Nacer con coronita -literal- implica algunos privilegios como crecer en palacios, vivir rodeados de asistentes que resuelven lo cotidiano y jamás tener que preocuparse acerca de cómo llegar con el sueldo a fin de mes. Ser un príncipe o una princesa también otorga inmunidad diplomática, pero no otorga inmunidad en los asuntos del corazón, como lo demostró Magdalena de Suecia.
Madeleine Thérèse Amelie Josephine Bernadotte es la tercera hija de los reyes Carlos XVI Gustavo de Suecia y Silvia. Como la más pequeña de la familia creció con los privilegios de sus hermanos mayores pero sin sus obligaciones. Desde chica mostró un temperamento alegre y divertido que provocaba la risa de su padre. Como esa vez que comenzó a sacar las monedas de su alcancía enumerando “un papi, dos papis, tres papis...”, refiriéndose a la efigie del rey que aparecía en ellas. También era la que menos entendía el “trabajo” de sus padres y se abrazaba llorando a sus piernas cuando partían a un viaje protocolar.
De adolescente demostró tener los mismos gustos que la mayoría de las chicas de su generación. Era fan de N´Sync y Backstreet Boys, y las Spice Girls y no se perdía ninguna película de Kevin Costner. Pero si el protagonista de El guardaespaldas era su fantasía, ella se convirtió en la fantasía de muchos adolescentes suecos. Al crecer desarrolló una belleza impactante e indiscutible. Con un metro setenta de altura, un cuerpo armonioso a base de no excederse en hidratos y practicar deportes y dos ojazos celestes de esos que entran en el rubro “faroles”: donde aparecía, impactaba. En 2002 dejó a medio planeta sin aliento cuando en una entrega de premios Nobel lució un vestido rojo escotado que la mostraba tan sensual como elegante.
Al terminar el secundario estudió un poco de todo. Realizó un curso de decoración de interiores, se interiorizó por la arquitectura, comenzó estudios en Historia del Arte y también de etnología. Además estudió idiomas, al sueco e inglés que hablaba con fluidez le agregó alemán y francés.
Con semejantes antecedentes pronto las revistas comenzaron a buscarle candidatos. Se habló del príncipe Felipe, pero por diferencia de edad era imposible y se barajó la posibilidad de que se enamorara del príncipe Harry pero nunca la relación pasó de buenos amigos.
Si los candidatos que le elegía la prensa eran imposibles, los que ella elegía eran desastrosos. El primer novio que se le conoció no fue un noble sino un heredero textil: Pierre Ladow. La relación se rompió cuando aparecieron fotos de ambos a los besos en un yate y con ella luciendo una diminuta bikini.
El siguiente romance fue con Erik Granath, amigo de su hermano. Pero la princesa demostró que una cosa era tener hermosos ojos y otra tener “buen ojo” para enamorarse. Granath resultó un verdadero chico malo. Su padre había hecho una fortuna como constructor y su hijo no se preocupaba mucho por conservarla. Según relata el portal Mujer hoy, al comenzar a salir con Magdalena acumulaba denuncias por agresión, consumo de sustancias, conducir alcoholizado y vandalismo al intentar romper las instalaciones de un restaurante. Mientras esperaba que se resolviera un juicio por haberle dado un cabezazo a otro chico de 21 años, en una salida en Londres con su novia, al ver a los paparazzi no se le ocurrió mejor idea que posar tomando groseramente uno de los pechos de la royal. El rey y la reina intervinieron y la princesa rompió su romance en 2002.
Fue entonces que apareció Jonas Bergström. Era abogado, era rico, era bello, era perfecto o eso parecía… Durante siete años estuvieron juntos, tanto que hasta convivieron en una granja. Aunque se lo veía siempre centrado y tranquilo Bergström no dudó en pelearse a las trompadas cuando se encontró con Granath -el impresentable ex de su novia- en un boliche de Estocolmo.
En 2009, durante un viaje a Capri el abogado le propuso matrimonio. Al volver del viaje anunciaron la boda frente a periodistas y fotógrafos. Magdalena lucía feliz su anillo de compromiso y desoía rumores de infidelidades. Parecía que llegaba el “fueron felices” pero todo estalló. Con las invitaciones a la boda ya enviadas y nueve meses antes de la ceremonia, el 20 de abril de 2010, la princesa anunció la ruptura del compromiso. No fue por “diferencias irreconciliables” sino por una traición imperdonable. La jugadora de handball Tora Uppstrøm Berg había relatado en el periódico sueco Se og Hør la noche de pasión vivida con Bergströrm, un año antes. Según afirmó, cuando se encontraron él no dijo realmente quién era y ella desconocía que se trataba del prometido de la princesa, por eso se animaba a contar su historia porque Magdalena “se merecía un hombre mejor que él”.
Ya sabemos que, como dice el dicho, “de los cuernos y de la muerte nadie se salva”. Pero si una traición duele, mucho más cuando toda una nación está pendiente de lo que pasó. Dicen que la princesa estaba dispuesta a perdonar al novio infiel, pero ante el escándalo sus padres impusieron su criterio y la convencieron para no retomar la relación. Magdalena decidió mudarse a Nueva York. “Un caso así como el que yo viví era muy privado, y que todo fuera aireado supuso un período difícil en mi vida. Creía que podía encargarme de ello, pero muchas cosas se me fueron viniendo encima”, admitiría en el periódico Dagens Industri y aclaró que había elegido esa ciudad porque “puedo pasear y ser anónima de una forma que en Suecia sería imposible”. Y algo de razón tenía, porque apenas la princesa partió en varios medios suecos se publicó que Berg no había sido la única amante del ex candidato ideal. También habría tenido un idilio con una compañera de empresa.
Ante semejantes tropezones en el amor, se podría pensar que Magdalena diría “basta para mí”, pero no. Al poco tiempo de estar en Nueva York en una cena conoció a Chris O’Neill, un financista ocho años mayor, hijo de la socialité alemana Eva Maria y el banquero Paul O’Neill. A comienzos de 2012, aunque no estaban casados, la pareja se mudó a un piso en Manhattan, pero nadie se escandalizó: al fin de cuentas ya estamos en el siglo XXI. En octubre de 2012 anunciaron su boda para el 8 de junio del año siguiente. “Somos muy felices. Es un día muy especial para nosotros”, dijeron.
El día de la boda todos aguardaban ver a la princesa más linda de Europa, pero minutos antes de entrar a la capilla del Palacio Real de Estocolmo donde se realizaría la ceremonia, la novia vivió un momento de pánico. No fue por dudas sobre el candidato, ni enterarse de infidelidades o antecedentes delictivo. Nada de eso. “Me puse el vestido de novia y oía las campanas de la iglesia cuando vi que me quedaba demasiado grande. ¡Enorme! Me sentí un poco como la Cenicienta, porque Valentino trajo con él a varios costureros italianos que corrían como pequeños ratones cosiendo y arreglándolo todo. Papá me esperaba en la puerta y era paciente... Por suerte se arregló en el último segundo”, contó risueña después.
A la ceremonia asistieron 350 invitados y se celebró en sueco e inglés. Marie Fredriksson, cantante de Roxette, cantó durante la ceremonia una canción sueca: Ännu doftar kärlek (Todavía huele a amor). La celebración duró 45 minutos y al terminar, los novios pasearon en carroza ante la multitud que los saludaba.
Días antes de la boda, O’Neill anunció que renunciaba a cualquier rango real o título nobiliario como consecuencia de su boda. “No tengo ningún deseo de hacerme famoso ni de beneficiarme de manera alguna en mi vida profesional de mi matrimonio. Estoy loco por Magdalena, esto es todo. Al final, tendré que aprender a vivir con ello”, explicó en una entrevista, donde además dijo que conservaría su nacionalidad británico estadounidense y seguiría trabajando en sus firmas de inversión. “No es que me haya visto obligado a pelear para preservar mi independencia, fue algo que discutimos con los padres de Magdalena en una etapa temprana y nunca tuvieron ninguna objeción”, cerraba.
El matrimonio tuvo tres hijos: Leonore, Nicolás y Adrianne y sus padres renunciaron a cualquier tipo de tratamiento o privilegio real para ellos. Lo que podría haber sido un antecedente del “Megxit”, cuando Meghan Markle y Harry dejaron la monarquía británica contrastó por las diferencias. Es que el británico y la actriz estadounidense sí querían que su primer hijo, Archie, disfrutara del tratamiento de príncipe y del título de Earl of Dumbarton que le correspondía por un pequeño detalle: los títulos implican ingresos económicos. Los suecos renunciaron no solo a los títulos, también al presupuesto.
Después de su boda y hasta el nacimiento de Leonore, el matrimonio vivió en Estocolmo. Luego se mudaron a Londres y después con sus hijos fijaron residencia en Estados Unidos. Si se los criticaba por no asistir juntos a eventos protocolares, él explicaba: “Cuido a mi familia y pongo la comida en la mesa. Mi trabajo no me permite decidir si puedo acudir a un evento de la agenda oficial con un mes de antelación: tengo negocios y mis clientes exigen mi tiempo”. Por eso, se ufanaba que cada vez que viaja a Suecia paga el pasaje de avión de su bolsillo y sin costos para los contribuyentes suecos.
En marzo de este año, Magdalena anunció que después de diez años de vivir en el extranjero se instalaría con su marido y sus hijos en su país natal. Aunque no hubo una explicación oficial por la decisión se cree que se relacionaba con el deseo que sus hijos estudiaran en colegios suecos y que pudieran disfrutar más de sus abuelos maternos. Con cuarenta años y una sonrisa de mujer feliz, alguna vez Magdalena reflexionó sobre su “huida” a Nueva York. “En ese momento necesitaba un cambio y alejarme de Suecia. Debo decir que estoy agradecida por lo sucedido porque de lo contrario no hubiera conocido a Chris, un hombre increíble” y cerró con un “todo sucede por una razón. Realmente lo creo”. Y es imposible desmentirla.
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