No está bueno exasperarse. Menos en público. Si encima estás asumiendo como rey de Gran Bretaña podés terminar viralizado y ridiculizado ante el mundo. Más en una época donde las monarquías suelen ser fácilmente cuestionadas. Eso le pasó a Carlos III del Reino Unido (74), quien se convirtió en monarca el 8 de septiembre de 2022 tras la muerte de su madre Isabel II a los 96 años. Ocurrió durante su proclamación, al firmar los tan esperados papeles. Su gesto de exasperación por el poco espacio que tenía para empuñar su pluma y estampar su nombre real lo dijo todo. Después de mover sus manos nerviosamente tratando de hacerse lugar en la pequeña mesa y, mientras las cámaras del mundo lo tenían apuntado con sus potentes teleobjetivos, terminó por mostrar todos sus dientes a su ayudante. Literal. Cual perro que amenaza con una dentellada feroz, logró que éste sacara el estuche con lapiceras que tanto le molestaba.
La graciosa escena con su mueca dio vuelta al mundo y mostró lo que nadie quería ver: un Carlos que perdía la templanza en los primeros segundos de su mandato ante una tontería.
Tres días después, el 13 de septiembre, la escena se repitió. Carlos perdió nuevamente la calma cuando, en su visita al Castillo de Hillsborough en Irlanda del Norte, tuvo que firmar un libro. Primero se equivocó con la fecha y escribió 12. Inmediatamente lo corrigieron: no era 12 sino, vaya pícara coincidencia, martes 13. Carlos contrariado empuñó la pluma para enmendar su error y esta escupió tinta sobre su mano.
“¡Oh Dios, odio esto!”, musitó tenso para sorpresa de los presentes mientras le pasaba la pluma a su mujer Camilla, y agregó: “¡No puedo soportar esta maldita cosa! Todo el tiempo igual. ¡Es apestoso!”.
La facilidad con que Carlos se fastidia y pierde los estribos está más que clara. De hecho, el propio día de la ceremonia de coronación, el 6 de mayo de este año, momentos antes de ser ungido como rey, los periodistas del Daily Star le leyeron los labios. Y otra vez sus dichos, delatando una inusual impaciencia, llegaron a los titulares. Carlos estaba dentro de la carroza junto a su mujer y, ante una demora de cinco minutos, comentó con desagrado: “Nunca podemos llegar a tiempo. Siempre pasa algo…¡Qué aburrimiento!”. Camilla respondió algo a lo que él replicó: “Me alegraré cuando todo termine”.
A pesar de sus orígenes parece que la consabida flema inglesa no es lo suyo. Y el buen humor menos. O quizá sea que la corona lo agarra grande y con menos pulgas que antes: es la persona con más edad en acceder al trono británico.
Hoy se cumple un año del inicio de su reinado. Buen momento para recordar algunas otras escenas de su vida, sus estrafalarias costumbres y hacer algún balance de lo que le toca enfrentar.
Un niño tímido y nervioso
Carlos nació dentro del Palacio de Buckingham el 14 de noviembre de 1948. Su abuelo materno, Jorge VI, era el rey. Por eso, con solo dos horas de vida, fue separado de su madre y llevado por la partera, la hermana Helen Rowe, a una sala de 14 metros de altura y colocado en una cuna al lado del trono para que los cortesanos reales que trabajaban para su abuelo pudieran conocerlo. No era un niño normal el que había nacido, era un futuro rey.
Tres años después, al morir su abuelo, fue coronada su madre con solo 26 años. Ella era la reina y él, el primogénito, se convirtió en el heredero del trono. Vaya presión.
Cualquiera podría haber pensado que un niño que se cría en un palacio protegido del mundo sería un niño feliz. Pero no, Carlos no encajaba en el papel que se esperaba de él. Tímido, nervioso, solitario, llorón… las expectativas le pesaban. Tuvo una institutriz, Catherine Peebles, hasta los 8 años, pero luego sus padres pensaron que sería mejor que hiciera la vida de un niño normal y lo mandaron al colegio. Fue el primer heredero al trono inglés que se educó de esa manera. Para que fuese aceptado por sus compañeros los directivos de la institución aconsejaron a su madre que él jugara al fútbol. No alcanzó para que fuera totalmente integrado. Carlos no disfrutó el colegio, padecía mucho el rigor de las escuelas a las que había asistido su padre. Sus compañeros le hacían bullying por sus orejas de tetera y sus cachetes colorados.
En 1966, el último año del secundario, lo pasó mejor: cursó sus estudios en un colegio de Victoria, Australia.
Terminada esta etapa de su educación, y mientras los títulos nobles se acumulaban en su CV -duque de Cornualles, príncipe de Gales, Conde de Chester- se inscribió en el Trinity College donde comenzó a estudiar antropología y arqueología, pero rápidamente se cambió a la carrera de historia. Se recibió con el título Master of Arts y fue el primer príncipe heredero en tener un título universitario. Por fin, un buen tanto. Carlos conseguía relajarse cuidando el jardín, pintando acuarelas o tocando el violoncelo. Era un joven culto y un amante de la buena vida.
En los años setenta Carlos expresó un deseo: quería ser gobernador general de Australia. No tuvo suerte, los ciudadanos australianos le dieron la espalda, no demostraron ningún interés en que lo fuera. Él se lamentó públicamente: “¿Qué se supone que debes pensar cuando estás preparado para algo que ayude y simplemente te dicen que no te quieren?”.
El rechazo de otros no le era indiferente, lo sufría desde chico. Pero también es cierto que a Carlos le faltaba un poco de carisma.
Muchos romances, un solo amor
Siguiendo el consejo de Lord Mountbatten, su padrino y tío, se acostó con todas las mujeres que pudo. Uno de sus primeros romances fue con Lucía Santa Cruz, hija del embajador chileno en Londres, allá por 1971. Cuando rompieron, Lucía era católica, algo impensable para la familia real, ella fue quien le presentó a su amiga Camilla Shand (luego será conocida por el apellido de su marido) quien ya estaba saliendo con el mujeriego Andrew Parker Bowles, miembro del ejército británico. El primer escarceo amoroso entre Carlos y Camilla habría ocurrido durante 1972 y se habría prolongado por unos seis meses. Se cree que la reina madre, cuando se dio cuenta del acercamiento entre Carlos y Camilla, como la candidata no le gustaba empujó para que él fuera embarcado en la marina real durante ocho meses. Era el año 1973. Eso habría enfriado las cosas y aunque Carlos le rogó a Camilla que no se casara con su novio, ella terminó por contraer matrimonio con Parker Bowles.
Carlos, entonces, siguió su ruta, pero cada tanto el romance volvía a aflorar. Había amor, pero Camilla era casada.
Salió con Caroline Longman; con Georgiana Russell, hija del embajador británico en España; con Davina Sheffield, una rubia impactante, millonaria y aristócrata de 24 años… La relación con esta última terminó cuando los tabloides ingleses publicaron que Davina no era virgen y, por eso, no podría ser la princesa de Gales.
Carlos siguió su sendero amoroso con Lady Jane Wellesley y, en 1974, hubo un intento familiar por acercarlo a un matrimonio por conveniencia con Amanda Knatchbull. La cosa se diluyó y no llegó a ningún lado.
En 1977 Carlos estaba saliendo con Sarah Spencer cuando en la finca familiar de Althorp House conoció a su hermana Diana Spencer, quien luego sería su primera mujer.
Mientras todo esto pasaba, él cada tanto seguía viéndose a escondidas con Camilla. Ella era su gran obsesión.
La historia con la mayor de las Spencer terminó cuando Sarah habló con los medios confesando problemas de alimentación, con el alcohol y los numerosos novios que había tenido. En 1979 fue el momento de otra mujer: Sabrina Guinness, heredera de la dinastía cervecera. No duró y ella siguió su vida saliendo con Mick Jagger, David Bowie y Jack Nicholson.
Anna Wallace fue la última novia de Carlos antes de sentar cabeza. Cazadora experta y con mucho carácter, no le dejó pasar una. Terminó la relación cuando en una fiesta en el palacio, Carlos la dejó de lado para bailar un buen rato con Camilla.
Lady Di: elegida, pero no amada
En 1980 Carlos y Diana Spencer coincidieron un fin de semana en un campo en Sussex. Fue determinante.
Carlos vio a otra Diana y comenzaron una relación. Se llevaban 12 años. En 1981 le pidió casarse con ella. Algo que hicieron solamente seis meses después. El 29 de julio de 1981 contrajeron matrimonio en la catedral de St Paul. Camilla concurrió al casamiento como invitada.
Penny Thornton, astróloga de Lady Di, contaría años después, que la misma noche de la boda Carlos le admitió a Diana que no la amaba y que no quería casarse con una falsa promesa.
Esa sinceridad habría sido devastadora para ella. Pero el casamiento se hizo igual. Nadie pensó en detenerlo.
Al día siguiente fue seguido en vivo por televisión por unos 750 millones de personas. El error se había consumado. Poco después de casarse Diana descubrió que el romance de Carlos y Camilla había recomenzado.
Dentro de la glamorosa pareja nada funcionaba bien. Tuvieron dos hijos. William nació en junio de 1982. En septiembre de 1984, llegó Harry. Pero ya para entonces todo andaba muy mal entre ellos.
Diana desorientada y angustiada, aislada y deprimida, también se había animado a tener su propia historia de amor… con el antiguo instructor de equitación de la familia, James Hewitt. Aunque se dijo que antes había tenido un enredo con su guardaespaldas Barry Mannakee.
Los medios comenzaron a especular que Hewitt podría ser el padre de Harry. De mal en peor.
En 1989, en una fiesta de cumpleaños, Diana valientemente decidió enfrentar a la amante de su marido y le dijo en la cara a Camilla: “Sé lo que pasa entre Carlos y tú, y quiero que lo sepas”.
El romance se volvió un secreto a voces. Ardía la interna. En el libro de Andrew Morton, publicado en 1992, Lady Di confesó que “el peor día de mi vida fue darme cuenta de que Carlos había vuelto con Camilla”.
El 9 de diciembre de 1992 se anunció: Carlos y Diana se separaban. ¿Quién lo dijo? Parece increíble, pero el portavoz de la noticia fue, nada menos, que el primer ministro británico John Major.
El tampón y seis minutos bochornosos
En 1993 surgió a la luz un diálogo telefónico sexual, de diciembre de 1989, entre Carlos y Camilla. Había sucedido antes de las separaciones de ambos y era tan surrealista como bochornoso.
Los primeros en dar a conocer el contenido grabado supuestamente por un radioaficionado (esa es la versión oficial, porque hay otras que sostienen que podrían haber sido los propios servicios de inteligencia quienes lo filtraron) fueron una revista australiana y un medio alemán, el 17 de enero de 1993. Pero el tema saltó realmente a la opinión pública británica luego de que la revista People, después de la separación de Carlos y Diana, se atreviera a volver a difundirla de manera completa. La transcripción de la llamada telefónica entre los amantes se tituló: “Carlos y Camilla, la cinta”. Duraba seis eternos minutos y ellos jugaban con el doble sentido en lo sexual:
— Carlos: ¡Oh, para! Quiero sentir mi camino a lo largo de ti, todo sobre ti y arriba y abajo y dentro y fuera…
— Camilla: ¡Oh!
— Carlos: Especialmente dentro y fuera.
— Camilla: Oh, eso es justo lo que necesito en este momento.
— Carlos: ¿Lo es? Oh, Dios. Voy a vivir dentro de tus pantalones o algo así. Sería mucho más fácil.
— Camilla: (se ríe) ¿En qué te vas a convertir, en un par de bragas? (Risas de los dos) Oh, vas a volver como un par de bragas…
— Carlos: O, Dios no lo quiera, en un Tampax (marca de tampón de la época) ¡Qué suerte la mía! (se siguen riendo)
— Camilla: Eres un completo idiota. (Más risas) Oh, qué idea maravillosa.
Luego la charla vira hacia el lugar dónde tendrán su encuentro clandestino.
Todos los medios se hicieron eco de esas palabras y nadie hablaba de otra cosa. Diana estaba en shock y, aunque ya conocía las traiciones de su marido, aseguró estar sorprendida sobre el comentario del tampón: “es enfermizo”, dijo. Pero, por otro lado, lo sucedido suponía un gran tanto para ella, la víctima.
El horror del establishment británico fue total. La familia real se sentía avergonzada por la conducta de Carlos. El tema, que pasaría a denominarse el “tampon-gate”, ponía en duda la idoneidad del heredero al trono.
Las bromas sobre el caso se repetían en todos los programas de tevé. Carlos disfrazado de tampón, dibujos animados sobre la llamada sexual, una línea telefónica habilitada para que los oyentes pudieran escuchar el verdadero audio…
Se dijo que fue por esa época que Carlos puso en su cuarto de vestir un cartel que decía: “Sé paciente y aguanta”. Su mantra, con los titulares de hoy, le terminó funcionando.
Un matrimonio de tres
La revelación de ese diálogo apuró que cesara la convivencia de Carlos y Diana.
En noviembre de 1995, Lady Di otorgó una entrevista a corazón abierto a la BBC donde reveló: “éramos tres en este matrimonio”. Hablaba sin pelos en la lengua de la infidelidad de su ex marido con Camilla Parker Bowles. El autor de la codiciada y exclusiva entrevista fue Martin Bashir quien años después fue apuntado por haber utilizado medios engañosos para conseguirla. Lo cierto es que ese reportaje fue conmocionante para todos.
Diana, quien todavía era parte de la familia real, habló de las infidelidades de ambos, de Carlos y de ella, de la bulimia, del aislamiento en el que vivía sometida. Para poder llevarla a cabo tuvo que ocultar los preparativos para la entrevista, incluso a sus colaboradores más cercanos.
El programa Panorama fue mirado por 23 millones de espectadores y, hasta el día de hoy, sigue siendo uno de los más vistos de todos los tiempos.
Allí Diana dijo, entre otras cosas, lo siguiente:
“Quería desesperadamente que funcionara, amaba mucho a mi esposo y deseaba compartir todo con él. Pensé que formábamos un muy buen equipo”
“... cuando Guillermo llegó fue un gran alivio porque todo estaba en paz (...) estuve bien durante un tiempo. Luego me sentí mal con la depresión postparto, de la que nadie habla. Me despertaba por la mañana sintiendo que no quería salir de la cama, me sentía incomprendida y muy muy baja de moral (...) nunca había tenido depresión en mi vida (...) Recibí una gran cantidad de tratamientos, pero en el fondo sabía que lo que necesitaba era espacio y tiempo para adaptarme a los diferentes cambios que se me habían presentado (...) Tal vez fui la primera persona en esta familia que tuvo una depresión y que lloró de manera abierta (...) “
“(eso) le dio a todo el mundo una maravillosa nueva etiqueta: Diana es inestable, Diana está mentalmente desequilibrada.”
El periodista le preguntó si era verdad que se había lesionado a sí misma en esa época de depresión. Diana no esquivó la pregunta: “(...) en realidad estaba llorando porque quería mejorar para seguir adelante y continuar con mi deber como esposa, madre y princesa de Gales. Así que sí, me infligí dolor a mí misma. No me gustaba, estaba avergonzada porque no podía hacer frente a las presiones (...) Me lesioné los brazos y las piernas (…)”
El reportero le preguntó si lo había hecho frente a su marido: “Bueno, en realidad, no siempre lo hice delante de él. Pero obviamente, cualquiera que ame a alguien estaría muy preocupado por ello”.
Y siguió contando sobre sus trastornos de alimentación: “(...)Tuve bulimia durante varios años. Y eso es como una enfermedad secreta. Te la inflinges a tí misma porque tu autoestima está en un punto bajo y no crees que seas digna o valiosa. Te llenas el estómago cuatro o cinco veces al día (...) y te da una sensación de confort. (...) Luego te sientes mal por la hinchazón de tu estómago y lo vuelves a sacar. Y es un patrón repetitivo muy destructivo (...) Pedía ayuda a gritos, pero daba señales erróneas y la gente usaba mi bulimia como un abrigo en una percha: decidieron que ese era el problema, que Diana era inestable (...) Había mucha ansiedad entre nuestras cuatro paredes (...) Cuando tienes bulimia te averguenzas mucho de ti misma y te odias…”.
También le preguntó sobre el romance que había retomado Carlos con Camilla estando casado con ella y si ella sospechaba algo: “El instinto femenino es muy bueno.(...) Obviamente tenía conocimiento de ello (...) Fue bastante devastador. Bulimia desenfrenada (...) y una sensación de no ser buena en nada y ser una inútil (...) con un marido que amaba a otra persona…”.
A la pregunta sobre cómo lo intuía Lady Di respondió: “por el cambio en el patrón de comportamiento de mi marido (…) Y bueno éramos tres en este matrimonio, así que estaba un poco abarrotado”
El periodista también preguntó por James Hewitt quien ya había escrito un libro sobre ella contando la relación. Ella admitió: “Sí, lo adoraba. Sí, estaba enamorada de él. Pero me decepcionó mucho”.
Sus dichos precipitaron los trámites de divorcio que se concretó en agosto de 1996. Y motorizaron todo tipo de rumores en la prensa amarilla: los chimentos corrían a todo trapo incluso hacía el pasado. Se dudaba del motivo de su caída por las escaleras cuando estaba embarazada de William en enero de 1982 (ella confesaría después haberse arrojado por sus problemas de depresión), se rumoreaba que el segundo hijo de ella podía ser de otro hombre… Las historias vendían millones y no se hablaba de otra cosa.
La opinión sobre Lady Di dividía a los británicos, pero con su valentía, su franqueza y su activismo a favor de las personas con Sida y sus campañas para la eliminación de las minas terrestres en el planeta, empezó a ganarse el corazón del pueblo inglés. Para desgracia de Carlos, Diana se convirtió pronto en ícono de moda. Su carisma y su estilo inundaban las tapas de las revistas. Nadie podía creer que Carlos prefiriera a su antigua y poco atractiva amante Camilla antes que a la “princesa del pueblo”.
Dos muertes que liberan el camino
Luego de la separación Diana volvió a enamorarse. El hombre elegido fue el cirujano cardíaco de origen paquistaní, Hasnat Khan. Llegaron a hablar de hijos, de mudarse juntos e incluso de mudarse a Pakistán. Sin embargo, la felicidad duró poco. La presión de la prensa y las diferencias culturales llevaron a que en julio de 1997 la relación se terminara. Poco después ella comenzó a salir con Dodi Al-Fayed, hijo del multimillonario egipcio dueño de los almacenes Harrods y del Hotel Ritz de París entre otras cosas, Mohamed Al-Fayed. Dodi la invitó al sur de Francia con sus hijos. Una vez allí pasearon juntos en su nuevo yacht de 60 metros de eslora. Luego viajaron por una noche a París y se alojaron en el Hotel Ritz. La medianoche del 31 de agosto de 1997, Diana y Dodi salieron del hotel Ritz y se subieron al Mercedes Benz S280 negro. Iban con el chofer y un guardaespaldas. Los paparazzi los perseguían y el conductor aceleró al máximo. En el túnel del Puente del Alma, debajo del río Sena, se estrellaron contra una columna de concreto.
Diana, Dodi y el chofer murieron. El mundo quedó en shock y sus pequeños hijos desolados.
No tardaron en surgir teorías conspirativas: Dodi no era del agrado de la monarquía inglesa por sus orígenes… ¿sería un atentado?, ¿los habían asesinado?, ¿podría Carlos haber planeado algo para liberarse de ella definitivamente y casarse con Camilla? Mohamed Al-Fayed creía en esas hipótesis e intentó, en vano, dilucidarlas.
Otra teoría que circuló fue la de su embarazo. Hubo rumores, y hasta un informe policial, que hablaban de que Diana al morir estaba embarazada de unas diez semanas, pero que todo se había encubierto para preservar la privacidad de la familia. Los tiempos no parecían indicar que pudiera ser un hijo de Dodi, ¿sería de Hasnat Khan?
Nadie sabe.
A Carlos, la desaparición de su magnética y mediática ex le vino bien: desaparecida Diana, quedaba liberado de su sombra para consolidar su relación con Camilla.
A pesar de que muchos se oponían a este nuevo casamiento, Carlos siguió adelante. Esta vez se impuso: se casaron el 9 de abril del 2005.
Para conseguir la corona debió esperar mucho más. Recién, luego de la muerte de su madre el jueves 8 de septiembre de 2022, el camino le quedó allanado.
Soñaba con ser rey y lo logró.
Fue coronado Carlos III del Reino Unido y soberano de otros catorce reinos que forman parte del Commonwealth, una lista que incluye a Australia, Canadá, Jamaica, Nueva Zelanda y Bahamas entre otros.
La mancha del hermano
La tarea para alguien un poco inseguro y nervioso es colosal y tiene muchos frentes abiertos.
Uno de esos frentes tiene que ver con lo moral y fue heredado de su hermano Andrés (62), duque de York. Amigo del pedófilo y millonario norteamericano Jeffrey Epstein, quien se suicidó en la cárcel, Andrés quedó en medio del huracán por sus andanzas con él. Los coletazos de los viajes juntos con chicas menores de edad siguieron su curso.
Andrés otorgó una entrevista a la BBC en 2019 para intentar limpiar su imagen pero resultó todo lo contrario. No se despegó tajantemente de Epstein. La reina tomó cartas en el asunto: dio la orden de alejarlo de las actividades públicas y luego se le retiraron sus títulos militares. Andrés fue acusado por una de ellas, Virginia Giuffre, por abuso sexual cuando ella tenía 17 años. Pero, en febrero del 2022, ambas partes llegaron a un acuerdo extrajudicial y la familia real volvió a respirar. Carlos desde entonces intenta tomar distancia de Andrés. En enero lo hizo notificar que ya no podía usar sus habitaciones en el Palacio de Buckingham cuando esté en Londres. En el mes de mayo de este año fue más lejos: intentó que Andrés abandonara la casa real de Royal Lodge, en Windsor Great Park, porque estaría destinada para su hijo William y su nuera Kate. Pero Andrés hizo valer su contrato de arrendamiento con el Crown Estate que lo habilita a vivir allí por varias décadas más. Carlos será rey, pero no por eso puede hacer lo que quiera.
Cordones bien planchados
Aunque su fortuna personal alcanza los 2247 millones de dólares, eso no alcanza para disimular las montañas de TOCS y manías que lo aquejan. Por la gente que estuvo a su servicio se sabe que está lleno de marcadas obsesiones y que sus rutinas son inmodificables. Acá, varios ejemplos.
Duerme invierno y verano con las ventanas abiertas.
Su pijama y los cordones de sus zapatos (sí, están leyendo bien) deben estar bien planchados todas las mañanas.
La bañadera debe tener agua hasta los 18 cm de profundidad y estar siempre a la misma temperatura: 20 grados. Un detalle: el tapón tiene que estar colocado en una posición determinada.
Carlos jamás manipula la pasta de dientes: es su asistente quien debe colocar sobre su cepillo 2,5 cm de dentífrico, minutos antes de que él entre al baño.
La toalla para secarse debe estar puesta siempre en el mismo sitio al igual que su ropa interior. A Carlos le gusta lo previsible y las sorpresas pueden enervarlo. Todo esto lo contó el mismísimo ex mayordomo de Lady Di, Paul Burrell.
Su desayuno es otra ceremonia. Él quiere dos ciruelas en su plato aunque siempre coma solo una.
Viajar con él tampoco es una tarea sencilla. Y esto lo contó en un libro Tina Brown, periodista recibida en la Universidad de Oxford.
Un día antes de la gira hace enviar a dónde vaya su cama (en general utiliza una ortopédica), algunos muebles y fotos.
Extremadamente pulcro y maniático, manda también su asiento de inodoro. Dice que es más cómodo. Y también envía el único papel higiénico que le gusta: Kleenex Velvet.
Suele moverse con su caja de desayuno que contiene sus alimentos favoritos: 6 tipos diferentes de miel, cereales especiales, galletas de avena y frutos secos.
Al final de las comidas: come queso. Quisquilloso exige que este tenga una temperatura determinada.
Dicen que ha dejado de comer huevos. Durante años los pedía al desayuno, hervidos durante exactamente 4 minutos. En su dieta actual el rey redujo el consumo de lácteos, de carne y de pescado.
Odia mancharse la ropa y se viste con la ayuda de dos hombres. Se cambia hasta cinco veces al día.
Su pasión por la botánica y la jardinería puede generar desastres de protocolo. Si descubre babosas o insectos perjudiciales en las plantas de sus jardines es capaz de cambiar los horarios de todo. ¡Ha llegado a pedirle al personal militar que lo ayude de noche a retirar esos insectos!
Después de todo, Camilla no la tiene fácil.
Dedos de “salchicha” y la sombra de Megan
Un rey no puede sacudirse con facilidad las presiones de la prensa ni los chismes. Menos con las invasivas redes actuales. Carlos tuvo que aguantarse que, entre tanto festejo por su coronación, hubo usuarios que comenzaron a señalar sus dedos de “salchicha”. Dijo uno: “Fíjate en sus dedos, le llaman dedos de salchicha. Pero, ¿qué es exactamente?”. Los memes y los comentarios se viralizaron. Comenzó a decirse que el rey sufre dactilitis, un efecto secundario de la artritis, que provoca inflamación en los dedos. No hay manera de que Carlos no piense que el bullying de su infancia lo persigue. No lo dejan tranquilo. Lo miran con lupa.
Como si esto no fuera suficiente viene sufriendo todos los desplantes de Harry, su segundo hijo con Lady Di, y de su esposa la actriz norteamericana Megan Markle. Los orígenes raciales mixtos de Megan y su profesión podrían haber sido una buena contribución para la popularidad de la corona. Pero no funcionó. Fue todo lo contrario. Los empleados de Megan la acusaron de maltrato. Ella contraatacó y dijo que Kate, la otra nuera de Carlos y esposa de William, la hacía llorar.
Luego fue por más y señaló a la familia real por racismo. Enojada la pareja se marchó del Reino Unido y se refugió en norteamérica. Desde allí dieron nuevos golpes en su combate contra la familia real: un reportaje con Oprah Winfrey que hizo temblar Buckingham y, luego, filmaron una taquillera película con Netflix en seis episodios donde no se guardaron nada.
El huracán Megan arrasaba con la realeza y su habitual discreción.
El pasado mes de agosto nuevos rumores se hicieron sentir. El matrimonio de Harry y Megan cruje. Estarían, con dos hijos, a las puertas de un divorcio y de un acuerdo millonario pero costoso para la corona. En fin, no hay dudas de que Carlos deberá lidiar también con esto. O templa sus nervios o sucumbe.
Escrutinio a la monarquía
Carlos ascendió al trono en un momento extremadamente difícil para el Reino Unido y la realeza. Enfrenta desafíos sin precedentes que terminarán definiendo el futuro de la monarquía. Los precios suben, las finanzas reales son puestas bajo la lupa y la reputación de la familia real declina. Un grupo antimonárquico Republic realizó un estudio donde dice que el 27 % de la población apoya la abolición total de la monarquía. El número se posiciona por encima del 15 %, que es la cifra promedio durante el último siglo. Los insatisfechos son los más jóvenes.
El poder del Reino Unido también se ve en jaque. En los últimos años, algunas naciones de la Commonwealth han comenzado a debatir su relación con la corona. De hecho, a finales de 2021, Barbados tomó la decisión de convertirse en república poniendo fin a siglos de influencia del Reino Unido. Un real sablazo que podría ser imitado por otros. De hecho, la gira del príncipe William por el Caribe, a principios de 2022, provocó airadas protestas anticoloniales y pedidos de reparación por la esclavitud. Quizá sea momento para establecer una relación más moderna con la Commonwealth. ¿Podrá Carlos hacerlo?
Un año no es demasiado tiempo para hacer el balance de un reinado, pero los días vuelan a la velocidad de la luz y los conflictos podrían replicarse con rapidez. Navegar sobre los turbulentos mares ingleses para el rey Carlos III no será fácil. Deberá demostrar dotes de líder y dejar de ponerse nervioso por cada lapicera que regurgite tinta. ¿Qué habría dicho Churchill en una circunstancia parecida? No lo sabemos, pero podemos citar una de sus frases como un nuevo mantra para Carlos: “Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad”.
El temple y el músculo de la sabiduría lo serán todo para que el trono pueda llegarle a William.