En octubre de 1986, Masako Owada fue invitada a un té ofrecido por el emperador japonés Akihito en honor la princesa Elena de España. Lo que parecía una invitación era un o-miai, un encuentro con fines casamenteros. El candidato en este caso era nada más ni nada menos que el heredero al trono japonés. Se elaboró una lista con cuarenta mujeres invitadas y a último momento alguien agregó a mano el nombre de Masako.
Apenas se vieron Cupido hizo de las suyas pero de modo unilateral. Naruhito quedó fascinado con esa joven que de niña había vivido en Moscú donde su padre, un diplomático de carrera, había sido destinado. Luego vivió en París, Estados Unidos y Londres. Pergaminos no le faltaban. Se licenció en Economía y con honores en Harvard, para luego matricularse en Derecho en la Universidad de Tokio y terminar estudiando economía internacional en Oxford. Cosmopolita y políglota, además de hablar en japonés se comunicaba con fluidez en inglés, ruso, francés, alemán y se defendía en castellano.
Sí esa joven sería ideal como emperatriz, pensaba él, pero no era lo que pensaba ella.
El Palacio Imperial se percibía más como prisión de lujo que como nido de amor. Los kunaicho, los funcionarios que se encargan de todos los asuntos de la familia imperial japonesa, indicaban continuamente qué se podía hacer o no. Cada movimiento, cada actividad, deseo, amigo o enemigo debía ser aprobado por ellos.
Antes de conocer a Masako, dos jóvenes habían rechazado a Naruhito. Arreciaban las conjeturas acerca si le gustaban las mujeres, si su estilo no era muy anticuado o sus pretensiones demasiadas. Él aseguraba que solo buscaba alguien que compartiera sus valores, que le gustara más llevarse bien con la gente que llevar bolsos de Tiffany y que estuviera dispuesta a expresar sus opiniones “cuando fuera necesario”. Su explicación mostraba que el problema no era él -un hombre inteligente, amable y con un gran sentido del humor- sino sus circunstancias: enamorarse de él implicaba vivir enclaustrada.
Cuando supieron del interés del heredero en la diplomática, los kunaicho mostraron dudas El abuelo de la muchacha había sido presidente de una empresa que terminó en la ruina, pero el príncipe heredero desoyó a sus consejeros y en abril de 1987 se volvieron a ver. Él insinuó una propuesta matrimonial y ella respondió que no estaba interesada. Con una carrera internacional como negociadora de comercio, casarse era un obstáculo y no un futuro.
Naruhito siguió entrevistando candidatas. Masako se mudó a Oxford y se dedicó a trabajar, hacer deportes y divertirse con amigos. Para 1992 la presión sobre el heredero se acrecentó. Aunque habían pasado cinco años de su último encuentro el príncipe volvió a concertar un encuentro con Masako. Se reunieron en la casa de un diplomático y él no insinuó ninguna propuesta pero comenzó a enviarle flores y poesías. Semanas después en un paseo por Tokio él volvió a insistir y ella a negarse porque le dijo temía no soportar la opresión de los kunaicho. Naruhito le aseguró que los tiempos habían cambiado y que ella no enfrentaría tanta presión.
Masako accedió a dialogar con la emperatriz y su resistencia comenzó a ceder. Lo que no cedía era la presión externa. La prensa la asediaba y le recordaban que la Casa Imperial era más grande que ella y que por eso debía sacrificarse. Fue su padre el que la convenció con un argumento: el honor de la familia estaba en juego.
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El 12 de diciembre de 1992, según una crónica de Newsweek, Masako le dijo a Naruhito: “Haré cuanto pueda por servir a su alteza”. La noticia se difundió y al día siguiente los diarios lanzaron ediciones especiales a modo de souvenir histórico. En la conferencia de prensa para anunciar el compromiso matrimonial, cuando los periodistas le preguntaron a la futura princesa por qué había cambiado el no por un sí contestó que su futuro esposo le había asegurado: “Tal vez te infunda temor e inquietud incorporarte a la familia imperial, pero yo te protegeré mientras viva”.
Desde esa primera aparición, Masako comprobó que perdía su libertad. Luego de la conferencia se le reprochó que entró delante del príncipe como se hacía en Occidente y no un paso detrás como indicaban los kunaicho. Se la criticó porque habló 39 minutos, 37 segundos ¡28 más que el heredero! Y se la censuró por hacer algo tan imperdonable como… emitir opiniones propias. Pero definitivamente ardió en la hoguera de los conservadores cuando trascendio que la candidata no era virgen -había tenido varios romances durante sus años de residencia en EEUU-, ni era menor de 20 años, ni más baja que Naruhito, como los kunaicho señalaban escandalizados.
El 12 de abril de 1993 se celebró la ceremonia de compromiso en casa de los padres de Masako, y la novia recibió como regalos seis botellas de sake, pescado y cinco rollos de seda. La boda se celebró el 9 de junio de 1993, una ceremonia por el rito sintoísta que duró tres días. La novia vistió un kimono de seda tradicional con doce capas bordadas en oro y plata que pesaba unos 14 kilos y cuyo valor superaba los cien mil dólares. Además lució un peinado del estilo siglo VIII.
Más de 800 invitados asistieron a la ceremonia pero ninguno de los asistentes pudo entrar en el santuario con los novios y tuvieron que seguir la ceremonia, que duró unos quince minutos, desde el jardín. Una multitud salió a las calles de Tokio a saludar a la pareja y se multiplicaron las ofrendas de arroz para rezar por el nacimiento de un heredero varón.
Luego de la ceremonia y los festejos, esa mujer joven, cosmopolita y preparada cruzó un portón y entró en otra era. No fue fácil adaptarse a eso que se veía Palacio pero se percibía jaula de oro. Esa joven que soñaba con convertirse en embajadora y que había obtenido la máxima calificación de su promoción en las pruebas de la carrera diplomática, se sintió una mariposa con las alas cortadas. En tiempo récord debió aprender los 500 rituales y actos de ofrenda en los que debía participar como miembro de la familia imperial. Cada día debía cumplir un rígido horario qué señalaba cuando levantarse y acostarse, siete cambios de quimonos diarios y a qué actos debía acompañar a su esposo. No tenía permitido salir del palacio sin autorización ya sea para visitar amigos, familiares, médicos o ir de compras. Modistas y médicos asistían al palacio y una lista de sus amigos marcó quienes fueron seleccionado para seguir frecuentándola.
Encerrada en el palacio y sus rigideces, la princesa recordaba la historia -nunca confirmada oficialmente- que asegura que una de las jóvenes a las que el príncipe le pidió matrimonio eligió suicidarse ante la presión de no poder rechazar al futuro emperador, pero tampoco escapar de la infelicidad de su destino.
La depresión comenzó a rondar a Masako hasta que la atrapó. Un artículo de la BBC News de 2006 señalaba que la princesa sufría un “trastorno de adaptación, relacionado con síntomas de depresión o ansiedad, resultado de su brusca transición de estilo de vida”. Un diagnóstico que definía las consecuencias del choque entre una mujer siglo XX y una institución medieval.
A la “princesa triste” como comenzaron a llamarla se le sumó la presión por tener un heredero varón. La estricta regla japonesa de primogenitura establece que solo los varones acceden al trono, las hijas no están incluidas en la línea de sucesión. Le prohibieron salir de viajes oficiales al extranjero porque su responsabilidad principal estaba en el Palacio y era… engendrar un hijo varón. Quedó embarazada por primera vez en 1999, pero a las semanas sufrió un aborto espontáneo. El 1° de diciembre de 2001, nació su hija, Aiko, la princesa Toshi, que nunca heredará el trono. Apenas cinco meses después se anunció que su tío, Fumihito, sería el heredero al Trono del Crisantemo.
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Ante la depresión de su esposa, Naruhito comenzó a acudir solo a casi todos sus actos institucionales, hace algunos años admitió públicamente que no creía que su esposa “pueda volver a cumplir de nuevo todas sus tareas públicas y privadas, aunque gracias a la terapia da los pasos en la dirección correcta”. Pese a las presiones familiares, Naruhito resistió los pedidos para que repudiara a su mujer y volviera a instalar el viejo sistema de concubinas reales que le permitieran engendrar a un heredero. Tampoco, se afirma, faltaron voces en los sectores más conservadores japoneses que le pedían a Masako que se suicidara siguiendo el antiguo harakiri de honor. Se lo proponían como un servicio al Estado para que el futuro emperador pudiera volver a casarse con una mujer adecuada.
El 1° de mayo de 2019, luego de que su padre, el emperador Akihito abdicara, Naruhito asumió el trono. Su esposa lo acompañó en algunos actos oficiales. Se reunieron con el entonces presidente Donald Trump y hablaron con él sin traductores, también realizaron un viaje oficial a Holanda, el primero juntos luego de siete años.
Hoy el matrimonio cumple 30 años, cuando nació su hija Aiko, Masako escribió un poema que decía Areideshi midorigo no inochi kagayakite (La vida de un recién nacido se vislumbra maravillosa). Más allá de lo difícil de su vida en esta jaula de oro, ella sabe que Naruhito la amó y la ama sin límite. Y que, a pesar de las rígidas tradiciones, cumplió con lo que le había prometido: ”Yo te protegeré mientras viva”.
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