El 20 de enero de 1936, moría en Sandringham House a los 70 años, Jorge V, el rey de Inglaterra, quien había reinado durante 26 años, a pesar de nunca haber gozado de buena salud. Nunca pudo sobreponerse a una caída de un caballo durante la Primera Guerra Mundial que lo había herido de gravedad y había convivido con una enfermedad pulmonar obstructiva crónica agravada por su tabaquismo, que terminó acabando con su vida.
En sus últimos años de vida, por recomendaciones médicas, se había tomado unas vacaciones en el extranjero, a lugares con climas más benignos, como el Mediterráneo, pero en los últimos tiempos se resistía. Sus problemas respiratorios eran recurrentes y más de una vez le habían administrado oxígeno. Su hijo Eduardo, que le seguía en la línea sucesoria al trono lo tenía sumamente preocupado. Pensaba que arrojaría por la borda a la monarquía o su “imperio” por el que preguntó mientras agonizaba. Sobre el futuro rey de Inglaterra dijo: “Después de mi muerte, el chico se arruinará en 12 meses”. Pronóstico con el que no se equivocó. El secretario de Eduardo, sin quedarse atrás creía que “por alguna razón hereditaria o fisiológica su desarrollo mental normal se detuvo en seco al llegar a la adolescencia”.
Edward Albert Christian George Andrew Patrick David, que era llamado por su último nombre, nació el 23 de junio de 1894. Como solía ser en esa época, junto a sus hermanos, fue criado por sus niñeras. Sus padres, a pesar de ser muy rígidos en la educación, era demostrativos con sus seis hijos y mucho más sus abuelos.
David parecía tenerlo todo con su encantadora personalidad, su atractivo y autoconfianza. En la escuela no se destacaba, pero no por falta de inteligencia, sino por su holgazanería. Era simpático y sociable, por lo que tenía muchos amigos. A los 16 años, momento en que su padre fue coronado (6 de mayo de 1910), se convirtió en el nuevo Príncipe de Gales, título que se otorga al sucesor, y en su juventud combatió en la Primera Guerra Mundial, momento en que la familia decidió cambiar estratégicamente su apellido de origen alemán Sajonia-Coburgo-Gotha por el británico Windsor. A la familia real inglesa no le convenía tener un apellido que sonara como el de su enemigo.
David que había hecho una carrera naval, comenzó a viajar en representación de su padre en viajes oficiales. En ese entonces, el Reino Unido no solo contaba con los dominios de ultramar, sino también con la India, donde el rey era su emperador. Mientras se agudizaban las diferencias del Rey Jorge con su primogénito, aumentaba su preferencia por Bertie, al que admiraba por su responsabilidad y disciplina. Era más parecido a él.
Eduardo no sentaba cabeza, era mujeriego y había desarrollado el hábito de perseguir a mujeres casadas. La casa que le había dado su padre en Fort Belvedere, fue el lugar de encuentro de esas mujeres, como Freda Dudley, mitad británica, mitad estadounidense, heredera de empresas textiles. O Lady Furness, la estadounidense que más tarde le presentó a Wallis Simpson. También se le atribuyó un romance secreto con una de las mujeres más deseadas de al época, Pinna Cruger. Era la mujer de un multimillonario a quien se le encontró un porta cigarrillos de oro y diamantes que había pertenecido al entonces Príncipe de Gales, que decía Pinna, 1924 Amor. EP y fue subastada por Sotheby’s. Scott Fitzgerald había descrito a Kruger como “una mujer malditamente atractiva”.
En medio de estos amoríos, llegó a su vida una mujer por la que quedó eclipsado y a darlo absolutamente todo por ella. Wallis Simpson, una celebridad norteamericana que estaba casada con Ernest Simpson. Hasta llevaba el apellido de casada, en segundas nupcias.
Bessi Wallis Warfield, nacida en el seno de una familia adinerada de Baltimore, había perdido a su padre desde muy pequeña. Claramente, era inteligente. Fue educada en una de las escuelas más prestigiosas de Maryland. Y si bien no era muy agraciada, era muy atractiva por su personalidad arrolladora y estilo. Siempre iba impecablemente vestida. Un diplomático que formaba parte de su círculo alguna vez dijo que su charla era “brillante”.
Un libro de Marguerite Tippet, Once a King: The lost memoir of Edward VIII, que recopila escritos del periodista Charles Murphy que había trabajado con los duques, atribuye a Eduardo un comentario similar: “Me impresionó de inmediato su vivacidad, su ingenio y sus réplicas inteligentes. Admiré especialmente su total honestidad. Si no estaba de acuerdo con alguien, lo decía, y yo lo encontraba raro, debido a las circunstancias de mi posición, especialmente entre mis amigos británicos”.
La mujer llegó a Inglaterra junto a su marido Ernest, cuya fortuna fue golpeada por la Gran Depresión. Pero era lo suficientemente ricos como para que los aristócratas británicos lo aceptaran en su círculo. Thelma Furness, una de las amantes del príncipe Eduardo, fue quien le encomendó una extraña tarea a la norteamericana. “Entretener a su amante”. Y ella se lo tomó muy en serio.
El amor que sintió el Príncipe de Gales por ella lo movilizó de tal manera que quiso que lo supiera todo el mundo. Lo hizo público sin medir las consecuencias. En su primera aparición pública, tras la muerte de su padre, el príncipe hereredero subió al trono con el nombre de Eduardo VIII. Se lo vio desde una ventana del Palacio St James, acompañado de Wallis, lo que provocó un escándalo en la corte. Tenía 42 años y su amada, todavía casada, 40. No eran jóvenes.
A los 9 meses de ascender al trono, Wallis obtuvo el divorcio con una clara aspiración por convertirse en la nueva reina de Inglaterra.
Según cuenta el historiador Robert Pearce, en su libro “Primero ministros desde Balfour hasta Brown”, tanto el ministro conservador Stanley Baldwin como los líderes religiosos se opusieron a esta relación, porque no era conveniente que se casara con una mujer que se acababa de divorciar. Además del rey del Reino Unido, el rey era la cabeza de la Iglesia Anglicana. Parece exagerado, pero en su momento la situación se vivió como una conmoción. Una amenaza a la monarquía británica.
Desde el divorcio de Wallis, Eduardo intentó convencer por todos los medios al gobierno durante más de un mes. Sus intentos de negociación solo encontraban resistencia. Antes de ser coronado, ya a 10 meses de ser proclamado rey, recibió una carta del secretario de la Casa Real, en la que se desmoronaba su sueño, convertir a Wallis en su reina. La carta decía que el Parlamento no aceptaría su casamiento con Simpson.
Sin pensarlo demasiado tomó la drástica decisión. El 11 de diciembre de 1936 el rey renunciaba al trono “por amor” y Wallis Simpson ponía el grito en el cielo “¡maldito imbécil”, le dijo enfurecida al enterarse. El reinado de Eduardo VIII fue el más corto de la historia del Reino Unido, de un total de 325 días. Ni siquiera llegó a ser coronado.
El rey Eduardo VIII se despidió con estas palabras: “Quiero que sepan que jamás olvido mi país, ni este Imperio que como príncipe de Gales y como rey serví fielmente. Tienen que creerme cuando les digo que sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo me resultaría imposible cumplir con mis deberes de rey”.
Así llegó de rebote al trono su hermano menor Bertie, Jorge VI de una personalidad más retraída, insegura y marcada por su tartamudez. Con el tiempo, el rey se ganó la confianza del pueblo dando muestras de valentía durante el bombardeo alemán. Tras su temprana muerte a los 56 años, su hija, la reina Isabel II, compensó esta etapa de reinados cortos, con el reinado más largo de la historia de Inglaterra, en los que terminó dando su consentimiento a la ascensión al trono a una divorciada, y no solo eso, polémica, la tercera en discordia entre Carlos y Diana, Camilla Parker Bowles.
Existían muchas teorías hilarantes en la época, sobre cómo era posible que un hombre renunciara a lo que se había preparado para toda su vida. Se decía que Wallis dominaba sexualmente al rey, con técnicas que había aprendido en su juventud en un burdel chino. Sus biógrafos explican que él dejaba todo por ella, debido a una fuerte atracción sexual. Los tabloides de la época ya no sabían cómo definir a Wallis Simpson. La llamaron hechicera sexual, ninfómana, una bruja.
Un miembro de la corte, aseguró que el duque estaba “poseído” por la “perversión sexual del automenosprecio”. Quien dijo literalmente que Eduardo era un masoquista fue Freda Dudley Ward, una de sus antiguas amantes: “Yo podría haberle dominado si hubiese querido”. “Él se convertía a sí mismo en esclavo de aquella a quien amaba. Estaba en su naturaleza. Era un masoquista. Le gustaba que lo humillaran, que lo degradaran. Rogaban que le hicieron eso”.
Otro pasaje del libro Once a King: The lost memoir of Edward VIII cuenta en primera persona, la encrucijada en la que se encontró Eduardo VIII. “La elección a la que me enfrenté fue amarga. Si bien no había ningún deseo en mi corazón de eludir mi legado, el deseo de casarme y tener una vida plena con la mujer de mi elección era igualmente fuerte. Vivir sin amor hubiese sido intolerable. Y, más que eso, sin él, mi servicio al Estado habría parecido una cosa vacía”.
Tras abdicar, el 3 de junio de 1937, Eduardo y Wallis contrajeron matrimonio. La boda tuvo lugar Chateaux de Tours, en Francia, sin la presencia de ningún miembro de la familia real británica. Los duques de Windsor -esos fueron los títulos concedidos-, vivieron en París y en la casa de Bois de Boulogne, donde se dedicaron a cultivar una animada vida social con empresarios, científicos, diplomáticos y políticos de Europa y Estados Unidos.
En 1937 Wallis fue sospechada de ser una espía nazi. Se debió a la desafortunada visita que le hicieron a Adolf Hitler, quien tentaba a Eduardo con recuperar el trono si lograban ocupar Inglaterra. Los duques estuvieron doce días en Alemania, como invitados de honor de los nazis. Hicieron el saludo de la mano alzada, visitaron el pabellón de caza de Goering y hablaron con Goebbels. También, fueron a un campo de concentración, un poco maquillado, y visitaron a Hitler en su retiro de montaña de Berchtesgaden, donde mantuvieron una conversación de casi una hora. Esa simpatía nunca fue perdonada.
El nuevo rey en funciones le ordenó a la pareja que no volviera al país, pero como hermano lo sostuvo económicamente con fondos propios. Solo regresó a Londres tres veces para asistir a funerales.