—¿Qué le dirías a una persona que no tiene opinión formada sobre el consumo de productos de plástico?
Agustina Besada, que fundó junto a la emprendedora Rocío González Unplastify ―una empresa social que se propone cambiar la relación humana con el plástico―, piensa algunos segundos y luego responde.
—Le diría que lamentablemente el uso del plástico está fuera de control. Y eso nos está afectando de manera negativa. Pero la buena noticia es que es fácil empezar a hacer algo. Y más fácil aún es evitar el uso de todos los plásticos descartables.
Besada primero describe cuál es el problema y en el mismo párrafo propone una idea. Ofrecer soluciones es la premisa de esta diseñadora industrial que trabajó sobre la gestión de residuos, se especializó en la Universidad de Columbia en Nueva York, dirigió un centro de reciclaje en Brooklyn y cruzó el Atlántico en velero, en un viaje de seis meses, para entrevistar a expertos, investigar sobre el uso de plásticos y mapear el océano, donde encontró huellas negativas para el ecosistema hasta en las zonas más remotas. Además, es emprendedora social de la red Ashoka.
Si no se toman medidas, para 2050 existirán cerca de 12 mil millones de toneladas de desechos plásticos repartidos en vertederos y océanos, según afirmaba en 2018 el informe Estado del plástico de la ONU Medio Ambiente. En febrero de este año se presentó en España un estudio elaborado por la organización ecologista Amigos de la Tierra y la asociación Justicia Alimentaria que determina que la industria del plástico contribuye entre un 30 y 40 por ciento a las emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que supone “un obstáculo para cumplir el Acuerdo de París en el contexto de emergencia climática actual”.
“De lo micro a lo macro hay un montón de instancias en las que intervenir y eso es lo que poca gente ve. De antemano se piensa que todas las empresas tienen que hacer algo o bien que los Gobiernos deben regular. Pero desde Unplastify postulamos que el cambio debe ser colectivo, desde los espacios de acción de cada uno”, sostiene Besada. Y propone como ejemplo una pregunta que interpela a nivel individual: “¿Qué puedo hacer yo para cambiar las operaciones de mi oficina?”. Ese cambio particular implica desplastificar un espacio e involucrar a las personas que interactúan en él.
Para Besada es posible impulsar e instrumentar normas a toda escala. Desplastificar de manera comunitaria y colectiva, guiar y empoderar a los generadores de cambios locales son los objetivos de la empresa que impulsa la acción “Julio sin plástico”. Esta campaña global invita a pasar 31 días sin utilizar plásticos de un solo uso con el objetivo de reducir su consumo. La meta es desplastificar a mil personas durante este mes. Se puede participar a través de su página web. El desafío es una invitación a eliminar al menos un plástico descartable de la vida cotidiana. Desde Unplastify acompañan a lo largo de 21 días por redes sociales o por correo electrónico con consignas y encuentros para lograr un “nuevo hábito desplastificador”.
—Según la RAE, no existe el verbo desplastificar.
— El verbo aún no está en diccionario, pero ya va llegar.
— Hay batallas que son lingüísticas. A los problemas tenemos que saber cómo nombrarlos…
— Unplastify es el nombre de nuestra empresa. Y cuando lo empezamos a pensar en español, dijimos “desplastificar”. Registramos ambas marcas. Empezamos a jugar con ese verbo nuevo y, de hecho, le inventamos una definición: “Desplastificar/verbo. Acción progresiva de minimizar el uso de plásticos descartables de manera sistémica a través del rediseño de hábitos, operaciones y normas”.
El verbo puede sonar estridente, pero Besada aclara que no se trata de imaginar un mundo sin plásticos. Sí un mundo sin plástico descartable. El tema pasa por saber cómo usar un material que puede tardar entre 400 y 500 años en degradarse. El problema no es el material en sí, sino el uso y abuso.
La palabra desplastificar aún no está en el diccionario, pero “microplástico”, la voz que designa los pequeños fragmentos de plástico que se han convertido en una de las principales amenazas para el medioambiente y la salud, fue elegida palabra del año 2018 por Fundéu, la Fundación del Español Urgente. “Las soluciones, al igual que el problema y las palabras que empleamos para nombrarlos, son de todos”, escribió Javier Lascuráin, exdirector general de Fundéu, en aquel momento.
“Los microplásticos tienen menos de cinco milímetros de diámetro; pueden haber sido diseñados de ese tamaño o bien son fragmentos de otros plásticos que se fueron degradando. Muchas veces no se detectan a simple vista y tienen efectos muy negativos: son ingeridos por animales y afectan su metabolismo. No solo por los plásticos en sí, sino porque también funcionan como una especie de microesponjas que atraen químicos tóxicos, que así son arrastrados por toda la cadena alimenticia”, detalla Besada, que en su travesía por el Atlántico se encontró cara a cara con este problema global, en los rincones más remotos donde podría suponerse que las aguas estaban limpias.
Basura neoyorquina
“Siempre estuve fascinada por la basura”, dice Besada. Ya en su época de estudiante de diseño industrial en Buenos Aires rápidamente advirtió que había un problema estructural: “No es posible que exista tanta basura, hay mucho material valioso desperdiciado”, se dijo. Esa fascinación hizo que continuara sus estudios de posgrado en los Estados Unidos y cursara una Maestría de Gestión en Sustentabilidad en la Universidad de Columbia.
“Nunca me pude alejar de la basura, trabajé siempre en medio de ella”, cuenta. Durante más de cinco años estuvo en un lugar muy similar a una cooperativa de cartoneros, en Nueva York, junto a una comunidad de recuperadores urbanos.
“La imagen más fuerte que recuerdo de mi experiencia en los Estados Unidos es de ese centro de reciclaje informal, un predio inmenso con más de 20 contenedores y un galpón para la clasificación, todo muy a la vista. Cuando los camiones no venían, estábamos rebalsados de material. Trabajar rodeada de montañas de plástico fue lo que más me golpeó”, recuerda Besada. Ver tanto “flujo de desperdicio” y saber que no siempre se recicla fue el impulso para hacer el viaje primero y fundar la empresa después.
“El mejor abordaje con el plástico no es reciclarlo para tratar de que no termine en el río, sino directamente no consumirlo. Atacar el problema de raíz. Nosotros trabajamos en prevención de basura plástica, no en reciclaje”, aclara. “Por eso me embarqué en esa aventura de navegar a través del Atlántico para mapear hasta los lugares más remotos del océano y entrevistar a expertos para conocer cuáles pueden ser las soluciones”, agrega.
Fanky en el Atlántico
En mayo de 2018, Agustina y su pareja Ignacio zarparon desde Nueva York a bordo del velero Fanky ―bautizado así en honor a la canción de Charly García― rumbo a Gibraltar. En altamar tomaron muestras para contribuir a investigaciones científicas sobre la contaminación del plástico en los océanos. “Tuvimos una preparación de seis meses. Las tres primeras semanas traté de sobrevivir porque para mí navegar era como estar en una lavadora; yo me mareo hasta en los taxis, fue difícil la adaptación”, relata Besada.
A medida que se fue acostumbrando a la vida a bordo, fue teniendo más tareas en la embarcación. El velero tiene 11.3 metros, fue diseñado por el argentino Germán Frers y construido en Suecia por Hallberg Rassy. “Llegamos a estar hasta 14 días en el agua hasta llegar a un destino. Fue un desafío emocional, intelectual y físico”, describe. Cuando estaban a cuatro días de llegar al último punto de la bitácora, encontraron un globo de plástico que tenía la inscripción “Feliz 2002”. “Una cosa es saberlo, porque esto lo he estudiado, lo leí y sé que ocurre, y otra es verlo cuando estás en medio del océano”.
Durante el viaje, Besada y la tripulación fueron tomando muestras de plásticos con un dispositivo aprobado por el Instituto 5 Gyres, responsable de los análisis. “Estuvimos en lugares que se veían prístinos, pero al hacer muestras encontramos en algunas 300 partículas de microplástico”, relata.
El trabajo con empresas, escuelas y Gobiernos
Luego de la odisea, llegó la hora de montar el emprendimiento. “Lo que intentamos hacer con Rocío González es pasar de las ideas a la acción. Lo que proponemos en nuestros programas no es bajar línea, sino acompañar a los agentes de cambio”, puntualiza Besada. El trabajo tiene tres ejes: empresas, escuelas y Gobiernos.
Con las empresas se realiza un acompañamiento en el proceso de minimizar el uso de plástico descartable en los procedimientos internos y externos. Se trabaja en el rediseño de operaciones, hábitos y normas involucrando a los empleados de distintas áreas y equipos. Para ello, es clave la medición de la huella plástica. “Es fundamental tener un diagnóstico del problema para el diseño de estrategias”, describe la diseñadora industrial.
El programa educativo cuenta con el apoyo de National Geographic y está orientado a estudiantes de 15 y 16 años. El objetivo es que se involucren con la problemática del plástico en los océanos, a través de un juego que los invita a idear, desarrollar e implementar estrategias para desplastificar sus escuelas. Unplastify propone un desafío para competir y cooperar con jóvenes de otras escuelas en la implementación de sus proyectos.
En cuanto a las políticas públicas, desde la empresa sostienen que son clave para acelerar y amplificar un verdadero cambio cultural y sistémico. “Para lograrlo, trabajamos en tres niveles: el comportamiento, las operaciones ―los cambios de productos― y las normas. En todos los proyectos impulsamos estos tres niveles de acción”, describe Besada.
Son varios los países del mundo que están avanzando en regulaciones que incentiven la reducción de plásticos de un solo uso, ya sea mediante su prohibición, multas o refuerzo de su reciclaje. “Para que haya cambios en la industria es fundamental que las medidas surjan de procesos participativos y tener en claro su potencial impacto. Transformar la industria es transicionar”, destaca. “No se trata de prohibir sin medir consecuencias”.
Besada también invita a diferenciar entre industrias, usos, y prioridades. Y pone como ejemplo la distancia que hay entre la necesidad de los descartables de uso médico y la de usar tenedores de plástico: “Siempre pienso en esos cubiertos que no se pueden reciclar. Un tenedor que usamos hoy va a seguir existiendo por décadas. Es en casos como estos que tenemos que buscar maneras más inteligentes de relacionarnos con el plástico”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.