Esperar el colectivo sola de noche en una parada mal iluminada. Hacer mil combinaciones de transportes o viajar demasiado tiempo para cumplir con una agenda que encastra como un tetris forzado las tareas vinculadas al trabajo remunerado con aquellas que pertenecen a la esfera familiar. Arrancarle a la rutina algunos minutos para una actividad recreativa o un simple café. En ciudades en las que hay que recorrer distancias abrumadoras como son las grandes capitales y metrópolis del mundo se torna un desafío por momentos bestial para las mujeres.
¿Esto se debe a la mala planificación de las ciudades? No exactamente. Se debe a que la mayoría de las ciudades de América Latina y del mundo fueron planeadas y diseñadas por y para varones, en función de la división sexual del trabajo y de los roles de género tradicionales. Así lo afirma el Manual para la planificación y el diseño urbano con perspectiva de género lanzado en 2020 por el Banco Mundial.
La arquitecta Ana Falú —que también es investigadora de CONICET, asesora de ONU Mujeres, directora de la ONG Centro de Intercambio y Servicio para el Cono Sur Argentina (CISCSA) Ciudades Feministas— dice que el problema está en la asimetría entre las vidas de las mujeres y minorías y las de los varones.
“Sin duda, andar por las ciudades de nuestra América Latina que son desiguales, fragmentadas, a veces obscenas en su distribución ―porque hay riqueza, el problema es que está muy mal repartida― es muy distinto con cuerpo de mujer que con cuerpo de varón. Esto es un hecho contundente: lo muestran los datos de feminicidio, las agresiones, lo muestra el reconocimiento de las limitaciones que se presentan en las vidas de las mujeres, centralmente por la violencia pero también por otros temas que la pandemia ha puesto al rojo vivo como es el de las tareas de cuidado”, describe Falú.
La arquitecta y docente de la Universidad Nacional de Avellaneda María Emilia Aristei coincide en que las desigualdades en los modos de habitar la ciudad de mujeres y varones nacen en el momento en que las urbes fueron diseñadas: “Toda planificación urbana parte de un conjunto de supuestos acerca del habitante urbano típico”, explica. Y este habitante “es un hombre estereotipado: es un ciudadano que es varón, que es marido, que es padre, que es sostenén económico de su familia, que es blanco, que no tiene ninguna discapacidad, que es heterosexual, que cuenta con movilidad propia. Me gusta decir que es una suerte de maniquí que viene a querer representarnos a todes, lo que es absolutamente imposible porque todas las personas somos distintas”.
La mala iluminación en las calles, parques y plazas; la falta de baños públicos; las veredas agujereadas o destripadas; el transporte público inseguro y hostil son las señas más visibles del destinatario modelo de la ciudad. Pero no son las únicas.
Tanto Falú y Aristei como la arquitecta Guadalupe Oliver ―que trabajaba para el Gobierno porteño y ahora lo hace para el bonaerense― y el arquitecto y doctor en Urbanismo Guillermo Tella ―director Ejecutivo del Consejo de Planeamiento Estratégico de la Ciudad de Buenos Aires― coinciden en que una de las marcas más evidentes de que las ciudades estuvieron planificadas por y para los varones son los recorridos del transporte público. Según los expertos, fueron pensados linealmente para trasladarse de un punto a otro, sea de la casa al trabajo o del trabajo a la actividad física o al lugar de ocio. “No se contempla la necesidad de pasar a buscar a une hije por la escuela, hacer compras o bien algo tan básico como tener un espacio ambientado para amamantar sin que nadie nos esté marcando con el dedo”, dice Aristei.
La arquitecta Oliver, que trabaja principalmente en las villas de emergencia y asentamientos del AMBA, también llama la atención acerca de que cuando se habla de planificación urbana muchas veces no se piensa en estas zonas de las ciudades, donde reside un 10 % de la población del país, que no fueron planificadas “sino que surgieron de manera espontánea y fueron construidas por y para sus habitantes”, que carecen de los servicios básicos como redes de agua potable, cloacas, calles pavimentadas y accesibilidad.
Para cambiar esta situación y que la ciudad sea un espacio cómodo y disfrutable se “requiere de una gestión urbana que responda a las necesidades del conjunto de los habitantes, que elimine las barreras que pueda percibir cualquiera de los géneros. Una ciudad con plena inserción e igualdad de oportunidades que satisfaga demandas de equidad y de reconocimiento y redistribución en paridad”, señala Tella.
Acá es donde entra en escena el urbanismo feminista.
Qué es y qué propone el urbanismo feminista
Aristei lo explica de manera simple: “El urbanismo feminista, que implica un cambio radical en el sistema de valores de la sociedad actual, propone distintas ideas para construir ciudades más inclusivas, más cuidadoras, más saludables, más plurales, más participativas. Se trata de una planificación urbana que pone el desarrollo de la vida cotidiana en el centro de la escena y que entiende las tareas de cuidado como parte de un engranaje junto a las tareas productivas. Tiene un enfoque comunitario porque cree que a las ciudades las construimos entre todas, todos y todes (desde las distintas disciplinas, no solo desde la arquitectura o la ingeniería), y que esta construcción tiene que ser colectiva con los y las profesionales, con quienes gestionan en el Estado y con los vecinos y las vecinas, que son quienes van a habitar los territorios”.
Por eso, uno de sus pilares fundamentales implica romper con la dicotomía que separa la esfera pública de la doméstica y las tareas productivas de las reproductivas.
“El urbanismo feminista nos dice: ‘Che, hay que entender que la actividad productiva no se puede llevar a cabo sin un sostén de las actividades reproductivas. Es como un ciclo vital en el que una se retroalimenta de las otras constantemente”, agrega.
Es una línea de pensamiento y acción que invita a repensar el espacio urbano y sus desigualdades. Según Falú “no habrá ciudades feministas si son obscenamente desiguales”.
La académica enfatiza la necesidad de reconocer a las mujeres en su diversidad porque, asegura, las políticas se realizan “pensando en hogares como si fueran todos iguales”, sin considerar “que hay un promedio de un 30 % a cargo de mujeres, únicas responsables de sus dependientes”, que no son solo los hijos y las hijas. “Las mujeres hemos cuidado desde que el mundo es mundo, entonces ¿cómo hacemos para que se reconozca y para que la política atienda estas diferencias? Eso es lo que proponen las ciudades feministas”.
Otro punto que destacan las tres arquitectas ―Falú, Aristei y Oliver― es que el urbanismo feminista piensa en el barrio como la escala central de la vida cotidiana. Propone que en recorridos breves se pueda acceder a la totalidad de los servicios, a la cultura, la educación, la salud, la recreación. De esta manera se ofrecerían soluciones a la escasez de tiempo que tienen las mujeres: generarles más tiempo, quitarles algo de la sobrecarga de tareas y que, a partir de esto, puedan aspirar a la autonomía económica es uno de los objetivos.
Que la urbe se transforme así en una “ciudad cuidadora”, que lo que prevalezca no sea la búsqueda individual de soluciones sino que sea el mismo espacio el que ofrezca las herramientas ―tanto en lugares para asistir a quienes lo necesiten como en el cuidado entre vecinos y vecinas en los barrios― es el horizonte. “Una ciudad feminista busca colectivizar las tareas de cuidado, busca una vida en comunidad, participativa, organizada”, dice Aristei.
Falú destaca que esto no es algo que se esté pensando solo en Latinoamérica. Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, por ejemplo, plantea que hay que politizar lo cotidiano, “que la sociedad tiene que entender que el pilar fundamental en el que se sostiene para la reproducción, el desarrollo y el crecimiento es esa reproducción de la vida que tenemos que cuidar entre todos y todas”. Falú menciona también a Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, quien habla de “la ciudad de 15 minutos”. “En París podemos hablar de la ciudad de 15 minutos, pero en nuestra América Latina, en estas ciudades complejas, irascibles, de distancias increíbles, ¿cómo podemos tener una ciudad de 15 minutos para una mujer que vive en La Matanza y trabaja en la Capital Federal? Tenemos que pensar entonces en la escala del barrio para el cuidado, para la no violencia, para los servicios de proximidad, de lo colectivo”.
El urbanismo feminista no propone derribar las ciudades y hacerlas de nuevo. Por el contrario, presenta alternativas para tomar lo que existe en el territorio y transformarlo, con intervenciones mínimas, en un lugar más inclusivo y menos desigual. “Es un desafío enorme, pero nos permitimos pensar las ciudades que queremos porque no estamos conformes con las ciudades que tenemos”, dice Aristei.
En América Latina
Para comprender cómo las necesidades de las mujeres encuentran respuestas con pequeños cambios, Falú menciona dos ejemplos, uno llevado a cabo en la Ciudad de México y el otro en Bogotá, Colombia.
El primero es el Programa Viajemos Seguras, un iniciativa pionera en la región que consistió en agregar vagones exclusivos para mujeres en la red de metro para hacer frente a los altos índices de violencia y acoso sexual en el transporte público.
El segundo es el Sistema Distrital de Cuidado de Bogotá, que comenzó a aplicarse el año pasado y convirtió a esta ciudad en la primera en la región en tener un sistema de cuidado. La iniciativa busca ampliar la oferta de instituciones que brindan servicios de cuidado con el objetivo de reducir el tiempo que dedican las mujeres a estas tareas, redistribuir el trabajo no remunerado con los varones y tener herramientas para su valoración y reconocimiento social.
Para esto, articula servicios ya existentes con la creación de nuevos sitios que atienden las necesidades de cuidado de niñas y niños menores de 5 años, personas con discapacidad, adultos y adultas mayores y las demandas de personas que cuidan. Ponen en valor lo que hay y generan lugares nuevos con infraestructura y servicio que además brindan trabajo a diversos actores sociales.
En esta dirección se busca avanzar en la Argentina. Por eso, el jueves pasado se firmó un acuerdo de cooperación entre el Ministerio de Obras Públicas de la Nación, la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS) y ONU Mujeres que tiene por objetivo fortalecer la perspectiva de género en las obras públicas de infraestructura del país.
“El Ministerio de Obras Públicas de la Nación lleva adelante un programa para transversalizar las políticas de género y diversidad en sus acciones que es parte de la iniciativa del Gobierno nacional respecto a que la perspectiva de género atraviese todas las políticas públicas. Esto significa que trabaja en cómo incorporar esta mirada en todo lo que hace: en sus lineamientos, en las licitaciones, las decisiones presupuestarias, las inversiones de infraestructura en el territorio. En este caso, se formó una red federal en infraestructura de género con referentes de todas las provincias y con un primer foco que es el de fortalecer capacidades, es decir, apoyar en la implementación de este programa”. Explica Cecilia Alemany, representante de ONU Mujeres en Argentina y directora regional adjunta para las Américas y el Caribe.
Onu Mujeres y UNOPS ya han trabajado en la producción de materiales de capacitación y en brindar recomendaciones de políticas públicas a diferentes países para incorporar la perspectiva de género a la infraestructura. A raíz de este convenio buscarán hacer lo mismo en la Argentina.
Alemany cuenta que Obras Públicas ya había comenzado a implementar medidas para aumentar la participación de las mujeres como trabajadoras en la construcción a partir de que un estudio realizado por ONU Mujeres y el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad sobre la brecha de género en el sector que demostró que del total de los trabajadores y trabajadoras solo el 2,07 % son mujeres. Frente a eso, el ministerio comenzó a poner cláusulas en las licitaciones de obras públicas que piden que las empresas mejoren la participación de las mujeres como trabajadoras.
“En el sector tenés trabas por todos lados. Y cuando uno diseña la infraestructura social en general ―sea de salud, vivienda o de cuidados―, es fundamental que se incorpore esta perspectiva de género. No solo porque se supone que buena parte de las usuarias principales serán mujeres y en la mayoría de los casos no son tenidas en cuenta en el diseño inicial, sino también porque después hay problemas de adaptación de esa infraestructura”, dice. “Desde Naciones Unidas tenemos este enfoque que apunta a que las soluciones las tenés que identificar, diseñar y trabajar con las poblaciones que se supone que van a beneficiarse con ellas”, agrega Alemany.
“Sobre eso vamos a estar trabajando y apoyando a la red federal, ayudando a encontrar soluciones cuando se enfrentan a los desafíos de cómo incorporar la perspectiva de género en su trabajo. Vamos a estar ahí para dar opinión, asesorar, hacer el acompañamiento para que a futuro no lo necesiten. Vamos a ayudar a que estas metas se concreten”, asegura.
El desafío, dice, está por un lado en lograr que cuando una obra pública llegue a un territorio en el que representa una fuente de trabajo ―al margen de su resultado y utilización posterior― se incorporen las mujeres como mano de obra, que puedan tener una carrera en la construcción y, por el otro, en adaptar la lógica y la seguridad en la obra para que se incorporen los estándares de igualdad de género. Otro objetivo es que emprendimientos, cooperativas e iniciativas de la economía popular lideradas por mujeres puedan participar como proveedoras en la obra pública. Y que el resultado final de esa obra sea inclusivo y sirva para mejorar la calidad de vida de mujeres y minorías, y en consecuencia de toda la comunidad.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.