El 30 de abril de 2013 debe haber sido crucial para muchas personas. Ese día nacieron muchos niños y fallecieron muchos abuelos. Muchos universitarios se recibieron, matrimonios se divorciaron, personas se enamoraron, pero entre esos muchos hechos que cambiaron la vida de muchos, hubo uno que atrajo la atención por lo inusual e histórico. Guillermo Alejandro de Orange-Nassau se convertía en rey de los Países Bajos y Máxima Zorreguieta, su esposa desde hacía once años, era ungida como reina consorte: por primera vez una argentina sería monarca de una corona europea. Al verla avanzar por el pasillo de Nieuwe Kerk, serena, elegante y perfecta en un diseño del holandés Jan Taminiau y luciendo la tiara de diamantes y zafiros que el rey Guillermo III le regaló a la reina Emma en el SXIX parecía que había nacido para ocupar ese destino de reina. Sin embargo, debió recorrer un largo y rígido camino, hasta llegar a ese momento.
Cómo se conocieron
Del romance entre la plebeya argentina y el príncipe heredero a la corona de los Países Bajos se ha escrito mucho. Se sabe que se conocieron en una fiesta en la Feria de Sevilla en 1999. Que ella vivía en Nueva York y trabajaba en un banco y que a él no le entusiasmaba su futuro trabajo de monarca. Pero esa noche cuando él la invitó a bailar y ella luego de los primeros pasos le lanzó con alegría y desparpajo un: “You are made of wood” (sos de madera), lejos de enojarse quedó encantado con esa latina, espontánea, divertida y dueña de la sonrisa más encantadora del planeta. Cuentan que al conocerla, la reina Beatriz quedó fascinada pero le advirtió: “Tu amor por Guillermo también deberá reflejarse en el respeto al protocolo, que establezco yo”, mientras su marido, el príncipe Claus, le recomendó que aprendiera el holandés. Del dicho al hecho no hubo un largo trecho, la casa real holandesa la recluyó durante dos meses en un pueblito belga, no por temor a que se fugara sino para formarla. Aunque dominaba el inglés, francés y algo de alemán, Máxima tuvo que aprender a hablar y escribir con fluidez en holandés, y conocer y recordar cada hecho dramático o heroico del antiguo reino. Se convirtió en holandesa en tiempo récord.
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El 2 de febrero de 2002 después de vencer obstáculos, la pareja se casó en una ceremonia que dio vuelta al mundo. Ese sí le había acarreado muchos no. A su boda asistieron más de dos mil invitados, pero Máxima solo pudo invitar a sesenta, no estuvo presente su padre funcionario en la dictadura militar, no renunció al catolicismo pero aceptó una ceremonia según el calvinismo.
Desde su primera aparición pública en el palacio de Noordeinde en La Haya, el 30 de marzo de 2001, hasta su unción como reina doce años después, Máxima mostró un rutilante cambio de estilo sin perder su esencia. Como relata el libro Máxima, la construcción de una reina, de Rodolfo Vera Calderón y Paula Galloni, para la primera presentación “eligió un sencillo vestido de terracota apenas adornado con un broche del lado derecho y que al parecer era un par de tallas más grande. Para los conocedores de protocolo fue un hecho calamitoso, porque el broche en forma de flor que lució estaba ubicado de manera incorrecta”. Fue un primer error, no los volvió a cometer.
El mail del escándalo
Con una gran inteligencia, Máxima comprendió que lo que de ella enamoró a Guillermo también enamoraría a los holandeses. Por eso bajo la batuta de la aristócrata Ottoline Gaarlandt aprendió todo lo que debía aprender de protocolo, costumbres e historia de su país de adopción, pero no olvidó sus orígenes ni su espontaneidad. En el 2003 hubo un mini escándalo que sin embargo, mostró como nunca que ella seguía siendo ella. Se difundió un email donde la entonces princesa le anunciaba a sus amigos y familiares argentinos que estaba embarazada y pedía “No lo carguen, siempre va a ser un bicho de otro pozo que no va a cazar ni una!!!! (sic). Imaginen cuando sus hijos les digan: “pero mami, habla raro!!!” Espero que no se venga con aires de principito/a... lo estrolo contra la pared. (sic) Millones de besos, Alex & Max.”
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El texto provocó un mini escándalo. El verdadero y real porque el mail privado de la princesa había sido hackeado. El segundo todavía provoca risa. Muchos dudaban de su veracidad porque se preguntaban cómo una princesa escribiría de un modo tan coloquial. Lo malo no fue el mail sino sus consecuencias: a partir de ese momento se aumentaron las normas de seguridad sobre su privacidad.
De su estética, Máxima algunas cosas no aceptó cambiar. Conservó el largo de su pelo y sus mechas rubias algo que asombraba a los holandeses, acostumbrados al rubio que dan los genes y no las tinturas.
Conocedora que cada una de sus salidas serían sometidas a un riguroso escrutinio de su forma de vestir, decidió que la moda sería una forma de mensaje donde quedaba claro su rol y posición. En cada una de sus apariciones suele utilizar prendas muy llamativas pero que le quedan perfectas. Se anima a los colores, las joyas impactantes y los sombreros originales. Dicen que al principio le costó entender el estilo austero de su suegra, la reina Beatriz. Con el tiempo se fue “profesionalizando”. Muchas veces cuando elige un diseño pide que le tomen una foto para comprobar si luce bien en cámara porque lo que le queda bien a una modelo no siempre le queda bien a una royal o lo que luce adecuado para una gala queda desubicado en la visita a un hospital.
Máxima, cerca del pueblo
Adaptándose a lo que debía pero sin perder su alegría, Máxima se convirtió en el miembro más querido de la Casa de Orange. Sus ya muchos biógrafos coinciden en los adjetivos: “Fresca, glamorosa, graciosa, desenvuelta, simpática, respetuosa de los protocolos, ubicua ante los diplomáticos extranjeros (jamás opina sobre lo que cree que no le incumbe), y a diferencia de otras reinas o futuras reinas, “de una sencillez apabullante”, según ciertos modistos de renombre.
Espontánea, muchas veces sus gestos la delatan. A la hora de las risas o de las lágrimas, es difícil no captar sus momentos y eso la vuelve más cercana a su pueblo. A diferencia de otras reinas que parecen cumplir su función con resignación, Máxima conoce su rol y lo ejerce con destreza y además alegría. Pasa con soltura de las galas, joyas y coronas al tailleur, los chalecos y las zapatillas de goma, de imponentes galas y eventos a visitas oficiales a centros médicos y distintas fundaciones.
Cuando la reina Beatriz consideró que sus entonces 75 años eran suficientes como para pasar a un segundo plano y abdicó en favor de su hijo Guillermo Alejandro, no hubo dudas ni cuestionamientos sobre el rol de Máxima como reina consorte. Hace hoy diez años más de 800.000 personas inundaron los canales y plaza de la ciudad para el evento. Vestían con los colores de la corona de la cabeza los pies y el merchandising se vendía en cada esquina; hubo bailes de puertas abiertas en todas las cuadras y en pequeñas embarcaciones en los canales; el humo anaranjado cubrió la zona roja, las hordas de bicicletas y los smoking bars. Y si con eso no alcanzaba, vendedores ambulantes ofrecían pelucas y gafas naranjas para entender la realidad con el color local. Amsterdam era una fiesta.
A las 9 comenzó la ceremonia oficial de entronización de Guillermo-Alejandro en la medieval Nieuwe Kerk, la misma donde se había casado con Máxima, hacía poco más de once años. Vestido de frac y cubierto de un manto de armiño, el príncipe, de 46 años, juró “ante los pueblos del Reino observar y respetar siempre el Estatuto del Reino y la Constitución”. Tras el juramento, fue oficialmente investido Rey por el país y los caribeños estados de Aruba, Curazao y Sint Marteen, antiguas colonias de Holanda. A diferencia de los británicos y en ausencia de una iglesia estatal, los monarcas holandeses no cuentan con nadie que les coloque la corona en la cabeza del rey o la reina. Por eso, la corona descansa sin estrenar junto al monarca durante la investidura.
A su lado, Máxima dejó a todos atónitos con un vestido confeccionado en gasa del diseñador holandés Jan Taminiau. Era azul cobalto un color asociado en la Antigüedad al infinito, la inmortalidad y la realeza. Lo completó con una capa del mismo color y lució una tiara de zafiros. Avanzó a paso firme sin dejar de sostenerle la mano a Guillermo Alejandro, que acababa de jurar en la Reunión Plenaria de los Estados Generales y todo sin perder de vista a Amalia, su hija mayor –vestida también de azul, igual que sus hermanas, Alexia y Ariane–, y primera desde ese día en la línea sucesoria tras el accidente del príncipe Friso un año antes.
Después de la ceremonia solemne, Máxima y Guillermo con sus tres hijas dieron un paseo en barco de dos horas escoltados por 250 embarcaciones y tres barcos de invitados. A la noche hubo una cena de gala en honor del nuevo monarca.
Desde entonces Máxima y Guillermo llevan diez años representando la corona de los Países Bajos. Una década que empezó con optimismo y popularidad, pero en la que últimamente aumentó el escrutinio a la monarquía, con una fuerte caída de la confianza. En el día de su coronación, casi un 80 % de los neerlandeses estaban a favor de la monarquía, pero diez años después, solo el 55 % la apoya. La debacle empezó con la COVID-19, cuando los reyes se fueron de vacaciones a Grecia en plenas restricciones a los viajes, lo que causó tal alboroto en Países Bajos, que tuvieron que volver a La Haya nada más aterrizar en tierras helenas y pedir disculpas públicas.
Máxima, sigue contando con más confianza que el rey, con un 64 % de respaldo, pero en 2020 tenía la confianza de más del 80 % de la población. Los encuestados sí creen que Máxima es un valor añadido para la monarquía y, sobre todo, para los diez años de reinado de Guillermo Alejandro. A pesar de la baja en su popularidad, Máxima no solo se ganó el respeto y cariño de su pueblo, también se convirtió en todo un ejemplo a seguir por casas reales vecinas y una nueva generación de mujeres. Porque ya se sabe que “todo cargo es una carga” y ella lo sabe y lo asume, más de un británico debe pensar ¿por qué no se lo enseñó a Meghan?
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