El próximo 6 de mayo el rey Carlos III avanzará por el pasillo de la Abadía de Westminster para ser coronado. El arzobispo de Canterbury colocará en su cabeza la Corona de San Eduardo, una pieza de oro del año 1661 compuesta por 2868 diamantes, 17 zafiros, 11 esmeraldas, 269 perlas y 4 rubíes. Luego le entregará un cetro enjoyado y un orbe de oro. Entre tantas joyas, Carlos sentirá que el verdadero tesoro se encuentra a su lado: Camilla Rosemary Shand, su esposa. Esa mujer que conoció hace 51 años y con la que hoy celebran 18 años de matrimonio. Esa mujer que fue amiga, amante, novia, concubina y finalmente esposa; que fue la más odiada de Gran Bretaña y que pronto será su reina.
De la historia de Carlos y Camilla se ha escrito tanto, que es más lo que se sabe que lo que no. Se conocieron en 1970. Carlos tímido, recatado –para algunos aburrido- quedó encantado con esa joven de belleza discreta pero con la que compartía la pasión por la caza, el polo, la cultura y la jardinería pero sobre todo que lo hacía reír y sentir un hombre normal. Se transformaron en “amigos con derechos”. Él solía visitarla en su departamento del barrio de Belgravia y ella en su mansión de Broadlands. Lo que parecía una relación fugaz se convirtió en un vínculo fuerte. Se enamoraron, pero no se casaron.
Las versiones por las que no pasaron por el altar fueron muchas. Que ella prefería la libertad de ser plebeya a la jaula de oro que sentía sería Buckingham. Que a Carlos tanto su padre como su influyente tío Lord Moundtbatten lo presionaban para que buscara a una mujer más fácil de moldear según las necesidades de la Corona. Que Camilla era millonaria pero no aristócrata. Confundido, en enero de 1973, Carlos se embarcó por ocho meses con la Royal Navy. En marzo recibió una carta: su amigovia le avisaba que se casaba con Andrew Parker Bowles, de quien heredó el apellido. Carlos quedó destrozado. “Teníamos una relación tan agradable y bonita”, le escribió a su tío, Lord Mountbatten. “Yo pensaba que duraría para siempre”. En ese momento fue deseo, el tiempo lo transformaría en profecía.
Lo que en la relación parecía un punto final solo fue un punto y aparte y se transformó en la gran novela de la corona británica. Carlos encontró a una mujer “adecuada” para casarse: Diana Spencer. Tuvieron una boda de sueño y un matrimonio de pesadilla. Se casaron en 1981, se separaron en 1992 y se divorciaron oficialmente en 1996. En el medio tuvieron dos hijos e incontables peleas. En una fiesta, Diana se enfrentó a Camila y le gritó ‘Sé lo que pasa entre Carlos y tú, y solo quiero que lo sepas’. Diana comenzó a tener amantes, su marido siguió con su única amante.
La novela lejos de llegar a un final sumaba capítulos. Difusión de conversaciones hot entre el príncipe y su amante, la princesa contando por televisión que vivía en un matrimonio de a tres y su marido admitiendo ante las cámaras, que sí que había engañado a su esposa. Los escándalos se sucedían y había una clara ganadora. El “Team Diana” superaba y por abrumadora mayoría al “Team Carlos”. Los británicos eran incondicionales a su “reina de los corazones”. Camilla se convirtió en la persona más odiada del Reino Unido. La tildaban de bruja, roba maridos y rottweiler entre otros calificativos todos odiosos, ninguno empático.
De ese tiempo cuando su nombre ocupaba todos los tabloides y le llegaban cartas amenazantes a su casa, Camilla recordaría “Me sentía prisionera en mi propia casa. Fue horrible”, especialmente por el hecho de que “no tenía dónde ir” debido a que fuese donde fuese la señalaban con el dedo. Este dolor fue tan infinito que aún hoy asegura que “no se lo desearía ni a mi peor enemigo”.
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En 1995 Camila decidió divorciarse de su esposo. Al año siguiente Carlos dejó a Diana. ¿Coincidencia, hartazgo, casualidad? Algo de eso o todo eso junto. Parecía que por fin los amantes malditos podrían estar juntos. Pero el 31 de agosto de 1997, Diana murió en un accidente de coche en París y se transformó en mito. Los británicos se solidarizaron con el príncipe que se tuvo que hacer cargo de dos preadolescentes, pero como ex esposo no lo perdonaron. Camilla y Carlos dejaron de ser amantes para pasar a novios clandestinos. Recién en 1999 hicieron su primera aparición pública juntos en la fiesta de cumpleaños de la hermana de Camilla.
El 9 de abril de 2005, ocho años después de la muerte de Diana y 35 después del primer encuentro, los amantes malditos, los novios secretos pudieron casarse. El día de su casamiento, no hubo representación de monarquías extranjeras, ni de autoridades del Estado. Solo una pareja, él tenía 56 años y ella 57, genuinamente enamorada.
Ese mismo día, Camilla anunció que cuando su ahora marido ascendiera al trono, ella no asumiría el título de reina consorte, sino que se la conocería como la princesa consorte. Rechazó el título de princesa de Gales y prefirió el de duquesa de Cornualles de menor jerarquía, pero también una muestra que no deseaba ocupar el lugar de Diana ni quería que se la olvidara.
Desde entonces, con mucha paciencia, discreción pero sobre todo con la certeza que su amor era del bueno, Carlos y Diana fueron revirtiendo la imagen de malvados infieles por la de una pareja que fue víctima de rígidas normas protocolares y de una moral de época. La esposa de Carlos logró dejar de ser vista como la amante para ser considerada una figura central de la familia real británica. De a poco tabloides y británicos dejaron de considerarla una malvada bruja para ver en ella lo que enamoró a Carlos. Descubrieron a Milla, como llaman sus amigos, una dama segura, alegre y amigable, que se entretiene con los shows de baile (como el reality británico Strictly Come Dancing), a la que le gusta cocinar (su pollo al horno es legendario), siente debilidad por sus nietos y adora a sus compañeros de cuatro patas Bluebell y Beth (dos terriers Jack Russell rescatados). Pero sobre todo, una mujer que ama en las buenas y en las malas a Carlos, el nuevo rey de Inglaterra.
El monarca se muestra orgulloso con esa compañera elegida, que a los 60 años en vez de planes jubilatorios se encontró con una agenda llena de compromisos. Ella, lejos de escaparle a sus obligaciones es una gran trabajadora que patrocina más de 90 organizaciones benéficas, que apoyan causas relacionadas con las artes, el feminismo, la violencia doméstica, el cuidado del planeta y las agresiones sexuales, todo sin olvidar su tarea como presidenta en la Sociedad Nacional de la Osteoporosis. En los eventos oficiales se suele ver a la pareja sonriendo y tomados de la mano, genuinamente contentos y no obligados para la foto. Ella apoya pero nunca eclipsa la figura de Carlos, le facilita su tarea y sobre todo le da un toque de cercanía y humanidad a ese hombre que nació con su destino marcado.
Uno de los grandes méritos de Camilla es que logra cambiar el malhumor del ahora rey Carlos por carcajadas. Según un relato The Duchess, the untold story escrita en 2017 por Penny Junor, una mañana Carlos se quejaba porque tenía que participar en un torneo de golf donde a cambio le entregarían un cheque por 250 mil libras para su fundación. “Teniendo en cuenta que vas a estar ahí unos 14 minutos y que te van a dar un cuarto de millón de libras, es probablemente un caché más alto que el de las Spice Girls (la banda se encontraba en pleno apogeo)”, le respondió ella con el típico humor inglés. Carlos lanzó una carcajada y su mal humor se esfumó.
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Según cuentan los primeros en pasar al “Team Camilla” fueron todos los asistentes de Carlos ya que su esposa es la única que logra calmar sus legendarios enojos. El personal destaca que la futura reina no tiene delirios de grandeza y sigue comportándose de manera muy cálida, sin perder su humanidad. Por eso no temió guiñarle un ojo a los periodistas mientras posaba junto al entonces presidente Donald Trump y su esposa. Cuenta con un “arma secreta” que desarma a Carlos: una risa muy contagiosa. Cuando algo la hace reír y según aseguran todo la hace reír, larga una carcajada que es imposible no seguir. Así se la vio en plena gira por Nueva Zelanda. Un abejorro se posó en la pierna de Carlos y él gritó asustado mientras ella largaba una catarata de carcajadas o cuando ambos tuvieron un incontrolable ataque de risa durante una actuación tradicional de los nativos Inuit en 2017, en Canadá. Ningún memorioso recuerda a Carlos divirtiéndose así con Diana.
Los que conocen a Camilla aseguran que jamás le interesaron ni los títulos ni la relevancia institucional ni los honores ni el boato pero se enamoró de un hombre que vive en un palacio y que de príncipe pasó a rey. Por eso desde el principio dejó un punto muy claro. Lo acompañaría en todo pero sin descuidar ni a sus hijos ni a sus nietos. Por eso, en la coronación logró imponerse como abuela y sus cinco nietos serán los encargados de sostener el palio en el momento en el que sea ungida como monarca, un papel que tradicionalmente desempeñaban las duquesas.
La mismísima reina Isabel cambió la percepción que tenía de su nuera. Cuando la duquesa se casó con el príncipe de Gales en el año 2005, la casa real dejó claro que llevaría el título de Princesa Consorte, un título de conveniencia en un momento en que la duquesa gozaba de menos popularidad en las encuestas. Pero al celebrar sus 70 años en el trono, en un mensaje escrito, Isabel le agradeció a la nación la “lealtad y el afecto” que había recibido durante su largo reinado. Para cerrar con un deseo que fue orden “cuando, en la plenitud del tiempo, mi hijo Carlos se convierta en Rey, sé que le darán a él y a su esposa, Camila, el mismo apoyo que me han dado a mí; y es mi sincero deseo que, cuando llegue ese momento, Camila sea conocida como Reina Consorte mientras continúa su propio servicio leal”.
No fue solo una expresión de deseos sino algo que comienza a hacerse realidad. Las invitaciones a la coronación especifican que es “de sus majestades el rey Carlos III y la reina Camilla”. La redacción omite la palabra “consorte” y según una explicación que publicó el Daily Mail es porque “en los primeros meses del reinado de Carlos tenía sentido referirse utilizar el ‘consorte’ para distinguirla de la reina Isabel, pero ya no es necesario”.
Con 18 años de matrimonio y la serenidad que da el haber atravesado y sobrevivido a muchas y graves tormentas hoy, Carlos y Camilla pueden sentir que aunque tardó bastante, al fin parece cumplirse eso de “fueron felices y comieron perdices”.
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