Rebeldía, infidelidades y un vestido histórico: a 45 años de la boda de Carolina de Mónaco y Philippe Junot

Ella era la princesa más linda de Europa y él era el emperador de la noche parisina. Dicen que el amor nació después de una apuesta. Se casaron ante la oposición de Rainiero y Grace Kelly. Y esa “locura de juventud” solo duró dos años

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La segunda ceremonia fue la
La segunda ceremonia fue la más imponente, la boda religiosa se celebró el 29 de junio. Todo el mundo contempló a esa joven y sonriente novia que había logrado salirse con la suya y ahora caminaba del brazo de su marido elegido (Getty Images)

A los 18 años, Carolina Luisa Margarita Grimaldi más conocida como Carolina de Mónaco, no pasaba desapercibida. Heredera legítima de la belleza y elegancia de su madre, Grace Kelly, sumaba además un estilo propio que rompía moldes. Fue la primera princesa que dio una entrevista descalza en su cocina y la primera que se instaló en París para estudiar Filosofía en una universidad donde la elite intelectual era más importante que la aristocrática. No era fácil ser universitaria cuando lo que se esperaba de ella era que estudiara Protocolo, tanto que un profesor le lanzó en medio de una clase: “usted está ocupando el sitio de un estudiante digno”.

Diario de una princesa rebelde

Tan bella como libre, tan elegante como natural, Carolina se transformó en “la princesa rebelde”, pero también en la mujer con la que los hombres fantaseaban. Hasta en el sur del sur le dedicaban canciones. Jairo contó que la canción Vivir enamorado esa que dice “Carolina, con su mohín mejor. Desde la tapa de un viejo semanario me declara su amor” fue para ella. La banda Virus cantaba “Mi amor entero es de la hija de Rainiero. Una chica divina que se llama Carolina” y se resignaba porque “a su familia no le llegué a gustar”.

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Y aunque todos amaban amarla, ella sentía lo contrario. “Desde la edad de 14 años hasta los 30, o quizás incluso hasta un poco más tarde, estaba completamente convencida de que todo el mundo me detestaba. Y me decía a mí misma: ‘Si tanto me odian, que me dejen en paz de una vez. Si solo van a decir cosas horribles o crueles sobre mí, que me dejen tranquila. ¡No le he pedido nada a nadie!’. Reconozco que podía llegar a ser bastante agresiva”.

Tan bella como libre, tan
Tan bella como libre, tan elegante como natural, Carolina se transformó en “la princesa rebelde”, pero también en la mujer con la que los hombres fantaseaban (Jack Tinney/Getty Images)

Carolina no reinaba en los cuentos sino en las portadas de las revistas, nadie le disputaba ese trono. Y entonces conoció a Philippe Junot que no era un aristócrata pero ostentaba el título de “emperador de la noche”. Cuando ella lo vio por primera vez en un boliche de moda parisino se sintió terriblemente atraída por ese hombre, 17 años mayor, hijo de Michel Junot, un poderoso empresario y descendiente de Jean-Andoche Junot, duque de Abrantes, un general que luchó junto a Napoleón y por eso su apellido figura en el Arco del Triunfo en París.

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Encuentro con un playboy

Aunque en la noche francesa todos conocían a Philippe desconocían su profesión. “Es un futbolista”, “Es un rico heredero”, “Es un banquero”, decían algunos, “Tiene un diploma en Finanzas conseguido en Nueva York”, aportaba otro. Entre tantas dudas, solo coincidían en una definición: “Es un playboy”. A Junot le gustaba la noche, el lujo, las mujeres y lucir camisas abiertas que dejaban ver sus cadenas de oro. Como lo describía Vanity Fair “los surcos de su rostro, el gesto algo chulesco, daban buena cuenta de los excesos vividos”.

Cuando Grace y Rainiero conocieron a semejante candil prefirieron quedarse a oscuras. Habían imaginado que su hija se enamoraría de algún aristócrata e incluso fantaseado con el entonces príncipe Carlos como gran candidato, pero cuando la princesa conoció al heredero al trono británico lo rechazó por aburrido. Pese a la animadversión de sus padres, la primogénita siguió el noviazgo y además jugó fuerte. Se dejó fotografiar en toples junto a su prometido en la cubierta de un yate. La imagen recorrió el mundo, ante semejante presión y como reyes de un principado que se declaraba católico y conservador, no hubo vuelta atrás y los padres cedieron.

La boda fue el 29 de junio de 1978. Los novios recorrieron las calles vitoreados por la mayoría de los apenas 26 mil vecinos que en ese momento vivían en el principado. Rainiero intentaba sonreír pero le advirtió a Tessa de Baviera, “No me felicites, mejor dame el pésame”.

A Junot le gustaba la
A Junot le gustaba la noche, el lujo, las mujeres y lucir camisas abiertas que dejaban ver sus cadenas de oro. Como lo describía Vanity Fair “los surcos de su rostro, el gesto algo chulesco, daban buena cuenta de los excesos vividos” (Sonia Moskowitz/Getty images)

Los festejos duraron tres días. La jornada previa a la ceremonia civil se organizó una cena de gala a la que acudieron 600 invitados. Todos debían cumplir no un dress code sino una orden a rajatabla: no felicitar a los padres por la boda de la hija. No había nada que celebrar. Carolina abrió el baile de la mano de Rainiero, para luego bailar con su prometido con el que, ahora sí se le permitía convivir. Es que mientras estuvieron de novios y aunque meses antes Carolina había sido fotografiada haciendo toples junto a su enamorado, sus conservadores padres no les permitían compartir lecho bajo el techo del palacio monegasco hasta que pasaran por el altar.

El 28 de junio, se realizó la ceremonia civil, tan íntima que solo se permitió la presencia de familiares directos y los testigos. La novia lució un sencillo vestido de crepe azul de Christian Dior, bonete y guantes. El trámite legal no demoró más de quince minutos. Al terminar llegó otra vez la fiesta, esta vez para 4.500 monegascos que disfrutaron de pizza en honor de los recién casados.

La segunda ceremonia fue la más imponente, la boda religiosa se celebró el 29 de junio. Todo el mundo contempló a esa joven y sonriente novia que había logrado salirse con la suya y ahora caminaba del brazo de su marido elegido. Lejos de los estilos ostentosos de la época -recordemos el vestido de Lady Di, que luciría tres años después en su boda con Carlos- Carolina deslumbró con su vestido blanco de dos piezas estilo boho chic con delicados bordados florales, mangas transparentes, realizado por Dior. No llevó joyas llamativas, solo un sencillo collar. Para encandilar no se valió de una tiara de brillantes sino que se peinó con dos rodetes con pequeños adornos que servían para sujetar el velo. No podía ser una novia más original ni más bella. Su look marcó una época y hasta hoy, cuarenta y cinco años después, inspira a novias y diseñadores.

Carolina deslumbró con su vestido
Carolina deslumbró con su vestido blanco de dos piezas estilo boho chic con delicados bordados florales, mangas transparentes, realizado por Dior (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

La expectativa por el casamiento de la princesa fue tan grande que la ceremonia religiosa se realizó en los jardines del palacio para que más gente y más cámaras pudieran contemplar el momento. Luego del sí, los recién casados volvieron a caminar por las calles del principado para terminar depositando el ramo de la novia a los pies de la Virgen de la Misericordia.

La jornada siguió con un banquete para 800 invitados. Asistieron miembros de la aristocracia de Hollywood como Ava Gadner, Frank Sinatra y Cary Grant, pero no de las monarquías europeas. Se vio a algún conde, alguna duquesa, pero ningún monarca reinante ni heredero al trono asistió al evento. A falta de royals, se invitó a 43 habitantes del principado que compartían con la novia no lazos de sangre o recuerdos de escuela sino que nacieron en 1957, el mismo año que ella, y por eso se ganaron una cena gratis.

La luna de miel fue en la Polinesia. Se suponía que el destino era secreto pero el viaje fue registrado por distintos fotógrafos, al parecer avisados por el flamante esposo que contó en qué islas estaría. Dicen que al ver las cámaras, Carolina estalló de furia y tuvo una gran pelea con su flamante esposo. Fue la primera, no sería la última.

La vida de casados fue una sucesión de fiestas, viajes y eventos sociales. Pero ya lo dice el dicho “el zorro pierde el pelo pero no las mañas” y pronto comenzaron a trascender las infidelidades de Junot. Nueve meses después de la boda, Junot se divertía en Nueva York acompañado de una misteriosa joven, mientras su esposa esquiaba en Gastaad junto a sus padres. A Carolina se la veía cada días más triste, demacrada y sola.

Pasaron apenas dos años y
Pasaron apenas dos años y 41 días de la boda cuando el matrimonio se terminó. En julio de 1980, la prensa fotografió a su marido acompañado de una mujer, Giannina Faccio, a la que presentaba como su secretaria pero que estaba claro que era algo más (Sonia Moskowitz/Getty Images)

Pasaron apenas dos años y 41 días de la boda cuando el matrimonio se terminó. En julio de 1980, la prensa fotografió a su marido acompañado de una mujer, Giannina Faccio, a la que presentaba como su secretaria pero que estaba claro que era algo más. Para octubre de ese año la pareja ya estaba divorciada. Una revista tituló “Se acabó el capricho”. Philippe reconoció que “Yo no era un hombre adecuado para Carolina. Pertenecemos a dos mundos distintos”.

Lograr el divorcio civil fue sencillo, pero para un principado que se definía católico lo importante era lograr la nulidad matrimonial, trámite que llevó 12 años. El primer inconveniente fue que Junot se opuso a iniciar el proceso. El segundo fue que en 1983, Carolina se casaba con Casiraghi aunque su primera boda no había sido anulada. Finalmente en 1992, el Vaticano anunció la nulidad del vínculo basado en la “insuficiencia del consentimiento de Carolina a la hora del matrimonio”. El tribunal eclesiástico consideró que la princesa era una “inmadura” en el momento de dar su primer sí. También se alegó la incapacidad del esposo en hacerse cargo, “por causas de naturaleza psíquica, de las obligaciones conyugales esenciales”. Al parecer, la decisión de Junot de enamorar a la princesa nació de una apuesta hecha con amigos en un cabaret de Mónaco. Argumento más que contundente al momento de anular el matrimonio entre el emperador de la noche y la princesa más bella de su tiempo.

Transcurrieron 45 años de la boda. Junot, hoy un adulto mayor de 83 años, se dedicó a las finanzas asesorando cómo invertir -o blanquear dinero- en paraísos fiscales. Después de numerosos y fugaces romances, algunos con escándalo incluido, cumplió el lugar común de casarse con una modelo, Nina Wendelboe-Larsen, con la que tuvo tres hijos. Se separó y volvió a formar pareja con otra modelo, Helén Wendel con la que tuvo su cuarto hijo. Nunca dio una entrevista exclusiva sobre su matrimonio con Carolina, aunque escribió sus memorias donde reivindicó esa boda. Algunos aseguran que su silencio muestra que es, ante todo, un caballero pero otros especulan que quizá su mutismo se deba a alguna amenaza. ¿Cuál es la verdad? Solo él sabe.

De Carolina se conoce mucho más. Se casó con Stephano Casiraghi, tuvo tres hijos, recuperó su sonrisa, pero la perdió para siempre cuando él murió en un accidente de motonáutica. La princesa rebelde se convirtió en la más triste. Al cumplir 42 cumpleaños se casó con Ernesto de Hannover, un aristócrata alemán, embarazada de su hija, Alejandra. El matrimonio duró diez años. Separada de hecho nunca se divorció de derecho. Según dicen así conserva el título de princesa de Hannover y sobre todo, las propiedades. Sigue marcando tendencia con su elegancia y estilo. Si le recuerdan su boda con Junot solo dice que fue “una locura de juventud”. Una locura que se llevó tres años de su vida y unas cuantas lágrimas más.

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