Ecoansiedad o “ansiedad climática”. Así define la Asociación Americana de Psicología, en los Estados Unidos, al “miedo crónico al destino trágico del ambiente”. Es un trastorno que crece a medida que las noticias sobre la crisis climática llaman la atención en todas las audiencias, sobre todo las más jóvenes. Y los motivos están a la vista.
En abril de este año la concentración de dióxido de carbono (CO2) —principal gas de efecto invernadero contribuyente al cambio climático— en la atmósfera alcanzó un nuevo récord: superó las 420 partes por millón (ppm). En la Cumbre de Líderes sobre el Clima celebrada el pasado 22 de abril, 40 jefes de Estado presentaron nuevos anuncios climáticos. Aún cuando las metas de estos nuevos compromisos son mejores que las anteriores, continúan siendo insuficientes para lograr el objetivo establecido por la evidencia científica y alcanzar un escenario menos dramático.
Mientras que desde Naciones Unidas se urge a que la pandemia sea la oportunidad para cumplir con los compromisos climáticos, el Climate Transparency Report demostró que las medidas de los países del G20 de recuperación económica ante la pandemia estuvieron más dirigidas a actividades que deterioran el ambiente que a protegerlo.
Incompatibilidades como estas se ven a diario desde hace años. Ya en 1988 el científico James Hansen expuso ante el Senado de Estados Unidos un hallazgo alarmante: las actividades humanas eran las responsables del aumento de la temperatura global, principalmente por un sistema de producción basado en la explotación de combustibles fósiles que generaba emisiones contaminantes. La fórmula era obvia: a mayor generación de emisiones, mayor aumento de la temperatura global.
Ese año, el CO2 en la atmósfera superó las 350 pp, considerado el límite máximo seguro. 33 años después nos encontramos en el inicio de este artículo: batiendo récords negativos.
¿Qué hacemos con toda esta información? Vivimos en carne propia los efectos del cambio climático con temperaturas más elevadas, sequías prolongadas y precipitaciones más frecuentes e intensas. Gracias a la ciencia sabemos que es necesario modificar el actual sistema de producción basado en la explotación de combustibles fósiles y modelos intensivos de agricultura y ganadería y vemos que los Gobiernos siguen subsidiando petróleo y gas y usando el suelo con tanta intensidad que pareciera imposible su recuperación. ¿Cómo nos sentimos al respecto? ¿Cómo no preocuparnos?
El psicólogo clínico Dr. Patrick Kennedy-Williams y la psicóloga coaching Megan Kennedy-Woodard reconocen que, si bien hay un debate sobre esa definición, la ansiedad climática es una respuesta emocional apropiada a una crisis existencial. “La ansiedad climática es una respuesta muy normal a una amenaza muy real y presente. No estamos patologizando las respuestas de las personas al cambio climático o sugiriendo que esto es necesariamente una condición de salud mental grave y debilitante para las personas”, explican los profesionales.
¿Cómo han llegado ambos psicólogos a profundizar en la temática? Ellos dirigían una práctica tradicional de psicología clínica y coaching en Oxford, Reino Unido. Hace unos años, empezaron a ser contactados por personas que trabajaban en investigación o sustentabilidad, sufrían estrés y agotamiento y buscaban apoyo frente a la ansiedad y depresión que les producía la amenaza del cambio climático. Detectaron que, con sus habilidades, podían ayudarlos. Así surgió el proyecto que hoy dirigen: Climate Psychologists.
El despertar de las sensaciones: el conocimiento científico
En 2018, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) publicó el informe especial de 1,5 °C. Ahí se buscó mostrar cuáles serían los impactos de un calentamiento global de 1,5 °C en comparación con los ya ocasionados ante un aumento de 1 °C y con un futuro escenario de 2 °C.
Los resultados fueron contundentes: el escenario de calentamiento de 1,5 °C significaría efectos menos dramáticos que el de 2 °C. Para poder alcanzarlo, se necesitan cambios drásticos, sin precedentes en esta década.
Inés Camilloni, científica climática argentina, fue una de las autoras de este informe. Incluso para ella misma, significó un antes y un después. Empezó a dar un mensaje más contundente en términos de lo que está pasando, lo que puede pasar y la urgencia de tomar acciones. Su propósito era uno: transmitir un mensaje para acelerar los procesos de cambio; hasta que una situación la marcó.
“Cuando terminé una de las charlas, una persona se me acercó y me dijo `¿Cómo hace para dormir todas las noches?´. Ahí me di cuenta de que se me estaba yendo la mano porque la idea no era dar un mensaje catastrófico”, explica la científica y argumenta: “Yo no me desespero ante el reporte, trato de comunicar todo lo que puedo para acelerar la acción. Es cierto que, cuando uno va repitiendo el mensaje muchas veces, ya no te asusta tanto, pero para quien recibe ese mensaje por primera vez, impresiona”.
Los expertos de Climate Psychologists trabajan en lo que menciona Camilloni: la comunicación. “Una gran parte del trabajo que hacemos gira en torno a cómo comunicamos sobre el cambio climático de una manera que ayude a las personas a reconocer las ecoemociones, pero para sentirse empoderadas para actuar, en lugar de impotentes y abrumadas”, describen. Y justifican: “La forma en que hablamos y comunicamos sobre la crisis climática es un aspecto tan importante al igual que cómo nos sentimos sobre el tema y de cuán empoderados nos sentimos como individuos y comunidades para tener un impacto positivo”.
Ese informe del IPCC se convirtió en el contenido clave y reiterado de los discursos de la activista climática sueca Greta Thunberg y del movimiento juvenil global que encontró en ella un impulso. Ella misma se vio afectada emocionalmente por la incompatibilidad entre la evidencia científica y la inacción —o acción insuficiente— de los tomadoras de decisión y cayó en una depresión severa y dejó de comer.
“Uno de los mensajes más claros que sale del reporte tiene que ver con el tiempo, con la urgencia de acción, con que no hay un tiempo infinito para buscar soluciones. Y eso fue tomado por un grupo de jóvenes informados y preocupados por toda una vida por delante. Para ellos, el mensaje de urgencia de acción fue central”, reconoce Camilloni.
El futuro distópico: la preocupación de la juventud
“El cambio climático es una problemática tan compleja en la que te vas metiendo e informando cada vez más. A medida que más te informás, vas viendo qué se hace menos. El mundo se nos destruye día a día frente a nuestros ojos. A medida que me informo, me voy dando cuenta del futuro terrible que nos espera y, de verdad, se empieza a sentir una sensación de miedo, de incertidumbre, de mucha impotencia desde lo más profundo del sentir”, expresa Nina Sosnitsky, activista climática, miembro de Jóvenes por el Clima Tucumán.
Hubo dos experiencias disímiles a nivel generacional que marcaron a Sosnitsky. Por un lado, una conversación con su abuela de 90 años en la que le contó todo lo que la movilizaba y lo que hacía desde el activismo. Su abuela se largó a llorar, la miró a los ojos y le dijo: “Te pido perdón en nombre de nuestra generación”.
Por otro lado, en una de las movilizaciones climáticas, un nene de 10 años se le acercó y preocupado le preguntó: “Ahí vi un cartel que nos quedan 10 años de acción para salvarnos, ¿qué significa eso?”
La joven de 22 años reconoce que lo que más le impacta es pensar en el futuro. “No solo en el mío sino en el de las futuras generaciones. Estamos en una crisis civilizatoria. Estamos ante la inacción de un sistema que tiene una falla tras otra. Me impacta pensar en un futuro porque ¿hasta dónde vamos a llegar?”, después de esas palabras se queda en silencio, casi como repitiendo ese interrogante en su mente y aporta: “Es una pregunta muy profunda”.
Sosnitsky destaca que la actual crisis climática no genera las mismas sensaciones en todos los jóvenes, pero sí identifica que en todos hay una suerte de incomodidad, “hay algo que se activa internamente al tomar conciencia, respecto de lo cual es necesario involucrarse y actuar”.
La otra cara: el sufrir los efectos del cambio climático
Además de la ecoansiedad, la crisis climática está incidiendo en la salud mental de quienes sufren los efectos del cambio climático de forma más dramática. Especialmente, por los eventos climáticos extremos —como precipitaciones, incendios y sequías— que se ven intensificados por el cambio climático.
Según un registro de la Asociación Americana de Salud Pública, entre el 25 y el 50 % de las personas expuestas a eventos climáticos extremos corren el riesgo de sufrir efectos adversos para la salud mental. La Asociación Americana de Psicología profundiza al respecto describiendo que los impactos ante estos eventos pueden incluir traumas y conmociones, trastorno de estrés postraumático, trastornos en el sueño, cambios en la digestión, estrés, ansiedad o depresión.
La respuesta necesaria: acción
Greta salió adelante a través de todo eso que ya conocimos que hizo: visibilizar lo que dice la ciencia, exponerlo ante dirigentes políticos y movilizarse con miles de otros jóvenes, como Sosnitsky. “Nuestro rol no es transmitir un escenario distópico. La idea es poder despertar, tomar conciencia y accionar. Es la utopía de un futuro mejor la que nos lleva a movilizarnos”, confiesa y agrega: “Transformamos esa impotencia y angustia en un accionar colectivo”.
Desde su experiencia, le habla a todos los jóvenes: “Pongan en palabras lo que están sintiendo. Anímense a aceptar y a cuestionar ese sentir. Háblenlo con las personas que tratan de entendernos, es decir, no con un negacionista del cambio climático. Y lo más importante: anímense a sumarse a una agrupación que sirva de contención para ese sentir. No solo será un espacio de contención, sino que también transformará ese sentir en una acción y esa acción les dará satisfacción. El sumarse a un movimiento lleva a procesos de empoderamiento colectivo. La impotencia se transforma, se recicla en ese accionar colectivo por hacer algo positivo ante un panorama tan complicado”.
Los consejos de la joven coinciden con los de los psicólogos de Oxford: es importante identificar y darse cuenta cuándo estamos experimentando ecoemociones, aceptar que es un tema angustioso y que es normal tener esos sentimientos y planificar una acción ante esas situaciones, como hablar con alguien y/o involucrarse en una actividad colectiva local. ¿Por qué actuar ante la ansiedad climática? “Cuando no tomamos medidas ante lo que nos genera la crisis climática, nos sentimos impotentes. Psicólogos, investigadores y personas que han experimentado ansiedad climática coinciden en que tomar medidas y buscar soluciones puede resultar en una sensación positiva”, explican.
La científica Camilloni no es ajena a esta transformación hacia la acción. A partir de aquel interrogante respecto de si podía o no dormir con toda la información que investigaba, decidió moderar el mensaje para evitar generar miedo y sí lograr el propósito final de accionar. Pero eso no fue todo.
Aún cuando ese mundo de 1,5 °C es el escenario menos dramático, no deja de ser un mundo con un mayor calentamiento que el actual, con temperaturas más extremas y eventos más intensos. “Tomar acciones hoy para ese escenario no significa ni volver a una situación mejor ni quedarnos donde estamos, sino tomar acciones admitiendo que vamos a estar peor de lo que estamos”, reconoce. Ante ello y tras el reporte, Camilloni empezó a investigar sobre los impactos de la geoingeniería, es decir, sobre el uso de la tecnología para modificar el clima.
“La respuesta no es la depresión, no es la angustia. Es más ciencia y seguir investigando otras alternativas que empiezan a aparecer en el escenario para ver si pueden ser opciones viables o no y, si es este último caso, pararse frente a ese no con contundencia”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN