El día que Isabel II se despertó siendo reina en una selva de Kenia y las curiosidades detrás de la ceremonia de coronación

Isabel, hija del rey Jorge VI, había viajado a Nairobi como princesa y debió volver al Reino Unido como reina. La muerte de su padre el 6 de febrero de 1952, hace exactamente setenta años, la convirtió en una monarca imprevista. Los detalles de su proclamación en el trono británico que recordó siempre como “algo horrible”

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La reina Isabel II lució
La reina Isabel II lució la corona imperial de San Eduardo, que data de 1661, es de oro macizo, pesa dos kilos y mide 31,5 centímetros. Está adornada con zafiros turmalinas, topacios, amatistas y perlas. La monarca posa con el cetro con la cruz y el orbe, una esfera de oro con gemas, que simboliza su rol de defensora de la fe (Zuma Press/The Grosby Group)

La noche en que su padre, el rey Jorge VI, murió a los 56 años por una trombosis coronaria en Sandringham House, Norfolk, mientras dormía, ella pasaba una segunda luna de miel con Felipe, su marido hacía seis años, en un paréntesis de sus actividades protocolares como reina. La última vez que había visto a su padre había sido el 31 de enero de 1952. Siete días después, ya estaba en la selva de Aberdare en el marco de una visita oficial a Nairobi, ciudad capital de Kenia, por entonces colonia británica. Pasó la noche en unos austeros refugios de madera construidos sobre las copas de los árboles y que permitían observar mejor a elefantes, monos y rinocerontes en libertad. Eran las modestas y salvajes suites del Treetops Hotel. En la madrugada, del otro lado del mundo, no podía suponer que a su vida le esperaba un giro demencial. Isabel, quien había viajado a África como princesa, regresó a su país convertida en reina.

Nació el 21 de abril de 1926. Para entonces sus posibilidades de ser reina parecían remotas. La corona le correspondía primero a su tío Eduardo, segundo a sus posibles descendientes, luego a Jorge, su padre y recién después a ella. Pero el primer heredero se enamoró de Wallis Simpson, una divorciada estadounidense y su hermano y padre de Isabel heredó el trono. El rey Jorge venció su tartamudez y se convirtió en el gran apoyo moral para su pueblo durante la Segunda Guerra Mundial. En 1945, el conflicto armado terminó, pero empezó una etapa dura y compleja: la reconstrucción del país. La escasez de alimentos, sobre todo azúcar y carne eran cotidianas; los edificios destruidos por los bombardeos seguían siendo mudos testigos que el horror había pasado, pero sus secuelas no.

El orgullo de la nación tampoco pasaba su mejor momento. El imperio británico se desmembraba y su lugar de primera potencia mundial, lo ocupaba el país que había sido su colonia: Estados Unidos. Ante el alicaído ánimo se necesitaba una inyección de optimismo que les recordara las glorias pasadas. Ganar un mundial de fútbol era impensado e insuficiente y mandar a la Armada a pelear a unas lejanas islas en el Atlántico Sur, también. Si la muerte del rey Jorge era una crisis, la coronación de su hija resultó una oportunidad. La ceremonia podría presentarse como un resurgir de las cenizas. Cuando en el Reino Unido la situación anda mal, la gente culpa a los políticos, pero si va bien gritan “Dios salve a la reina”. Con su coronación, la reina los salvaría.

 El padre de Isabel,
El padre de Isabel, de 56 años, no consiguió recuperarse de una operación pulmonar y murió mientras dormía en febrero de 1952. Automáticamente, y por ser su hija mayor, se convirtió en la heredera al trono británico (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

La ceremonia se llevó a cabo 16 meses después de la muerte del rey porque se debía guardar el luto correspondiente. Isabel tenía apenas 25 años, aunque había dado muestras de su valentía durante la guerra -trabajó como mecánica del ejército y se negó a abandonar el país- muchos dudaban si podría cumplir con sus funciones monárquicas. Pronto, las dudas se disiparían.

El día de la coronación comenzó con el desfile desde el Palacio de Buckingham hacia la Abadía de Westminster, que desde el año 1066 era el lugar donde se entronizaba a los reyes. Pese a la lluvia torrencial cerca de tres millones de británicos se volcaron a las calles para ver pasar a su futura reina. Créase o no, cuando el desfile comenzó, la lluvia cesó. Una banda militar encabezó la marcha, lo seguían grupos de las fuerzas armadas, los jefes de estado y miembros de la realeza invitados y por último la futura reina en la Carroza Oficial de Oro.

Isabel II llegó a la
Isabel II llegó a la abadía de Westminster en la Carroza de oro, con la que también recorrería, después de su coronación, las calles de Londres

La gente miraba extasiada ese carromato imponente construido en 1762, tirado por ocho caballos, con su interior de terciopelo y raso y su exterior, laminado con hojas de oro. Pero si se miraba con un poco más de atención, la imagen no dejaba de dar pena. Porque en la carroza, Isabel iba solita y sola. No la acompañaba ni Felipe, su esposo, ni su hijo Carlos de cinco años, ni su hija Ana, de tres. Solo ella y sus pensamientos y también su incomodidad. Porque si bien la carroza era imponente no dejaba de ser un carromato de 300 años. Lindo, pero sin amortiguadores, freno de mano, aire acondicionado y sobre todo mullidas butacas. Isabel debe haber entendido por qué su padre decía que su viaje a la coronación había sido “uno de los paseos más incómodos que tuve en mi vida”. Muchos años después ella reconocería que la carroza sería muy linda pero los asientos “solo estaban hechos de cuero, no eran muy cómodos”. Sola, incómoda, vaya a saber si no fue la manera que el destino eligió para anunciarle lo que sería su futuro.

Al llegar a la Abadía, la futura reina entró majestuosa pero sola; por rango “ninguna mano le ofrece su apoyo”. Ocho mil invitados la esperaban, la capacidad del lugar era de dos mil y tuvieron que apretujarse. Un gran problema fueron los baños porque nobles y poderosos no dejan de tener necesidades humanas. Se instalaron retretes portátiles en los patios de la Westminster pero se los forró con terciopelo azul para no perder el glamour.

La carroza de cuatro toneladas
La carroza de cuatro toneladas lleva en sus paneles pintados tres ángeles, que representan a Inglaterra, Escocia e Irlanda sosteniendo la corona y el cetro y sus tritones. Dioses mitológicos del mar, con cabeza de hombre y cola de pez, que siguen representando el poder marítimo de Inglaterra a lo largo de la historia (Fox Photos/Getty Images)

Isabel usó un vestido de seda blanco que llevaba bordados los emblemas florales de las distintas naciones de la Commonwealth en hilos de oro y plata, perlas, lentejuelas y pequeños cristales. Sir Norman Hartnell, el creador del “atuendo joya” incluyó un trébol de cuatro hojas en la falda, colocado estratégicamente para que la mano de la reina se posara sobre él durante la ceremonia. Antes del diseño definitivo, Hartnell le entregó nueve propuestas a Isabel. Ella aceptó ocho y solo pidió que los bordados tuvieran más colores y no únicamente plateado. El diseño final incluyó perlas cultivadas y diamantes rosas. El vestido resultó tan imponente que Isabel lo volvería a usar en su gira de presentación por la Commonwealth. Según contó su dama de compañía por aquel entonces, lady Pamela Hicks, el atuendo contaba con su camarote propio en el barco real.

No menos impactante fue el Manto del Estado, que llevó sobre sus hombros, una capa de terciopelo de cinco metros de largo y donde se visualizaban espigas de trigo y ramas de olivo, símbolos de la prosperidad y la paz, bordados con 18 tipos diferentes de hilo de oro. Doce bordadoras trabajaron 3500 horas para confeccionarla. Por su peso, seis damas de honor la ayudaron a llevarla. Tanto el vestido como el manto eran sublimes pero llevarlos resultó casi casi que una tortura. La rigidez y el peso los convertían en una prisión de tela para caminar o moverse. “En un momento estaba yendo hacia la alfombra y casi no podía moverme”, reconocería Isabel.

Aunque casi no se veían, los zapatos también eran dignos no de Cenicienta sino de una reina. El par estaba confeccionado en piel dorada con la flor de lis en el empeine y la Corona Imperial del Estado. El tacón estaba cuajado de rubíes. No sabemos si eran cómodos, pero costosos sí.

La fotografía oficial de Isabel
La fotografía oficial de Isabel II el día de su coronación, luciendo todos los símbolos de su poder: la corona imperial, el cetro, el orbe y el anillo imperial. Se diseñaron nueve vestidos, que llevaron meses de trabajo de varias costureras bajo las órdenes de Norman Hartnell, hasta que la monarca se decidió por el octavo modelo

Aunque la ceremonia cumplía con tradiciones de siglo, Felipe de Edimburgo decidió incorporar un elemento que en ese momento era revolucionario: la televisión. El duque logró televisar la ceremonia, lo que duplicó la venta de aparatos en el Reino Unido. Más de veinte millones de personas, el 40 por ciento de la población del Reino Unido de ese momento lo vio por las pantallas en el living de sus casas.

La ceremonia fue presidida por el arzobispo de Canterbury, como lo hicieron sus antecesores desde el año 1066. Comenzó con el anuncio que Isabel II era la nueva reina de Inglaterra, luego ella prestó juramente y por último, se realizó la unción. Cuando la reina recibió los óleos sagrados, una manta tapó las imágenes porque se consideraba que era un momento de conexión de la monarca directamente con Dios y sin ángeles o querubines que intermediaran.

Luego llegó la coronación. El arzobispo colocó sobre la cabeza de Isabel la corona de St Edward. Como una alegoría de lo que vendría, la joya era maravillosa para mirar pero no para llevar. Realizada en 1661, de oro puro, mide 31, 5 centímetros y pesa más de dos kilos. Está compuesta por 2868 diamantes, 17 zafiros, 11 esmeraldas, 269 perlas y 4 rubíes. Aunque se la modificó para que luciera más pequeña y femenina, Isabel no podía mirar hacia abajo sin romperse el cuello por el peso de semejante joya. Desde ese día aprendió que con ese tipo de corona debe memorizar los discursos que pronuncia. Si se agachara para leer, el peso le rompería el cuello.

El Reino Unido es el
El Reino Unido es el único país de Europa que sigue coronando a sus reyes, por eso la corona juega un papel primordial. La más antigua es la de San Eduardo y se reserva exclusivamente para la coronación (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Después de la corona le entregaron el orbe, también hecho en 1661, una esfera de oro hueca con una banda cubierta de diamantes, esmeraldas, rubíes, zafiros y perlas que simboliza el rol del monarca como defensor de la fe. En su dedo le colocaron el “anillo de bodas de Inglaterra”. Una vieja tradición asegura que cuanto más duela ese anillo puesto, más largo será el reinado. Por lo que intuimos ese anillo debe haber dolido muchísimo.

Para finalizar le entregaron el cetro que representa su poder como monarca y que contiene el diamante tallado más grande del mundo, la Estrella de África. Ya con todos sus atributos escuchó: “Señores: aquí os presento a la reina Isabel, incontestable soberana vuestra, a quien todos habéis venido este día a rendir homenaje y jurar obediencia. ¿Están todos dispuestos a hacerlo?”, clamó el arzobispo de Canterbury. A lo que los británicos presentes contestaron: “¡Dios salve a la Reina!”

La ceremonia duró cuatro horas. Para poder soportarla sin deshidratarse algunos de los asistentes escondieron bebidas en sus sombreros. El evento fue cubierto por más de 2000 periodistas y 500 fotógrafos de 92 naciones del mundo. Después de la ceremonia, la reina volvió a Buckingham donde ahora sí acompañada por su familia saludó desde el balcón a la gente que la aclamaba.

La ceremonia oficial fue preparada
La ceremonia oficial fue preparada durante 14 meses y requirió de la formación de varios comités para su programación. La primera reunión de la Comisión de la Coronación -ocurrida en abril de 1952- fue presidida por el príncipe Felipe, duque de Edimburgo (Hulton Archive/Getty Images)

Al terminar entró al palacio donde participó del “Banquete de la coronación”. Se sirvió un plato de pollo con arroz al curry que se llamó “pollo de la coronación”. A las cinco de la tarde y luego de varios cambios de horario por mal tiempo, 150 aviones militares sobrevolaron Buckingham para saludar a la joven soberana. A medianoche y por última vez, Isabel volvió a asomarse al balcón para saludar a la multitud.

Desde ese día Elizabeth Alexandra Mary es Isabel II, por la Gracia de Dios, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de sus otros Reinos y Territorios Reina, Jefa de la Mancomunidad de Naciones y Defensora de la Fe; la monarca de una de las naciones más poderosas del planeta, que aunque reina no gobierna. No tiene derecho al voto, no puede postularse en elecciones, ni opinar sobre qué candidato o partido le gusta más y solo cumple un papel ceremonial.

Es la monarca que vio gobernar a trece primeros ministros, trece presidentes de Estados Unidos y seis papas. Llegó al trono cuando Winston Churchill ocupaba la residencia oficial de Downing Street, Joseph Stalin estaba en el Kremlin, y Harry S. Truman en la Casa Blanca. Sigue cuando la URSS ya no existe, un presidente negro logró ser presidente de Estados Unidos y un argentino fue elegido Papa.

Isabel recordó siempre esa jornada como “algo horrible”, un tiempo que para los británicos fue inolvidable, para la monarca significó un momento lleno de incomodidades. Pero ese día le prometió a su pueblo que su vida entera “ya sea larga o corta será dedicada a vuestro servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que pertenecemos”. Y si hay una certeza es que cumplió su promesa, por eso sus súbditos siguen gritando “Dios salve a la reina”.

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