Dicen que aquel 17 de mayo de 1971, el entonces despachante de aduana Jorge “Coqui” Zorreguieta lloró de alegría cuando el obstetra le anunció que su mujer, María del Carmen Cerruti Carricart había tenido una beba. Tenía tres hijas de su matrimonio anterior con Martha López Gil y estaba ilusionado con la llegada de un varón que diera continuidad al apellido, pero apenas vio a Máxima, su deseó mutó a profunda alegría. Él y su esposa sabían que esa beba era la confirmación de su amor, lo que no sabían es que esa beba sería adorada por un pueblo que no era el propio y que además la consagraría como su reina. Hoy Máxima, reina de los Países Bajos, cumple 52 años mientras prepara a su hija Amalia no solo para heredar el trono sino y sobre todo para ser una mujer feliz.
Cuando Máxima nació, la unión de sus padres fue mirada con recelo. No solo porque Jorge “Coqui” Zorreguieta le llevaba a su mujer María del Carmen Cerruti Carricart 15 años, también porque en tiempos sin divorcio legal, él era separado y padre de tres hijas. Los Cerruti Carricart hicieron notar su descontento. Pasó más de un año sin que la abuela de Máxima les permitiera sentarse a su mesa, una tensión que empezaría a aflojarse cuando, en junio de 1970, la pareja se casó vía Paraguay ya que en la Argentina el divorcio era ilegal.
El nacimiento de Máxima logró finalmente que sus abuelos Cerruti le dieran un voto de confianza a su padre y que sus hermanas mayores visitaran más seguido su nueva casa. Sin saberlo y sin proponérselo, Máxima con su alegría no impostada y su sonrisa contagiosa lograba que todo fluyera. Con el tiempo no sólo profundizaría esa característica, además lograría que un príncipe se enamorara de ella y que su futura suegra “que no sonreía desde tiempo inmemorial” según afirmaba su hijo, sonriera.
De la infancia y adolescencia de Máxima se sabe poco. Estudió en el exclusivo colegio Northlands, pero aunque no sufrió acoso escolar siempre fue “la distinta”, por ser hija de una familia ensamblada, y también por las enormes diferencias económicas con sus compañeras. No pasó dificultades pero en su casa no se “tiraba manteca al techo”. Quien hoy da “cátedra de estilo” y está considerada una de las figuras más elegantes de la realeza europea, transcurrió su infancia y su adolescencia vestida con ropa heredada de sus hermanas.
Su mezcla de espontaneidad y distinción fue la que enamoró a Guillermo de Orange cuando le lanzó el ya famoso “You’re made of wood” (“Sos de madera”), dicho entre risas cuando bailaron en una fiesta en la Feria de Sevilla en 1999.
Cuentan que al conocerla, la reina Beatriz quedó fascinada pero le advirtió: “Tu amor por Guillermo también deberá reflejarse en el respeto al protocolo, que establezco yo”, mientras el padre del novio, el príncipe Claus, le recomendó que aprendiera el holandés. La casa real neerlandesa la recluyó durante dos meses en un pueblito belga, no por temor a que se fugara sino para formarla. Aunque dominaba el inglés, francés y algo de alemán, Máxima aprendió a hablar y escribir con fluidez en holandés, y conocer y recordar cada hecho dramático o heroico del antiguo reino. Se convirtió en neerlandesa en tiempo récord.
Con una gran inteligencia, Máxima comprendió que lo que de ella enamoró a Guillermo también enamoraría a su nueva nación. Por eso bajo la batuta de la aristócrata Ottoline Gaarlandt aprendió todo lo que debía saber de protocolo, costumbres e historia de su país de adopción, pero no olvidó sus orígenes ni su espontaneidad. El 2 de febrero de 2002 después de vencer obstáculos, la pareja se casó en una ceremonia imponente. Su vestido de novia mostró cómo ella era. Diseñado por Valentino Garavani era tan sencillo como sofisticado. De color marfil con mangas francesas y cuello redondo con apenas dos elegantes apliques de encaje en los laterales de su amplia falda era de una belleza tan evidente que ese año los diseñadores de trajes de novia contaban que se multiplicaban los pedidos de “un vestido como el de Máxima”.
Adaptándose a lo que debía pero sin perder su alegría, Máxima se convirtió en el miembro más querido de la Casa de Orange. Sus ya muchos biógrafos coinciden en los adjetivos: “Fresca, glamorosa, graciosa, desenvuelta, simpática, respetuosa de los protocolos, ubicua ante los diplomáticos extranjeros (jamás opina sobre lo que cree que no le incumbe), y a diferencia de otras reinas o futuras reinas, “de una sencillez apabullante”, según ciertos modistos de renombre. Por eso, cuando la reina Beatriz consideró que sus entonces 75 años eran suficientes como para pasar a un segundo plano y abdicó en favor de su hijo Guillermo Alejandro, no hubo dudas ni cuestionamientos sobre el rol de Máxima como reina consorte.
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En este camino no todo fue glamour, protocolo y alegría. El 17 de febrero de 2012, Friso, el hermano del príncipe Guillermo, experto esquiador fue sorprendido por una avalancha y quedó atrapado bajo la nieve durante 20 minutos. Lo llevaron al Hospital Universitario de Innsbruck, donde ingresó en estado de coma y con graves daños cerebrales. En marzo fue traslado al hospital Wellington de Londres, la reina Beatriz viajaba todos los fines de semana a visitarlo. Luego de varios meses sin cambios se decidió trasladarlo al palacio de Huis ten Bosch, una de las residencias oficiales de la monarquía holandesa, donde siguió bajo los cuidados de un equipo médico. El 12 de agosto del año 2013 el príncipe murió. Fue Máxima quien se encargó de sostener a su suegra y acompañar a su marido.
La muerte preparaba otro golpe letal para esa reina de sonrisa eterna. El 6 de junio de 2018, su hermana Inés, la más mimada y cuidada por ella, la elegida como madrina de Ariadna, su última hija, terminó con su vida. Atravesaba una profunda depresión.
El viernes 8, Máxima, su marido y sus hijas vinieron a despedir a Inés y por unos días suspendieron sus actividades oficiales. Un comunicado explicó que Máxima estaba “muy conmocionada y triste”. En el entierro no lloró en público pero conociendo el amor de su hermana por la música entonó dos canciones en inglés.
Dos semanas después retomó sus compromisos. “Mi pequeña, dulce y talentosa hermana Inés también sufría de una enfermedad. No pudo encontrar felicidad. Y no pudo curarse. Es un pequeño consuelo saber que finalmente ha dado con algo de paz”, expresó apenada pero contenida. Desde entonces Máxima se animó a poner en palabras lo que muchos temen: la salud mental. Sabiendo que muchos la toman como ejemplo reconoció hace un tiempo que necesitó ir a terapia con un psicólogo y que ella no es la única de la familia que ha necesitado esta ayuda. También sus hijas mayores, Amalia y Alexia fueron a terapia.
Para ayuda a jóvenes que atraviesan problemas de salud mental se convirtió en presidenta de honor de la Fundación Mind Us. Valiente, sincera y humana se animó a contar por qué aceptó presidir la fundación. “Mi motivación para participar es muy personal. Tiene que ver con mi búsqueda tras la muerte de mi hermana Inés, hace cuatro años en junio”, declaró para continuar con su relato “Cuando ella murió, tenía treinta y tres años… entonces te inundan muchos sentimientos. Tristeza, pérdida, impotencia. Su muerte despertó muchos sentimientos. Y una y otra vez la pregunta: ¿podríamos haber hecho más?”, ha comentado la Reina. “Pronto me di cuenta de que no estaba sola. Escuché a muchas personas que habían pasado por lo mismo con un familiar o un amigo. ¿Cómo puedes realmente ayudar a alguien con problemas mentales? Muchas personas luchan con eso cada día”.
Hoy Máxima se encuentra ante un nuevo desafío. Preparar a Amalia, su hija primogénita, para convertirse en un futuro en reina de los Países Bajos. El desafío es mayor, no tanto por lo que implican enseñarle los deberes protocolares o su responsabilidad, sino que -como toda mamá- lo que más desea es que su hija sea feliz. Y el problema es que para ser feliz ayuda poder elegir lo que uno quiere ser y no obedecer a un destino marcado. Por eso, Máxima se ocupó y preocupó para que Amalia tuviera una vida común dentro de un destino excepcional.
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La primogénita asistió a una escuela pública en donde fue tratada como una más aunque por su alta capacidad la adelantaron un año. La secundaria la terminó con honores –cum laude– en el instituto cristiano Sorghvliet, donde se especializó en Economía y Sociedad. En ese colegio, al que también fue en bicicleta durante seis años desde el palacio de Huis Ten Bosch, a donde se mudaron tras la entronización de sus padres, en 2013, también la protegieron del mundo exterior: sus compañeros fueron instruidos para no subir a redes fotos de la princesa.
Todos los años, con sus padres y hermanas posaba para los retratos oficiales. Las chicas se convirtieron en expertas en participar en esas sesiones y admiraban a todos por su buena predisposición, sin caprichos de “princesas”, pedidos insólitos o gestos soberbios. Sin embargo, ni siquiera eso pudo evitar que hasta grandes medios la convirtieran en objeto de bullying y body-shaming al que ella nunca respondió.
Todo cambió con el cumpleaños 18 de Amalia que pasó a cumplir funciones oficiales como miembro del Consejo de Estado. Su primera decisión sorprendió por sabia y prudente. Le envió una carta manuscrita al primer ministro de su país, Mark Rutte, por la que renunció a los 296.000 euros anuales que le correspondían por derecho en concepto de gastos de representación, oficinas, personal, seguridad por el tiempo que se prolonguen sus estudios. Gesto que sin dudas fue avalado por sus padres.
Pero si alguien precisaba la confirmación de que Máxima es la perfecta mentora de su hija como futura reina fue el viaje protocolar que hicieron por las islas caribeñas, ex colonias de los Países Bajos. El primero de Amalia como heredera a la corona de la Casa Real de Orange-Nassau.
El viaje duró del 27 de enero al 9 de febrero y allí madre e hija dieron muestras no solo de carisma y complicidad también que se puede ser feliz cumpliendo deberes reales. Así se las vio conociendo historia y tradiciones de cada lugar que visitaron e incluso Máxima sorprendió bailando al ritmo de la música tradicional, también mostraron su interés por causas sociales como el medioambiente o el desarrollo de la economía regional. Asistieron a 70 actividades oficiales en apenas 14 días.
Dicen que otra de las razones por las que Guillermo se enamoró de Máxima fue porque ella le hizo descubrir y revalorizar su destino de rey. Que él lograra ver a esa corona heredada no con resignación sino con serenidad y aprendiendo a disfrutar de sus responsabilidades. Por lo que se vio en la gira por las islas caribeñas, lo mismo está logrando Amalia. Quizá por eso la primogénita asegura que, si su padre muriera repentinamente, le pediría a su madre que ocupara el trono. Mientras Máxima celebra un nuevo cumpleaños y lo festejará como seguramente lo festejamos todos: al lado de la gente que queremos y nos quiere, tengan coronita o no.
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