno de los 45 jóvenes que conforman la tribu.
“Me gustaría hacer de este un mundo mejor y tratar de arreglar los errores que cometemos los seres humanos. Creo que podemos lograr vivir en armonía con el ambiente y entre nosotros”, dice, por su parte, Sofía Gamallo, también parte de los seleccionados por Ashoka. Ella tiene 13 años, es de San Luis y participa del trabajo de asociaciones contra el maltrato animal.
Luciana Ortega, de 17 años, vive en Vicente López y es una apasionada de la tecnología que observa que presenció “muchas situaciones en las que al varón se lo creía más capaz en muchos ámbitos y más que nada en el tecnológico”. Como no quiere que siga ocurriendo, participa en organizaciones que fomentan “que más chicas se involucren en tecnología”. Y también: “Que todos los jóvenes tengamos igualdad de oportunidades y podamos recibir una educación digna y que se adapte a nuestra manera de aprender”.
Abril Perazzini, de 15 años, de la Ciudad de Buenos Aires, también es activista en distintas organizaciones y entre sus principales intereses están los derechos vinculados con la equidad de género ―sobre lo que escribe y produce videos para la web― y la inclusión educativa.
Por su parte, Branko, de 17 años que vive en Resistencia, cursa su último año del secundario y representa a Chaco en la mesa federal de centros de estudiantes. “Me importan las desigualdades sociales y económicas”, destaca.
Una red federal
El Programa Tribu 24 comenzó en abril, cuando se realizó una convocatoria y se postularon más de 300 jóvenes de todo el país. En mayo se seleccionaron 45. “Iban a ser 48, es decir dos por distrito, pero finalmente elegimos entre uno y tres por cada jurisdicción, en función de las postulaciones recibidas”, añade Lijavetzky.
En los siguientes dos meses, este grupo de 45 jóvenes participó en una serie de diez encuentros (el último fue el pasado martes 3 de agosto) para desarrollar habilidades de liderazgo. Los encuentros, todos virtuales y a cargo de distintos especialistas, se dividieron en tres módulos. “El primero fue sobre ellos y ellas como individuos agentes de cambio. El segundo módulo abordó proyectos de impacto social y el tercero, la generación de alianzas y comunicación para llevar sus proyectos a otro nivel”, detalla Lijavetzky.
“La propuesta para los y las participantes de Tribu 24 será pensar de manera federal en la realidad de la Argentina y el importante rol que tiene la juventud a la hora de proponer soluciones a los problemas del entorno”, anunciaba, al presentar el programa, Ashoka, una organización que potencia emprendedores sociales innovadores y con visión de cambio sistémico que trabajan para resolver los problemas sociales más urgentes, y que a la vez construye y activa redes entre ellos. El programa cuenta con el apoyo institucional de UNICEF, fue cocreado con Motorola e impulsado junto a Natura y Oracle, con la colaboración de Fundación Banco Ciudad. También cuenta con el acompañamiento de la Fundación La Nación.
Apostar por la adolescencia
“En Ashoka sabemos que los y las jóvenes están transformando sus comunidades todos los días y creando impacto positivo. Estamos en un momento histórico de cambio constante y exponencial y, hoy más que nunca, necesitamos que cada chico y chica se reconozca como agente de cambio para el bien común. Desde Tribu 24 invitaremos a jóvenes de todo el país a seguir poniendo en práctica sus habilidades transformadoras para inspirar y movilizar a toda la comunidad”, señala María Mérola, directora ejecutiva de la organización.
“Tribu 24 se inspira en una idea de Ashoka a nivel global que tiene que ver con que todas y todos los jóvenes son agentes de cambio y que lo importante es que su entorno propicie el espacio para desenvolverse como tales”, señala Lijavetzky. La organización cuenta con una red global de más de 4.000 emprendedores sociales que buscan cambiar las realidades a gran escala desde distintas áreas.
“Se detectó que más del 90 % de estos emprendedores de Ashoka en el mundo se involucraron en su causa ―la cual promueve una solución sistémica― en su adolescencia. Por eso Ashoka decide poner mucha energía en los adolescentes ya que entiende que esto es necesario para tener sociedades mucho más comprometidas con el entorno”, argumenta Lijavetzky.
El valor de tejer redes
Los diferentes encuentros en los que participó la tribu de 45 jóvenes son un paso previo a la generación de redes más amplias. De hecho, el cierre de cada uno de los tres módulos de capacitación fue abierto a otros postulantes no seleccionados y a jóvenes de todo el país en general. Y en estos espacios abiertos se crearon salas por región con el fin de contactar a los distintos jóvenes de una misma zona.
Durante agosto se buscará dar visibilidad a los perfiles de los distintos seleccionados. Luego, será la hora de “salir a la cancha”, dice Lijavetzky, “visibilizar, armar encuentros más temáticos y autoconvocados o liderados por los propios jóvenes de la tribu, en los que Ashoka sea un apoyo que ayude y acompañe, pero que no seamos nosotros los que pensemos los contenidos”. Parte de este acompañamiento será, por ejemplo, facilitar contactos con otros jóvenes, con medios de comunicación o con funcionarios de Gobiernos para presentar propuestas. “La idea es llegar a una juventud mucho más amplia”, anticipa Lijavetzky. De hecho, la convocatoria para postularse al programa sigue abierta.
Los y las jóvenes que participan en el proyecto valoran el encuentro con sus pares como muy enriquecedor.
“Contactar a otros jóvenes del país me ayudó a conocer otras realidades, a replantearme ideas sobre las necesidades que existen. Me sirvió para reenfocar las iniciativas que pongo en marcha. Por ejemplo, los videos que hago para concientizar y subo a Instagram estaban dirigidos a un público reducido”, cuenta Abril. Y ejemplifica: “Yo estaba enfocada en hablar de educación con el grupo de mi región, teníamos como objetivos promover la educación sexual integral (ESI) y la lengua de señas argentina (LSA). Pero escuché que alguien de Salta contó que en su provincia había problemas con el acceso al agua. Me dejó pensando que es difícil tratar estos temas importantes si no están cubiertas las necesidades básicas”.
“También encontré a un montón de jóvenes con proyectos muy distintos a quienes admiro mucho y con quienes puedo charlar”, cuenta Luciana. Y menciona a Martín, otro de los emprendedores sociales, que creó un dispositivo para detectar incendios en la Patagonia.
No importa la edad
Capacitarse y entrar en contacto con otros jóvenes emprendedores también resulta una motivación importante. “Antes de estar en Tribu 24 tenía la idea de que todas mis iniciativas las iba a llevar adelante cuando fuera grande. Eso era lo que escuchaba de gente alrededor mío. Mis compañeros y compañeras hablaban siempre a futuro, nadie decía: ‘Quiero hacerlo ahora’. Pero en Tribu 24 me di cuenta de que podía hacerlo ahora, como una persona de más edad”, cuenta Sofía.
Luciana agrega que a menudo las críticas que reciben desalientan a los y las jóvenes respecto de su trabajo por un cambio social. “Muchas veces se nos ve desde una mirada adultocentrista, con el estereotipo del adolescente que no sabe nada de la vida, que solo tiene que estudiar. Pero ese estereotipo está mal”, opina.
A su vez, Gianfranco resalta la necesidad que tienen los y las jóvenes de que sus voces sean escuchadas. “Yo fui a un colegio católico, muy conservador. Siempre se nos marcó que la autoridad está arriba, que si un joven opina está faltando el respeto”, dice. Él trabaja en un proyecto para involucrar a jóvenes de su provincia en las políticas públicas. “Busco que podamos decir lo que pensamos. Tenemos ideas sobre muchos temas, pero a veces se nos ponen trabas para avanzar, por miedos irrisorios”.
“De ambas partes ―adultos y jóvenes― hay que respetar el proceso de aprendizaje. En general, el respeto se le tiene al adulto, pero muchos jóvenes tienen causas o iniciativas que estaría bueno seguir o aprender de ellas”, considera Abril.
En esa línea, Branko analiza: “Hay algo que va más allá de la edad: una ‘juventud de ideas’. Hay que abrazar el paradigma de renovación constante, tener la humildad de que siempre viene algo nuevo que puede ser mejor o que, combinado con el pasado, puede generar algo más enriquecedor. Entender que la renovación es positiva, que el cambio es bueno, es algo que simplemente forma parte de la persona, tengas la edad que tengas”.
“Puede haber muchos adultos que no hayan vivido experiencias que otras personas jóvenes sí y viceversa. Todos tenemos que trabajar para el bien, sin prejuicios. Hay gente de distintas ideologías, tenemos que aprender a trabajar todos juntos”, aporta Luciana.
Gianfranco retoma la idea de que los y las jóvenes tienen mucho para decir: “Estoy en el primer año de la facultad y con mis compañeros sentimos la necesidad de hablar. Como cuando te atragantás y querés decir algo. En el colegio te dan las herramientas para pensar críticamente, pero no podemos expresar lo que pensamos. De pronto, en la facultad nos preguntan, por ejemplo, sobre el derrame en la economía, pero tenemos miedo de responder. Nos generaron miedo a decir nuestra opinión. Las ganas de hablar se han reprimido por muchos factores, como la mirada de los adultos o las instituciones”.
Aunque los y las jóvenes señalan las resistencias de parte del entorno, también destacan que, en general, sus familias son un soporte, una motivación. “Me re apoyan”, dice Sofía. Abril cuenta que también la ayudan, por ejemplo, para grabar videos, incluso pese a que no siempre entienden por completo las actividades en las que se involucra. Branko define a las personas de su familia como “estandartes”, dice que lo motivan y que participar desde pequeño en charlas adultas lo ayudó a involucrarse en las causas que hoy lo movilizan. Luciana cuenta emoción
Aprendizajes en pandemia
Así como en los meses de cuarentena se notó un aumento de voluntarios en organizaciones de la sociedad civil, el tiempo de aislamiento obligatorio también incidió en el activismo de los y las jóvenes.
Por ejemplo, Abril cuenta que aunque antes de la pandemia se interesaba en política, fue el mayor tiempo en casa el que le permitió realizar distintas capacitaciones “Luego, sintiéndome cómoda, me involucré en organizaciones. Creo que la pandemia le dio mucho impulso a las causas sociales. Impulsó a muchos jóvenes a seguir con el activismo en redes, donde el mensaje se potencia un montón”.
La cuarentena, claro, también dejó al descubierto las diferencias entre distintos contextos sociales. Branko cuenta que el año pasado, como parte de un proyecto de asistencia a comedores, visitó un barrio en Chaco donde había un brote de COVID-19. “Llegamos en un momento en el que la mayor parte del país estaba en una cuarentena estricta. Pero ahí la gente estaba afuera todo el tiempo. Pensé cuán diferente es la realidad en otros lugares. Percibir que la situación es tan distinta es como recibir una trompada”, dice.
Realidades que Sofía, Luciana, Abril, Gianfranco, Branko y otros 40 jóvenes buscan cambiar, cada uno desde su lugar y con el foco en sus intereses particulares.
Desde Ashoka, creen en su potencial. Lijavetzky lo expresa de este modo: “Para construir sociedades transformadoras es necesario poner la energía en los adolescentes de hoy. No tengo dudas de que ellos y ellas no van a alejarse de sus causas. Quizás cambien de proyectos o de enfoque, pero van a seguir comprometidas con el bien común. Necesitamos demostrarles que lo que hacen es posible, tiene valor. Tenemos mucho para aprender de la juventud”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN