Si a algún desprevenido se le preguntara quiénes son los hijos de la reina Isabel casi que con seguridad no tendría problemas en nombrar a Carlos. El primogénito es el más conocido no solo por ser el sucesor de su madre sino también por sus escándalos con Lady Di y su eterno amor por Camila. En segundo lugar, y aunque sea el tercero, aparecerá el nombre de Andrés, que pasó de príncipe encantador a hombre defenestrado por sus despilfarros económicos y delitos sexuales. En tercer lugar, surgirá el nombre de Ana, que nació segunda pero era la favorita de su padre. Pero al nombrar al cuarto y último hijo de la monarca, más de uno no recordará ni su cara. Eduardo, que hoy cumple 59 años, es un príncipe discreto que transitó pocas turbulencias y que creció sintiéndose “solo y desplazado”.
La escena es entre triste y patética. Eduardo cumple años y desayuna con su madre, la reina Isabel. Es un niño pequeño y se ilusiona con el encuentro. Les sirven el té, dulces, pero su madre apenas conversa con él. No hay tarjeta de felicitación, ni regalo, ni siquiera un saludo especial. El desayuno termina, el niño se va con una tristeza de esas que atraviesan el alma. Al ver su pena, un ayudante se acerca a la monarca y con más temor que timidez le recuerda la fecha. Isabel comprende su error, pero lejos de correr a abrazarlo solo lo llama por teléfono y le dice apresuradamente “feliz cumpleaños”. A la tarde le enviará un regalo que mandó a comprar también a las apuradas.
El cuarto hijo de la reina creció sintiendo que no tenía un lugar en la familia. Carlos, aunque de personalidad anodina, era el heredero. Ana claramente era la preferida del padre y Andrés de la madre; él había quedado relegado. Con su hermano mayor lo separaban 16 años, apenas habían tenido contacto porque el actual rey pasaba casi todo el año en un internado y solo compartían los veranos. Las pocas veces que se cruzaban tampoco habían sido felices. Según relata Vanity Fair en una de esas vacaciones, Eduardo cometió la equivocación de ponerse un kilt con el tartán. Al verlo con la prenda, Carlos enfureció. “¿Qué estás haciendo? Soy el único que como príncipe de Gales puede ponerse ese kilt. Ve arriba y quitátelo”, le gritó.
Eduardo, como su padre y sus hermanos mayores, también asistió a la rígida escuela Gordonstoun en Escocia. Como el primogénito también fue víctima de acoso escolar. Alguna vez le dieron a beber orín asegurándole que era cerveza y los insultos eran frecuentes. Eduardo callaba y aguantaba, había escuchado más de una vez a su padre criticar a Carlos por considerarlo blando y no quería que le pasara lo mismo. Como estudiante no era malo ni bueno. La mayoría de sus calificaciones eran un C. Ni brillantes como una A, pero tampoco desaprobaba con una D.
Al terminar la escuela pasó un año sabático en Nueva Zelanda. Al volver estudió Historia y logró recibir su título universitario. Hubo cierta polémica por cómo entró a la universidad ya que en su momento se sospechó que lo logró más por nombre que por mérito, pero como su lugar en la línea de sucesión al trono era lejano a nadie le importó mucho. Además el año anterior, Carlos y Diana se habían casado y ese cuento de hadas era el que ocupaba las portadas.
Con Diana coronada como reina de los corazones, con Andrés convertido en héroe a su regreso de la Guerra de Malvinas; Eduardo se ganó el mote del príncipe discreto. Se sabía que le gustaba mucho ver televisión, por eso cuando decidió dedicarse a la producción televisiva y teatral nadie se asombró por la opción pero sí porque quisiera trabajar. En 1993 formó Ardent Productions, donde produjo documentales sobre un tema del que era experto: la realeza.
Su tarea como productor le provocó dos grandes peleas con Carlos. La primera fue cuando intentó grabar a Guillermo en la universidad y su hermano se opuso sin miramientos. La segunda ocurrió cuando Eduardo organizó “It’s a Royal Knockout”, un evento benéfico transmitido por la BBC. En el programa varias miembros de la familia real se enfrentaban a celebridades del deporte y del espectáculo. Se podría pensar en alguna contienda glamorosa, pero a Eduardo se le ocurrió disfrazar a los participantes de verduras gigantes y organizar peleas con jamones falsos. La reina había desaprobado el evento, pero su hijo siguió con su idea. 18 millones de británicos y otros 400 millones en todo el mundo vieron a royals al límite del ridículo. La furia de la familia fue tal que nunca hubo una segunda entrega.
Sin futuro como productor audiovisual y sin posibilidad de llegar al trono, en 1987 a Eduardo le llegó el gran amor. A los 23 años, en un partido de tenis, conoció a Sophie Rhys Jones. El noviazgo no fue del beneplácito de la familia real porque la candidata no era ni aristócrata ni millonaria. Su madre era secretaria y su padre trabajaba como director de ventas de una empresa de neumáticos. Un rumor aseguraba que durante un almuerzo en Buckingham, Diana la había hecho llorar criticándola por su forma de vestir y sus nulos antecedentes royals. Según dicen le comentó al fotógrafo Andrew Morton que Sophie “era su copia” y “se notaba que la monarquía estaba buscando alguien que la reemplazara rápidamente”.
Aunque para los Windsor, Sophie no parecía la “indicada”, para Eduardo era la mujer amada. El 19 de junio de 1999 se casaron en la capilla San Jorge del Castillo de Windsor. Ese día y de un modo sutil, la reina demostró que no estaba de acuerdo con la candidata. A los recién casados les otorgó el título de conde de Wessex. Y cuál es el problema se preguntará el lector. Que los hijos del rey reciben al casarse el título de duques que, al parecer, tampoco sirve para mucho en tiempos de repúblicas democráticas, pero tiene más jerarquía. Eso sí -quizá a modo de consuelo-, le aseguraron que heredaría el título de Duque de Edimburgo cuando muriera su padre. Lo que teniendo en cuenta la longevidad de la familia más que promesa parecía utopía.
Pese al título menor, todo parecía andar bien, pero tratándose de los Windsor ya sabemos que la calma siempre precede a las tormentas y qué tormentas. Sophie trabajaba en el área de las relaciones públicas y unos años antes de su matrimonio había fundado su propia agencia, RJH Public Relations. En el 2001, un periodista de News of the World, disfrazado de jeque árabe se hizo pasar por un potencial cliente y acordó una reunión en la que logró grabar una comprometedora conversación. Sophie alardeaba de los buenos contactos que tenía y hablaba mal de su suegra y de la abuela de su marido. Hasta ahí uno diría que solo era una nuera con “lengua larga”, el problema es que suegra y abuela no eran otras que la reina y la reina madre.
Ante el escándalo, el matrimonio dio cátedra de “manejo de crisis” aunque no tanto de empoderamiento femenino. Sophie renunció a su trabajo y se dedicó exclusivamente al cuidado de sus hijos y a sus deberes protocolares. Valga un datazo. Solo en 2018, Eduardo cumplió con 463 compromisos protocolares más que la suma de los protagonizados por Guillermo y Harry; Sophie participó en 238 y preside 70 organizaciones benéficas.
Eduardo se manejó siempre con discreción incluso cuando el dolor lo atravesó. Cuando nació, Louise, su hija mayor se supo que el matrimonio había atravesado por 13 abortos hasta lograr que un embarazo llegara a término. El parto fue complicado y se temió por la vida de la mamá y de la beba. La pequeña nació pero con problemas en su vista que todavía permanecen. La situación era tan desesperante que la misma reina rompió todos los protocolos y fue a verlos a la clínica. Desde ese momento Louise se transformó en su nieta favorita. Con ella hizo todo lo que no hizo con su hijo. Le enseñó a montar a caballo y solía compartir largos y divertidos paseos.
Sin las luces del foco mediático fueron los condes de Wessex los que salieron a mediar en el último gran escándalo mediático: el Megxit. Cuando Megan Markle comenzó a mostrar su disgusto con la corona intentaron ayudar. La condesa le recordó que ella también venía de una familia de clase media y el conde le contó la vez que le rogó a la prensa respeto hacia su entonces novia, después de la publicación unas semanas antes de su boda de unas fotos de ella en topless tomadas antes de conocerla. Después de la escandalosa partida de Harry y su esposa, fue Sophia la que intentó poner paños fríos. “Todos tratamos de ayudar a cualquier nuevo miembro de la familia”, contestaba para cerrar con un “solo espero que sean felices”.
Hoy el príncipe discreto festeja un cumpleaños sin su madre pero rodeado de sus afectos. Sus hijos, Lady Louise Mountbatten-Windsor y el vizconde James, llevan una vida sin privilegios dentro de sus privilegios. Eduardo cuenta que van a una escuela común y a casas de amigos para pijamadas y cumpleaños. Los fines de semana salen en familia a pasear a los perros, reciben visitas o se reúnen con sus parientes. “Supongo que no todos los abuelos viven en un castillo, pero a dónde vas no es lo importante, tampoco quiénes son. Cuando están con la reina, ella es su abuela”, contó alguna vez el príncipe que se define como un padre “comprometido y muy bueno en las barbacoas”, que lleva a sus hijos a pescar y a montar a caballo, algo que “les encanta”.
Lejos quedaron los tiempos en que sus hermanos le preguntaban sobre los rumores que aseguraban que era homosexual. Hoy cumple con sus obligaciones protocolares y es el único de los hijos de Isabel que no se divorció. Muy de vez en cuando protagoniza una polémica, como esa vez que trascendió que gastó 42 mil dólares en un vuelo en un jet privado para cubrir un trayecto que en tren salía apenas 500. Pese a algún desliz, es uno de los miembros de la corona más respetados. Según dicen, una de las primeras acciones que hará Carlos como rey será otorgarle a su hermano menor el ducado de su padre que se le prometió cuando el menor se casó. Este gesto parece más justo que amoroso, pero teniendo en cuenta cómo manejan sus afectos los Windsor, no se puede negar que el discreto Eduardo, lo sentirá como un gran mimo.
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