A diez años del anuncio que hizo historia: el día que Beatriz confirmó que Máxima sería reina

El 28 de enero de 2013, la madre de Guillermo Alejandro de Orange- Nassau comunicó en un discurso televisado que abdicaría en favor de su primogénito. Tres meses después, Máxima se coronaba como la primera consorte latinoamericana en una monarquía europea: el mismo parlamento que una década antes había objetado su boda, había votado a favor de quien se convertiría en la figura más popular de la realeza

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A los 75 años, la Reina Beatriz dijo en un discurso televisado a la nación neerlandesa que abdicaría en favor de su primogénito, el marido de la princesa argentina: “Es tiempo para una nueva generación”
A los 75 años, la Reina Beatriz dijo en un discurso televisado a la nación neerlandesa que abdicaría en favor de su primogénito, el marido de la princesa argentina: “Es tiempo para una nueva generación”

Máxima Zorreguieta de blanco marfil y radiante, secándose las lágrimas de princesa con un pañuelito de hilo que acaba de sacar de la manga larga de su Valentino. Máxima de azul y perfecta en un diseño del holandés Jan Taminiau, ya con la tiara de diamantes y zafiros que el rey Guillermo III regaló a la reina Emma hace dos siglos y a paso firme hacia su destino de reina, siempre de la mano de Guillermo Alejandro de Orange-Nassau.

Son tal vez las dos imágenes que mejor definen el carácter de una monarca moderna y popular, criada para moverse entre la realeza, pero siempre cercana; la mezcla justa de respeto por la investidura y naturalidad. Pero el retrato de esos dos momentos históricos, el del día en que se casó con el heredero del trono holandés –el 2 de febrero de 2002–, y el de la coronación que la convirtió en la primera reina consorte latinoamericana en una monarquía europea –el 30 de abril de 2013–, fue precedido por dos anuncios incluso más definitivos de su suegra, la reina Beatriz.

El primero fue el 30 de marzo de 2001, cuando hizo oficial por televisión el compromiso de su heredero con Máxima Zorreguieta. La decisión había tomado meses de una investigación exhaustiva sobre la novia ordenada por la propia reina. Como Países Bajos es una monarquía parlamentaria, es el Parlamento el que debía aprobar el casamiento del príncipe heredero, y hubo que asegurar que la economista no tenía ningún vínculo con la dictadura militar de la que su padre había sido funcionario. “Es un hombre bueno que actuó en el gobierno equivocado”, dijo ella entonces sobre Jorge Zorreguieta, en un holandés fluido con el que sorprendió a la audiencia. El público desconocía la magnitud del sacrificio que había detrás de esa declaración estudiada, pero la quiso inmediatamente por su voluntad para adaptarse al idioma y las costumbres del país.

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El segundo fue exactamente hace una década, el 28 de enero de 2013, cuando una Beatriz de casi 75 años y golpeada por el coma irreversible de su hijo Friso tras un accidente de ski unos meses antes, dijo en un discurso también televisado a la nación neerlandesa que abdicaría en favor de su primogénito, el marido de la princesa argentina: “Es tiempo para una nueva generación”, declaró entonces la monarca y anunció que la entronización de Guillermo Alejandro sería el 30 de abril de ese año. También sostuvo que su hijo y su nuera estaban “plenamente preparados para esta tarea”.

Máxima y su príncipe naranja llevaban entonces casi once años de casados y ya habían nacido sus tres hijas: Amalia, Alexia y Ariane. Y su popularidad había crecido tanto que, el mismo Parlamento que estuvo a punto de impedir su boda, votó para que pudiera ser reina consorte cuando Guillermo fuera coronado. Los holandeses que se resignaban a despedir a una reina adorada después de un servicio de treinta y tres años, aceptaban con alegría a su hijo como el rey venidero: pasado y presente en armoniosa transición. Y Máxima se había ganado su lugar de inminente reina consorte a pura sonrisa y corazón.

La firma de la abdicación de la Reina Beatriz junto a su sucesor y futura reina consorte, en una ceremonia del 30 de abril de 2013. Reuters
La firma de la abdicación de la Reina Beatriz junto a su sucesor y futura reina consorte, en una ceremonia del 30 de abril de 2013. Reuters

Aunque en la Argentina se hablaba de una “maximanía”, a ella parecía alcanzarle con ser la figura que sostenía de la mano al heredero de Beatriz. Esa simpleza elegante –la misma que la hacía llevar a sus hijas en bicicleta a la escuela pública o disfrutar de la llegada de sus amigas más íntimas a su refugio de Wassenar como cualquier mortal y hacer escapadas para visitar a su familia en Buenos Aires o Villa la Angostura– era la que hacía que la quisieran y confiaran en ella. Sin exageraciones, pero también sin reparos. Ni siquiera la consideraban argentina: para la mayor parte de la sociedad, Máxima era tan holandesa como los tulipanes.

Todo el sacrificio, las horas de estudio hasta hablar el idioma a la perfección, las lágrimas por la ausencia de sus padres en la misma Nieuwe Kerk en donde pronto sería ungida reina, el dolor de saber que ahora también debían estar ausentes; todo eso había valido la pena. El pueblo estaba de su lado. Si la “maximanía” todavía no era evidente, era cierto que las vidrieras de las boutiques copiaban su look y su foto junto al futuro rey se reproducía en platos, tazas, banderines y todo tipo de souvenirs con los colores del reino.

“Era evidente que mi padre no vendría –dijo el día de la entronización, el 30 de abril de 2013–. Se cerraron acuerdos y este es un evento constitucional donde mi marido se convertirá en rey y mi padre no tiene que estar. Naturalmente la decisión es bastante dolorosa. Pero debo reconocer que duele mucho menos que la del casamiento”, admitió entonces la ya Reina de Holanda. Esa vez todos sabían bien de qué hablaba.

En su última entrevista pública como princesa, junto a Alex, ambos reían con la gracia sin impostaciones de los que se quieren en serio. Detrás de las formalidades y el protocolo, irradiaban una alegría a veces esquiva para otras monarquías. Contaron cómo hablaron con sus hijas de lo que estaba a punto de pasar y cuánto le agradecían a la Reina Beatriz por haberles dado un tiempo para disfrutar con ellas y sus más íntimos un último tiempo antes de asumir el compromiso más grande de sus vidas.

Una foto de febrero de 2013, antes de ser entronizados. Reuters
Una foto de febrero de 2013, antes de ser entronizados. Reuters

Hablaron de la ambigüedad de lo que sentían y del valor de enfrentarlo juntos. Contaron los consejos que les dio Beatriz el día que les dijo que había llegado el momento: “Sean fieles a ustedes mismos, manténganse en su eje y traten de no soplar contra todos los vientos. Si son auténticos y defienden sus opiniones, su reinado será largo”.

Siguieron sus recomendaciones al pie de la letra: siempre se mostraron junto a sus hijas como una familia amable y con los pies en la tierra: lejos de poses solemnes y acartonadas. Su objetivo desde la llegada de Amalia, en diciembre de 2003, fue que la primera en la línea de sucesión de la corona holandesa, y luego sus hermanas, Alexia y Ariane, tuvieran, como ellos, una vida lo más normal posible, otra de las claves de su bien ganada popularidad.

En medio de las celebraciones por sus 50 años, el 17 de mayo de 2021, la revista Vogue le dedicó la tapa de su edición neerlandesa y no dudó en presentar a la Reina de origen argentino como un ícono de estilo. “Máxima tiene el llamado ‘factor X’: una presencia que asegura que todas las miradas estén inmediatamente sobre ella, donde quiera que entre. ¿Es ese carisma innato? ¿Esa sonrisa es espontánea o cultivada? ¿Esos intereses en cuestiones sociales y financieras son fingidos o reales? ¿Nació para brillar?”, se preguntó entonces la Biblia de la Moda.

Jorge Zorreguieta, el hombre por el que casi pierde la corona y al que amó más allá de su pasado, había muerto dos años antes y ya no podía responder lo que intuyó desde la primera vez que la tuvo en sus brazos: “Máxima tiene una luz especial”. Su hija llegaría a ser la figura más popular de la realeza –incluso entre los miembros de las demás coronas europeas– por su simpatía, su inteligencia y su charme.

Máxima es considerada un ícono de estilo (Getty Images)
Máxima es considerada un ícono de estilo (Getty Images)

Pero eso no evitó algunos traspiés: justo porque los Orange-Nassau son una casa real que siempre se mostró discreta y ubicada en la realidad de su país, las vacaciones familiares en Grecia en plena pandemia los pusieron como nunca antes en el centro de la polémica. Los soberanos cancelaron el viaje y pidieron disculpas. Aunque habían atravesado otros episodios controvertidos, como cuando compraron propiedades en las playas de Mozambique, o en Argentina y en la misma Grecia, jamás habían perdido la confianza de los holandeses. Y eso se acrecentó cuando se hizo público que habían festejado los 18 de Amalia pese al lockdown; al aire libre, pero con más invitados de lo permitido.

La eterna sonrisa de Máxima no pudo evitar que este último año fuera el más duro de su reinado: los monarcas tuvieron que abocarse por completo a recuperar el cariño perdido. Y así y todo, la popularidad de Zorreguieta nunca bajó del 50%. Quizá la serie biográfica basada en el libro Madre Patria; los primeros años de Máxima Zorreguieta –de Marcia Luyten– que este año estrenará la productora holandesa Videoland, con guión de Dorien Goertzen y Karin van der Meer y dirección de Anne de Clercq, sea parte de ese empeño. Centrada en la vida de la hoy reina antes de su compromiso con Guillermo Alejandro, podría hacer por la monarquía holandesa lo mismo que The Crown por la corona británica: reconciliarla con una nación que se había acostumbrado a querer y creer en sus reyes.

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