El territorio en el que conviven israelíes y palestinos es, desde la génesis del Estado de Israel, un volcán hinchado a punto de entrar en erupción. Hay períodos de armonía endeble pero, hasta no llegar a una solución real, cualquier chispazo tiene la potencia para encender un fuego feroz.
El conflicto que estalló en las últimas semanas, apagado por un alto al fuego (ni apertura de negociaciones ni mucho menos con miras a un acuerdo de paz), “fue desencadenado por un conjunto de factores que coincidieron”, dice Kevin Levin, magíster en Estudios del Medio Oriente, sur de Asia y África (Universidad de Columbia) y secretario del Departamento de Medio Oriente del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata.
“Uno, que no es particularmente nuevo, son las tensiones que se viven al interior de Jerusalén”, dice. La ciudad fue unificada por Israel luego de que conquistara Jerusalén Este en la guerra de 1967 (desde 1948 hasta ese momento había estado dividida en dos: la zona oriental era territorio jordano y la zona occidental, israelí). Y explica que desde entonces “los habitantes, principalmente palestinos, de la zona oriental de Jerusalén nunca tuvieron una relación muy cercana con las autoridades israelíes que controlan la ciudad. Eso llevó a un momento de bastante tensión a partir de un proceso de desalojo de casas ocupadas por palestinos en el barrio de Sheikh Jarrah, en la parte oriental de la ciudad”.
“Ese conflicto tiene que ver con una disputa por propiedad —continúa—. Como la ciudad quedó dividida durante dos décadas y los judíos quedaron todos del lado occidental, una vez que Israel pasó a tener el control de la totalidad de la ciudad empezaron a aparecer reclamos inmobiliarios: reclamos legales por propiedades que habían cambiado de manos en esos 20 años, entre la guerra de 1948 y la guerra de 1967. Esto que podría parecer una disputa privada no lo es porque resuena para muchos palestinos en un reclamo que tienen hace años respecto a que las autoridades municipales están buscando ‘judaizar’ la ciudad, es decir: cambiar las características demográficas para que sea cada vez más judía y menos palestina”.
Paralelamente, en la ciudad sagrada estaban sucediendo hechos relevantes tanto para el judaísmo como para el islamismo. Mientras personas de la comunidad judía celebraban Iom Ierushalaim (el Día de Jerusalén), una festividad nacional que festeja la reunificación de Jerusalén en 1967, muy cerca de ahí, en la mezquita de Al-Aqsa, personas de la comunidad musulmana estaban finalizando el mes del Ramadán. Allí las fuerzas israelíes entraron a reprimir porque, según Levin, habían circulado imágenes de palestinos con piedras adentro para arrojarles a quienes celebraban. La decisión costó caro. Hamás había advertido que actuaría si Israel cruzaba esa línea. Y lo hizo con más de 3000 cohetes que Israel intentó destruir y a los que respondió con más y más fuego que trajo más muertes y heridos.
Parece no haber salida. Pero diferentes organizaciones de la sociedad civil y activistas consideran algunas propuestas que podrían conducir a una puerta oculta o inexplorada que resuelva el conflicto por Jerusalén, uno de los ejes más difíciles. Entre estas opciones, Levin enumera “la administración internacional [de la ciudad], la posibilidad de que haya una soberanía compartida (una administración conjunta de la ciudad entre dos Estados) si se llegara a crear un Estado palestino (y que ambos la consideren su propia capital) y una división de soberanía de acuerdo a barrios o una administración internacional pero específicamente sobre los lugares de importancia religiosa”. Aunque, aclara, si se logra llegar a un acuerdo sobre el territorio, habrá muchas otras cosas por resolver.
Activar una salida pacífica
Así como el conflicto en Medio Oriente es histórico, también lo es el deseo de paz de buena parte de ambos pueblos. Por eso, existen movimientos ―tanto argentinos como internacionales con presencia en nuestro país― que trabajan desde hace años en pos de una solución pacífica.
Una de estas organizaciones es Hashomer Hatzair (El Joven Guardián o La Guardia de la Juventud), un movimiento juvenil judío, socialista e internacional nacido en 1913, con sede en la Ciudad de Buenos Aires.
“El movimiento de Hashomer Hatzair mundial entiende al Estado de Israel como la expresión del derecho a la autodeterminación del pueblo judío —derecho que aplica a todos los pueblos— y visiona un Estado equitativo, secular, con justicia social e igualdad de oportunidades para todas las personas que lo habitan”, dice Nadia Rogovsky, secretaria general y representante de Hashomer Hatzair Latinoamérica.
“Frente al actual conflicto palestino-israelí, formamos parte del llamado Majane HaShalom (campamento de la paz) compuesto por diversas organizaciones, movimientos y partidos políticos. Vemos hoy que la solución de ‘dos Estados para dos pueblos’ es nuestro punto de llegada, construyendo un camino de diálogo, empatía y conocimiento de nuestras diferencias y similitudes para así alcanzar una paz real e integral”.
Una de las prioridades de este movimiento y de su proyecto educativo, según explica Rogovsky, es el activismo social: “Llevar las palabras a los hechos”. En esta dirección desarrollan una serie de acciones con el objetivo de mantener la paz en Israel y la diáspora. Entre ellas, el movimiento forjó “una relación de hermandad con el movimiento juvenil árabe-islámico Ajyal”, con quienes realizan encuentros, proyectos sociales e intercambios con miembros de su organización. De ese vínculo, cuenta, emergió la Escuela Internacional de Paz en la isla griega de Lesbos. Un sitio que “recibe personas refugiadas en pos de generar una educación para la paz y darles una nueva oportunidad a quienes han sido despojados de todo”.
“El contacto y trabajo cooperativo con la comunidad de refugiados junto con Ajyal nos permite conocer a fondo las diferentes realidades que atraviesan conflictos que son difundidos como extremos, sin matices. Entender la inmensa cantidad de recorridos y perspectivas que existen es un paso crucial para alcanzar la paz”, dice Rogovsky.
Hashomer Hatzair también realiza diferentes acciones en distintas partes del mundo como cursos, experiencias de formación y programas de capacitación, educación y voluntariados, mesas de diálogo y un trabajo conjunto con organizaciones árabes y de derechos humanos con el objetivo de fomentar la paz.
Además de este movimiento, un conjunto de organizaciones locales con diferentes objetivos pero puntos en común (como Amós, Icuf Argentina, Judíes feministas y el Llamamiento Argentino Judío) se unieron para pronunciarse en relación a la situación de Medio Oriente en un comunicado con carácter de manifiesto. En el texto repudian “el bombardeo en Gaza y la represión en Cisjordania y Jerusalén, por parte del Gobierno israelí”, “así como el ataque a población israelí que realiza Hamás”. “Reconocemos una situación desigual —hay un Estado ocupante y un pueblo oprimido y ocupado— y condenamos cualquier ataque a civiles a ambos lados de la frontera”, dicen.
Jonathan Gueler, miembro de Amós, una organización de jóvenes que nació en 2012 “con la idea de expresar visiones alternativas a las que se plantean desde el discurso hegemónico de la dirigencia de la colectividad, pero siempre desde una identidad judía comprometida con valores humanistas y de justicia social”, explica que aunque rechazan de manera determinante los ataques de ambos lados, “[el nuevo estallido de violencia] se da en un contexto que no puede obviarse, como es el de la ocupación por parte de Israel de los territorios palestinos desde 1967”.
“Creemos que la postura de ‘total equidistancia’ deja afuera del análisis una situación absolutamente injusta y opresiva que implica la ocupación militar israelí por más de cinco décadas. Esto no implica justificar un accionar que de hecho rechazamos explícitamente, como el de Hamás contra civiles, sino dar cuenta de una situación que la derecha israelí (y comunitaria) presenta de manera maniquea”, explica.
En cuanto a posibles salidas al conflicto, Gueler señala que aunque existen diferentes miradas que conviven, tanto en el interior de su organización como en las que firman el comunicado, hay un consenso: “El fin de la ocupación es condición necesaria (aunque no suficiente) para que se llegue a ese puerto y las palestinas y los palestinos tienen que tener una voz para que ello ocurra. Todo lo contrario a lo que venimos asistiendo”. “Se plantea muchas veces que Hamás no reconoce el Estado de Israel, lo cual es cierto. Ahora, poco suele decirse respecto a la negativa absoluta por parte de la derecha israelí a la retirada de los territorios o a la existencia de un Estado palestino por considerarlo perjudicial para la seguridad israelí”. “De igual manera, el discurso de que el conflicto se reduce a Hamás desconoce el papel que jugó Israel para fortalecer posiciones extremas y debilitar aquellas que sí estaban dispuestas a negociar. Una mirada ‘corta’ sobre las últimas semanas impide tener una mejor comprensión de lo que ocurre”, dice.
Mujeres activan por la paz
Además de estas organizaciones, existe una agrupación que nació en Israel después del conflicto bélico con la Franja de Gaza de 2014 y tiene presencia en Sudamérica, que viene realizando un trabajo fuerte, serio y sostenido en pos de que Israel reabra las negociaciones y logre una salida pacífica. Ellas son “Nashim osot shalom”. Aunque en español se las presenta como “Mujeres activan por la paz”, su traducción exacta es “Mujeres hacen la paz”. El acento está en el verbo hacer.
“Lo primero que decidieron es que iban a hacer algo diferente: ‘Lo que se hizo hasta ahora trajo una escalada de violencia tras otra, tenemos que encontrar otras lógicas para las próximas generaciones’. Ese fue el comienzo”, cuenta Adriana Potel, que es argentina y vive en Córdoba y vivió en Israel varios años. Es parte de este movimiento y, por estos días, no deja de participar de cuanta charla y evento (virtual) la convoquen para contar el trabajo de estas mujeres que se pusieron una meta: cambiar la manera que tiene la humanidad de resolver los conflictos entre los países.
“Siempre digo que es un movimiento que nace de la desesperación a la esperanza”, cuenta. Es que de un modo similar a lo que sucedió en nuestro país con algunas organizaciones de derechos humanos como Madres de Plaza de Mayo, Nashim osot shalom nace de un grupo de mujeres desesperadas que, luego de los enfrentamientos de 2014, no encontraban a sus hijos. A la primera reunión fueron 50 mujeres, hoy son más de 50 mil de diferentes comunidades, culturas y creencias religiosas.
“Lo que ellas decidieron es que ese movimiento iba a ser amplio, pluralista y político no partidario e iba a tener un lugar para todas las voces. Entonces, se conformó con mujeres israelíes (árabes y judías), palestinas, laicas, religiosas, de izquierda, derecha, del centro, de kibutzim y de las ciudades. Las diferencias no obstaculizan el objetivo mayor: exigir a los líderes de ambos pueblos que se sienten en una mesa de negociaciones y lleguen a un acuerdo digno”.
Uno de los primeros objetivos, que aún mantienen, es hacerse muy visibles en el espacio público dentro de la sociedad israelí. Por eso, desde hace 7 años se instalan una vez por mes en los cruces de camino de todo el país vestidas de blanco y turquesa (el blanco por la paz y el turquesa como símbolo de la unión del azul de la bandera israelí y el verde de la bandera palestina) con grandes carteles con consignas que piden llegar a un acuerdo, alcanzar el diálogo entre los diferentes partidos políticos e incluir la voz de las mujeres en las mesas de negociación. También se lanzan a la calle a contarles a las personas quiénes son y qué es lo que hacen. “Ellas no intentan convencer. Cuentan para que la gente empiece a pensar en otras opciones”, aclara Potel. “Recordemos que en Israel hay generaciones que nacen y crecen creyendo que la guerra es el único modo de estar”.
Otra de sus líneas de acción tiene que ver con impulsar el cumplimiento de la Resolución N.° 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, promulgada hace 20 años, que proclama el cupo femenino en las mesas de negociación para lograr procesos de paz. Un principio al que Israel adhirió pero, asegura Potel, no se cumple. “Lo que se comprobó es que en todos los lugares de conflictos bélicos en el mundo donde hubo mujeres en las negociaciones las resoluciones fueron mejores y más duraderas”, señala.
Con este fin, un grupo de entre 70 y 90 mujeres comenzó a ir cada martes al parlamento israelí, vestidas de blanco y turquesa, “a hacerse visibles”: se sientan en las diferentes comisiones aunque no tengan voz ni voto para marcar que aunque no se las incluya, ellas están. “Al menos nuestra presencia les recuerda que están en falta”, dicen.
Y hace dos años, después de asesorarse e investigar, redactaron un proyecto de ley que en español se titula “Políticas alternativas primero”. Lo que plantea es que en Israel “siempre hay presupuestos para invertir para la guerra y no para invertir en la paz”. Entonces dicen que antes de salir a una guerra hay que evaluar todas las posibilidades de no salir. Este proyecto lo empezaron a hacer circular por los diferentes partidos políticos y obtuvieron el compromiso de diferentes parlamentarios y parlamentarias de impulsar la ley.
Con respecto a los acontecimientos de las semanas anteriores, ellas continúan el trabajo territorial con las minorías: se encuentran con mujeres y madres de las diferentes comunidades, acompañan a familias tanto israelíes como palestinas que perdieron a sus hijos e hijas en los enfrentamientos y realizan acciones tanto al interior como al exterior de la sociedad israelí para lograr lo que titularon “paz con nuestros vecinos y paz entre nosotros”.
Su objetivo principal es “evitar la próxima guerra y promover una solución no violenta del conflicto entre israelíes y palestinos por medio de acuerdos de mutuo respeto”. Ellas dicen: “No hay solución militar a un problema político”. Y creen fervientemente que si en otros lugares del mundo donde hubo guerras durante décadas se logró la paz, en Israel y Palestina también tiene que ser posible.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN