Hace 40 años, menos del 30 % de los bangladesíes habían terminado la escuela primaria; hoy, la completan el 98 %. En los últimos 15 años, 25 millones de habitantes salieron de la pobreza y se redujo a la mitad la proporción de niños con retraso de crecimiento debido a la desnutrición. Y entre 2015 y 2019 la economía del país creció un promedio de 7,5 % anual, es decir, más rápido que China. Por todo esto, el Banco Mundial llama a Bangladesh “una historia inspiradora sobre la reducción de la pobreza”.
¿Cuál fue su secreto? El diseño de políticas públicas, coordinadas con la sociedad civil y centradas en la educación de niñas y mujeres. Ellas se convirtieron así en el pilar de la economía del país.. Como señala una reciente columna de opinión de Nicholas Kristof en The New York Times: “Las mujeres hicieron vacunar a los niños. Promocionaron los baños. Enseñaron a los aldeanos a leer. Explicaron la anticoncepción y desalentaron el matrimonio infantil”.
Bangladesh, ubicado en la región sur de Asia y con 163 millones de habitantes, es el octavo país más poblado del mundo. Si bien sigue atravesando enormes desafíos sociales, su progreso despierta el interés mundial en busca de lecciones.
La inestabilidad política y los desastres ocasionados por la naturaleza que atravesó el país después de su independencia en la segunda mitad del siglo XX explican, en parte, muchas décadas de complicaciones. Sin embargo, en la década del noventa, el país comenzó su despegue. Su gran apuesta por la educación con especial énfasis en las niñas (alcanzó la paridad de género educativo en el año 2000) y su sostenido esfuerzo por reducir la pobreza hicieron que bajara del 48,9 % al 24,3 % entre 2000 y 2016.
El profesor de Derecho en la American International University-Bangladesh y especialista en Derecho Internacional y Derechos Humanos, Quazi Omar Foysal, lo explica de este modo: “El primer gran avance se produjo con el retorno de la democracia, a inicios de la década de 1990, ya que el Gobierno promulgó la Ley de Educación Primaria Obligatoria para todos los niños y niñas de Bangladesh. Junto a eso se destaca la combinación de políticas públicas: creación de nuevas escuelas, entrega masiva de libros educativos y, en particular, un programa de estipendios —transferencias condicionadas— dirigido a mujeres”.
Para Foysal las organizaciones no gubernamentales también hicieron su aporte, sobre todo, en la promoción de la educación infantil. Y destaca la apuesta que hizo Unicef con Meena, el personaje principal de una serie de dibujos animados que esta organización creó para inspirar a las niñas, a sus familias y a las comunidades de Bangladesh y de otros países del sur de Asia. “Es una niña que lucha contra la desigualdad de género, de salud y social en su aldea con el conocimiento que obtiene de su escuela. Como persona que creció en la década de 1990, pude comprender verdaderamente el valor de la educación gracias a ella”.
Si bien el país tiene aún una larga lista de desafíos pendientes (trabajo infantil, matrimonio precoz, la violencia de género y la pobreza y los problemas medioambientales que generan su industria de la vestimenta), hay aprendizajes que pueden servirles a otros países y regiones del mundo.
Dos gigantes de la sociedad civil
Además de las políticas públicas, en Bangladesh hicieron su parte cientos de iniciativas de la sociedad civil, dentro de las que se destacan las dos organizaciones de microcrédito más grandes del mundo, ambas nacidas ahí. La más conocida es el Banco Grameen, una entidad de microcrédito fundada en 1976 por Muhammad Yunus. Hoy, Grameen Bank atiende al 93 % de todas las aldeas de Bangladesh, tiene más de nueve millones de miembros ―de los cuales el 97 % son mujeres― y sus microcréditos tienen una tasa de reembolso del 99 %. “Empoderamos a las personas para que se conviertan en agentes comunitarios, emprendedores que sirven a sus comunidades con tecnología digital accesible y de código abierto que les brinda a las personas muy pobres las herramientas que necesitan para mejorar sus vidas”, explican. Hoy está presente en Argentina, Colombia, México y Perú, entre otros países de América Latina.
En 1972 el Comité de Promoción Rural de Bangladesh (BRAC) comenzó a otorgarles microcréditos a personas sin tierra en algunos de sus proyectos de desarrollo. Hoy, es una de las organizaciones de desarrollo no gubernamental más grandes del mundo, está presente en los 64 distritos de Bangladesh, así como en otros 11 países de Asia, África y América. En BRAC trabajan más de 90.000 personas (el 70 % son mujeres) y llegan a más de 126 millones de personas con sus servicios. Sus créditos tienen una tasa de reembolso del 99,36 %.
Una mirada desde América Latina
Si bien en países como la Argentina y otros de la región el nivel de escolaridad femenino es alto, hay otros capítulos pendientes respecto a la inclusión de las mujeres. Para Zelmira May, especialista nacional del Programa para Educación de UNESCO, América Latina tiene una de las tasas más altas de embarazo adolescente en el mundo, lo que se manifiesta “en marcadas disparidades de género, ya que la maternidad temprana conduce a la deserción escolar, a una participación limitada en el mercado laboral y a la asunción desproporcionada de deberes domésticos y familiares”.
Por su parte, la investigadora asociada de Educación y Protección Social del CIPPEC, Vanesa D’Alessandre, considera que uno de los problemas que ve en la Argentina y en la región reside en la construcción de estereotipos de género de las niñas respecto a sus propias orientaciones a futuro. Dichos estereotipos aparecen en la socialización temprana desde la familia, en medios de comunicación y en el sistema en general y, entre otras consecuencias, generan una menor inserción en el mercado laboral. “En el imaginario de muchas mujeres (en particular las más vulnerables) la maternidad es la única fuente de realización personal. Y la evidencia señala que hay una relación directa entre maternidad y riesgo educativo”.
La construcción de estereotipos de género repercute en las decisiones que toman las mujeres a partir de su rol asignado, y esto para D’Alessandre se traduce en otros problemas como una menor autonomía económica y una consecuente brecha de género en la tasa de actividad del mercado laboral, que es del 20 % según la encuesta permanente de hogares del INDEC. Se trata de una brecha similar a las de países como Uruguay y Chile, y que incluso se agrava en otros países de la región.
“En las diferentes representaciones que surgen en instancias como las actividades extraescolares, los libros de texto y el sistema en general, se va vinculando a las mujeres al espacio doméstico y eso va construyendo una idea de lo que implica ser mujer y lo que implica ser varón. Los hombres quedan fuera del cuidado y las mujeres, fuera del mercado laboral”, explica D’Alessandre.
Construir nuevas orientaciones a futuro
¿Qué pasaría si la educación, en lugar de seguir reproduciendo estereotipos, incorporara la perspectiva de género?
Para D ́Alessandre, el sistema educativo puede hacer la diferencia “al acercar a las mujeres adolescentes a otros modelos de mujeres trabajadoras en donde la conciliación trabajo-maternidad sea posible, y en donde el trabajo remunerado sea una parte intrínseca del proyecto de vida y desarrollo personal de las mujeres y varones. Como resultado, la educación podría ampliar y diversificar las orientaciones a futuro”. En ese sentido, el rol de la educación es clave en detalles que no son tan detalles, como revisar el lugar que se les otorga a los hombres y a las mujeres en los contenidos que se transmiten en el sistema educativo y rever los materiales con los cuales se educan, entre otros aspectos que deben considerarse.
La formación inicial de los docentes y directivos para revisar estereotipos de género también es otro punto a revisar. Por esta razón, cobra mucha relevancia la implementación masiva de iniciativas como el Programa nacional Educación Sexual Integral (ESI) en Argentina, ya que uno de sus pilares es la capacitación a docentes en temas como perspectiva de género. La buena noticia es que, pese a la demora de algunas provincias en su implementación, ya miles de docentes del país se han capacitado para que puedan replicar estas enseñanzas.
Para Zelmira May, mayores niveles de educación están asociados a la reducción de la pobreza y la desigualdad, además de la mejoría de indicadores de salud, posibilidades de acceso a un trabajo decente y la movilidad social ascendente, entre otras ventajas. En ese sentido, es clave que desde la educación se trabajen los principios de inclusión y equidad, ya que “no se trata solo de asegurar el acceso a la educación, sino también de que se fomenten espacios de aprendizaje y pedagogías que les permitan a los estudiantes progresar, comprender sus realidades y trabajar por una sociedad más justa.” Junto a esto, May considera que la necesidad de políticas integrales, sumada a un cambio en las normas culturales y estereotipos, debería reducir la brecha de desigualdad en la educación.
El enfoque STEM
Una de las secuelas de la construcción de estereotipos es que, por lo general, las mujeres se insertan laboralmente en los sectores peor remunerados y en peores condiciones. Sin contar las horas de trabajo doméstico que realizan gratuitamente y en mayor proporción que los hombres del hogar. Estos últimos, por otro lado, ocupan la mayoría de los puestos en el campo de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y la matemática.
Para Florencia Caro Sachetti, coordinadora de Protección Social CIPPEC, esta radiografía es propia de los países de la región y se confirma en datos muy contundentes, como en el hecho de que ya en los primeros años de la escuela primaria, 9 de cada 10 niñas comienza a asociar la ingeniería a habilidades masculinas (UNESCO y FLACSO, 2017). Sin embargo, para la especialista esto no siempre fue así, ya que en la década del 70, 3 de cada 4 estudiantes de Ciencias de la Computación de la UBA eran mujeres (Fundación Sadosky, 2014).
Así es como surge otra línea de acción que es la de promover una mayor participación de las mujeres en carreras STEM, que por sus siglas en inglés son las de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática. Para Sachetti, esto puede “contribuir a mejorar las condiciones de vida, mitigar la reproducción intergeneracional de la pobreza y, también, impulsar el crecimiento económico inclusivo, dado que estos sectores son cruciales para el desarrollo productivo del país. Asimismo, hay evidencia de que una mayor diversidad en la fuerza de trabajo puede conducir a mayores retornos y mejores resultados”.
Aunque para la especialista todavía hace falta más evidencia sobre su impacto, implementar políticas específicas para atraer a más mujeres a las áreas STEM, como la implementación de actividades lúdicas vinculadas a la ciencia y tecnología desde la primaria, jornadas de difusión de información sobre carreras STEM durante la secundaria y programas de formación que transversalizen la mirada de género en su convocatoria y oferta curricular son parte de las acciones que muchos países están llevando a cabo desde el Estado, el sector privado y las organizaciones de la sociedad civil.
Existen iniciativas como SAGA, un proyecto de UNESCO, cuya visión es reducir las brechas en estas carreras a través del asesoramiento y facilitación de herramientas para los Gobiernos. Pero también resulta muy interesante seguir de cerca el trabajo de muchas organizaciones de la sociedad civil que han hecho de esta idea su misión, entre las que se destacan Chicas en Tecnología, Club de chicas programadoras y la Red Argentina de Ciencia y Tecnología. En el campo de la agronomía, una de las ingenierías más importantes de la Argentina, existen colectivos como Agrónomas Argentinas y Mujeres Rurales que están impulsando acciones en el mismo sentido.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.